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(Des)filosofar, amar y reír.
Nicolás López-Pérez, Filosofía Destilada. Santiago de Chile: Adiós Siglo XXI, 2015.

Por Luciano Allende Pinto*


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Dividido en dos partes: “Ensayos sobre Filosofía” y “Ensayos de Filosofía”. Filosofía Destilada es un texto que anuncia en estos dos modos de presentación, en sus sobre” y “de”, es decir, en el abordaje desde un cierto exterior y en el compromiso con el genitivo, dos formas de referir a la Filosofía, que definen a su vez, dos maneras diversas de ejercer el pensar y habitar “en” la filosofía, que en parte comentaré a continuación.

Antes de cualquier precisión analítica particular, debo consignar que ambas secciones rompen con los usos habituales de la jerga filosófica y sus modos de producción,  y exhiben la manera cómo el autor asume por tarea la reflexión en un cierto más allá y distancia crítica respecto de la escritura academicista que habita y coopta la producción filosófica en estos días, conscientemente rompe con los formatos de escritura tradicionales –tratados, sistemas, entre otros- así como con los formatos más contemporáneos –correspondiente al paper académico indexado, por ejemplo- y sus exigencias de redacción en tercera persona que operan como objetivadores del sentido y la significación.

La primera parte –si se quiere la más cauta en su anunciación, aquella “sobre Filosofìa”, trata de abrir un ingreso “legítimo o autorizado” a la misma para aquellos que “no pertenecen” formalmente a ésta disciplina, mientras que la segunda, los ensayos “de Filosofía”, se ajustan más al trabajo que habitualmente realizamos quienes nos dedicamos profesionalmente a su estudio y enseñanza, el comentario, la comparación, la problematización y en ocasiones la propuesta, generalmente referida a un autor o un conjunto de estos. Sin embargo, creo que el aporte más potente del libro, se encuentra en el cuestionamiento que realiza a la Filosofía como disciplina. Si se quiere, ahí donde declara un mero “sobre” donde menos pretende, es el lugar en que logra su cometido, por cuanto opera en tales reflexiones lo más relevante y lo propiamente filosófico del texto.

La primera sección de ensayos que componen la obra, asumen desde sus primeras líneas,  una perspectiva que denuncia la insuficiencia de los modos habituales del quehacer filosófico profesional. Al mismo tiempo, proyectan un trabajo profundo, meditativo y amante de la sabiduría. Del tono de esa acusación, me tiento a sugerir que el ensayo no es el género que mejor identifica esta obra en su totalidad, sino que tal título, sólo se ajusta a la segunda parte del texto. La primera parte contiene elementos que trascienden dicho estilo; su prosa preferentemente en primera persona, su acento íntimo, y a ratos autobiográfico y el reconocimiento íntimo a su maestro, el profesor Miguel Orellana, me recuerdan mucho más a las Confesiones de Agustín o a un Diario Filosófico (Denktagebücher), que a un ensayo en sentido estricto. Incluso la lectura de algunos pasajes especialmente ácidos respecto de la academia nacional, me evocan las reflexiones presentes en “Escritura y Temblor”, del filósofo y poeta chileno Patricio Marchant, precursor del ingreso de la deconstrucción francesa a Chile a fines de los años 70 y comienzo de los 80.

Son varios los aspectos de éste libro que me parecen completamente pertinentes. Comparto con el autor, su gusto por Sonic Youth, expresado en la cita a Lee Ranaldo, en su faceta de vate, que sirve de epígrafe a la segunda parte del texto. Participo también de la valoración de la obra de Josefo Leonidas, y sus Escandalosos Amores de los Filósofos, cuyo intento de escribir una historia de la filosofía en tono ameno, deviene en un gesto de des-sacralización del saber superior, hoy necesario.

