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Prólogo a “Liceo de niñas” de Nona Fernández
Ediciones Oxímoron, 2016.

Por Lorena Saavedra

 


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No debemos olvidar, por tanto,
también y quizás sobre todo,
para continuar honrando a las víctimas de la violencia histórica.

Paul Ricoeur


El tiempo avanza sin darnos cuenta de lo que vamos dejando en la memoria. Pasado y futuro parecieran no importar demasiado, se vive en un presente que se consume en la cotidianidad, al fin y al cabo, en lo rutinario. Sin embargo, existen momentos de lucidez que nos retrotraen y permiten entender dónde estamos situados y el por qué de la realidad en que nos hallamos insertos. Es aquí donde el arte aparece como un espacio de resistencia en medio de la ferocidad del sistema de vida del que somos parte.

El teatro, arte político por excelencia, permite conocer nuestro pasado y anticiparse a posibles hechos futuros que puedan ocurrir.

La dramaturgia, documento y archivo tan preciado en nuestros días, sirve para saldar cuentas, exponer y reflexionar sobre épocas que han marcado a una sociedad. En el caso de Chile, es doloroso reconocer que la Dictadura Militar de Augusto Pinochet quebró sueños y aspiraciones de una parte importante de la sociedad civil; fueron 17 años que comenzaron con torturas, muertes, desapariciones y la implementación de la doctrina del shock; miedos y traumas que se impregnaron en los cuerpos de los chilenos traspasándose a generaciones venideras.

Por aquellos años, la década del 80 específicamente, un grupo de adolescentes comenzaría a emerger, poco a poco, de sus escondites. Uno de estos grupos fue el de los estudiantes secundarios, quienes −sin reparar en las consecuencias− comenzaron a manifestarse llegando, en algunos casos, incluso a perder la vida.

Ya en los años 90, parecía que todo volvería a encausarse y que la tan ansiada libertad y alegría inundarían las grandes alamedas. Claramente tal cosa no ocurrió. Por el contrario, pronto seríamos testigos de cómo la impunidad se haría latente, al intentar esta democracia pactada hacer vista gorda de los hechos perpetrados por una tropa de desalmados, que no mermaron en eliminar a quienes representasen un peligro en la consecución de sus objetivos.

Sin embargo, aparecería un grupo de mujeres y hombres que desde diversos frentes comenzarían a relatar el pasado reciente, acto a veces catártico y otros más personales, para hacer, de algún modo, justicia. Dentro de este escenario aparece la actriz Nona Fernández, con la publicación de El Cielo, una serie de cuentos que ya comenzarían a perfilar sus obsesiones literarias −las relaciones humanas, la dictadura, la memoria, la ciudad, los sueños−; luego vendrían Mapocho, Av. 10 de julio Huamachuco, Fuenzalida, Space Invaders y Chilean Electric, que dan cuenta no solo de las obsesiones, sino de su ética como mujer, artista y chilena inmersa en una sociedad líquida que vive de relaciones superfluas y donde el pasado se desvanece rápidamente, dando paso al olvido.

El arte y, en este caso especial, la dramaturgia, se han configurado como un dispositivo que permite el tránsito de la memoria, una suerte de bisagra entre la dictadura y la “democracia”. Una memoria colectiva que se va construyendo con los pedazos rotos de los recuerdos de unos y otros −si antes se luchaba contra el opresor, hoy la lucha tiene y debe ser contra el olvido−. Es justamente eso lo que nos presenta Nona Fernández en su obra, tanto sus cuentos y novelas, como lo que nos convoca en este prólogo, su dramaturgia.

Liceo de niñas, nombre muy acorde al movimiento estudiantil que se viene desarrollando con fuerza desde el año 2006, es un espejo de nuestra realidad. Tales acciones son consecuencia y respuesta a procesos no consumados desde sus orígenes, pues no resolver los traumas y dolores ocasionados por la dictadura cívico-militar e institucionalizar el olvido como estrategia política, solo provoca perturbaciones y falta de legitimidad para las nuevas generaciones. Estos conflictos no resueltos, más temprano que tarde, como ocurre en nuestros días, vuelven a latir y perturbar las vidas, configurándose en manifestaciones sociales de diversa índole. Ahora bien, también podemos entender Liceo de niñas  como un texto intempestivo, toda vez que su autora lo escribe y desarrolla fuera del marco de tiempo donde realmente ocurrieron o se circunscriben los hechos y, por otra parte, aun en tiempos de democracia, hablar y aludir tan directamente a temas que se les ha querido silenciar, puede ser inoportuno e inconveniente para un gobierno y una sociedad que mayoritariamente tienen ojos solo para el futuro. Sin embargo, como señala el personaje del profesor: “todos tenemos derecho a saber cómo son las cosas más allá de los límites de nuestro pequeño mundo” .

