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Veinte
poemas de amor y una canción desesperada
1
Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te
pareces al mundo en tu actitud de entrega. Mi cuerpo de labriego
salvaje te socava y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui
solo como un túnel. De mí huían los pájaros y en mí la noche
entraba su invasión poderosa. Para sobrevivirme te forjé como un
arma, como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero
cae la hora de la venganza, y te amo. Cuerpo de piel, de musgo,
de leche ávida y firme. Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de
ausencia! Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia. Mi sed, mi
ansia sin límite, mi camino indeciso! Oscuros cauces donde la
sed eterna sigue, y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
2
En su
llama mortal la luz te envuelve. Absorta, pálida doliente, así
situada contra las viejas hélices del crepúsculo que en
torno a ti da vueltas.
Muda,
mi amiga, sola en lo solitario de esta hora de muertes y
llena de las vidas del fuego, pura heredera del día destruido.
Del
sol cae un racimo en tu vestido oscuro. De la noche las grandes
raíces crecen de súbito desde tu alma, y a lo exterior
regresan las cosas en ti ocultas, de modo que un pueblo pálido y
azul de ti recién nacido se alimenta.
Oh
grandiosa y fecunda y magnética esclava del círculo que en negro
y dorado sucede: erguida, trata y logra una creación tan viva
que sucumben sus flores, y llena es de tristeza.
3
Ah
vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose, lento juego de
luces, campana solitaria, crepúsculo cayendo en tus ojos,
muñeca, caracola terrestre, en ti la tierra canta!
En ti
los ríos cantan y mi alma en ellos huye como tú lo desees y
hacia donde tú quieras. Márcame mi camino en tu arco de
esperanza y soltaré en delirio mi bandada de flechas.
En
torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla y tu silencio acosa
mis horas perseguidas, y eres tú con tus brazos de piedra
transparente donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.
Ah tu
voz misteriosa que el amor tiñe y dobla en el atardecer
resonante y muriendo! Así en horas profundas sobre los campos he
visto doblarse las espigas en la boca del viento.
4
Es la
mañana llena de tempestad en el corazón del verano.
Como
pañuelos blancos de adiós viajan las nubes, el viento las sacude
con sus viajeras manos.
Innumerable corazón del viento latiendo sobre nuestro
silencio enamorado.
Zumbando entre los árboles, orquestal y divino, como una
lengua llena de guerras y de cantos.
Viento que lleva en rápido robo la hojarasca y desvía las
flechas latientes de los pájaros.
Viento que la derriba en ola sin espuma y sustancia sin
peso, y fuegos inclinados.
Se
rompe y se sumerge su volumen de besos combatido en la puerta
del viento del verano.
5
Para
que tú me oigas mis palabras se adelgazan a veces como
las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio para tus manos suaves como las
uvas.
Y las
miro lejanas mis palabras. Más que mías son tuyas. Van
trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas
trepan así por las paredes húmedas. Eres tú la culpable de este
juego sangriento.
Ellas
están huyendo de mi guarida oscura. Todo lo llenas tú, todo lo
llenas.
Antes
que tú poblaron la soledad que ocupas, y están acostumbradas más
que tú a mi tristeza.
Ahora
quiero que digan lo que quiero decirte para que tú las oigas
como quiero que me oigas.
El
viento de la angustia aún las suele arrastrar. Huracanes de
sueños aún a veces las tumban.
Escuchas otras voces en mi voz dolorida. Llanto de viejas
bocas, sangre de viejas súplicas. Amame, compañera. No me
abandones. Sígueme. Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero
se van tiñendo con tu amor mis palabras. Todo lo ocupas tú, todo
lo ocupas.
Voy
haciendo de todas un collar infinito para tus blancas manos,
suaves como las uvas.
6
Te
recuerdo como eras en el último otoño. Eras la boina gris y el
corazón en calma. En tus ojos peleaban las llamas del
crepúsculo. Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera, las hojas
recogían tu voz lenta y en calma. Hoguera de estupor en que mi
sed ardía. Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño: boina
gris, voz de pájaro y corazón de casa hacia donde emigraban mis
profundos anhelos y caían mis besos alegres como brasas.