Comparto su crítica a la educación en general y sus abusos de los argumentos por autoridad  que están a la orden del día en el mundo en que vivimos. Estoy también de acuerdo con el juicio de Nicolás respecto de la profesionalización de la filosofía, tanto en su situación universitaria, como en lo correspondiente a su enseñanza en los establecimientos de Educación Media, dado que sus actuales prácticas no hacen sino infligir un corte que castra las posibilidades del ejercicio del pensamiento como tal. En ese sentido, la “des-filosofización” sugerida por el autor me parece una tarea tanto más urgente en cuanto más progresan las formas de saber-poder provenientes del academicismo vacío y sin sentido del siglo XXI.

Este concepto de desfilosofización, es precisamente, el primero que quiero destacar de los trabajados por el autor. Esgrimido con ocasión de un lúcido análisis respecto de la institucionalización de la filosofía, sus estudios formales y el rol que le compete en éste escenario al ocioso o al discurso proferido por un aficionado, a este respecto señala Nicolás:

“Un filósofo profesional, entonces, parecería tener más derecho a ser filósofo que el ocioso. Y además, ocupar el continente de lo que comprendería “ser un filósofo” para el común de la sociedad. No es odioso reiterar mi creencia de que ambas clases de filósofo son tales. El discurso de la filosofía profesional como una exigencia para hacer filosofía (filosofar) de calidad es el que prima. Es parte de una desfilosofización de la filosofía el hecho de abogar por la coexistencia mayoritaria del discurso de ambos tipos de filósofos para no generar un conflicto de superioridad epistémica por parte de una posición. Esto contribuye al reconocimiento de diversidad valorativa de modos de producir filosofía.”

 Creo que en un nivel descriptivo, la idea de la desfilosofización, expuesta por Nicolás, expresa un malestar respecto del paradigma imperante en la filosofía actual y la figura de “los filósofos”, como sujetos “autorizados” para hablar de filosofía, sólo por formar parte de una “comunidad cerrada de especialistas”. El concepto critica ese cierre político-epistémico en la medida en que reclama el reconocimiento del título de filósofo también para el “ocioso”, aquel sujeto ocupado en cuestiones filosóficas. Noción que viene del griego skholé.

Sin embargo, la instalación del concepto “des-filosofización” constituye un gesto, que además performa su inscripción en la filosofía como tal, en la medida en que permite distinguir lo filosófico de las prácticas de legitimación institucional de la filosofía certificada. A veces no se requiere más que un concepto para filosofar y ser ya filósofo. Un filósofo no es sino un “fabricante de conceptos”, como señala Deleuze en sus cursos sobre Kant.

Sigo leyendo lo que sigue al pasaje recién citado:

“La desfilosofización viene a partir de la imposición del discurso de que el filósofo “real” viene a partir de la profesionalización, ¿es qué tenemos que hacer menos filosófica la disciplina para reconocer a otros? Pasa en congresos, simposios, foros, mesas redondas, debates, coloquios, encuentros, conferencias, seminarios de filosofía donde el recelo y “auto-superioridad epistémica” del profesional se manifiesta en desmedro del que no tiene esa calidad por ser “menos filosófico”. Repito la idea de que el filósofo como tal, reúne cuatro requisitos: la documentación, el rigor, la imaginación y el tiempo.”

Sin detenerme en éstos requisitos, considero necesario aclarar la distinción entre la filosofía como práctica institucionalizada concreta, la que efectivamente responde a los rituales de legitimación descritos –congresos, seminarios, entre otros-, y la filosofía como práctica concreta, la que, en rigor, ocurre en el pensamiento y los textos, En este último sentido, Filosofía Destilada no es sino un texto de filosofía, sus reflexiones están “en” la filosofía como en casa.

 Para asirnos adecuadamente de este punto, creo que es fundamental recoger un concepto de actitud filosófica que si bien, Nicolás menciona al pasar, es uno que ha dirigido mi reflexión y actividad de enseñanza de la Filosofía desde hace mucho, tanto en nivel secundario como superior.

