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Dos fragmentos de Av. 10 de Julio Huamachuco

Extracto del capítulo El Palacio del Repuesto, de la novela "Av 10 de julio Huamachuco"
(Uqbar, 2007), de Nona Fernández S.
Ganadora del Premio Municipal de Literatura 2008




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De Av. 10 de Julio Huamachuco, última novela de la narradora chilena Nona Fernández (Santiago, 1971), les presentamos dos fragmentos; aparecidos ambos en el primer número de Revista Contrafuerte.

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La noche del 24 de mayo de 2001 Carolina Montes Moreno, María Gracia Solar Serrano y Luciana Ferrer Donoso, todas de trece años, compañeras del octavo básico B del Instituto Claretiano de Vitacura, asistieron a la celebración de cumpleaños número trece de una compañera de curso en una discoteca del sector alto de la ciudad. Cuando el reloj marcó las tres de la mañana, Mario Fernández Fernández, cuarenta y un años, casado, dos hijos, domiciliado en el paradero veinte de Avenida La Florida, llegó a las puertas del local en el que se encontraban las menores y estacionó su taxi, un Nissan Sentra, modelo Ex 1.8, con el firme propósito de llevarlas a sus respectivos domicilios, tal como había convenido con sus padres. Desde el interior del auto, Mario sacó su teléfono celular y llamó al número de Carolina Montes Moreno reportando su llegada. Luego de cuarenta largos minutos de espera, Mario volvió a llamar y mantuvo un breve diálogo con Carolina en el que argumentó la preocupación que seguramente debían tener sus padres debido a la hora que era. Carolina Montes Moreno contestó que se encontraba en problemas con María Gracia Solar Serrano, que de tan borracha no se tenía en pie, y con Luciana Ferrer Donoso, que no quería abandonar el lugar ni al joven con el que permanecía en un rincón de la fiesta.

Luego de la conversación con la menor, Mario Fernández Fernández decidió llamar a los padres de las jóvenes para alertar sobre el atraso y pedir consejo, pero no obtuvo respuesta de ninguno. Al día siguiente argumentarían frente a carabineros que se encontraban durmiendo y que ésa era la razón por la cual no respondieron a los llamados del taxista. Sin respuesta de los padres, Mario Fernández Fernández decidió tomar cartas en el asunto y se bajó de su auto dirigiéndose al recinto para sacar a las tres menores.

Carolina Montes Moreno se encontraba en la puerta esperándolo y lo condujo al baño de mujeres donde María Gracia Solar vomitaba y lloraba abrazada a una taza de water. Mario Fernández Fernández humedeció su pañuelo y después mojó la cara de la joven para que ésta se sintiera mejor. Trató de conversar con ella y averiguar los motivos del llanto, pero ni la propia María Gracia los tenía claros y sólo respondía que la embargaba una gran pena, una pena enorme que la hacía llorar y vomitar. Fernández Fernández le tomó la mano a la joven y estuvo con ella consolándola de nada hasta que ésta logró recomponerse un poco. Luego la puso de pie y la tomó en sus brazos para llevarla al taxi. En el momento de depositarla en el asiento posterior, María Gracia volvió a vomitar, ensuciando el pantalón de Mario y el tapiz recién cambiado del auto.

Luego de dejar a las dos jóvenes en el vehículo, Mario Fernández Fernández volvió al local para hacerse cargo de Luciana Ferrer Donoso. Al entrar a la discoteca no fue difícil reconocerla porque la menor estaba bailando sobre un cubo junto a un muchacho algo mayor que ella y se disponía a despojarse de las prendas superiores de su vestimenta frente a los aplausos y vítores del resto de los presentes. Antes de que la joven se sacara el sostén o brasier, como extrañamente lo llamó Fernández, el taxista procedió a tomarla de una muñeca con fuerza y a bajarla del cubo. Luciana se resistió argumentando que Fernández Fernández era un roto, que no debía tocarla, qué le importaba que lo hubieran mandado sus papás, viejos de mierda, no estoy ni ahí. Mario Fernández, acostumbrado a estos incidentes, tomó a la niña en brazos y en contra de sus deseos la llevó hasta el taxi. Allí la vistió con dificultad gracias a la colaboración de Carolina Montes Moreno.

Una vez que las tres menores se encontraban sentadas y vestidas en el asiento posterior del taxi, Mario procedió a encender el motor y a alejarse del lugar rumbo a la casa de cada una de las jóvenes. Mientras manejaba intentó llamar nuevamente a los padres para ponerlos sobre aviso del atraso, pero su llamada no obtuvo respuesta. Siendo cerca de las cuatro y media de la mañana, los padres continuaban durmiendo y ningún llamado que tuviera que ver con sus hijas, o con lo que fuera, los despertó.