Dentro de este contexto, la dramaturgia de Nona Fernández no solo resulta interesante por las temáticas que aborda, memoria y política −temas que, por lo demás, pueden parecer muy vistos y hasta manoseados en el arte en general− sino por el modo en que construye sus textos. Interesante también es cómo desarrolla las historias alejándose de una corriente conmemorativa, solemne, descriptiva y evocativa, para dar paso a textos donde la distancia temporal y emocional de la autora le permite hablar desde otros lugares, ya no desde la herida aún gravitante y abierta, sino desde el recuerdo suyo y de sus contemporáneos que han traspasado sus vivencias y que reflexionan sobre un pasado no resuelto.

Su trabajo, absolutamente contingente, es una vuelta clara a contar historias, en el cual diálogos y personajes se convierten en el ingrediente principal y donde se cruzan y permean aspectos de su vida personal, el documento y la narración. Todos estos aspectos se fusionan en la creación de una ficción, apareciendo guiños a sus propios fantasmas, que finalmente son los espectros que aún acechan en nuestro presente. Del mismo modo, al incorporar personajes espectrales que siguen circulando en los recuerdos de muchos chilenos como, por ejemplo, Alfa Centauro, Nona Fernández propone saldar las deudas pendientes para con ellos y, al mismo tiempo, rendirles el homenaje que la historia y el arte no han sabido rendir.

Al igual que su anterior trabajo dramático El taller, la obra Liceo de niñas nace de acontecimientos reales ocurridos en la década del 80: la emblemática toma del Liceo A-12 en julio de 1985 en Santiago de Chile y los asesinatos de los hermanos Vergara Toledo y Marco Ariel Antonioletti.

El argumento trata sobre un grupo de jóvenes estudiantes que durante una marcha en el año 85 se esconden en los sótanos de su liceo, para no ser detenidas por carabineros, y del que saldrán 30 años después sin darse cuenta del paso del tiempo y de los cambios acontecidos. Una vez fuera de su escondite se encuentran frente a un profesor en pleno 2015, profesor que es símbolo del modelo de vida implantado por la dictadura cívico-militar: el neoliberalismo. La obra nos presenta a tres chicas empoderadas, un profesor abatido por el sistema y un fantasma con una doble lectura: símbolo de la lucha y los sueños y de la revolución inconclusa. También existe otro personaje, que si bien no aparece en escena, se alude a él en variadas ocasiones; este es Carvajal, símbolo de la traición y la falta de integridad ética.

Las ahora mujeres, al avanzar la obra, se dan cuenta que ya no son las jovencitas que se preparaban para la P.A.A; ahora son unas jóvenes envejecidas que emergen a la luz en su tan ansiada democracia. Sin embargo, este nuevo presente no es lo que esperaban. Al contrario, en la Alameda transita una marcha estudiantil en pleno 2015, pero Maldonado cree que están en los 80, pues al salir a la calle se encuentra con que “Está todo igual, esta cuestión no ha avanzado nada en este tiempo que llevamos allá adentro. Había una tremenda pelotera, se llevaron detenidos a dos compañeros del Aplicación y a cinco compañeras del Liceo 7. Los pacos los subieron a la micro a punta de patadas y culetazos. Guanacos, zorrillos, lacrimógenas. ¡Miren cómo me dejaron estos desgraciados!”. ¡Por lo visto, las cosas no han cambiado mucho!