¿Qué se quiere decir con actitud filosófica?  ¿Tiene que ver con algo así como las prácticas y acciones que realizan los miembros de la “comunidad de filósofos”? Tal vez si, tal vez no, la clave está en comprender la apertura que esta actitud implica. Creo que una adecuada comprensión de lo pensado con el término “desfilosofización” pasará por prestar oídos a la idea de la actitud filosófica como una cuestión no exclusiva de una comunidad ni excluyente de ningún sujeto.

“Desfilosofar (a) la filosofía, significa, entonces, abrir la puerta hacia la inclusión del filósofo no profesional, del ocioso sin filiación ni ley.”

Con respecto de la actitud filosófica, agregaría que en ella la ausencia de ley es la ley, ausencia de ley como ley de la hospitalidad y la hostilidad filosóficas. De ella germinaría la condición de filósofo, la bienvenida en una comunidad –hospitalidad-, así como la posibilidad del rebasamiento de las clausuras epistémicas de ésta disciplina –hostilidad-, son su ley filial, ambos modos de habitar y pensar, se encuentran en el concepto latino de Hostis (Benveniste), el que puede entenderse como ley de toda pertenencia (Derrida).

Que la condición de filósofo no sea exclusiva de los formados en filosofía, es la primera de las consecuencias de estas reflexiones y por ello, debe entenderse que asumir tal actitud, no depende en caso alguno del cumplimiento de un determinado curriculum de formación. En segundo lugar, y no tanto como consecuencia de lo dicho, sino como exigencia, emerge la necesidad de definir ya no por contraposición, sino positivamente ésta actitud. En este sentido considero que aquella se juega en el tipo de relación que se sostiene con el nivel fundamental, esto es, no técnico de toda disciplina. Hay quienes pasarán por las escuelas de filosofía sin jamás tener una experiencia de la actitud filosófica y podrían convertirse en expertos en historia de las ideas. Del mismo modo, habrá otros que no habiendo estudiado filosofía formalmente, podrán experimentar esa actitud filosófica, en la medida en que atienden al fondo filosófico de sus respectivas disciplinas. El abrazo a la filosofía práctica.

Por ejemplo, hay quienes estudian medicina, sin preguntarse jamás qué significa bienestar y salud, progresan y recorren los hitos curriculares recitando de memoria los instructivos y definiciones de la OMS y los manuales de turno de sus asignaturas troncales, egresan de sus escuelas y ejercen la medicina sin examinar jamás respecto de las distinciones sano o enfermo, normal y anormal, la relación entre sociedad y salud, entre otras; lo mismo ocurre en el ámbito del Derecho, se puede egresar de la carrera y jurar como abogado, sin preguntarse en absoluto qué significa la justicia, o peor aún, hacer carrera creyendo tener respuestas claras y finales respecto de qué es la justicia, adquiridas de lecturas acotadas sea de los clásicos o de los contemporáneos, pero siempre poniendo en tanto, se ha sobreentendido algo, o respondido fácilmente una interrogante, un alto al pensar. En otra disciplina fundamental para la constitución del mundo, la educación, ocurre lo mismo, se podría egresar de pedagogía, y tener el título de Profesor (de Estado), sin preguntarse ningún por qué, y asumiendo dogmáticamente los cómo del desarrollo de competencias profesionales, para transformarse en un técnico muy avanzado en “saber pedagógico”, bien evaluado en la prueba INICIA, pero completamente irreflexivo, respecto de las implicancias del desarrollo humano.

Podríamos analizar el quehacer no sólo de estas escuelas especialmente sensibles, por cuanto forman sujetos que definen aquello que constituye el ejercicio y sentido de los Derechos Sociales y hallaríamos a casi todas las profesiones y oficios en la misma situación. Es fundamental romper el dominio de la obviedad e inquietar a todos aquellos que se forman profesionalmente sin preguntarse, por ejemplo, por qué se busca la condición de “ciencia” para la pedagogía, o para el Derecho, ¿qué se decide anticipadamente en los títulos “ciencias pedagógicas” o “ciencias jurídicas”?, Eso, pensado e impensado, va mucho más allá de dos simples palabras grabadas en la puerta de una oficina, sino que éstas cargan, traen al modo del contrabando, unos modos de pensar y hacer sociedad, que nunca son insignificantes.