Al llegar a una rotonda María Gracia se mareó y vomitó sobre la blusa de Luciana. Luciana se molestó mucho con el incidente y argumentó que no soportaba el olor y que debía bajarse. En un arranque de asco, Luciana Ferrer Donoso intentó abrir la puerta del Nissan cuando éste se encontraba en movimiento. Como Fernández había previsto una situación así, antes de partir con las tres menores desde la discoteca, activó los seguros infantiles de las puertas traseras impidiendo que éstas pudieran ser abiertas desde el interior. Luciana, comprendiendo la situación, comenzó a imprecar a Fernández Fernández diciendo que le abriera la puerta, que no podía obligarla a estar ahí, que no soportaba ese olor a vómito de la tonta huevona de la María Gracia y que se iba a arrepentir si no le abría, picante de mierda. Fernández Fernández hizo oídos sordos y mantuvo su vista fija en el camino en el que se avecinaban algunas curvas. La joven Luciana Ferrer entró en un ataque de nervios que sus compañeras no pudieron aplacar pese a sus variados intentos. Cállate huevona, cállate tú, huevona, y un nuevo vómito, y más asco y más neurosis, y me quiero bajar, ábranme la puerta, te voy a acusar a mi papá, roto culiao, ábreme la puerta, y Luciana Ferrer se abalanza sobre Fernández Fernández con el objetivo de que éste le abra la puerta o detenga el auto, o tal vez sin ningún objetivo claro, y Fernández Fernández hace su mejor esfuerzo, pero pierde el control del vehículo cuando las curvas ya no se avecinan, si no que más bien están por debajo de los neumáticos, y el taxi se vuelca y patina sobre su techo de lata sacando chispas en el suelo hasta estrellarse contra un muro de cemento.

De los cuatro pasajeros del taxi sólo sobrevivieron dos: Luciana Ferrer Donoso y Mario Fernández Fernández. Carolina Montes Moreno y María Gracia Solar Serrano murieron en el impacto. Los cuerpos de las jóvenes fueron trasladados directamente al Instituto Médico Legal de Santiago, mientras que Luciana y Mario fueron a dar de urgencia a la Posta Central. Luciana perdió su pierna derecha a la altura de la rodilla y Mario Fernández Fernández se encuentra cumpliendo condena en la cárcel pública. Los padres de las jóvenes determinaron que él era el responsable de los hechos y luego de dos años de litigio lograron encarcelarlo por el cuasi delito de homicidio.

Del Nissan Sentra, modelo Ex 1.8, no quedó mucho. Sus restos estuvieron abandonados durante largo tiempo en el patio de la tercera comisaría de Lo Barnechea. De él pude extraer los asientos delanteros, recién tapizados y sin rastros de vómito. Ahora esos asientos son parte de mi furgón.

 

* * *

 

La madrugada del 5 de marzo de 2003 una pequeña niña aparece degollada en la maleta de un Citroën CX patente UT 34217 en el sector del Parque O’Higgins, frente a las boleterías del centro de diversiones infantiles Fantasilandia, entre la avenida Beaucheff y la tribuna de la elipse. El cuerpo de la víctima presentaba heridas profundas en la zona del cuello inferidas con arma blanca.

El hallazgo del cadáver ocurrió a las seis de la mañana. El guardia de turno de Fantasilandia, Ricardo Tapia Bustos, cuarenta años, domiciliado en Peñalolén, encontró el Citroën CX estacionado frente a la reja del parque. El suceso poco común le llamó la atención y por este motivo se acercó con curiosidad al vehículo, descubriendo que la maleta de éste se encontraba a medio abrir. Al levantar del todo la compuerta, Ricardo Tapia Bustos pudo ver el cuerpo degollado de la niña. Impactado con el hallazgo, Tapia Bustos dio aviso de inmediato a carabineros quienes, transcurrido el medio día, lograron identificar a la víctima con el nombre de Amalia Silva Rodríguez, de tres años de edad, domiciliada en la calle Roberto Espinoza, a quien se buscaba desde la noche anterior a raíz de una denuncia hecha por su padrastro Pablo Méndez Castro a la cuarta comisaría de carabineros.

A los pocos minutos de ser identificado el cuerpo, la madre de la menor, Regina Rodríguez Pereira, treinta y dos años, domiciliada en Roberto Espinoza, y su esposo, Pablo Méndez Castro, treinta y seis años, domiciliado en el mismo inmueble, acudieron al llamado de carabineros. Captó la atención de la policía la tranquilidad de estas dos personas al contemplar el cadáver de la niña con la garganta cortada. Fue esta extraña situación la que dio pie para descubrir al autor del crimen.

El primero en ser interrogado fue Ricardo Tapia Bustos, guardia de Fantasilandia, quien declaró lo ya narrado anteriormente. La segunda en ser interrogada fue Emilia Contreras Peredo, cincuenta y tres años, comerciante, domiciliada en la calle Aldunate, dueña del Citroën CX. Su declaración fue simple y concisa. Luego de una jornada de trabajo en la tienda familiar de artículos plásticos El Bichito de Goma, Emilia Contreras Peredo retornó a su hogar y estacionó su auto frente a su casa como lo hace todas las noches. No se enteró de que su vehículo había sido sustraído, hasta que recibió una llamada de carabineros a las siete de la mañana del día siguiente, anunciándole que un auto con sus documentos se encontraba frente a Fantasilandia con el cadáver de una niña degollada en el maletero.

