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Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo (2014) Natalia Figueroa
(1983) Das Kapital. 72 páginas

Por Jonnathan Opazo
http://www.loqueleimos.com/


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En “Sans toit ni loi” de Agnes Varda asistimos al peregrinaje de Mona, interpretada por una joven Sandrine Bonnaire, a través de una Francia rural, llena de páramos, viñedos, temporeros, borrachos y vagabundos. O sea, una Francia que también puede ser la zona central de Chile o cualquier zona rica en anchas extensiones de terreno, carreteras, pasos sobre nivel, ancianos, trabajo agrícola mal remunerado, gente aburrida. A través de ese escenario se mueve Mona, en cuyo itinerario irá confrontándose —como todo viaje que se precie de tal— con distintos personajes, que son en realidad mensajes cifrados, avisos que invitan a reducir la velocidad o a conducir con extrema precaución dada la pronunciada sinuosidad del camino. La chica, sin embargo, las obvia todas. Sortea todo con la única convicción de moverse. Y, por supuesto, llama la atención. Porque una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo.

Parto con esa película porque me parece que de alguna manera ambos textos pueden trasuntarse. Y es que este libro con el que Natalia Figueroa debuta en el campo literario, está construido también en torno al movimiento, al viaje, pero también —cómo no— en torno a los paisajes que aparecen en ese desplazamiento y en las inevitables impresiones que dejan, en este caso, en la voz de estos poemas, que en un tono mucho más cercano a la prosa nos van contando historias, anécdotas o pequeños destellos cotidianos que nos recuerdan a la lúcida sencillez del haikú: “Un pájaro se detuvo en la ventana./ Retenerlo, eso quise / extenderle mi brazo y que se acomodara / para hablarme en su lenguaje / de la fuerza y el tono de los llamados (…) // Sólo estuvo un instante tras el vidrio. / ¿Y si me hubiera acercado? / Fue breve / Pero se detuvo / y estuve ahí”. En otros, en cambio, está el tono íntimo de la confesión, en donde los desplazamientos son más bien interiores: la constatación del paso del tiempo como materia que se acumula en capas de sedimentos: “Sé que leerá estos poemas / como un adulto presta oído / a las dificultades de un adolescente / que en el fondo / no está frente a ningún problema”.

Más que un libro de poemas, lo que tenemos acá es un conjunto de coordenadas, a la manera de Poste restante de Cynthia Rimsky. Pero mientras allí se conjuga la experiencia con una serie de claves —mapas, imágenes de archivo, postales—, Natalia, como quien esparce sobre la mesa un montón de fotografías de viajes, va ordenando un itinerario que va desde la parsimonia de una comuna rural hasta Grecia, España, Italia o Polonia. En ambas, sin embargo, la escritura funciona como una forma de despojo que no vacila incluso en hablarle a un “tu” que como lector se nos escapa, pero que sabemos forma parte del andamiaje emocional sobre el que estos poemas están construídos: “Su cadáver está sobre mi velador. / Esto es lo que le hice a Nano / Y tú quieres que me quede contigo” o el absolutamente pop: “Me gustaría escribir una canción” donde nos dice “Sencilla, con estribillo / Sin vergüenza de emociones y medios / Que diga caminamos juntos / todo el tiempo, con tu claridad: / nada puede ser mejor que sentir el viento”. Licencias que la autora se toma para articular esas melodías exquisitas del Yo que menciona Bruno Vidal en la contratapa.

Lo de Natalia Figueroa es un primer libro que en realidad parece el segundo o el tercero de un trabajo de años. Se nota en el manejo en la construcción de imágenes, en la manera delicada de poner la vista en una cotidianeidad que no cesa jamás de agotarse en su infinidad de posibilidades. “La ciudad queda atrás / otra comienza”, escribe en “Panagiotis”. Atrás queda el silencio y acá está esta pequeña isla de caracoles y orquídeas. Porque los buenos poemas siempre llaman la atención en un pueblo.



 


 

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Das Kapital. 72 páginas
Por Jonnathan Opazo
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