Es decir, podríamos formarnos en cualquier disciplina, sólo asumiendo el saber de lo habido, sin pensar jamás por nosotros mismos, esto es lo que se rompe con la actitud filosófica que la invitación a desfilosofar encarna.

El asunto es que la actitud filosófica, así como la invitación a des-filosofar, remiten a una radical inquietud de pensamiento y aunque se relacionan siempre con un cuerpo de saber, no acaban en aquel, sino que se introducen en el mismo, socavan sus fundamentos, fisurando los límites del saber disciplinar y, en ese sentido, abren las puertas para un efectivo encuentro inter-disciplinario, como una cuestión que ocurre primero en los sujetos y luego en las instituciones.

La desfilosofización en cuanto modo de esa actitud filosófica, no es otra cosa que la refilosofización, tanto de la filosofía como de otras disciplinas, hostilidad entonces con la reducción habitual de toda ciencia y profesión a un mero conjunto de competencias disciplinares, hospitalidad, por lo tanto, para con el pensar mismo. Propongo que esa actitud de desfilosofización y refilosofización –sumamente indispensable en esta época de dominio técnico del saber- recorre las páginas de Filosofía Destilada, más allá de su exposición temática, por cuanto su principal fortaleza es el despliegue de esa actitud.

Queda abierta la pregunta de ¿qué es hacer filosofía? Así también el carácter asumido por el quién de dicha tarea, quizás habría que ir a la más antigua y por mismo impensada definición, que nos heredó la tradición, aquella que decía que los filósofos eran los amantes de la sabiduría. Porque lo que está en juego en estas páginas no es otra cosa que un muy honesto cortejo del autor a temas y problemas filosóficas, amor por lo tanto, que se expone a lo largo de sus páginas, con libertad y más de alguna sugerencia sumamente interesante o discutible; hostis nuevamente, que también se nos revela como ley del amor.

Insisto, el tono es marcadamente confesional, lo expresado no es otra cosa que la declaración pública de un amor, así como el llamado a otros a amar, especialmente a sus colegas abogados; para reflexionar sobre éste asunto, quizá habría que recordar nuevamente a Patricio Marchant, y su breve texto “AM_Mi amor” (1985).

“Trato de alterarme. De desalterarme, trato de ser distinto. Trato de escribir algo distinto. No puedo. Escribo como siempre, una carta: "I only writte love-letters". Como siempre, y como todos. Pues, todos, siempre, sólo escribimos [eso], sólo eso se puede escribir, love-letters. Cartas de amor son la Metafísica de Aristóteles, Las Lanzas y la Constitución de 1980: hay muchas formas de amar.”

Marchant iguala el texto filosófico, el texto literario y el siniestro texto jurídico chileno, con las cartas de amor, justamente porque piensa que todo texto no es otra cosa que un envío, uno que rara vez llega a destino. No obstante, dicho enviar, es un enviar-se, un ex –ponerse. En el fondo filosofar se trata de eso, de ejercitar el pensamiento y la carne, porque se filosofa con todo lo que se es, -el martillo nietzscheano, no es otra cosa que el propio cuerpo- luego escribir no es sino “poner el cuerpo” y la propia existencia en un afuera; afuera que –en primera instancia- es el objeto libro, y afuera que es también, el otro, el lector. Se trata de exponer la consciencia y el inconsciente, pienso que no hay escritura que valga la pena, que no sea escrita al modo del amante, y como tal, en el modo del deseo; también en el modo del rechazo, en cuanto forma de amor. No hay deseo ni amor, sin hospitalidad y hostilidad: hostis, no los hay sin la maraña del consciente e inconsciente, no lo han sin miedos e inclinaciones, sin economía libidinal, sin manías, sin lapsus, ni actos fallidos. En ellos se inscribe o escribimos nuestra diferencia, lo que nos diferencia, en cuanto amantes apasionados.

