Un novelista aparentemente quieto, de pocas palabras, que en raras ocasiones reía en forma abierta y, a menudo, sabía sonreír con suavidad y algo de tristeza. Nicomedes Guzmán tenía la enorme generosidad del que no pretende otra cosa que ser un compañero, un amigo. Que "La Sangre y la Esperanza" cumpliera 6 ediciones, allá el libro: el escritor seguía igual. Era como si el hombre buscara desaparecer tras su labor y la verdadera entonación de su voz se hiciese presente en la palabra escrita.
Perteneció al primer taller de escritores de la Universidad de Concepción en 1960. José Chesta, joven dramaturgo de Concepción, muerto en un accidente de automóvil hace poco menos de 2 años, fue compañero de Nicomedes Guzmán en el taller mencionado y le describía con entusiasmo, no exento de sorpresa:
—Dijo tan poco. Trabajó. Escribió como ninguno de nosotros. Corregía en forma incansable. Aceptaba las críticas, aunque fueran discutibles o injustas: simplemente, se conformaba con mirar al que estaba hablando. De vez en cuando decía lo preciso, lo necesario y nada más.
Sin embargo, sus libros no son expresión de quietud, sino, por el contrario, en ellos hay sobre todo dolor profundo y un fuerte desborde de su rebeldía interna.
Biografía y voces críticas
Nació en Antofagasta hace 50 años. "A mi padre, heladero ambulante; a mi madre, obrera doméstica", reza la dedicatoria de "Los Hombres Obscuros". A los 18 años publica su primer libro, "La Ceniza y el Sueño" (poemas), que, revelando una sensibilidad precoz, está muy lejos de un gran significado literario. Es con "Los Hombres Obscuros" (novela, 1939) que aparece su verdadera personalidad de narrador. En 1943, con su novela "La Sangre y la Esperanza", Nicomedes Guzmán
obtiene el Premio Municipal de Santiago. En esta obra, el escritor da lo mejor de sí, y, junto a él, libros como "La Luz Viene del Mar" o "El Pan Bajo la Bota" son evidentemente menores.
Si la figura humana y el carácter de Nicomedes Guzmán inhibían las actitudes polémicas, no ha resultado lo mismo con las novelas y narraciones suyas. La obra es a todas luces materia de discusión. Nicomedes Guzmán ha reflejado en sus libros una experiencia, contada bajo los cánones de Zola, si los vemos desde un punto de vista estético. En Guzmán el procedimiento es positivista y, por momentos, se remite casi con frialdad a la pintura de la miseria de la familia y el barrio pobres. Pero en la visión despiadada surgen grandes manchones de pasión. Ahí se desahoga el escritor y vibra con rudeza el calor del hombre, y el artista se hace entonces también blanco de las más encontradas críticas.
Enrique Anderson Imbert ("Historia de la Literatura Hispanoamericana", Fondo de Cultura Económica) hace una síntesis de lo dicho al expresar: "No le hace ascos a la peste, al estupro, a la muerte, al fango humano. Sin embargo, va a lo feo encendido de fe en el proletariado, de esperanza en la regeneración del pueblo, y en su prosa el naturalismo se mezcla con metáforas líricas..."
Sin embargo, no es agua de rosas la que hizo llover la crítica
sobre Nicomedes Guzmán. Veamos:
Francisco Dussuel (sobre "Los Hombres Obscuros"): "Libro instintivo, doliente, desgarrador. El grito elemental, el retorcimiento de las frases, quemantes, agresivas, obscenas, y el realismo brutal, se ahogan ante la sinceridad de este adolescente, que se jacta de ser escritor del pueblo, y pinta, sin embargo, crueles, egoístas, a sus hermanos de conventillo, precisamente para que se regeneren. Hay escenas del más crudo realismo..., hay amargura social..., odio que escapa en frases cáusticas y duras... Vida sin ideal, sin fe, sin amor... El hombre para él es una bestia arrastrada por dos hilos: la carne y el dinero. Hay, sin embargo, hermosas imágenes..., belleza de estilo".
Frente a lo anterior, un juicio de Ricardo Latcham, relativo al mismo libro, va hacia una apreciación muy distinta: "Guzmán superaba la visión anterior del conventillo santiaguino, la objetividad elegante de González Vera, el intuitivo naturalismo de Romero, y los tiernos y poéticos atisbos de Sepúlveda Leyton. En Guzmán la literatura tiene un designio imperioso, un mandato superior a las buenas intenciones de los que introducían su piedad fugitiva en un ambiente en que sólo sabían encontrar la vulgaridad o la degradación".
