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Nona Fernández: Vengo de una generación medio guacha
"Fuenzalida", de Nona Fernández. Random House Mondadori, Santiago, 2012, 269 páginas

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 12 de agosto de 2012

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Como El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, del argentino Patricio Pron, o Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra, la tercera novela de Nona Fernández (1971), después de Mapocho (2002) y Av. Diez de Julio Huamachuco (2007) se puede enmarcar en lo que Ignacio Echevarría llamó "la novela de los hijos de la dictadura", es decir la de aquellos escritores nacidos entre fines de los años sesenta y mediados de los setenta cuya infancia transcurrió en alguno de los regímenes militares de América Latina. "Desde entonces han terminado por ingresar en la madurez y están obligados a interpretar y asumir y no sólo recordar aquel pasado", observa el crítico.

Nona Fernández se siente cercana a esta definición. "Nos tocó ver, no ser los protagonistas -admite-. Tenemos la suerte de haber sido testigos y de haber tenido cierta distancia de los hechos. Podemos asumir el relato histórico e incluso contarlo desde otro lugar que no es la solemnidad, el discurso, la nostalgia de la izquierda". Pero añade: "A las categorías de Echevarría también agregaría el matiz de haber sido un niño en la dictadura de Plaza Italia para arriba o de Plaza Italia para abajo. No lo digo con un afán clasista, sino porque realmente las ópticas y las vivencias cambian en ese perfil".

Héroes rascas y culebrones

Fuenzalida es la historia de una guionista de teleseries, separada, madre de un hijo, que intenta reconstruir la figura del padre a partir de las escasas huellas que dejó en su vida. El detonante de esta búsqueda es una fotografía que encuentra en la basura: un maestro de artes marciales en los años setenta. Tal vez, su padre.

- ¿Cuándo empezaste a escribir "Fuenzalida"?
- Hay tres puntos de partida. El primero fue el día en que me comunicaron que mi padre, al que no veía hace veinticinco años, había muerto. El segundo fue el momento en que mi hijo me hizo por primera vez una pregunta sobre su abuelo materno, y yo me quedé sin respuesta. Y el tercero fue el día en que recibí la carta de un hermano que no conozco con unas cuantas fotografías de mi padre. Las únicas que tengo hasta el día de hoy.

- ¿La novela es una carta al padre en la que ajustas cuentas de la relación con el tuyo?
- No haría padecer a nadie un ajuste de cuentas personal con mi padre. Esta historia es más bien un juego de posibilidades, diversas elucubraciones y reflejos de un padre. Todos medio rascas los padres. El personaje es un héroe de la calle San Diego, un artista marcial con olor a fritanga del restorán de comida china que tiene al lado de su gimnasio. Parto de la anécdota de la hija que busca a su padre, tema absolutamente culebronesco ("Ajuste de cuentas del pasado"), para divagar sobre la escritura, sobre la historia, sobre los recuerdos y la basura, sobre la paternidad, sobre los hijos guachos.

- ¿Te obsesiona el tema?
- Vengo de una generación medio guacha. Vivimos la dictadura siendo chicos, teniendo conciencia de lo que pasaba, pero sin ser protagonistas porque los protagonistas fueron nuestros padres. En esos tiempos de intensidad absoluta no había medias tintas, cabían sólo dos posibilidades, o eras un héroe o eras un cerdo. Gran parte de los héroes murieron o desaparecieron y los que quedaron, fueron tragados por la democracia o se quedaron mudos, en shock . El resto, por omisión, por ceguera, por tontera o derechamente por maldad, fueron todos unos cerdos. Es el juicio histórico, no hay nada que hacerle. Es desde ahí también que aparece esta historia de una escritora que elucubra un padre héroe y un padre cerdo. Las únicas posibilidades que había en esos años.

- ¿Qué imagen, noticia o recuerdo fue el big bang de la historia? "El material adjunto", como dices en la novela.
- La historia de don Sebastián Acevedo, el padre que murió inmolado en Concepción el año 86, exigiendo que soltaran a sus dos hijos detenidos. Crecí con esa historia encima y fue una especie de mapa o ruta de viaje en la escritura de este libro. Quería construir un padre héroe y un padre villano. Don Sebastián iluminaba la idea del héroe, del padre que da todo por sus hijos.