Quiero rescatar un lapsus del autor, lapsus donde como nos enseñara el psicoanálisis, lo más importante se expresa, ya que estos más acá de “la psicopatología de la vida cotidiana” (Freud) no son nunca un error, sino un modo positivo de escribir y escribirse, y en este caso, son una manera de filosofar:

En el texto VIII de la primera parte, “Filosofar o las armas abstractas del intelecto”, escribe Nicolás, citando un conocido pasaje del §40 de la tercera crítica kantiana:

“Las máximas siguientes del entendimiento común humano pueden (…) servir para aclarar sus principios. Son las siguientes: 1ª Pensar por sí mismo. 2ª Pensar en el lugar de cada otro. 3ª Pensar siempre de acuerdo consigo mismo. La primera se refiere a la máxima del modo de pensar libre de perjuicios; la segunda es la máxima del extensivo; la tercera, del consecuente.”

El lapsus consiste en transcribir la expresión kantiana un “pensar libre de prejuicios”, por un “pensar libre de perjuicios”, ¿qué se expresa en este lapsus lingüístico? Error de “tipeo” dirá la secretaria, “son sólo dos letras una fe de erratas y listo” consignará el editor del texto. Sin embargo, en el fondo hay algo más.

Hasta donde sabemos en términos jurídicos, el perjuicio está asociado a un daño moral o material, entonces ¿qué menoscabo o detrimento podría traer consigo el ejercicio del pensamiento, por qué sea necesario afirmar inconscientemente la ausencia de perjuicio? De hecho el texto de Nicolás puede ser leído como una invitación al pensamiento, una invitación que aclara “sin querer”, que se trata de “un pensamiento libre de perjuicio”, pareciera ser casi un mensaje codificado, dirigido a sus colegas que conocen mejor que otros esa jerga jurídica asociada al perjuicio, la culpa, la responsabilidad y la indemnización. Es una suerte de proclama: “¡Hey! pensar no perjudica”, pero la salvedad cabe, porque todos quienes hemos perdido el sueño por una idea, quienes hemos perdido la cabeza por estas “cartas de amor”, sabemos que pensar es correr riesgos, es asumir una peligrosa tarea, cuyo perjuicio no es indemnizable.

En el primero de los “Ensayos de Filosofía” (la segunda parte), así lo expresa, refiriéndose al rol de la Universidad y  la tarea de la Ilustración en mundo contemporáneo. Todo sumado a la interpretación del tradicional llamado, de atreverse a pensar, agrega el autor, al menos dos asuntos cruciales para una comprensión filosófica del derecho y el riesgo que acompaña asumir una comprensión tal:

“no someterse a un cuerpo jurídico injusto, lo que significa perseguir la justicia por diversos medios (una vez más, hay re-valoración); la idea de la certeza de la autoridad, el oponerse a los dogmatismos. Resumiendo lo anterior, la crítica se convierte en el arte de ser díscolo, el de la indocilidad reflexiva para terminar con la política de la verdad”.

Ciertamente, subyace a esta propuesta crítica un ánimo constructivo y una vocación pública y social emancipadora:

“El pensamiento y la crítica pueden cambiar las sociedades, darles otro giro y ahuyentar al hombre de la monotonía lineal o cíclica que se sume a las sociedades en estadios de ignorancia. Será el ejercicio público de estos elementos lo que proyectará la idea de la mayéutica socrática frente a las ideas, creencias y prácticas en las que los individuos no se detuvieron. La construcción de otros puntos de vista puede ilustrar y encerrar a la política de la verdad en un callejón sin salida. Para ello es necesaria la exteriorización del saber superior a la sociedad y cómo sus integrantes lo internalizan. Un nihilismo positivo, una actitud hambrienta de lucidez, en el curso de que el pensar ataca y destruye todos los muros y trampas con que el propio hombre se aprisiona, para devolverle esa libertad de mirar las cosas siempre de nuevo y siempre más allá de la última visión lograda”.