Cielo
desde un navío. Campo desde los cerros. Tu recuerdo es de luz,
de humo, de estanque en calma! Más allá de tus ojos ardían los
crepúsculos. Hojas secas de otoño giraban en tu alma.
7
Inclinado en las tardes tiro mis tristes redes a tus ojos
oceánicos.
Allí
se estira y arde en la más alta hoguera mi soledad que da
vueltas los brazos como un náufrago.
Hago
rojas señales sobre tus ojos ausentes que olean como el mar a la
orilla de un faro.
Sólo
guardas tinieblas, hembra distante y mía, de tu mirada emerge a
veces la costa del espanto.
Inclinado en las tardes echo mis tristes redes a ese mar
que sacude tus ojos oceánicos.
Los
pájaros nocturnos picotean las primeras estrellas que centellean
como mi alma cuando te amo.
Galopa la noche en su yegua sombría desparramando espigas
azules sobre el campo.
8
Abeja
blanca zumbas --ebria de miel-- en mi alma y te tuerces en
lentas espirales de humo.
Soy
el desesperado, la palabra sin ecos, el que lo perdió todo, y el
que todo lo tuvo.
Ultima amarra, cruje en ti mi ansiedad última. En mi
tierra desierta eres la última rosa.
Ah
silenciosa!
Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche. Ah
desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.
Tienes ojos profundos donde la noche alea. Frescos brazos
de flor y regazo de rosa.
Se
parecen tus senos a los caracoles blancos. Ha venido a dormirse
en tu vientre una mariposa de sombra.
Ah
silenciosa!
He
aquí la soledad de donde estás ausente. Llueve. El viento del
mar caza errantes gaviotas.
El
agua anda descalza por las calles mojadas. De aquel árbol se
quejan, como enfermos, las hojas.
Abeja
blanca, ausente, aún zumbas en mi alma. Revives en el tiempo,
delgada y silenciosa.
Ah
silenciosa!
9
Ebrio
de trementina y largos besos, estival, el velero de las rosas
dirijo, torcido hacia la muerte del delgado día, cimentado
en el sólido frenesí marino.
Pálido y amarrado a mi agua devorante cruzo en el agrio
olor del clima descubierto, aún vestido de gris y sonidos
amargos, y una cimera triste de abandonada espuma.
Voy,
duro de pasiones, montado en mi ola única, lunar, solar,
ardiente y frío, repentino, dormido en la garganta de las
afortunadas islas blancas y dulces como caderas frescas.
Tiembla en la noche húmeda mi vestido de besos locamente
cargado de eléctricas gestiones, de modo heroico dividido en
sueños y embriagadoras rosas practicándose en mí.
Aguas
arriba, en medio de las olas externas, tu paralelo cuerpo se
sujeta en mis brazos como un pez infinitamente pegado a mi alma
rápido y lento en la energía subceleste.
10
Hemos
perdido aun este crepúsculo. Nadie nos vio esta tarde con las
manos unidas mientras la noche azul caía sobre el mundo.
He
visto desde mi ventana la fiesta del poniente en los cerros
lejanos.
A
veces como una moneda se encendía un pedazo de sol entre mis
manos.
Yo te
recordaba con el alma apretada de esa tristeza que tú me
conoces.
Entonces, dónde estabas? Entre qué gentes? Diciendo
qué palabras? Por qué se me vendrá todo el amor de golpe
cuando me siento triste, y te siento lejana?
Cayó
el libro que siempre se toma en el crepúsculo, y como un perro
herido rodó a mis pies mi capa.
Siempre, siempre te alejas en las tardes hacia donde el
crepúsculo corre borrando estatuas.
11
Casi
fuera del cielo ancla entre dos montañas la mitad de la luna.
Girante, errante noche, la cavadora de ojos. A ver cuántas
estrellas trizadas en la charca.
