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Nicomedes Guzmán: Autodidacta de origen proletario

Por Eduardo Guerrero del Río
Publicado en Mensaje. 9 de junio 2015

 




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Uno de los principales representantes de la generación del 38, a pesar de poseer una producción literaria no demasiado extensa, es Nicomedes Guzmán, el “escritor proletario”, respecto de quien conocemos mayormente su novela de carácter autobiográfico La sangre y la esperanza. Por eso, a un poco más de cien años de su nacimiento y cincuenta de su muerte, resulta oportuno recordarlo y rendir tributo a su obra, así como a una generación que dejó testimonio en sus escritos de luchas políticas y sociales.

El propio escritor se presenta: “Nací el 25 de junio de 1914 en un barrio llamado del Club Hípico, en Santiago de Nueva Extremadura, al sur de la ciudad. Mas mis primeros años me enseñaron el sabor de la libertad en un lugar muy distinto, el que yo llamo Barrio Mapocho, inmediato al escuálido río del mismo nombre, refugio de vagabundos, trabajadores del ripio y recolectores de desperdicios posibles de industrializar”. Fue hijo de don Nicomedes Vásquez Arsola, maquinista tranviario, y de doña Rosa Guzmán Acevedo, lavandera y dedicada a las labores de casa. Como él mismo lo menciona, vivió en un ambiente marginal, rodeado de pobreza y de necesidades mínimas. A su vez, “fui acarreador de cajas en una fábrica de artículos de cartón, ayudante de chofer, mandadero, ayudante de tipógrafo y encuadernador y otros menesteres, hasta que pasé a ocupar el más humilde puesto en una modesta oficina de corretaje de propiedades”. Sin duda, en sus dos obras más importantes, Los hombres oscuros La sangre y la esperanza, quedarán plasmadas las vivencias propias en ese espacio marginal, con las problemáticas subyacentes. A lo anterior podemos agregar que se vinculó en 1938 al grupo literario “Los inútiles” de Rancagua (liderado por el poeta Óscar Castro), que en 1944 obtuvo el Premio Municipal de Novela con La sangre y la esperanza y que, el 26 de junio de 1964 (un día después de su cumpleaños), fallece en la Asistencia Pública de Santiago.


GENERACIÓN DEL 38

En su libro Historia de la novela hispanoamericana, el investigador y profesor Cedomil Goic alude a la segunda generación surrealista con el nombre de generación de 1942 (o generación neorrealista), la cual posee una fuerte concepción político-social de la literatura y su énfasis “desemboca en los propósitos de cambiar la realidad, de modificar la conciencia social y orientar políticamente”. Por su parte, José Promis, en La novela chilena del último siglo, prefiere denominarla generación de 1938, pues “1938 fue un año que agrupó una serie de acontecimientos políticos de la historia de Chile que culminaron con el triunfo del Frente Popular después de una larga lucha del proletariado nacional para llevar a sus líderes al gobierno de la nación”. Otros representantes de lo que también se llamó “novela del acoso” (“dominante actitud combativa y polémica hacia la realidad histórica”) fueron Volodia Teitelboim, Carlos León, Carlos Droguett, Reinaldo Lomboy, Daniel Belmar, Baltazar Castro, Fernando Alegría.


POEMARIO, CUENTOS Y NOVELAS PROLETARIAS

Antes de centrarnos en sus dos principales producciones, una breve mención al resto de su obra. En 1938, Guzmán publica su único poemario, La ceniza y el sueño, constituido por nueve poemas de corte romántico. Al respecto, Pablo Neruda señaló en el prólogo a una edición posterior: “Su susurrante dulzura pareciera no convivir con las cicatrices que nos imprimió La sangre y la esperanza, pero es signo de grandeza que el escritor que nos revelara el infierno de las calles de Chile tenga otro sello de errante desvarío, sueños y cenizas que le agregan la infinita dimensión de la poesía”. O lo que menciona Juvencio Valle en un soneto: “Impalpable ceniza y sueño alado/ hoy rebullen ardiendo en este vaso;/ si la ceniza me perturba el paso/ el sueño me sostiene iluminado”. A nivel narrativo, tiene cuatro colecciones de cuentos: Donde nace el alba (1944), La carne iluminada (1945), Una moneda al río (1954) y El pan bajo la bota (1960). En el artículo “Los cuentos de Nicomedes Guzmán”, John Dyson acota: “Estos, al igual que sus novelas, reflejan una gran compasión por la clase baja y presentan una sobria crítica social”. Por su parte, Raúl Silva Castro (en su Panorama literario de Chile) afirma que “los cuentos de Guzmán son patéticos, emotivos, y están llamados a producir viscerales emociones en el lector”. Finalmente, hay que señalar que Nicomedes Guzmán realizó varias antologías, siendo la más llamativa Autorretrato de Chile (1957), “una antología heterogénea de textos que intentan una pintura plural de la identidad chilena” (Ignacio Álvarez).

