Proyecto Patrimonio - 2020 | index | Nicolás López-Pérez | Autores |
«La poesía es la guía telefónica de los que no tienen domicilio»
Entrevista a Nicolás López-Pérez.
Por Aldo Alcota*
Publicada en revista Canibaal, 21 de marzo de 2020
.. .. .. .. ..
[Con justa novedad Nicolás López-Pérez (Chile, 1990) presentó su trabajo titulado Escombrario, editado por Contraeditorial Astronómica, en las dependencias de la Fundación Pablo Neruda ubicadas en Santiago de Chile. En la ocasión, el poeta y abogado señaló que se trataba de un esfuerzo especial consistente en una caja, un objeto de reacción literaria, más allá de todo libro posible. Nicolás antes publicó Geografía de las geografías con la microeditorial Litost, que también codirige junto al gran poeta Héctor Hernández Montecinos; La violencia creadora, un poema-artefacto en LSD que transmuta visiones de una playa imaginaria en un monasterio trapense; Coca-Cola Blues, en Ciudad de México por Vuelva Pronto Ediciones, sello organizado por el escritor Rodrigo Perea. Desde la metrópolis chilensis para revista Canibaal algunas Q&A para indagar más en Escombrario]
—Primero que todo quería empezar con una reflexión de la artista visual chilena Catalina Parra. Ella, al igual que tu obra poética, trabaja con los fragmentos, el deambular por la imagen, la transformación… Ella dice que cuando trabaja se siente parte del mundo y que la mantiene en equilibrio. ¿Es para ti la poesía una forma o camino para ser parte del mundo, de los cambios que afectan a la humanidad y a la vez, te permite la poesía lograr un equilibrio o tranquilidad y así no sucumbir ante tanta crudeza de la realidad? Y me dirijo ahora a la lectura de ¿Qué es tener una casa? de Escombrario y te pregunto ¿es la poesía una casa donde poder sanar a través de los recuerdos, sueños, el propio lenguaje?
—La poesía es secuencia. A veces, consecuencia. No solo viene a partir de la lectura y la escritura, el sistema endocrino alrededor de la literatura, sino fluyendo por la vida y su trayectoria. Hasta un centro, un destino común. La poesía es una hormona, un neurotransmisor ¿incisivo? Le da equilibrio a la estructura nerviosa de un sentido, de una serie de continuidades que son discontinuas en realidad. Le va poniendo nombre a cada una de las cosas que interviene el intersticio entre texto y realidad. Le pone tacto al tacto, vista a la vista, dirección a la dirección. Aunque no quisiera quedarme en decir poesía tantas y veces y llegar a un dogmatismo que podría parecer absurdo. Detrás de esta santísima trinidad de “poeta-poesía-poema”, la pregunta es qué puede cada cosa. Por ejemplo, ¿qué puede un poema? ¿Qué puede la poesía? ¿Qué puede un(a) poeta? ¿Cómo es cada cosa? Como le da la gana, creo yo. La poesía puede ser una forma, un camino no para ser parte del mundo ya, sino para ser el mundo. Acercarnos a una vieja nueva humanidad a la que aspirar a través de la dislocación del sentido de las palabras que vamos usando a diario y las vamos haciendo nuestras para que expresen lo que queramos que expresen, una emoción, un pensamiento. Uno es, quizás, el barco que cambia el ritmo del mar. Y no el mar que dispone el curso del barco.
La crudeza de la realidad. Déjame ir con tres desvíos o referencias. Dos en Alemania. Theodor Adorno y Paul Celan. El primero así: “Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. El segundo, asá: “Negra leche del amanecer, te bebemos de noche, te bebemos al mediodía, la muerte es una maestra que viene de Alemania.” Estos versos de Celan vienen de un poema se llama “fuga de la muerte” (Todesfuge). El último desvío en Anna Ajmátova cuando, a propósito de la escritura de Réquiem, le preguntan si puede describir “esto”, ella dice “puedo”. Pasa un poco con la escritura de la poesía luego de horrores como la dictadura militar civil de Pinochet y el terrorismo de Estado robustecido en la actual administración Piñera. Se puede ir contra la crudeza de la realidad, pero la ocasión tal vez exige una metamorfosis de lenguaje o de sujeto poético. No sé bien. Un equilibrio, una casa pendiente de habitar y una casa en la que el amor aún es posible por más que el mundo se desmorone y los escombros se iluminen con tenuidad y lucidez.
