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El Universo Zúñiga
"La trágica agonía de un pájaro azul", de Carla Zúñiga (Ediciones Oxímoron, Colección Escena, 2017)

Por Nona Fernández S.


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Nina es fea. No tiene pareja y acaba de perder el trabajo. Su hija Paula murió hace un tiempo y, aunque dice que no está deprimida, le ha anunciado a su madre que se va a suicidar. Nina es la protagonista de esta historia de madres e hijas. De mujeres que mueren y de mujeres que intentan sobrevivir a esas muertes. La triste y entrañable Nina, lejos del impuesto modelo femenino exitoso y bello, es una clásica heroína del efervescente y dislocado Universo Zúñiga.

La trágica agonía de un pájaro azul es la decimosegunda obra de Carla Zúñiga, y con ella consolida este territorio delineado en cada una de sus historias anteriores. Un mundo paralelo diseñado con el doblés de las cosas, con la sombra, con lo que habitualmente ignoramos o no queremos ver. Como una sonda, el ojo de Zúñiga viaja, metiche y curioso, recopilando los materiales con los que ha fundado este nuevo mundo. Su búsqueda la hace en la calle, en completo contacto con su época, con la realidad, y su deuda está ahí, en darle a todo lo que su mirada recoge, un espacio, un lugar de enfoque, un cenital que le dé el protagonismo que en el mundo real nunca tendrá.

El Universo Zúñiga está lleno de mujeres feas, golpeadas, abusadas, abandonadas. Mujeres enfermas, mujeres cahuineras. Niñas gordas a las que les hacen bullying, niñas solitarias que se hacen pichí en la cama. Hay también viejas tontas, viejas olvidadizas, viejas entrometidas. Lesbianas que son cuestionadas, madres solteras, hijas huachas, abuelas sostenedoras, sobrinas locas, vecinas copuchentas, comunidades femeninas enmarañadas, enredosas y cariñosas, porque en el Universo Zúñiga se articula un discurso de género que sacude las normas del estereotipo de lo correcto, lo normal y lo bello, para dar cuenta del contexto de las mujeres reales. En su obra anterior, Sentimientos, por ejemplo, el ojo Zúñiga encuentra a Antofagasta, la joven protagonista de un popular video que corre por el mundo virtual en el que se la ve participando de una orgía con un grupo de compañeros. Antofagasta, que nunca niega haber disfrutado de la situación, sufre las consecuencias por lo que ha hecho. Todo su entorno la cuestiona e insulta, mientras a sus compañeros no se les dice absolutamente nada, evidenciando así la violencia de género imperante y normalizada. En Historias de amputación a la hora del té, otro ejemplo, Laurita tiene cáncer y va a morir igual que su madre. Criada por su abuela y por un entorno de mujeres horribles, Laurita tiene un sólo deseo, conocer a su padre antes de morir. El ojo Zúñiga rescata así una larga tradición de hijas huachas, abandonadas por sus padres y criadas por sus abuelas, en esa usanza de familia distinta, sin presencia paterna, tan común en la sociedad chilena desde sus orígenes hasta el día de hoy.

Hay un gran sentido del humor circulando en el Universo Zúñiga. Sus historias son dramáticas, pero el ojo Zúñiga las enfoca buscando siempre una óptica distinta, torcida, graciosa, bizarra, que distancia del drama en un comienzo para finalmente hacernos caer en un vacío trágico y demoledor. Laurita, la niña enferma de cáncer, muere. Antofagasta, la joven del video, se suicida. Lo que presenciamos siempre es el último canto del cisne, la epifanía final. Mujeres que se han sentido encerradas en realidades agobiantes, logran liberarse. Esa liberación es dolorosa y triste, pero la vivenciamos con la misma empatía y ternura con la que el ojo Zúñiga la diseña, porque hay aquí una mirada compasiva. Los personajes elegidos para habitar este mundo son los más feos, los más necesitados, los que están en problemas, y es a ellos a los que el ojo Zúñiga se dedica con cuidado maternal preparando su rescate.

Vuelvo a Nina, la protagonista de La trágica agonía de un pájaro azul. Pienso en su duelo y su tristeza. Pienso en su anuncio suicida y en Ema, su madre, que hace intentos delirantes para volver a entusiasmarla con la vida. Pienso en Norma, Cecilia y Elena, el trío de amigas que con incuestionable complicidad se unen a los intentos de Ema por rescatar a Nina de su tristeza. Pienso en Erika, la mujer que toca el timbre. Pienso en sus heridas que no paran de sangrar, en su luto secreto que la emparenta con Nina, en la admiración que siente por ella y en sus sutiles llamados de auxilio. Pienso en Pilar, la costurera inmigrante y el hijo enfermo que carga en un bolso, como quien carga una sentencia de muerte. Pienso en Julio o Julia, esa pequeña criatura abandonada en una perrera, que se parece tanto a Paula, la hija muerta de Nina. Pienso en los delicados reflejos de abandono y muerte que envuelven a estas mujeres. En sus dolores, sus carencias, sus penas. En los lazos entrañables que el ojo Zúñiga traza entre ellas como una manta protectora. Pienso que esos lazos se escriben con generosidad y afecto y que es justamente así como llegan a nosotros para conmovernos como lo hacen. Hay una intención cariñosa y justiciera en el ojo Zúñiga que lo lleva a hacerse cargo de los casos perdidos, lo obliga a mostrarnos que hay belleza en lo horrible, en lo grotesco, en lo patético. Y que, por lo menos en los límites de su escritura, el mundo puede ser un espacio generoso, extensivo y democrático, donde hay un lugar para todos los que no tienen lugar.

“Ojalá los padres y los hijos vivieran para siempre. Pero eso no es posible y la gente que uno ama se muere y no nos queda más que ser valientes y hacernos pichí en la calle”, dice Erika, la mujer que toca el timbre, mientras alguna de sus heridas sangra. Tal como sangra el pájaro de Paula en el basurero con un tenedor enterrado en el pecho. Esta es una obra de madres e hijas. De mujeres que mueren y de mujeres que intentan sobrevivir a esas muertes. Y es también la agonía trágica de un pájaro encerrado que se decide a abrir su jaula para lanzarse y volar.


Santiago de Chile, Mayo 2017


 

 

 

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