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"Experimentos acerca de la repetición de los días" (2021),
de Natalia Figueroa (1983)


Por Marina Arrate
Publicado en Lo que leímos, 13 de agosto de 2021


.. .. .. .. ..

La Casa:


“Vasta como los basurales
diminuta como el corazón de las ratas”


Con estos dos versos se abre este bellísimo texto de Natalia Figueroa. Mundo como casa. Casa como mundo.

El poemario consta de cincuenta y dos poemas divididos en cuatro capítulos, señalados en el índice a través de números romanos y en el cuerpo del texto a través de las delicadas e impactantes ilustraciones de Constanza Sánchez López. Sin embargo, estos cuatro capítulos mantienen entre sí fuertes vasos comunicantes que van tejiendo una red inextricable de poemas que observan y registran, de modo desapasionado, la suave, delicada y devastadora crueldad de cada día. Valga como ejemplo el segundo poema del libro, llamado “Hablaba con las bestias”. Cito parte del poema:

¿Sabes lo despiadada que es la tórtola
con el enemigo que ya derribó?
Sobre la herida desollada picotea sin cesar
y si la víctima intenta levantarse
con sus alas la derriba
y sigue dándole una muerte lenta
aunque esté tan cansada
que apenas pueda mantener abiertos sus ojos. (p. 8)


Se trata de la representación de un mundo distópico. Un mundo irregular, heteróclito, múltiple, heteroforme. Y, sin embargo, representado con serenidad. Un mundo en que los animales y los seres humanos corren parejos en su crueldad y su desvalimiento. Cito el poema “Medusas en la Orilla”:

Plegadas a la tierra se ensanchan y contraen.
Una mujer las observa junto a un niño.
Introduce una vara en una de ellas, la da vuelta,
―Deben ser poco evolucionadas, opina,
y la deja ahí
mirando por sus cientos de ojos la tierra, el cielo,
las olas que en la noche la arrojaron ― volverán tarde
a otro ser acercarse, recostarse junto a ella
a un par de ojos mirando los suyos
mientras expira (p. 29)


Y, sin embargo, reitero, representado con serenidad. La hablante observa, describe, anota, de modo atento, incluso amoroso, pero implacable, por cierto escéptica, pero con dulzura, el funcionamiento de este mundo distópico. La complejidad del tono elegido por la hablante es uno de los grandes aciertos de este poderoso poemario escrito por Natalia Figueroa. Incluso, la celebración de la belleza de este mundo devastado y devastador, tal como leemos en el poema “Ritmos” (p 13) y en “Bendiciones” (p.16).

Convive con este temple de ánimo desapasionado y, aun así, celebratorio, una maravillada apetencia del mundo que no encuentra precisamente su satisfacción, o la encuentra sólo a veces, y/o a veces sólo parcialmente. En el poema “Anillo de Salomón” un cuervo se posa en el hombro de la hablante y ahí “compensa mis deseos de ser como él: / la nieve que deslumbra, el mar / montañas y nubes / mirados de lejos” (p.11). O en el poema “Tú irás a la luna”: “Te identificas con el niño que en el libro viaja a la luna” (p.42).

Un mundo acuoso, líquido, impregna el poemario otorgando belleza y deslumbramiento allí donde la crueldad o la nada se extienden. Así en el poema “Tulum”: “Si se hubiera sumergido / habría visto un espacio claro lleno de peces / y tortugas marinas. / La temperatura del agua es agradable. / En lo profundo del cenote hay cavernas/ que llegan al mar” (p. 10). O en el poema “En un papiro de Arquíloco (p.52) o Nana para un nacido antes de tiempo” (p. 60), o “Canto de Nadadoras” (p. 84).

En este mundo representado en el poemario conviven animales, seres humanos, un hermano, una canción de cuna, una mujer que huye de un Centro de Experimentación, un último día en Zurich, una hormiga, gestos de amor, la muerte de un guanaco, canciones    de cuna, reflexiones acerca de la escritura, acerca de la domesticación de perros, una huelga en Thessaloniki, la madre, la amada.

Estos poemas, construidos a la manera clásica ― quiero decir con esto que no hay barroquismos, ni experimentación del lenguaje, ni artificios, ni imágenes surrealistas ― se deslizan en la superficie de la página con trazos certeros, precisos, concisos, y dibujan de modo deslumbrante situaciones observadas que estallan frente al lector. Por ejemplo, y de modo ilustrativo el poema “La Esfinge formula su enigma”:


¿Dónde están los indigentes que dormían
fuera de una gran juguetería de Monastiráki
tal vez blindados por el ruido
entre bocinas, entre cientos de idiomas
esos que no pedían ni daban las gracias
los sacaron para realzar la vista de la Acrópolis
con palos
mientras dormían
como al perro que por fin tenía calor y sombra? 

