Viaje al núcleo:
Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo de Natalia Figueroa
Por Cristian Geisse Navarro
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No sé hasta qué punto Natalia es una mujer sola en el pueblo chico / infierno grande que es la poesía chilena. Hace mucho tiempo ya que no es de mi interés leerlo todo ni conocerlos a todos. A todas, en este caso. Mi ignorancia al respecto es muy grande entonces, y no me creo capaz de hacer en este sentido un aporte significativo. No leo poesía poniendo énfasis en ese detalle que no deja de ser importante. No leo a un autor porque sea hombre, mujer u homosexual. Pero me atrevo a decir que no vi en el libro que hoy nos convoca una línea programática explícita, una especie de declaración de principios, o una confrontación directa al respecto. Y esto a pesar del título –que a todo esto es un acierto; porque el título llama la atención tal como una mujer sola en un pueblo. Mi lectura del poemario en todo caso, no se centró en las marcas de un género determinado, tampoco en una posible reminiscencia larista como también podría sugerir el título. En una jugada maestra, este poemario se encuentra tan cerca y tan lejos de todo eso.
El asunto es que el tema de la mujer quizás sea un tema insoslayable que yo voy a soslayar, no sin antes sugerir que podría ser importante saber hasta qué punto ella se encuentra sola y llama la atención dentro del creciente coro femenino de nuestras letras. Y esta es una interrogante que yo no puedo responder del todo, pero que creo puede ser una valiosa pregunta para cualquier autor: qué es lo que me hace valioso, que es lo que doy que nadie más puede dar, qué es lo que estoy comunicando, que nadie más en este mundo puede comunicar mejor que yo mediante la literatura.
En este sentido pienso que en el libro de Natalia hay muchos elementos en los que valdría la pena detenerse: por ejemplo en la tensión erótica –y hasta sexual- que tiene un lugar importante en el texto y que posiblemente sea uno de sus rasgos más destacados. No es una sexualidad agresiva o manifiesta, tampoco artificiosa o sensiblera, digamos incluso que está marcada por cierto laconismo que es parte del estilo del libro.
Creo que es destacable también el papel que tiene el instante, la importancia de la escena y el momento ralentizado, el episodio casi pictórico o fotográfico: la aparición de un pájaro en una ventana, una cena y un vestido, una tarde en un café. Así mismo, la detención y el énfasis en objetos, gestos, animales –un caracol en la mano, un par de zapatos viejos- que instalan este libro en cierto deslumbramiento de lo cotidiano, en la significación de lo aparentemente insignificante, aunque sin un lirismo efectista, sino nuevamente con cierta sequedad que guarda relación con otro de sus aspectos más notables: el hecho de que estos son poemas icebergs, pues en ellos la superficie del poema, lo revelado, no es lo más importante. El poema está ahí, pero también en otra parte, en lo sugerido: posiblemente sus verdaderas dimensiones están ocultas bajo la superficie. No hay entonces alardes técnicos, no es la pirotecnia del lenguaje lo que lo convierte en un buen libro, sino lo que se calla, o lo que sugiere.
Quiero llamar entonces la atención en el poema Núcleo. Debo confesar que en una primera lectura me pareció que este texto estaba fuera de lugar, que era una nota disonante, algo así como un poema científico en una galería de escenas familiares o de viaje. En una segunda lectura ya me parece clave:
“Un centro más hostil de explorar / que el espacio exterior” (62).
Y es notable que un poema tan discreto, tan breve, que por virtud de cierto hermetismo que lo hace pasar desapercibido, termine siendo tan importante. Parece una confirmación de esa frase llena de sabiduría que dice que el mundo está hecho de detalles. Y que –por supuesto, era que no- los libros de poemas, que la literatura, están hechos de detalles.
Se revela, por lo tanto, una poética. O quizás eso sea decir demasiado; tal vez sea mejor decir que hay una clave camuflada, un núcleo secreto que cohesiona al libro: en términos formales, su brevedad; en términos de contenido, el tema del viaje –la exploración como experiencia, donde el viaje al exterior podría ser menos riesgoso incluso que adentrarnos en nuestra propia intimidad, en nuestro círculo más cercano, en nuestros más escondidos secretos.
En este sentido, me parece que en el libro asistimos a un constante diálogo entre espacios abiertos y cerrados. Por un lado tenemos la exploración del paisaje remoto (La Alhambra, las aldeas griegas, Barcelona, Polonia, Venecia, Estambul, México) y por otro lado, una exploración del núcleo, del espacio íntimo, de la familia, que tiene una presencia verdaderamente importante, sobre todo en espacios reducidos: en la cabina de un auto, en un jardín, en una pieza; pero sobre todo en el círculo de relaciones más estrecho, junto al hermano, la hermana y los padres.
A pesar de que Natalia es ya lo que podríamos llamar una adulta, la estela de su recorrido adolescente, se deja ver en el libro. También, por supuesto, el mundo de la infancia. Esa estela, ese recorrido, ese mundo y su revisitación desde la adultez, me parece una de sus características. Lo dice ella misma en el poema María “Sé que leerá estos poemas / como un adulto presta oído / a las dificultades de un adolescente / que en el fondo / no está frente a ningún problema” (59). A partir de esto, y forzando un poco las cosas, me gusta leer el conjunto como una especie de bildungroman, un libro iniciático, poemas de formación y aprendizaje en clave minimalista.
Es frecuente observar en este tipo de relatos, las experiencias de un muchacho, quien sale de viaje –en un viaje muy extenso- para volver y descubrir que el tesoro, la verdad, la revelación, la flor luminosa, estaba en el jardín interior. No me parece azar entonces que dos de sus símbolos más poderosos sean la tortuga y el caracol, animales con los que el hablante siente afinidad quizás porque llevan su morada a cuestas.
Siguiendo esta dirección, me gusta aquello de “Mamá, / las personas son las mismas / en todas partes” (33), del poema Regreso, que es una frase hecha, dicha como al vuelo para cerrar una conversación que fastidia, pero que sin embargo podría entregarnos una gran verdad, quizás una verdad fundamental en el libro. El viaje espiral por el exterior y la vuelta al interior, al reducto, al caparazón, al núcleo, termina revelando que todas las verdades que se aprenden en el largo camino que emprende el adolescente que sale de casa en un viaje iniciático, implican esa revelación de que el tesoro, el secreto, estaban también en el interior, en el núcleo. Los personajes retratados, gente de Filipo, de Rodas; la gente de Polonia, de México, los habitantes de países fríos donde no hay orquídeas, son similares a la gente de Nuñoa, de Montegrande; son las mismas personas en todas partes, pues son ya parte del paisaje íntimo de la poeta.
No puedes huir de tu ciudad, parece decir Natalia junto a Kavafis. Y habría que tomar en cuenta que este libro en parte puede leerse como un libro griego escrito por una chilena.
Finalizo llamando la atención sobre el hecho de que este es un primer libro, el cual sabiamente Natalia demoró en publicar. Creo que debe sentirse orgullosa de no haberse apresurado, de no haberse dejado llevar por un impulso adolescente, de haber esperado al final de esta primera órbita para enseñárnoslo. De cierta manera es una invitación de la poeta a entrar en la íntima aldea que ha llevado por el mundo hasta ahora, de acceder a su morada interna, de acompañarla en la –finalmente- nada hostil exploración de su núcleo vital.
Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo
Natalia Figueroa
Das Kapital Ediciones, 2014
74 páginas