Por otra parte, no es casual que la acción suceda en el laboratorio de física donde se ha escondido el profesor. Que la obra se inscriba en ese lugar puede ser entendido como una analogía de lo que ha sido Chile, un laboratorio donde se ha jugado y experimentado con una sociedad. Asimismo, este hecho sirve para explicar −luego de entender el profesor que no le están tomando el pelo−, el paso del tiempo y su relatividad, de los astros, los planetas y el viaje de la luz. De este modo podrán entender que no han sido un par de meses como creen, sino tres décadas las que han pasado sobre ellas, donde ya no se graduaron, no fueron profesionales y, seguramente, no serán madres. Han luchado por una causa que fracasó, sus compañeros de lucha ya no están con ellas; otros murieron, quedando en el olvido de una sociedad que no es la de antaño; unos cuantos están sumergidos en el sistema, y otras, como Épsilon Sagitarius, tratan de sobrevivir, en la medida de lo posible, con sus propios fantasmas.

El texto, a lo largo de sus módulos, va haciendo alusión tanto al mundo real como al cosmos, para explicar, no solo a través de la palabra, sino también de la percepción, las imágenes y la emoción, los anhelos de una generación que creía que los sueños podían cumplirse: “Alfa Centauro, o sea yo, soñaba o sueño, que soy el Mayor Gagarin. Alfa Centauro, o sea yo, soñaba o sueño, que estoy ahí, encerrado en la Vostok 1”. Es desde la ficción y la frontera espectral de la memoria, donde se pueden cambiar las verdades establecidas e inmutables por el bien de una sociedad. Este personaje está presente para entender que cualquiera de nosotros pudo ser o puede ser un fantasma violentado en sus ideales.

La traición, los sueños, la amistad, la revolución, la política y la democracia aparecen en el relato de Liceo de niñas que, en resumen, se traduce en la frustración de un grupo de estudiantes que ven que los ideales por los que su generación luchaba hace treinta años, en el Chile del 2015 siguen siendo los mismos. Pero ¿qué ocurre cuando los sueños son quebrados? O, peor aún, ¿qué acontece cuando se cree en algo que finalmente no sucede? Preguntas que se responden en la afasia (voluntaria en este caso) provocada por el trauma que vivió Épsilon Sagitarius. Las jóvenes que se escondieron en el año 85 pensaron en otros aires y al salir a la luz en el 2015 se dan cuenta que el privilegio solo lo tuvieron algunos, que la des/memoria, la indiferencia e individualismo se forjó en la educación de mercado, en la competencia entre los individuos, justamente todo aquello contra lo que ellas luchaban. Lo sucedido en la realidad/ficción que crea Nona Fernández permite reflexionar acerca de cómo “los adultos responsables”, a quien debíamos creer y seguir, no se hicieron ni se han hecho cargo de las generaciones post golpe, pues se ha querido obviar los crímenes y abusos en nombre de la reconciliación y el consenso.

Sus textos dramáticos, como también sus novelas, dialogan entre el pasado y el presente como única forma de mirar hacia el futuro. La ficción que crea a través de sus personajes permite reconstruir parte de la historia de Chile, para ayudar a la restauración de la memoria colectiva, proceso que en la década del 90 se quiso omitir a través de la negación de un pasado. Si para ello es necesario aludir a actos perversos, hablar de los sitios oscuros, de los agujeros negros, de hechos trágicos, de muertes y violación a los derechos humanos, sus obras no serán impedimento para conseguir −a través de mecanismos y dispositivos textuales y escénicos− acceder a la revisión histórica y también a nuestra propia memoria. De este modo, los textos de la autora intentan combatir las estrategias del olvido que se han intentado implementar desde el golpe, pasando por la transición y que aún persisten en nuestros días.

El texto inserto como punto de partida en hechos ocurridos en años de dictadura militar, refleja el acto de escribir desde un lugar que habla de la experiencia de vivir y habitar un territorio devastado y donde nacen una diversidad de formas y estilos que asumen el cambio de paradigma en este nuevo siglo. De este modo, Nona Fernández plasma sus propios recuerdos, sus propias vivencias y las de sus contemporáneos, su punto de vista, un pensamiento y reflexión que expresa una mirada particular del mundo en que vivió y en el que hoy, pasado varios años y distintos gobiernos, parece seguir inmóvil y anestesiado ante los abusos cometidos. Recuperar nuestra conciencia sobre el pasado próximo es una tarea que autores como Nona Fernández utilizan a modo de una resistencia ética y política en su espacio de la literatura y el teatro. Es su bandera de lucha, pero no solo para recordar, sino también para transformar y avanzar y “entender que las raíces en las que se sostiene nuestro presente están ancladas al pasado”



 

 

 

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