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Los cortocircuitos y chispazos de Nona Fernández
Por Amelia Carvallo
Publicado en http://www.mercuriovalpo.cl/, 6 de marzo de 2016
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La pasada primavera, la escritora y actriz Nona Fernández (Santiago, 1971) publicó su más reciente novela, "Chilean Electric" (Alquimia Ediciones). Se trata de un breve registro, a partir del recuerdo de su abuela sobre la noche en la que llegó la electricidad a la Plaza de Armas de Santiago. Aunque la fecha de la iluminación fue en 1883 y su abuela nació en 1908, este "recuerdo falso" sirvió para reunir episodios, testimonios y reflexiones sobre ese claroscuro que es la historia de Chile.
— El lunes pasado, hojeando El Mercurio de Santiago en la parte de las efemérides, retuve este dato a partir de "Chilean Electric". Dice así: "1 de marzo de 1916: la calle Ahumada tendrá el mejor alumbrado de la capital a contar de un nuevo tipo de lámparas de 60 bujías". Si te fijas, fue23 años después del encendido de la Plaza de Armas. Quizás eso fue lo que vio tu abuela cuando tenía siete u ocho años.
— Todo es posible en el misterio de ese recuerdo falso que me implantó mi abuela. Es posible que ella haya asistido a ese alumbrado del que me hablas en la calle Ahumada, o al del cerro Santa Lucía, o a otro posterior en otros lugares del centro de Santiago. Es posible también que su padre, el técnico alemán, le haya regalado la escena de la Plaza de Armas, u otra parecida, y que en esa posta de relato haya llegado hasta mí. Pero los recuerdos son como los sueños personales, arbitrarios y engañosos. Entonces es mejor no desentrañarlos del todo, sino disfrutar lo que queda reverberando de ellos.
— Tu abuela es la Blanca Pérez de la dedicatoria, ¿no? ¿Qué crees que le hubiera parecido la novela?
— Sí, ella es mi abuela, secretaria ministerial, registradora de datos, historias y recuerdos falsos. La mujer que me regaló su máquina de escribir y con ella el don del registro y la palabra. Está muerta, pero revolotea como una luciérnaga o una polilla a mi alrededor. Creo que se habría reído con esta historia, pero no le habría gustado que ventilara todos los cuadernos, lápices y libretas que se robó del Ministerio del Trabajo.
— ¿Cuánto tiempo te tomó poner en el papel "Chilean Electric?
— Un par de años. Partí queriendo escribir un libro de crónicas sobre Santiago que a lo mejor algún día lo hago.
— Tengo la impresión de que en tus ficciones recurres harto al tema de la memoria, sus fantasmas y ternuras. ¿Es así?
— Los demonios salen y uno los controla poco. La obsesión por la memoria pena desde que me puse a escribir. Al comienzo no era muy consciente, pero ya tengo varios libros y obras de teatro, entonces ahora me resulta evidente y voy siguiendo ese camino de investigación con mayor propiedad. No sé por qué, pero a veces creo que tiene que ver con el momento histórico que me tocó vivir. Soy parte de una generación que creció y maduró con ese discurso impuesto de dar vuelta la página, de no hablar del pasado reciente del país, de mirar el futuro y olvidar. Esos eslóganes, que son tan comunes después de los grandes traumas, me cayeron mal del comienzo. Los 90 fueron años amnésicos y yo comencé a instalarme en el mundo y a escribir ahí. Puede ser un gesto como de pataleta de mi parte que desde "Mapocho" -mi primera novela- en adelante solo trate de reconstruir una escena que ya ocurrió. Cazando pistas, recuperando testimonios, armando el puzzle del crimen y tratando de darles una voz a esos fantasmas que ya no pueden hablar. Vocación de médium y de tira.
— Y vuelves a situarte en Santiago.
— Creo que la ciudad nos determina, nos marca, en gran medida estamos hechos de ella, somos un poco ella también. Y entonces vuelvo a investigar una vez más en esa obsesión que tengo por mi ciudad. Son historias personales vinculadas a la ciudad o historias de la ciudad vinculadas a historias personales.
— ¿Te enteraste del "recuerdo falso" de tu abuela haciendo la investigación previa a la novela?
— Había fantaseado con algunas ideas y me pareció que la mejor crónica para entrar en ese libro debía ser aquella escena que mi abuela me contaba con tanta pasión cuando yo era niña. La ceremonia de la luz. La llegada de la luz a la Plaza de Armas, en la que supuestamente su padre había participado. Lo tenía todo: la Plaza, corazón de la ciudad, punto cero del recorrido que pensaba hacer, y además el momento en que todo comenzaba a iluminarse. ¿Qué mejor escena podía elegir para inaugurar el libro? Pero cuando comencé a investigar sobre la escena de la Plaza, más allá del recuerdo de mi abuela, descubrí que había ocurrido en 1883, exactamente 25 años antes del nacimiento de ella. Ahí el libro tomó su propio camino. Ya no sería solo una crónica sobre la escena del estreno de la luz en la Plaza de Armas, sería una investigación sobre el gesto de memoria y relato de mi abuela. El por qué me inoculó un recuerdo falso. Un libro sobre la luz y la sombra. Sobre lo contado y lo no contado. Sobre lo escrito y lo inventado. Sobre lo que queda y lo que se olvida. Un libro mitad ficción y mitad documental.