- ¿Cuán importante fue tu trabajo como guionista en la serie "Los archivos del cardenal" para hacer el libro?
- Escribí "Los archivos" mientras escribía la novela, obviamente la historia está algo contaminada de todo ese universo. Los relatos de don Sebastián Acevedo y de Fuentes Castro, que está inspirado en el Wally, o el de Ricardo Antonio Ríos, que está inspirado en Contreras Maluje, el joven que se tiró a las ruedas de la micro en mi barrio para no ser detenido. Son historias que me pertenecen, son parte de mi adolescencia, crecí con ese imaginario instalado encima. Ahora sólo me hago cargo de ellas, las reelaboro y las hago parte de esta novela.

"Soy un animal de la ficción"

- El patrón para escribir culebrones que explicas en "Fuenzalida", ¿crees que es posible aplicarlo a la literatura?
- Siempre me he reído de los guionistas que se llenan de fórmulas para armar un guión. Estructuran y sobreintelectualizan tanto el material que las historias quedan tiesas y faltas de vida y vuelo. En la literatura pasa lo mismo. El lenguaje, el metalenguaje, el discurso, el sujeto, la novela de género. El patrón de escritura de la protagonista de Fuenzalida es bastante "charcha", me gusta esa palabra. Es una manera de jugar y reírme de las reglas escriturales. En la ficción la única regla posible es la de la expresión y la libertad. Lanzarse a la piscina desde el trampolín más alto, pelear el combate final aunque se pierda, que es lo más probable. Escribir es sólo "un juego sencillo, jugado en serio", como diría Bruce Lee.

- ¿Te gustan las películas de artes marciales?
- Amo los combates marciales. Qué es la escritura, sino un combate cuerpo a cuerpo. "Un juego sencillo jugado en serio, donde la palabra 'yo' no existe". Vuelvo a citar a Bruce Lee.

- La narradora se propone adoptar un "tono realista, testimonial" y a la vez escribir un " thriller político". ¿Fue tu intención original?
- Partí la escritura de Fuenzalida poco después de terminar el guión de "La ciudad de los fotógrafos", el documental de Sebastián Moreno y Claudia Barril, y pensé que ese era el tono exacto de la novela, el tono documental. Pero rápidamente entendí que el monstruo ficcionador que hay en mí no me iba a dejar tranquila y que la novela sería documental y culebrón, realidad y ficción, verdad y mentira, o más bien, mentira sobre mentira.

- En los créditos dices que el culebrón "puede estar anclado a la realidad y a la Historia".
- No entiendo la escritura si no está anclada a la realidad y a la Historia, en cualquiera de sus plataformas. En un guión, en una novela, en una obra de teatro. Soy un animal de la ficción, tengo triple militancia y si hay algo que tengo claro es que no existe obra posible si no está escrita con la ventana abierta, mirando a la calle, dejándose contaminar por la realidad. La escritura a puerta cerrada, sin ningún vínculo con el ahora, se queda en ejercicio egótico y aburrido.

- Mostrar la intimidad de los verdugos, ¿obedece a un intento de humanizarlos?
- Son gente común y corriente, no seres creados para el mal. Eso, por lo menos para mí, los vuelve más monstruosos. Matar a alguien y luego leer un cuento para hacer dormir a un niño, es un acto escalofriante. Darles humanidad no los exculpa, llegar en silla de ruedas, ser un anciano o alguien decrépito, tener vida familiar, soplar una vela de cumpleaños, no te vuelve mejor persona. Es lo que hacemos todos.

- La inclusión en la historia de un niño que debe ser salvado ya se veía en tu novela anterior. ¿De dónde surge este motivo en tu escritura?

- Crecimos con toques de queda, con casas de seguridad en la cuadra, con velatones, con funerales, con apagones, bombazos, con gente que amanecía quemada, baleada, torturada, fusilada. Y no lo digo como una pataleta, sino como una constatación real de mi imaginario de infancia y adolescencia. Yo creo que una parte de mi generación se quedó ahí, encerrada en esos tiempos de mierda, vestidos de uniforme, cabros chicos todavía, y en cada una de las novelas que escribo doy la pelea para tratar de hacer el rescate.



 


 

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"Fuenzalida", de Nona Fernández. Random House Mondadori, Santiago, 2012, 269 páginas.
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