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Presentación de UNA MUJER SOLA SIEMPRE LLAMA LA ATENCIÓN EN UN PUEBLO,
Santiago de Chile, Das Kapital Ediciones, 2015, de Natalia Figueroa
Por Walter Hoefler
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Ha precedido a la presentación de éste, su primer libro de poesía, en la obra de Natalia Figueroa, su papel como editora de la revista 2010, un esfuerzo por cruzar las fronteras ideológicas convencionales de este Chile dividido, perplejo, absorto, crispado y quizás involuntario o también imaginario, que la revista procuró reunificar, reconciliar, reencontrarlo con una suerte de núcleo básico de su presunta identidad, donde ciertas fronteras estancas e irreconciliables pudiesen desaparecer.
Se volvió luego hacia lo local, buscando también borrar fronteras justificables, proponiéndonos Tierra incognita, una antología de la poesía protorregional, de algunos que ella podía convocar, entre difuntos, emergentes, residentes y trasplantados, señalando expresamente que “reúne textos publicados o inéditos de ocho poetas vinculados a la ciudad de La Serena”, habiendo incurrido en dos transgresiones graves, por no decir gravísimas: no incluyó a Arturo Volantines y se incluyó a sí misma. El título homenajeaba a Tristán Altagracia, que ya no estando entre nosotros, no atinaremos a llamarlo ausente. El título connotaba la idea de viaje, de un viaje de descubrimiento, queriendo quizás decir, que lo que se iba a abordar no estaba predeterminado, ni tampoco había que justificarlo demasiado. Era una antología especulativa donde juntaba a Tristán, con Thomas Harris, Teresa Calderón, agregaba a Juan Santander, un emergente; a los residentes Alvaro Ruiz y Walter Hoefler, al ya muy arraigado Jaime Retamales, y ciertamente a ella misma, poemas adelanto de lo que nos convoca.
Como poeta, Natalia había debutado, todavía quinceañera en la antología El libro de oro de la poesía regional, que si bien no era de oro de muchos quilates, era profusa en número de poetas y a la vez escueta en cuanto a la muestra poética, una suerte de directorio de poetas, a la fecha, 1998, inventario de cualquier trazo ejecutado sobre páginas en blanco que pareciese verso o “que dijese algo”, como la justificaba Benjamín Morgado, entre otros. Ella debutaba así como una promesa juvenil que amenazaba ser la Rimbaud o Lautreamont femenina, o en caso más cercano, una Carolina Freire de Jaime, una carta secreta del norte más sureño, del norte más verde.
Siendo éste su primer libro efectivo de poesía, el título no lo sugiere ni evidencia, queriendo parecer ocasional, casi como accidental.
Los títulos pueden ser portadores de verdades mayores o menores, parecer aforismos o conceptos, sustancias o adjetivos, delatar circunstancias, simular acciones, sugerir cierres o aperturas, tránsitos o callejones sin salida. Son frases o apenas palabras, a menudo sentimientos, pero la modernidad y la posmodernidad han roto todas las expectativas. Por eso parece ser la formulación tanto de una circunstancia ocasional, como casi remedo de una ley de conocimiento práctico. Sugiere ante todo andadura prosaica, siendo además que asume o reivindica un motivo más narrativo que lírico, “el extraño en el mundo”, pero dándole aquí un giro femenino, previendo, bajo el sesgo de un prejuicio machista, esta suerte de faro de deseos o de lámpara que atrae a las mariposas nocturnas, la presencia irruptora de una mujer, renovando sí algo que ya no es novedad.