Ese más allá, esa libertad es el arriesgado salto al que éste texto invita. La ilustración que propone Nicolás supera, en cierto modo la mirada tradicional que posibilitó tras el privilegio etnocéntrico del civilizado sobre el bárbaro, las peores masacres de la historia, incorporando aspectos que dicen relación con la ética del otro levinasiana y la intersubjetividad de las éticas del diálogo, cuyos aportes van mucho más allá de los estrictamente jurídico. Quizás sea este recaudo, lo que nos mantenga libres de perjuicios, o al menos prometa cierta seguridad ante la posibilidad de salir con el “corazón roto”.

Creo también fundamental rescatar el ensayo “El animal ridente”, ya que éste pareciera estar inconexo con los otros textos de la segunda parte de la obra. No obstante, considero que aquel paréntesis resulta crucial para comprender el temple del autor y la posibilidad de cierta actitud satírica solamente sintomatizada pero no tematizada en el texto.

Aunque no hay referencia directa al pasaje del Zarathustra donde éste se deshace del “espíritu de la pesadez”, lo que desata en Nietzsche la “carcajada del superhombre”, algo de aquello hay en Filosofía Destilada. Una tematización de esta actitud, podría responder a una actitud cínica completamente ausente en este texto, se trata más bien de una sátira irónica, consistente en asumir alegremente el riesgo como talante, considero que a aquello se refiere la expresión “nihilismo positivo” presente en el pasaje recién citado.

Lo que habría en este talante y su “humor”, no es otra cosa que un cierto deshacerse de las ataduras del “pensamiento calculador”, del escrito academicista, y del objetivismo cosificador o alienante de los individuos, un sacudirse de la dominación técnico metafísica (Heidegger) o de la sociodicea del mundo contemporáneo (Bourdieu). Advertimos por tanto la marca propia de un alegre ánimo de remoción de la “dictadura de la producción y el consumo” y una resistencia a la digitalización de los sujetos, amordazados en las redes sociales. Frente a esto, serían dos las tareas a la que somos invitados, por una parte, a sacarnos ese enano de la pesadez de la espalda, y luego, a reír, parafraseando a Nietzsche, “cómo nunca nadie antes rió”.

Entonces ¿qué destila la filosofía, sino seguir escribiendo chistes como Josefo Leonidas, o cartas de amor como Patricio Marchant?

Como una invitación a seguir dialogando, leyendo y escribiendo, amando y riendo, a modo de cierre quiero traer a colación un extracto de “Amor de la foto” en Escritura y Temblor de Marchant, donde él nos muestra que se puede escribir desfilosofadamente la filosofía:

“No hay verdad, Matías;
sólo hay efectos.

Un texto se junta con otro texto (un lector) como un hombre se junta con una mujer. Nadie puede predecir con certeza lo que ocurrirá. Alguien entenderá, alguien no entenderá. Se entenderá esto, se pasará por alto esto otro.

Un texto es efectivo si genera movimientos: cólera, risa, satisfacción, rechazo.

No hay verdad, Matías;
en el mejor de los casos, temblores".

Filosofía Destilada, finalmente, es precisamente eso, la evaporación y condensación de lo emanado en el temblor amoroso y el temblor ridente.

 

* * *


* Licenciado en Filosofía por la Universidad ARCIS. Estudios completos de Magister en Filosofía Política (USACH). Becario CONICYT en programa de Doctorado en Filosofía mención Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile. Docente de Ética de la Profesión Docente en Universidad San Sebastián, sede Santiago.  lallende1978@gmail.com



 

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