— Ante un eventual nieto o nieta, ¿qué primer recuerdo escogerías de tu repertorio para contarle?
— Probablemente le contaría que una noche, en la pieza oscura de mi abuela, escuché el recuerdo de cuando ella asistió a la inauguración de la luz eléctrica en la Plaza de Armas de mi ciudad.
Ombligos y Allende
— ¿Qué encierra para ti la frase de Allende que citas, aquello de "más pasión y más cariño"?
— Es la fucking receta para que las cosas funcionen un poco mejor. Actuar desde el cariño, no desde el bolsillo. Pensar en el otro como un compañero, no como un cliente o un empleado o un jefe. Dejarse entusiasmar, enloquecer con la posibilidad de construir cosas en conjunto, que favorezcan a todos, no a unos pocos. Disfrutar siendo parte de un colectivo que trabaja unido, en familia. Encender corazones y estómagos, páncreas y todo lo necesario para reencantarse y recuperar la pasión. Es increíble, porque suena ingenuo, excesivamente sencillo, pero esas palabras resuenan en el hoy como un farolito, una lucecita tenue que guía en medio de las sombras.
— ¿Y por qué la fijación con los ombligos?
— No lo sé. Supongo que es un intento por encontrar una hebra hacia algún origen, hacia alguna identidad, hacia el punto cero. La falta de ombligo puede ser la falta de todo eso y el origen de mi obsesión con el ayer, con la historia, con mi ciudad, con Chile.
— ¿Cómo diste con la historia de Pasolini y las luciérnagas?
— A Pasolini lo conocí hace años, cuando estudiaba teatro, fundamentalmente por su cine y por sus obras de teatro. Luego comencé a leer sus escritos y cuando escribí "Space Invaders", mi novela anterior, di con el famoso artículo sobre las luciérnagas que está recopilado en "Escritos Corsarios". Alguna sintonía había entre esos marcianitos fosforescentes de aquel juego que iluminaba esas tardes largas de los ochenta en las que nos tocó ser niños, protagonistas de mi novela, y esos bichitos luminosos de los que habla Pasolini. Cuando presentamos "Space Invaders" escribí un texto y trabajé dialogando con ese escrito y ese concepto maravilloso del que habla, el de la temible oscuridad.
— ¿Y por qué resurgió ese motivo?
— Entendí que algo de lo que estaba haciendo, esa desenfocada metáfora entre el olvido, la luz, la sombra, la temible oscuridad, el progreso y la historia, se lo debía a ese escrito de Pasolini que había leído. Venía de ahí, en esa posta maravillosa de materiales y voces que vamos corriendo en equipo cuando escribimos. Las ideas quedan ahí en un libro, y uno las toma y las reinventa y luego viene otro y sigue con el trabajo, y luego otro, y así la carrera no termina nunca. Si tuviera que correr en algún equipo, yo correría con Pasolini. "Chilean Electric" es un libro que habla también del progreso, lo que queda fuera de esa vorágine luminosa en la que vivimos, lo que no se ilumina, lo que no vemos, lo que no ha quedado registrado por nadie ni está en las pantallas. "¿Dónde fueron a dar esos vestigios de luz?, se pregunta Pasolini y esa pregunta no logro responderla. El libro hace esa reflexión también e intenta iluminar con la letra. Transformarse en una luciérnaga, en un farolito leve pero luminoso.
Relecturas
— ¿Te lees una vez que publicas?
— No, la verdad es que no me leo. Me he reencontrado con mis libros cuando los han traducido y he tenido que trabajar en eso y presentarlos en otros países. Es un ejercicio extraño, porque uno visita imaginarios y sensaciones y momentos que habían quedado en el pasado. A veces hasta me he sorprendido cuando los leo. Y no es que reniegue de ellos, todo lo contrario: soy lo que soy gracias a esos libros, pero es como ver fotos viejas, en las que uno se reconoce, pero en las que falta un pedazo.
— ¿Qué te parecen las primeras palabras de la Rucia al comienzo de "Mapocho"? Es como un comienzo cabal, certero.
— Ese pedazo es el que uno busca escribir constantemente. "Mapocho" es de una radicalidad que admiro a la luz del tiempo. Había mucha rabia en esa escritura, mucho desasosiego, mucha inquietud, que son materiales preciosos para hilvanar historias. Esa frase con la que parte fue la primera que escribí. La historia se inauguró desde esas palabras radicales y certeras: "Nací cagada". Fue como una llave que se abrió y desde ahí me lancé por la corriente cochina y mugrienta de la historia de "Mapocho".
