Cuando Nicomedes Guzmán fraguaba la publicación del “Autorretrato de Chile”, ocurrieron algunas anécdotas curiosas que nadie me autoriza a contar. Pero como el escritor, lo mismo que el político, no se debe a él sino al público, lo más razonable es divulgarlas.
El que más desazonó a Nicomedes fue, sin duda, el poeta Mario Ferrero, que tiene ahí un estudio de extraordinaria importancia titulado "Fauna simpática de Chile”. El bizarro autor de "Las lenguas del pan” y "La cuarta dimensión”, cuya virtud no es la paciencia, disgustado por el "compás de espera” impuesto por la editorial para el pago de los trabajos, se anticipó a publicar el suyo en un diario, con lo cual malogró el carácter de selección inédita que debía tener la compilación, en el caso de los autores vivos.
Guzmán, frenético, lo encaró con dureza, y hubo momentos en que el duelo verbal amenazó con dañar la integridad física de ambos. Finalmente, como ocurre entre amigos de verdad, se serenaron y el novelista tuvo que aceptar el hecho consumado. "Fauna simpática de Chile” ya no podía ser retirada de la colección sin perjudicar el plan de la obra.
Round de Ferrero.
Durante meses. Guzmán anduvo a la zaga de sus cronistas, asediándolos con su tenacidad proverbial, y a los que no estaban en Santiago, les escribía, reiterándoles por carta y telegrama el compromiso. Temperamento apasionado, nervioso, incapaz de estarse un instante quieto, vivía obsedido por la realización del libro, barajando fotografías, apuntes e ideas. Sabía lo que quería e iba derecho a su objetivo.
Para una nota sobre los mercados y ferias chilenos escogió a Manuel Guerrero, el autor de "Tierra fugitiva" y me tocó presenciar ocasionalmente la charla. Acomodados en una mesa del Café "Iris" —el antiguo establecimiento donde ha transcurrido y discurrido gran parte de la bohemia capitalina—, Guzmán dibujó su tema entre sorbo y sorbo de pílsener. Guerrero, que de vez en cuando humedecía sus labios en la cerveza con la parsimonia de un bebedor cauteloso, lo escuchaba en silencio pestañeando más de la cuenta. El dinámico y vehemente autor de "Los hombres obscuros” quería una visión colorida de ese comercio de comestibles y animales, vivo y bullente, que alcanza su máxima plenitud en el valle central, que se derrama desde Aconcagua al Bío Bío, entre ponchos y espuelas y carretas boyeras atiborradas de sabrosos vegetales que es fragancia y dulzura en la torta curicana y apetitoso manjar en las longanizas de Chillan, chicha en cacho de Curtiduría regando los estómagos sedientos a la orilla de las varas, y áspero vino pipeño, virgen de laboratorio, que da a los huasos salud y fortaleza a través de un sueño de piedra.
Un mercado es algo serio y ha tenido pintores maestros, Azorín, por ejemplo. De ahí que Guzmán insistiera en los detalles con la pertinencia del artista que no en balde ha trajinado el país de punta a rabo.
Nos despedimos contentos. "El Autorretrato de Chile" iba redondeando sus formas. Pero la crónica no llego a materializarse, según supe. Quince o veinte días después, Guzmán saco un arrugado papel de su bolsillo y me lo pasó:
—Toma, lee.
Era una carta de Guerrero, en la cual explicaba por qué no había redactado el artículo. Todo un violento alegato a favor de la literatura popular incontaminada, sin compromisos con la burguesía decadente y sus corifeos.
Nicomedes, encogiéndose de hombros exclamó:
—¡Qué plato! Nada le costó decirme esto mismo la primera vez que nos encontramos. (Y conste que la palabra "plato" es un eufemismo con que disfrazamos un adjetivo de factura impublicable).
Y a todo esto, yo que me pirraba por meter baza en la obra, no había sido considerado. Tres libros abonaban mis méritos, ("Piratas del desierto", "Caliche” y "Los pampinos”), pero el compilador, que se tropezaba a diario conmigo, no daba señales de calibrar mis condiciones intelectuales. Nacido y criado en el Norte Grande, me precio de conocer palmo a palmo su tierra y sus hombres, y estaba seguro de que haría una interpretación acertada.
Se lo dije una noche a Guzmán, al calor de una mesa cordial, pero él cortó en seco mi discurso.
— ¡Perdóname, viejo!. Sobre esa zona escribirá Mario Bahamondes.
Fue un balde de agua fría para mis pretensiones.
—La región da para más de un trabajo, argumenté tímidamente.
—Creo que Mario —remachó el novelista— está capacitado para abordarlo en toda su extensión.
Y ahí sí no cabía ningún reparo, Bahamondes es uno de los intérpretes nortinos de mayor calidad, y su dominio de la región es indiscutible. Compartiendo la docencia con el periodismo (es Rector del Liceo de Hombres de Antofagasta y crítico literario de "El Mercurio’’ de esa ciudad), le ha sobrado tiempo también para edificar una obra creadora que toda la gente culta de Chile conoce, y su cuento "El cara’e picante” se tutea con lo mejor del género nacional.
Me quedé, pues, rumiando la amargura de no participar en una producción cuyas repercusiones futuras avizoraba. Hasta que Nicomedes empezó a despotricar contra Bahamondes en el pintoresco lenguaje de sus héroes suburbanos.
—No me manda el trabajo. No me contesta. Es una brutalidad. Esto no puede durar más. Y de repente, un sábado al mediodía, a la hora de los aperitivos, esta pregunta a boca de jarro: “¿Podrías escribirte de aquí al lunes nueve carillas tamaño oficio, espacio doble?”
—Naturalmente. (Si me hubiera exigido un centenar, no habría retrocedido.)
Así nació "El Norte Grande, su medio y su gente”, que marcha en la honrosa compañía de "La pampa en el recuerdo” de Homero Bascuñán. Redactarlo fue para mi una fiesta, porque las observaciones e ideas habían madurado durante años y era como ir cogiendo las peras en sazón para depositarlas en la canasta del papel.
Este libro, que reúne 50 firmas de escritores prestigiosos, inclusive todos los Premios Nacionales de Literatura, tuvo un parto difícil que está pálidamente dibujado en este artículo. Desde luego, Neruda creó problemas al no querer colaborar en prosa, sino en verso, y su "Oda a la araucaria” no es, por desgracia. lo mejor de su valioso numen poético. La contrapartida la ofrece, en cambio, ese monumento épico-social (lírico dórico diría Juan de Luigi) que se llama "Epopeya de las bebidas y las comidas de Chile", de Pablo de Rokha, el insigne vate a quien tanto debe su ingrato país.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El "Autorretrato de Chile"
y las interioridades de su realización
Por Luis González Zenteno
Publicado en LA NACIÓN, 20 de marzo de 1960