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Cartapesta, álbum para un puzzle de vida
Algunas ideas tras leer «Polaroids» de Alvaro Agurto Pincheira (Santiago: plazadeletras, 2019)
Publicado en revista Lector, 18 de octubre de 2019

Por Nicolás López Pérez



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Cartapesta es una técnica que utiliza pedazos de papel de diario cortados a mano y unidos por medio de un pegamento (cola fría) para dar forma a un objeto. Las capas de papel se unen con el pegamento. Al momento en que ambas cosas quedan inseparables a simple vista, queda una superficie, una piel mucho más resistente. Le da la dureza de cartón al papel de diario. La idea de la cartapesta es formar una figura nueva. Y la figura nueva puede ser de dos maneras. Primero, una figura que acumule la historia e información del papel de diario. Segundo, una acumulación de materiales que pierden su forma para fundirse en otro todo.

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Imaginemos que la figura nueva es ambas figuras posibles. Mediante la cartapesta la figura puede ser vista como un álbum de fotos. Nos importan las fotos. Nos importa a dónde nos llevan las fotos. Y desde dónde.

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Decir que es un álbum de fotos a secas es injusto con el tránsito de la vida del poeta. Polaroids es un ensayo de eso. Una selección. Un montaje. Una antología de teorías, resultados y herramientas. Un museo, quizás. De todas maneras, en su tinta queda patente: hablar lo que quepa / en una respiración. O callar lo que no queda / en un suspiro.

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La poesía como un suspiro de la conciencia. Puede ser. O la poesía como un soplo de la conciencia, en la idea de Breyten Breytenbach. La diferencia entre suspiro y soplo es importante. El soplo y el suspiro suponen entrada y salida. Pueden ser antagónicos. El soplo implica presencia. El suspiro, ausencia. Con el suspiro hay una pérdida de la palabra hacia dentro de sí. Un soplo puede ser un respiro. Entonces, ambos tienen que ver con la raíz latina spirare. El suspiro es una salida más o menos confusa. De spirare también expirar, transpirar y anhelar. Los poemas de Polaroids a veces se cuelgan de esos verbos para abrirse paso desde la página hasta un viaje que no se sabe bien donde termina.

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Un álbum de fotos, una antología cuya medida y forma se supedita al cuadrado interior de 8x8 cm. Luz y sombra, también la gama de colores sucumbe ante el espacio previsto. Una polaroid cualquiera. Allí se configura el deseo, la pena, la emoción, el pensamiento. Solo allí. Álvaro Agurto Pincheira tiene una válvula de escape, un flechazo certero, por ejemplo: lo que no cabe / en la foto / es tragado / por el mar. En esas palabras hay un arte del sugerimiento. El mar da. El mar quita. Una insinuación de algo que puede ser o no. Con cautela. No hay certezas. En el mejor de los casos, rostros. Y uno que otro nombre de pila. De seguro que hay. Son ese secreto bien guardado del instante. Basta lo mínimo. Bastante más que una sola idea.

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Dos meditaciones poéticas. Primero: 1741, Emily Dickinson. En castellano, por versión de la casa, se reproduce así: “lo que jamás volverá a ocurrir / es lo que hace la vida más dulce”. Segundo: “no hay ideas sino en las cosas”. William Carlos Williams en la introducción a su monumental Paterson. El poeta piensa con su poema, se regocija en su pensamiento. Allí la emoción ocurre y el poeta se adentra en las profundidades de la cosa. Todo depende de la habilidad de surfear en sus márgenes. Llega un momento en que la ola te lleva y te dejó lo que te dejó.  Después del name-dropping, compartir lo que se dice porque se verifica en otro lugar. No es que los citados tengan razón, sino operar a tajo abierto con las mismas ideas, incluso si se desconocen. La escritura es una tecnología.