El conjunto pareciera querer también dar cuenta de un viaje por Grecia o de una estancia, pero el hecho no se convierte en motivo ni en tema central, lo que llevaría quizás a una reconstrucción simulada o a una disposición cronológica referencial del hecho. No se trata de reconstruir desde una instancia objetiva, sino de borronerar aquí los límites o umbrales de la objetividad y de la subjetividad, por eso el viaje se entremezcla con otras experiencias, habiendo cierto recaudo también de vínculos o funciones familiares donde resaltan el eje madre/hija; hermana/hermano; hija/mascotas, en todo caso mascotas singulares, las que como suele ocurrir en poesía se acercan a la formulación de un particular y reducido bestiario. Pero como ya nos ha acostumbrado la lógica de la poesía moderna, y aún más la del fragmentarismo posmoderno, las fronteras temporales o las lógicas secuenciales de la historia se posponen o se borran, sometidas al arbitrio de la subjetividad que las convoca en el orden quizás de cierta voluntad o de cierta jerarquía emocional. La poesía permite vivir el pasado, permite reencontrarse con quien sea, permite sentirnos sirgadores, participar del asesinato de Julio César o del encuentro de la máquina de coser y del paraguas sobre la mesa de disección, etc., etc. Digamos con cautela que, a su manera, remeda también el alejamiento del hijo pródigo, ahora reconvertido en la hija pródiga. Sí, porque la hablante no se entrega al vértigo del viaje y del alejamiento, sino pareciera saber que tiene el pasaje de vuelta comprado, pero es justamente esta tensión entre el adentrarse en tierra extraña y la necesidad de dar cuenta a la familia, origen de cierto misterio.
La disposición u orden lineal de los poemas puede interpretarse parcialmente como intencional, aunque también puede ser una manera intencionalmente displicente de atribuirle sentido, dejar que el azar disponga. No obstante puede haber también pulsiones de orden subconsciente en esa suerte de conjunción u orden azaroso. Lo que resulta expectante es cierta expectativa de epifanía, dentro de las rutinas más esperables de un viaje se crea una tensión de expectativas.
Un poema clave, así parece advertirlo también su primer escoliasta: Carlos Henrickson, es “Camarines.” El camarín es un lugar de tránsito, un no lugar. No sé si antes se lo había consagrado de sentido singular en algún poema. En él pasa algo, la gente se cambia de ropa, por lo tanto se desviste, queda parcialmente desnuda, pero luego se viste de nuevo, pero con un uniforme de algún equipo, o con la ropa apropiada para hacer algún deporte. Luego vuelve de nuevo y se desviste, se ducha, se seca y se vuelve a vestir, vuelve a su estado original de calle. En eso reside potencialmente su sentido. Aquí se transforma en un sitio de iniciación, iniciación mental, la niña que se confronta con adulto(a)s. El deseo de la hablante es si ambiguo, le atrae el misterio de la sexualidad, pero esta sexualidad, manifestada como deseo, antes que como realización, se transforma en una suerte de reconversión religiosa, entre el afecto y la solidaridad de género, entre el riesgo de tomar el asunto entre sus manos o de ser sometida a lo inexplicable, todo esto manifestado de manera más sugerente y misteriosa. El poema se cierra con el deseo de reconvertirse en voluntad performativa, en acto de reivindicación y resiliencia, en algo cercano al lavado de pies ejecutado alguna vez por Diamela Eltit. Es entrega y salvación al unísono. Curiosamente el lector es transformado en sacerdote que escucha una confesión, pero que no sabe qué penitencia darle, porque no sabe de qué se habla, en nuestro tan católico subconsciente.
"Volvía a casa
repitiéndome la imagen de sus manos
subir y bajar
por esas vaginas
llenas de vello.
Hacían esto con tal naturalidad
que sentía ganas de acercarme
y lavarles cuidadosamente
todos los males del mundo"
Recurso determinante es el uso doble de la forma verbal "volvía" que sirve tanto para la primera como para la tercera persona, permitiendo así la oscilación entre accionar y distanciamiento, entre subjetividad y objetividad con que se caracteriza el actuar de la hablante. Señalemos que también el primer texto se inicia con un "volvía", es decir, el pretérito imperfecto narrativo. De igual forma los poemas se desarrollan en la forma de un relato, pero que al final se revierte, ya sea en forma de paréntesis o de un final en pareado, en expresión privada, reservada o interior:
"Tuve temor
de dejar mi escondite."