Los indigentes de la esquina más ruidosa de Atenas
¿A dónde ir a dejarles las sobras? (p. 79)


Ahora bien, a pesar de su evidente vocación realista, aquí y allá aparecen o asoman símbolos, emblemas y diálogos intertextuales. Ahí está el poema recién citado “La Esfinge formula su enigma”, que nos remite a Edipo Rey, la tragedia de Sófocles, pero que en esta reescritura contemporánea de Natalia Figueroa, nos acerca a los basurales del primer verso del libro. Más dulce es el acercamiento a Gabriela Mistral en el poema “Mi voz rota y mis rodillas rudas” (p. 68).

Las reflexiones sobre la escritura y los poemas acerca de las características de la domesticación de ciertos perros de raza, ocupan el segundo capítulo, y rondan asimismo en torno al símbolo. Por desplazamiento, mutatis mutandis, la escritura de la mano derecha “agotó los recursos / sólo trucos para dominar una técnica como a un perro”. Más adelante, sin embargo, la mano izquierda escribe con todo el cuerpo (p. 31). 

Este precioso poemario de Natalia Figueroa, rico en sugerencias, alusiones, emblemas, explícitos o implícitos, reflexiones, incluso meditaciones, podría leerse asimismo como un viaje. Ciudades y lugares, más remotos o más cercanos, el mundo, recorren el texto.

Quisiera terminar con el poema “Lyndos” (un puerto-ciudad ubicado en la isla griega de Rodas), que personalmente leí como un emblema de los seres humanos, y que me hizo recordar además al adivino ciego Tiresias, el vidente, el poeta, la poeta, le poeta:

Entre grupos de turistas un ciego
suelta su mano izquierda
rozando muros de cal
en su palma abierta
va encontrando hojas, ramas
una espina lo pasa a llevar
una flor se desarma en su mano 

Sube por calles poco transitadas
se quita el sombrero
deja que el sol lo refresque
gira su cara en dirección al mar:
hay olor a pintura fresca. 

Desciende entre parejas que se toman
una y otra vez la misma foto
a tientas con su bastón
vuelve a perderse en la multitud
con una antorcha (p. 15)

 

 

 

 

 

Más poemas del libro

 

 

Ceremonia

Traje un perro a punto de morir
comido por pulgas y moscas.
Le corté el pelo
limpié con asco su hocico.

Dormía cerca del fuego
gruñía si lo quería apartar
rehusé ponerle nombre
me gustaba su mirada dura
darle comida y que no lo agradeciera.

Ya recuperado devoró al chincol
que venía a mi jardín.
Al levantarle la voz respondió
con un potente ladrido
me obligó a bajar la vista
su cuerpo robusto
fácilmente me habría derribado.

En la madrugada comencé a tocarme,
sentía mi propio olor.

Sin darme cuenta el perro entró,
de un salto se puso encima mío
imponente
los ojos fijos.

Al otro día ya no estaba.

Es invierno otra vez, es tarde.
Si miro hacia el fuego
después de un rato, veo su rostro.

 

 

Hablaba con las bestias

¿Sabes lo despiadada que es la tórtola
con el enemigo que ya derrotó?
Sobre la herida desollada picotea sin cesar
y si la víctima intenta levantarse
con sus alas lo derriba
y sigue dándole una muerte lenta
aunque esté tan cansada
que apenas pueda mantener abiertos sus ojos.

¿Y cómo se vuelve jactanciosa, brutal
la grulla maltratada,
que ahora es pareja de un ave de estirpe?

Sólo ejemplos.

 


Tulum

Esto es lo que la visitante ve: un charco de agua amarilla entre manglares.
Por eso se devuelve, decepcionada.
Si se hubiera sumergido
habría visto un espacio claro lleno de peces
y tortugas marinas.

La temperatura del agua es agradable.
En lo profundo del cenote hay cavernas
que llegan al mar
¿será peligroso ir?

Mi hermano no entra al cenote
porque no siente curiosidad
mi hermano es el que no se decepciona.
¿Quién es la visitante?



 

 



 

 

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