En la poesía se puede sanar. Se puede cicatrizar. Se puede sangrar. Leía en un texto de Raúl Zurita que escribir para él es como un ejercicio privado de resurrección. Ahí hay una especie de manantial donde ahogar cosas, donde renovar fuerzas. La poesía es energía. No se destruye, sino se transforma. Y quien se baña de esto, se transforma. No me parece que en el siglo XXI la poesía vaya a cambiar al mundo, solo cambia a los que llegan a ella. En esta época de las paradojas, los recuerdos, los sueños y el propio lenguaje son una pequeña bóveda para regenerar la piel lacerada. El desafío radica en generar nuevos crisoles entre la literatura y la vida y como desde ese lugar se logra una escritura, una lectura, local, pero al mismo tiempo capaz de ser universal.
—En Cuaderno de Berlín escribes “La esencia de nuestro tiempo es la ruina”, ¿cómo ves la ruina actual de la sociedad y del mundo que te ha tocado presenciar?
—Es curiosa la cita que rescatas, Aldo. Es parte de un hipervínculo deliberado a un libro póstumo de Martín Cerda, titulado “Escombros”. Se publicó el año 2008, diecisiete años luego de la muerte de ese ensayista chileno. En él, me llama la atención el tratamiento del ruido escombros como una forma de ensayo-clips, videoclips de ensayos, una o dos planas, con la promesa de una disquisición, aunque con la posibilidad de esbozar mediante la escritura de apuntes, notas o glosas. El ruido escombros, en Cerda, puede tener reverberaciones en los trabajos de Spengler y del –recientemente fallecido- Steiner. No todos los escombros son un pasado ruinoso. No todas las ruinas nos ponen a llorar. En el peor de los casos, los escombros pueden ser la memoria de un esplendor si avanzamos hacia la oscuridad y concebimos un porvenir en y a la sombra. Resueno con esa cita que tomas de “Cuaderno de Berlín”. Y tiene un doble efecto, la pregunta por los escombros y lo que fue en una ciudad cuyo esplendor vino en muchos espacios temporales y terminó con un muro que nos muestra la unificación de un país y que el muro divisor es una energía que puede transformarse. En Berlín está el “East Side Gallery”, más de un kilómetro de muralla, con grafitis sensacionales. Son más de cien murales. El más conocido es el que trabaja con el material del beso de Honecker a Brezhnev. Esa referencia me parece que encaja con la era de las paradojas digitales, que es el tiempo en el que estamos estacionados como un gerundio perpetuo. Te pongo unos ejemplos. A veces se suele decir que el tiempo pasado fue mejor y yo me pregunto ¿sí? ¿Con una carencia de derechos laborales, sociales, políticos? No es que este tiempo sea mejor, solo alcanza espacios de mayor civilización. Sin embargo, creo en las paradojas: nunca antes habíamos estado tan en paz y a la vez, nunca antes habíamos demostrado tanta violencia. Hoy puedes ver un femicidio donde un tipo degüella a su mujer por celos, como hace miles de años. Y también puedes apreciar que la mayor parte de los estados occidentales no contemplan la pena de muerte como sanción legal. Nunca antes habíamos estado tan conectados con nuestros seres queridos y a la vez, nunca antes nos habíamos sentido tan en el abandono y la soledad. Y lo pongo en plural, con el peligro que eso significa, para hacerlo indeterminado. Los extremos nos gestionan la información y nos ponen en guardia, creando sujetos a partir de lo que se ha sufrido, lo que les ha sido arrebatado y lo que pueden perder. En Chile la exageración del derecho de propiedad y el eterno retorno a la dictadura son manifestaciones de esto. La ruina es, a la postre, espiritual.
—La fotografía de Escombrario, el registro como ejercicio de desciframiento, tiene un poder poético, energético. Una ruta a través de la imagen. ¿Es para ti esencial este apoyo de los registros en tu escritura? ¿Es importante esa unión entre visualidad y palabra?