— ¿En qué estás luego de "Chilean Electric"? ¿Preparas otra novela?, ¿cuentos?
— Preparo un nuevo libro en el que ya llevo trabajando un par de años. Otra vez los fantasmas y la memoria de una ciudad palimpsesto en la que convive el presente y el pasado y el futuro. El título tentativo es "La Dimensión Desconocida", el nombre de ese viejo programa de televisión que veía cuando era cabra chica. La twilight zone, ese territorio extraño e inquietante que no está al alcance de cualquier ojo, que permanece en los límites de la realidad aparente, muy cerca, asechando escondido, pero que para entrar hay que estar dispuesto a perder algo. Nuestra historia como país está suspendida ahí, en ese lugar, y mi libro es algo así como un viaje por esa zona.
— ¿Cómo va tu relación con el teatro?
— Acabo de cerrar en diciembre una temporada de mi obra "Liceo de Niñas", estrenada por la compañía La Pieza Oscura y dirigida por Marcelo Leonart, en el Teatro UC. Haremos algunas funciones en provincia y espero encontrar sala para una segunda temporada en el 2016.
— ¿Y la televisión?
— Preferiría no hablar de tele. Sorry. Ando un poco traumada con el tema de la suspensión en el 13, al mismo equipo de "Secretos en el jardín". Desde entonces que no he vuelto a pisar un canal de televisión.
— ¿Viste "Historia de un oso"?
— La vi en agosto cuando comenzó a rodar por las redes. La encontré preciosa y lloré como Magdalena. Independiente de toda la chulería del Oscar, creo que es buenísimo que trabajos hechos a punta de pura "pasión y cariño", que es como trabajamos el 90% de los creadores de este país, tengan un reconocimiento a nivel mundial. Ahora las cosas pueden ir más fáciles y de mejor manera para ellos. En este país los que nos dedicamos a la creación somos todos unos amateur, porque no podemos ofrecerle a nuestro oficio todo nuestro tiempo y nuestra energía. No logramos profesionalizarnos y estamos haciendo mil cosas para sobrevivir, robándole tiempo al tiempo para hacer lo que de verdad sabemos y queremos hacer. Es triste, pero así es.
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Tres destellos
Extractos del libro "Chilean Electric"
Por Nona Fernández
"Era una compañía alemana, dijo. Una que había llegado a instalar la luz. Eran muchos obreros y técnicos que desembarcaron con cables, ampolletas y alicates en la Plaza de Armas, el primer lugar que se iluminó en todo Santiago. Dijo que el trabajo demoró años. No especificó cuantos, pero imagino que los suficientes como para que uno de esos eléctricos alemanes conociera a una mujer y tuviera cuatro hijos chilenos con ella. Dos morenitos de ojos azules, una niña rubia de pelo liso y por último un colorín. Una noche la madre de los niños les informó que irían al centro de la ciudad. El padre había terminado parte de su trabajo y en la plaza se celebraría una ceremonia. Los morenitos, la niña rubia y el colorín salieron y caminaron por las calles semioscuras, apenas iluminadas por los pequeños faroles a mecha que alguien había encendido al atardecer. La niña rubia iba de la mano de su madre, así me dijo. Las sombras de sus cuerpos se proyectaban en los muros y en el suelo, avanzaban a sus espaldas sin despegarse de sus pies". (Página 17)
Las Luciérnagas
"En los años setenta el inquieto Pier Paolo Pasolini, cineasta italiano, poeta comprometido, novelista certero, ensayista lúcido, comunista incómodo, marxista y homosexual, publicó para el Corriere della Sera su conocido escrito sobre las luciérnagas en Italia. Cannileddi di picuraru, velitas de ovejero, como las llamaban los campesinos. Tan difícil era la vida del pastor cuidando sus rebaños en la noche, que la naturaleza le regalaba luciérnagas como vestigios de luz en la temible oscuridad". (Página 82)
Caballo de palo
"Estoy con mi vestido de huasa encaramada a un caballo de palo. Tengo un par de trenzas colgando por los hombros y el entrecejo arrugado porque seguramente me está dando el sol en la cara. atrás se ven más caballos de palo y más fotógrafos como el que está disparando el obturador en ese momento. Aunque la foto es en blanco y negro, sé que el banco de madera que se ve a lo lejos es verde. Después de la foto nos sentaremos ahí a comer un algodón dulce o una manzana confitada. Siempre me llamaron la atención los caballos de palo de la plaza. Ahora hay algunos, tres o cuatro, que son inmortalizados con cámaras digitales. pero antes eran muchos más, así lo recuerdo. Una manada de caballos de distintos colores, con sus pelos plásticos, sus ojos de vidrio, sus monturas de cuero y lana, siempre detenidos ahí, en el centro de la plaza, sin el encanto de los caballos de un carrusel, bastante más aburridos, diría yo, esperando a algún niño que quisiera montarlos". (Página 47)