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Las ideas que quieren ir más allá de la nostalgia, corresponden a una proyección de la lucidez a un estadio que desemboca en lo esencial. Una polaroid es un trozo de memoria. Un trozo de memoria es traído al presente a través de diferentes mecanismos. Uno de ellos es la nostalgia. La nostalgia es una jaula del recuerdo. Un museo. Tiene una rigidez al momento de generar una respuesta al qué pasó. Polaroids puede afirmar y negar al mismo tiempo. En el conveniente empleo de la metáfora y la metonimia, Agurto Pincheira reacciona en un tiempo posible. El traslado de una imagen a otro lugar es contingente. El traslado deja un recipiente que llenar. Los textos de Polaroids no tienen nada más que la acción de un observador. Un riesgo inminente. Lo que ha quedado fuera de la foto, no es. El espacio de una polaroid es más bien pequeño. El fotógrafo es el creador, tiene la primera palabra y cede la última.

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Los tropos se rehúsan a morir. La metáfora y la metonimia. La imagen se expresa mediante ambos vehículos, generan una ambivalencia original (del origen). Hay una necesidad irrenunciable de hablarle al poema de pensamiento y al pensamiento de poema. Razón y poesía en el río que cruzaron María Zambrano y Chantal Maillard. En Polaroids, el tropo funciona como caballo de Troya. El zumbido del “como” hechiza. Al momento de demandarle una certeza al plano, solo un ejercicio de visión. Y de concentración. Un ánimo más o menos dislocado, reconducido por un tobogán hasta el océano de la emoción. Hay movimiento nervioso. Esto es, la transformación de lo inmediato. Ese espacio, escribir. O ver todo en tránsito para pasarlo mejor.

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¿Qué vino primero el pensamiento o la emoción? ¿O ambos se dan simultáneos? Como en Denise Levertov: pensar-sentir y sentir-pensar. El movimiento es una superposición de dimensiones. El pulso que va describiendo formalmente la realidad y la ilusión de ruta del poeta. El pensamiento y la emoción se hacen de lo subjetivo, de lo frágil y de lo cambiante. Hay un espacio de intimidad que tramita un hilo conductor explicando las vicisitudes de lo propio. Un espacio desde donde el poeta cambia las cosas de lugar. A veces, para crear una figura. Otras, para simplemente articular una pena, una risa que se funde como emoción y pensamiento. ¿Si todo esto se presenta, hay certeza? Tan solo una figura, cartapesta.

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Un poema no se trata de la certeza; tampoco de la vida y muerte del pensamiento y la emoción, se trata de cómo resucitan ambas en las terminaciones nerviosas de uno. Y de qué ocurre después de eso. Por ejemplo, después que el poema mira dentro de nosotros.

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Hay casos en que el poema se deja llevar por el dogma. Se aferra a la certeza de entregar algo ya prometido. No obstante, es posible dar y quitar al mismo tiempo. Como el mar. En la sugerencia y en su carencia. Algo puede ser así o puede ser otra cosa. Se pierde la forma. Más bien, la obligación a la forma. Y esa otra cosa, la hereda el observador. En la contradicción, una ficción de salirse de la película. Tal vez para jugar en otro papel, el de otra persona gramatical. O al menos, fingir su voz. Si las cosas salen mal, uno se empalaga.

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Una película imaginaria cuyo guion es azar.
Se produce hasta erradicar el corte del director.
Uno es consumidor de sus propios montajes.
Polaroids pone tramoya y escenario.
Se guarda la melancolía, multiplicando lo posible.
Tal vez, el significado de un poema está en otro.
Se escribe con la foto. Las palabras vienen por añadidura. O comezón.

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Lo breve puede hacerse intenso. De la misma manera que un barco cambia el curso de las aguas donde navega. Así sopla el poema, las velas que le dan dirección al viento. La sorpresa de lo inesperado. Da igual la clasificación: el significado de un poema está en su viaje, en su trayectoria, no en su fin.

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En Polaroids, Álvaro Agurto Pincheira desafía la configuración de algunos textos que pueden leerse como fotografías, como el deleite de un barco que zarpa sin regreso, como fragmentos que componen un puzzle de vida hasta ahora intentado. O una sopa de letras. El libro pone a prueba las posibilidades de ensamblarse como una sucesión de sugerencias que nos hablan de la opacidad del mundo de cara a no estar seguro de nada o a terminar admitiendo a las contradicciones para llegar a lo universal. La precisión está en la sugerencia. Léase todo como una tentativa de intuiciones.


Santiago, 9-12 de octubre de 2019



 

 

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Publicado en revista Lector, 18 de octubre de 2019
Por Nicolás López Pérez