—Me gusta eso que dices, unión entre visualidad y palabra. Lo dije antes acá, la poesía es energía. Y las manifestaciones, en esa santísima trinidad, que son poema y poeta, vehículos de conducción. A veces hay escrituras que conducen la electricidad, así como lo hace el agua. La fotografía en este caso, se apropia de un verso del librito. Toda fotografía es criogenia. Mantiene congelado el momento y su margen. De los alrededores no sabemos. Saturamos lo conocido con la interpretación. Hasta que la imagen nos sobrecoja. Hay imágenes cuya dificultad interpretativa es importante. Por ejemplo, el atentado a las torres gemelas, el cabezazo de Zidane o el meme en movimiento (pienso en el de la mujer consternada y el gato comensal, dos imágenes que son montadas). La escritura se suele asociar a la visualidad y las palabras. La poesía va en esa línea. La escritura, imagina y ve; la lectura, imagina y muestra. Se puede llegar a una unión que no sea solo visualidad y palabra. Una imaginación de los alrededores, de las secuencias, de lo relacionado. El ejercicio de un pensamiento alrededor de las cosas. La posibilidad de poner preguntas que se hagan cargo del nombre o de la imagen y la pongan a circular en diferentes direcciones. La fotografía en “Escombrario” es una sugerencia de espacio por completar, un “se arrienda”.
—Leo y veo que en tu obra “esos desperdicios de hechos”, ese caos, esos escombros que se convierten a través de la poesía en algo luminoso, donde buscar respuestas ante tanta duda, incertidumbre. La lectura permite esa metamorfosis. Un viaje a algo con mayor luz. Que no nos sintamos tan desolados porque hay una cartografía de lo sensible que nos deja tan desorientados. Los escombros, los fragmentos es algo desconcertante y a la vez hermoso. Y siguiendo la cita que haces de Descartes es transitar entre lo cognitivo y lo volitivo. Veo un mapa de la transfiguración en tu escritura, donde se van originando rutas. Cada página es una ruta, ¿es así?
—Cada página es continuar. Cada página es una bisectriz del camino. Una idea en “Escombrario” es que cada texto pueda ser un libro por sí mismo. O que pueda dejar de ser un texto y transformarse en otra forma, en otro formato. Ojalá que pueda ser cómo le dé la gana. Un texto puede ser un archivo de powerpoint donde se pueden pasar las diapositivas, puede ser un programa computacional, un .exe cualquiera. Así como también puede ser un hipervínculo que nos transporte a un lugar, sea porque nos conduce en el vehículo del pensamiento o en el vehículo de la emoción. En ese viaje se deja ver lo cognitivo y lo volitivo. La poesía como forma de conocimiento, nada nuevo, algo que se viene discutiendo desde Platón, y una discusión cuyo paladeo nos lleva un nivel más allá del videojuego: el género literario como un conocimiento a través de la lectura. Esto es, no preguntar por la escritura del género, sino por la lectura. Y por ahí viajar, leyendo géneros, no escribiéndolos, imaginándolos, desbordándolos.
—“El viaje es una mancha en un rectángulo”, “uno viaja en el neón”. Siempre la cita del viaje. ¿Cómo definirías ese viaje poético en tu obra? ¿Es a la vez un viaje y una caída? Se me viene a la cabeza Altazor de Huidobro.
—Viaje y caída. Cae. Cae eternamente. Cae al fondo del infinito. Cae al fondo del tiempo. Cae al fondo de ti mismo. Cae lo más bajo que se pueda caer. Cae sin vértigo. Para caída. Un poco continuar la referencia al maravilloso “Altazor”. Ida y regreso. Qué sería el viaje sin el retorno ni el destino ni el punto de partida. Resuena en mi cabeza esa reescritura de tradición que hace Cavafis con su poema “Ítaca”. La “Odisea” es uno de los grandes monumentos de la civilización occidental. La Grecia antigua puede desaparecer por completo, pueden eliminarse los vestigios de todos los museos, pueden suprimirse las estatuas, los bustos, las volutas, los escombros y permanecería en su literatura. La “Odisea” es una de las ruinas más luminosas de la Grecia antigua y así también de la lengua por la cual se accede a otras obras notables como la “Iliada”, el trabajo de Heródoto, Hesíodo y la poesía de Safo. El poema de Cavafis es una escritura de los escombros, pero que busca que el esplendor venga a partir de otra mirada, de una que no haga ni sea sombra del pasado glorioso. En las páginas de “Escombrario” hay viajes y caídas, hay trayectorias del pronombre y su interacción con el mundo.
—¿Cuáles son tus materiales de escritura? Me refiero a tus reflexiones y también a herramientas como internet y redes sociales. ¿Qué deseas construir en poesía con esos materiales?