Expresión que también permite caracterizar todo el actuar de la hablante: "temor de dejar mi escondite", es decir, de develar mi subjetividad. La poesía que es entendida como expresión plena de la subjetividad, aquí se resiste, bajo la forma del exceso anecdótico o narrativo a exhibir sus fueros, se los guarda.
El viaje a Grecia es turismo, pero también viaje a los orígenes. No es simple recorrido por la periferia turística, se detiene en los interiores, en el interior rural, en las aldeas, en los cruces, en los bares y cafés, pero sobre todo es vínculo con personas, en el poema con nombres que sustentan su origen demótico: Kostas, Panagiotis o Filipo; así como diversos topónimos: Athos, Skafia, Ikaria, Creta, Rodas y Symi. La alternancia de estos nombres con los de otros ámbitos y lugares, algunos prestigiosos como Venecia o Barcelona, sugieren elípticamente la forma de un relato de la visita principal a Grecia, pero quedando esto subordinado, no a un observar o calar los lugares, sino a resaltar su condición pasajera: apenas un lugar se deja, se avizora el otro. El recuerdo, la expectativa, parecen así generar una cierta tensión, la que se incrementa ya que siempre se retorna, ciertamente, en el poema o a través de los poemas a su lugar de origen: la casa, la familia. Hay algunos pequeños libros, sobre todo escritos por mujeres, donde mediante elipsis, alternancia de texto e imagen, o en este caso por fragmentación y discontinuidad, se resguarda o se sugiere una suerte de secreto de familia. El texto matriz de esto sea posiblemente la “Desaparición de una familia” de Juan Luis Martínez, pero lo leo también en María Inés Zaldívar, en Milagros Abalos y en éste, aunque aquí no se trate de ningún secreto en particular sino de la simple zozobra de una conciencia femenina alejada de su casa, entregada al vértigo parsimonioso de un viaje, que es más viaje por la poesía que por la realidad mentada. ¿Pretende el texto así testimoniar simplemente una suerte de viaje iniciático, de reconocimiento del origen, o se reviste e inviste también de un sugerente subtexto? Responden así sus primeros lectores testimoniales: Carlos Henrikson propone gnosis, viaje de conocimiento; Bruno Vidal en la contraportada propone llamarlo “pergaminos elogiosos del yo”, con ello privilegiar la dimensión subjetiva; Jaime Retamales precisa su condición narrativa; Leonardo Sanhueza opta por señalar la alternancia entre el viaje extranjero y la cotidianidad familiar.
Me parece que el empeño por resaltar lo narrativo, es también una forma de conjurar la pretensión metapoética de la poesía moderna y posmoderna. Sospecho que ella quiere conjurarlo, evitarlo, por eso no hay aquí tampoco la pretensión de hacer un libro, sino allegarse a la forma del álbum, o quizás del almanaque, la miscelánea, por eso la aparente displicencia y esta alternancia, por eso ese aparente dejar pasar o hacer y quizás acercarse o pretender sólo relatar a partir de la simple o aparente forma de la anécdota:
"En Lubczyna, un pueblo al noroeste de Polonia
el dueño de un Ford Escort pidió disculpas
por su forma de manejar."
Hay cierta voluntad de situarse en lo común o en lo trivial, que no es etimológicamente sólo el lugar común, sino el Trivium, los saberes medievales consagrados, es también una encrucijada de tres vías, de tres caminos, en este caso: el de la familia, el del país visitado y el de la poesía, por eso digo, lo trivial, casi como una forma de ocultamiento en lo opcional, en lo indeterminado, a la espera del surgimiento de una opción poética, de una anagnórisis o de una epifanía como sus objetivos. Lo narrativo anecdótico es así tanto conjuro de un voluntarismo metapoético, como andadura de la expectativa poética. No deja de ser una evidencia de cierta riqueza significante que sus comentaristas no converjamos en alguna interpretación unívoca, sino matizadamente diferente.
Abril 2015, La Serena.