Hace
una cruz de luto entre mis cejas, huye. Fragua de metales
azules, noches de las calladas luchas, mi corazón da vueltas
como un volante loco. Niña venida de tan lejos, traída de tan
lejos, a veces fulgurece su mirada debajo del cielo.
Quejumbre, tempestad, remolino de furia, cruza encima de mi
corazón, sin detenerte. Viento de los sepulcros acarrea,
destroza, dispersa tu raíz soñolienta. Desarraiga los grandes
árboles al otro lado de ella. Pero tú, clara niña, pregunta de
humo, espiga. Era la que iba formando el viento con hojas
iluminadas. Detrás de las montañas nocturnas, blanco lirio de
incendio, ah nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.
Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos, es hora de
seguir otro camino, donde ella no sonría. Tempestad que enterró
las campanas, turbio revuelo de tormentas para qué tocarla
ahora, para qué entristecerla.
Ay
seguir el camino que se aleja de todo, donde no esté atajando la
angustia, la muerte, el invierno, con sus ojos abiertos entre el
rocío.
12
Para
mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo lo que estaba dormido
sobre tu alma.
Es en
ti la ilusión de cada día. Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia. Eternamente en fuga
como la ola.
He
dicho que cantabas en el viento como los pinos y como los
mástiles. Como ellos eres alta y taciturna. Y entristeces de
pronto, como un viaje.
Acogedora como un viejo camino. Te pueblan ecos y voces
nostálgicas. Yo desperté y a veces emigran y huyen pájaros
que dormían en tu alma.
13
He
ido marcando con cruces de fuego el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose. En ti,
detrás de ti, temerosa, sedienta.
Historias que contarte a la orilla del crepúsculo, muñeca
triste y dulce, para que no estuvieras triste. Un cisne, un
árbol, algo lejano y alegre. El tiempo de las uvas, el tiempo
maduro y frutal.
Yo
que viví en un puerto desde donde te amaba. La soledad cruzada
de sueño y de silencio. Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.
Entre
los labios y la voz, algo se va muriendo. Algo con alas de
pájaro, algo de angustia y de olvido. Así como las redes no
retienen el agua. Muñeca mia, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces. Algo
canta, algo sube hasta mi ávida boca. Oh poder celebrarte con
todas las palabras de alegría. Cantar, arder, huir, como un
campanario en las manos de un loco. Triste ternura mía, qué te
haces de repente? Cuando he llegado al vértice más atrevido y
frío mi corazón se cierra como una flor nocturna.
14
Juegas todos los días con la luz del universo. Sutil
visitadora, llegas en la flor y en el agua. Eres más que esta
blanca cabecita que aprieto como un racimo entre mis manos cada
día.
A
nadie te pareces desde que yo te amo. Déjame tenderte entre
guirnaldas amarillas. Quién escribe tu nombre con letras de humo
entre las estrellas del sur? Ah déjame recordarte cómo eras
entonces, cuando aún no existías.
De
pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada. El cielo es
una red cuajada de peces sombríos. Aquí vienen a dar todos los
vientos, todos. Se desviste la lluvia.
Pasan
huyendo los pájaros. El viento. El viento. Yo sólo puedo
luchar contra la fuerza de los hombres. El temporal arremolina
hojas oscuras y suelta todas las barcas que anoche amarraron al
cielo.
Tú
estás aquí. Ah tú no huyes. Tú me responderás hasta el último
grito. Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo. Sin
embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.
Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas, y
tienes hasta los senos perfumados. Mientras el viento triste
galopa matando mariposas yo te amo, y mi alegría muerde tu boca
de ciruela.
Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí, a mi alma sola
y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan. Hemos visto arder
tantas veces el lucero besándonos los ojos y sobre nuestras
cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.
Mis
palabras llovieron sobre ti acariciándote. Amé desde hace tiempo
tu cuerpo de nácar soleado. Hasta te creo dueña del universo.
Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,
avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.
Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los
cerezos.
15
Me
gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde
lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran
volado y parece que un beso te cerrara la boca.