La tercera en ser interrogada fue la madre de la menor, Regina Rodríguez Pereira, quien a los pocos minutos de ser sometida a este proceso, declaró entre lágrimas que el autor del crimen era su marido, Pablo Méndez Castro. Méndez Castro fue expuesto al mismo tránsito, confesando rápida y fríamente su terrible delito.

La narración de Méndez Castro fue larga y detallada. En ella expresó que desde hace bastante tiempo venía planeando la muerte de su hijastra, a quién odiaba profundamente, ya que, según dijo, era la causa de las desavenencias con su mujer, Regina Rodríguez Pereira. La cabra chica era enferma de hinchapelotas, declaró. Nos sacaba los choros del canasto todo el día, no nos dejaba ni culiar tranquilos, pendeja de la concha de su madre, me tenía chato.

La tarde del cuatro de marzo de 2003, poco después de las diecinueve horas, Castro Méndez llevó a la pequeña Amalia a pasear al Parque O’Higgins con el firme propósito de deshacerse de ella. Caminaron por entre los árboles y esperando que oscureciera, Méndez Castro le ofreció a Amalia ir a Fantasilandia, a ese lugar de juegos luminosos que la niña miraba siempre desde la reja sin poder entrar porque no tenían los medios económicos para hacerlo. La menor, que no sospechaba ni comprendía la situación, avanzó entusiasmada con la esperanza de que por fin entraría al parque de diversiones. Sin embargo, siendo ya de noche, la entrada se encontraba cerrada y sólo pudieron llegar hasta la reja y mirar los juegos vacíos desde el exterior. La niña, acostumbrada al rito de observar desde afuera, se quedó allí, quieta, concentrada en un carrusel que no andaba, en una montaña rusa alta y silenciosa, en un tobogán desierto. Viéndola así, Castro Méndez consideró que ése era el momento esperado y sacando un cortaplumas que había afilado premeditadamente, tomó a la niña por la espalda y empezó a cortarle el cuello con gran fuerza. La menor gritó instintivamente a lo que Castro Méndez o Méndez Castro, como sea, declaró haber enterrado con mayor profundidad la hoja asesina, socavando en una herida de la cual manaba sangre a borbotones. En pocos segundos, que para Castro Méndez parecieron horas, la menor dejó de gritar y expiró.

Luego de mirar a la niña unos instantes y de asegurarse de que estaba completamente muerta, Castro Méndez o viceversa, limpió el cortaplumas y sus manos en el pasto, y tomó el camino hasta su casa dejando el cuerpo inerte de la pequeña Amalia frente a la reja de los juegos infantiles. Al llegar a su domicilio en Roberto Espinoza, Castro Méndez llamó a carabineros denunciando la desaparición de su hijastra Amalia Silva Rodríguez con el propósito de despistar la posible atención de las autoridades sobre él. Luego de colgar, por alguna razón inexplicable, Castro Méndez sintió pánico. De pronto temió que alguien descubriera el cuerpo de la niña y pudiera implicarlo en el crimen. Por este motivo fue que resolvió volver al lugar de los hechos y esconderlo rápidamente.

Siendo cerca de las doce de la noche, Castro Méndez tomó el mismo camino por el que había andado hacía unas horas. Al pasar por la calle Aldunate sustrajo el Citroën CX del frontis de la casa de la en ese momento dormida Emilia Contreras Peredo. Con el auto llegó hasta el lugar del crimen y tomó en sus brazos a la niña para depositarla en el maletero del vehículo. Castro Méndez se disponía a huir con el auto y el cadáver cuando un grupo de jóvenes, posiblemente universitarios de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, que se encuentra muy cerca, pasaron por el lugar. El asesino no lo pensó dos veces y corrió por el Parque imaginando que lo descubrirían. Castro Méndez, o Méndez Castro, llegó nuevamente a su casa, pero esta vez no salió más hasta que recibió el aviso de la cuarta comisaría de carabineros informándole que habían encontrado el cuerpo sin vida de su hijastra, Amalia Silva Rodríguez.

El Citroën CX fue a dar a una casa de compra venta automotriz luego de variados e infructuosos intentos de venderlo por parte de su dueña, Emilia Contreras Peredo. En la casa de compra y venta tampoco tuvo buena suerte y luego de dos años de estar allí, Emilia, quien no quería el automóvil por ningún motivo después de los escabrosos acontecimientos ocurridos en él, decidió venderlo a una desarmaduría. Allí el auto fue desmantelado y de él adquirí los focos delanteros y traseros. Ahora esos focos viajarán conmigo en mi furgón.

 

 

 



 

 

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