Un libro y mucho ruido
Su libro "Una Moneda al Río y Otros Cuentos" fue publicado en Estados Unidos. Otros como "La Carne Iluminada" y "Donde Nace el Alba" gozaron de momentos de popularidad y venta. Pero en ellos no hay aportes de categoría. Nicomedes Guzmán, con todos sus atributos y defectos, más solitario y franco, logra su mayor altura en "La Sangre y la Esperanza". Se trata de una novela que en cierto modo es un pequeño universo, donde siempre los hombres están contrapuestos unos a otros, y, en todo caso, actúan integrados a una sociedad, como miembros de una parte de ella, la más numerosa, bajo el prisma del autor, hundida, pero capaz de removerlo todo.
Silva Castro dijo que aquel libro podía entretener y emocionar, pero que contenía "un número tan grande de obscenidades inútiles y salidas de tono sin justificación posible, que su lectura a menudo chocaba".
Pero nunca hubo unanimidad crítica ante Nicomedes Guzmán. En oposición a lo anterior, puede leerse:
"Siendo un buen observador y teniendo destreza literaria, los cuadros han salido vivos, humanos, naturales, como un reflejo de la vida..." (Francisco Santana: "Atenea", marzo de 1944).
"Aquí se historia un barrio, con sus características inconfundibles y dentro del determinismo fatalista de la miseria, del dolor y de la explotación del hombre. Ha pasado ya el tiempo en que se buscaba en el pueblo un tema de exotismo intelectual, un deleite turbio para los sentidos o un escenario para exhibir difusas compasiones. Aquí el medio encarna en los protagonistas y ellos ensamblan perfectamente en la idea, inexpresada pero latente en el autor, de construir una experiencia novelística proletaria desde la entraña misma del conventillo..." (Ricardo Latcham, prólogo a la 4ta. edición).
El más entusiasta de los juicios fue el de Luis Sánchez Latorre, con párrafos como este: "...la humana redención palpita en sus páginas. La angustia se hace fe, movimiento; la miseria económica, trasunto de alentadoras luchas; el erotismo y la promiscuidad, razones de búsqueda y encuentro de un vivir menos obscuro y más tierno. Toda la novela entraña una problemática siempre vigente. De ella sale uno como de un mundo que le pertenece."
"En la Posta N.° 3... "
"En la Posta N° 3 de la Asistencia Pública falleció ayer el escritor don Nicomedes Guzmán, quien se hallaba convaleciente de una grave enfermedad. Su deceso se produjo el mismo día en que cumplía 50 años" —era la nota del diario—. Después venían detalles sobre su obra y funerales. Una muerte sin nada de ruido, en un invierno que arreciaba y se hacía sentir, en especial, en los cuerpos de los hombres que él retratara y convirtiera en personajes de ficción.
Una vez le vimos reír con
ganas. Fue en una reunión de escritores, cuando un cuentista joven contó un famoso cambio de cartas entre Sherwood Anderson y Ernest Hemingway. Anderson había ayudado a Hemingway, haciendo que se imprimieran sus primeros libros. Además, la crítica estaba de acuerdo al estimar que la obra de Hemingway revelaba una gran influencia de Sherwood Anderson. No obstante, Hemingway, que no se sentía a gusto como ahijado del autor de "Winesburg, Ohio", hizo un ataque furibundo aunque irónico (en forma de parodia) en contra de Anderson, en su libro "Torrentes de Primavera". Además, no contento con esto, envió a su antiguo maestro una carta en la que le decía que con tal crítica le había aplicado un "knock-out". Sherwood Anderson quedó sorprendido. No lograba entender. Hizo algo simple: le contestó también en términos boxeriles, diciendo que él, Sherwood Anderson, se consideraba un "buen peso medio" y, en cambio, ponía en duda la capacidad de Hemingway para ser jamás un verdadero "peso pesado".
Nicomedes Guzmán se sentía un buen peso medio de nuestra literatura y se negaba a posar de peso pesado. Como Neruda en su 'Estatuto del Vino", Nicomedes Guzmán decía:
"Dios me libre de inventar las cosas".
No inventó un prestigio. Hizo muchos libros y uno especialmente importante; uno de esos libros extraños, que no es fácil escribir, porque requieren ampollas y callos en las manos de su autor. De si mismo hablaba sin duda Nicomedes, cuando dice al terminar "La Sangre y la Esperanza":
"Miré mis manos. Manos de palmas con ampollas secas, donde el callo cobraba ya sus dominios. Y no vi nada, nada, sino el reflejo del sol, concentrando su noble existencia en los espejos calientes que me rodaron de los ojos, cobardes ya para luchar al sentimiento".
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Silencio de Nicomedes Guzmán
Por Luis Domínguez
Publicado en Revista ERCILLA, 8 de julio de 1964