Como
todas las cosas están llenas de mi alma emerges de las cosas,
llena del alma mía. Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me
gustas cuando callas y estás como distante. Y estás como
quejándote, mariposa en arrullo. Y me oyes desde lejos, y mi voz
no te alcanza: déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio claro como
una lámpara, simple como un anillo. Eres como la noche, callada
y constelada. Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me
gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y
dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una
sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
16
Paráfrasis a R. Tagore
En mi
cielo al crepúsculo eres como una nube y tu color y forma son
como yo los quiero. Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces,
y viven en tu vida mis infinitos sueños.
La
lámpara de mi alma te sonrosa los pies, el agrio vino mío es más
dulce en tus labios: oh segadora de mi canción de atardecer,
cómo te sienten mía mis sueños solitarios!
Eres
mía, eres mía, voy gritando en la brisa de la tarde, y el viento
arrastra mi voz viuda. Cazadora del fondo de mis ojos, tu robo
estanca como el agua tu mirada nocturna.
En la
red de mi música estás presa, amor mío, y mis redes de música
son anchas como el cielo. Mi alma nace a la orilla de tus ojos
de luto. En tus ojos de luto comienza el país del sueño.
17
Pensando, enredando sombras en la profunda soledad. Tú
también estás lejos, ah más lejos que nadie. Pensando, soltando
pájaros, desvaneciendo imágenes, enterrando lámparas.
Campanario de brumas, qué lejos, allá arriba! Ahogando
lamentos, moliendo esperanzas sombrías, molinero taciturno,
se te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad.
Tu
presencia es ajena, extraña a mí como una cosa. Pienso, camino
largamente, mi vida antes de ti. Mi vida antes de nadie, mi
áspera vida. El grito frente al mar, entre las piedras,
corriendo libre, loco, en el vaho del mar. La furia triste,
el grito, la soledad del mar. Desbocado, violento, estirado
hacia el cielo.
Tú,
mujer, qué eras allí, qué raya, qué varilla de ese abanico
inmenso? Estabas lejos como ahora. Incendio en el bosque! Arde
en cruces azules. Arde, arde, llamea, chispea en árboles de luz.
Se derrumba, crepita. Incendio. Incendio.
Y mi
alma baila herida de virutas de fuego. Quien llama? Qué silencio
poblado de ecos? Hora de la nostalgia, hora de la alegría, hora
de la soledad, hora mía entre todas! Bocina en que el viento
pasa cantando. Tanta pasión de llanto anudada a mi cuerpo.
Sacudida de todas las raíces, asalto de todas las olas!
Rodaba, alegre, triste, interminable, mi alma.
Pensando, enterrando lámparas en la profunda soledad.
Quién eres tú, quién eres?
18
Aquí
te amo. En los oscuros pinos se desenreda el viento.
Fosforece la luna sobre las aguas errantes. Andan días
iguales persiguiéndose.
Se
desciñe la niebla en danzantes figuras. Una gaviota de plata se
descuelga del ocaso. A veces una vela. Altas, altas estrellas.
O la
cruz negra de un barco. Solo. A veces amanezco, y hasta mi
alma está húmeda. Suena, resuena el mar lejano. Este es un
puerto. Aquí te amo.
Aquí
te amo y en vano te oculta el horizonte. Te estoy amando aún
entre estas frías cosas. A veces van mis besos en esos barcos
graves, que corren por el mar hacia donde no llegan.
Ya me
veo olvidado como estas viejas anclas. Son más tristes los
muelles cuando atraca la tarde. Se fatiga mi vida inútilmente
hambrienta. Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.
Mi
hastío forcejea con los lentos crepúsculos. Pero la noche llega
y comienza a cantarme. La luna hace girar su rodaje de sueño.
Me
miran con tus ojos las estrellas más grandes. Y como yo te amo,
los pinos en el viento, quieren cantar tu nombre con sus hojas
de alambre.
19
Niña
morena y ágil, el sol que hace las frutas, el que cuaja los
trigos, el que tuerce las algas, hizo tu cuerpo alegre, tus
luminosos ojos y tu boca que tiene la sonrisa del agua.