Un año después de su poemario, en 1939, publica Los hombres oscuros, considerado por Lucía Guerra como un “texto paradigmático de la llamada literatura proletaria, tanto a nivel de la escritura como de la recepción crítica”. Volodia Teitelboim dice de esta novela: “Es un primer disparo que anuncia el recomienzo de la carrera de los tiempos tempestuosos, donde el tema del hombre desconocido y de la mujer que no tenía derecho a figurar en la historia ni en la literatura, pero que ansiaba un destino, también reclamaba su derecho a la palabra”. A través de sus páginas, vamos siendo testigos, por un lado, de un entorno de miseria, de dolor, de desencanto y, por otro, de un momento histórico determinado. Respecto de lo primero, el espacio del conventillo (“con su vida oscura e intrascendente”) refleja cabalmente el vivir de esos personajes, en una especie de determinismo, lo cual –a manera de ejemplo– queda reflejado en la voz de Robles, uno de los personajes: “Los hombres del pueblo, compañero, parece que estamos condenados a vivir eternamente una vida de miserias y de humillaciones por la simpleza de que, reconozcámoslo, no somos capaces de responder a nuestras propias aspiraciones”. Hay que acotar, además, que el tema del conventillo se reitera tanto en la novelística como en la dramaturgia de esos años, en autores como Joaquín Edwards Bello (El roto) y Antonio Acevedo Hernández (Almas perdidas), por nombrar a dos de sus representantes. Por otro lado, en lo que compete al contexto histórico, se alude a las “inquietudes sociales del año veinte”, “esas grandiosas jornadas del año veinte” y a algunos nombres como el de Emilio Recabarren (“inmenso líder en el norte”) y el de Domingo Gómez Rojas (“verdadero hombre y verdadero revolucionario, pronunciando admirables y efervescentes discursos ante las multitudes proletarias conmovidas”). 

En su texto más autobiográfico, La sangre y la esperanza (1943), asistimos a la narración que realiza un niño obrero, Enrique Quilodrán, hijo de un maquinista y de una lavandera. Con sus ojos de niño, va siendo testigo de lo que acontece no solo en su entorno familiar sino que también da cuenta de las represiones existentes en ese momento. Al comienzo, señala: “Y nosotros, los chiquillos de aquella época, éramos el tiempo en eterno juego, burlando esa vida que, de miserable, se hacía heroica”. Más adelante: “La vida nos zamarreó a todos. Cuál más. Cuál menos. Pero, si en la infancia salimos triunfantes, el juego de los años maduros se pudrió en la apatía y el desaliento”. A lo largo del relato, nos va describiendo el barrio (“el barrio pobre era como una flor caída en pétalos de bruma”), a los vecinos del conventillo (“las prostitutas, los rateros, los evangélicos, los trabajadores todos”), los problemas económicos como el de la cesantía (“la capital parecía estremecerse bajo el peso de la humanidad mísera y hambrienta”), al destino de fatalidad, entre otros aspectos. En lo personal, el padre del niño-narrador, empleado tranviario y activo líder sindical, sufre los embates de la represión, por lo que la narración se enmarca en la década del veinte, teniendo como telón de fondo la huelga de los tranviarios con el apoyo de la Federación Obrera de Chile. En su estudio Novela y nación en el siglo XX chileno, el profesor Ignacio Álvarez considera esta novela como un “texto alegórico” y distingue dos planos de significación: “el plano directamente descriptivo y un plano segundo que, en una primera instancia, podemos describir como perteneciente al orden moral”. 

Quisiéramos finalizar este artículo citando al propio Nicomedes Guzmán, en lo que respecta a su visión de la literatura: “Creo que la literatura tiene una responsabilidad vital: crear el clima propicio a la paz, al mejor entendimiento entre los hombres, esto a trueque de describir sus luchas, decir sus verdades, incidiendo, incluso, en lo que hay en los seres de corrosivo, enfrentando los aspectos de negación humana, con las virtudes, particularmente la ternura que, a mi entender, es el don más varonil del hombre, el basamento de todos los actos de la existencia”.



 



 

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