Un
sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras de la negra
melena, cuando estiras los brazos. Tú juegas con el sol como con
un estero y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.
Niña
morena y ágil, nada hacia ti me acerca. Todo de ti me aleja,
como del mediodía. Eres la delirante juventud de la abeja,
la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.
Mi
corazón sombrío te busca, sin embargo, y amo tu cuerpo alegre,
tu voz suelta y delgada. Mariposa morena dulce y definitiva
como el trigal y el sol, la amapola y el agua.
20
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, y
tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El
viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a
veces ella también me quiso.
En
las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas
veces bajo el cielo infinito.
Ella
me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus
grandes ojos fijos.
Puedo
escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la
tengo. Sentir que la he perdido.
Oir
la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma
como al pasto el rocío.
Qué
importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está
estrellada y ella no está conmigo.
Eso
es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se
contenta con haberla perdido.
Como
para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella
no está conmigo.
La
misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los
de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no
la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el
viento para tocar su oído.
De
otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo
claro. Sus ojos infinitos.
Ya no
la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el
amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi
alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y
éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
La canción
desesperada
Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy. El río anuda
al mar su lamento obstinado.
Abandonado como los muelles en el alba. Es la hora de
partir, oh abandonado!
Sobre
mi corazón llueven frías corolas. Oh sentina de escombros, feroz
cueva de náufragos!
En ti
se acumularon las guerras y los vuelos. De ti alzaron las alas
los pájaros del canto.
Todo
te lo tragaste, como la lejanía. Como el mar, como el tiempo.
Todo en ti fue naufragio!
Era
la alegre hora del asalto y el beso. La hora del estupor que
ardía como un faro.
Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego, turbia
embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!
En la
infancia de niebla mi alma alada y herida. Descubridor perdido,
todo en ti fue naufragio!
Te
ceñiste al dolor, te agarraste al deseo. Te tumbó la tristeza,
todo en ti fue naufragio!
Hice
retroceder la muralla de sombra, anduve más allá del deseo y del
acto.
Oh
carne, carne mía, mujer que amé y perdí, a ti en esta hora
húmeda, evoco y hago canto.
Como
un vaso albergaste la infinita ternura, y el infinito olvido te
trizó como a un vaso.
Era
la negra, negra soledad de las islas, y allí, mujer de amor, me
acogieron tus brazos.
Era
la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta. Era el duelo y las
ruinas, y tú fuiste el milagro.
Ah
mujer, no sé cómo pudiste contenerme en la tierra de tu alma, y
en la cruz de tus brazos!
Mi
deseo de ti fue el más terrible y corto, el más revuelto y
ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas, aún los
racimos arden picoteados de pájaros.
Oh la
boca mordida, oh los besados miembros, oh los hambrientos
dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh la
cópula loca de esperanza y esfuerzo en que nos anudamos y nos
desesperamos.
Y la
ternura, leve como el agua y la harina. Y la palabra apenas
comenzada en los labios.
Ese
fue mi destino y en él viajó mi anhelo, y en él cayó mi anhelo,
todo en ti fue naufragio!
Oh,
sentina de escombros, en ti todo caía, qué dolor no exprimiste,
qué olas no te ahogaron!
De
tumbo en tumbo aún llameaste y cantaste. De pie como un marino
en la proa de un barco.
Aún
floreciste en cantos, aún rompiste en corrientes. Oh sentina de
escombros, pozo abierto y amargo.
Pálido buzo ciego, desventurado hondero, descubridor
perdido, todo en ti fue naufragio!
Es la
hora de partir, la dura y fría hora que la noche sujeta a todo
horario.
El
cinturón ruidoso del mar ciñe la costa. Surgen frías estrellas,
emigran negros pájaros.
Abandonado como los muelles en el alba. Sólo la sombra
trémula se retuerce en mis manos.
Ah
más allá de todo. Ah más allá de todo. Es la hora de partir. Oh
abandonado!
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