—Todos los textos de “Escombrario” tuvieron su preludio entre la escritura digital (o intermediada por una máquina) y las redes sociales. Todos los textos fueron publicados en Instagram. Con eso fui creando una suerte de libro, inconscientemente, en un repositorio que exhibe con preponderancia imágenes. Es gracioso que hablando con algunos seguidores (de mi cuenta) no prestaran atención al texto sino solo a la imagen. Y que el texto no necesariamente era una explicación o descripción de la imagen. Sino que texto e imagen en una simbiosis iban generando una visión de mundo, un pensamiento. El pensamiento del poema. En los materiales de escritura creo que todo es cancha. Tomas las palabras, sus usos, significados e imágenes posibles. Denotar y connotar. Tú eres un teatro entero. Eres tramoya, actúas, diriges, te encargas del vestuario, de subir y bajar el telón, de aplaudir, cortas los tickets, atiendes la boletería, acomodas al público, estás en las salidas de emergencia. Todo. Poesía como lo que está ocurriendo, como las intensidades del movimiento de las cosas, de las personas.
La escritura es una tecnología. Y en su interacción con otras tecnologías se producen cambios. Pensemos en los cambios que vinieron con la electricidad y el alumbrado público. No resulta igual escribir de noche iluminado por una ampolleta que por una vela. Ni tampoco hablar de tipear lo escrito o, derechamente, partir de cero un texto en el dispositivo electrónico. Este es el primer paso de las nuevas escrituras del siglo XXI. Los soportes tienen su metamorfosis: redes sociales, el blog. En Internet estás trabajando con toda la información que está allí, aunque hay algo que puede ser mayor que eso y es la mente de cada uno. Kenneth Goldsmith ironiza con la pérdida de tiempo en Internet y piensa más en un tratamiento de los datos que van creando una obra, una obra posible. Y ahí el ideal, más o menos, de que lo local y lo universal se unan generando, no sé, una nueva consistencia, una nueva superficie, un agujero negro o tal vez, una nueva gravedad. Me parece que la literatura en este siglo nos va a proponer preguntas mucho más certeras que en el pasado. Aunque la obsolescencia programada haya llegado a buena parte de la literatura que conocemos.
—Otro elemento esencial en Escombrario es la piedra. ¿Es una representación de la sabiduría? “Soñando en un idioma que llora rococó”. Volvemos a esa ornamentación, “rocaille”, piedra, que también es parte de los escombros. ¿Es la piedra la guardiana de la memoria? ¿De un idioma secreto que nos de pistas en este viaje llamado vida?
—La piedra es el inicio registral de la literatura. Y del registro, la memoria como algo que se va creando con el archivo y su escudriñamiento. Con el poema de Gilgamesh en tablillas de arcilla talladas vino la consolidación de lo escrito en tanto texto. La literatura no tiene un punto cero definido. Y eso entusiasma y estimula. Podríamos estar contestes que los relatos de caza o las conversaciones entre madres son una forma de sosegar (y multiplicar) el origen de la literatura y la persistencia de una lengua en particular. Un idioma se sostiene cuando tiene algo que custodiar. Un idioma es memoria, es una cajita. Pasa por ejemplo con las primeras versiones de los idiomas modernos como con “La divina comedia” de Dante, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” de Cervantes, el “Beowulf”, la trova occitana, la trova galaicoportuguesa, la trova protoalemana (la belleza del Codex Manesse) o la “Crónica de Dalimil” que es la base del idioma checo. La piedra nos perpetua. Pienso en los petroglifos y en la pintura rupestre, ¿habrán imaginado sus autores que subsistirían sus vestigios por milenios tras milenios? Más allá de la posibilidad de dejar rastro, coincidir en el acto escritural, incluso en lugares totalmente apartados y ajenos entre sí. Puedes encontrar a la “cueva de las manos” en Argentina con manos estampadas en las piedras cuya data se remonta al año siete mil de la era pre-cristiana. Puedes encontrar a la “cueva de la pileta” en la zona de Málaga con dibujos de animales de la misma época. Uno se pregunta por la coincidencia de una y otra cosa. Me resulta interesante decir que es una cosa de consciencia estética o de los procesos mentales por los que un ser humano quiere crear a partir de la escritura y la pintura. La pintura como la escritura. Y de ahí saltamos a la pregunta por el arte. El acto creador se explica de acuerdo a su contexto. La piedra también viaja con el mito, pensado como mythos. Estoy pensando en varios ejemplos de piedras que se han convertido en pistas que nos hablan de un idioma secreto. La piedra puede ser la última memoria, cuando es una tumba. La piedra puede ser el inicio de un mito o de una leyenda. El pilar millón en Estambul que marca el punto cero del imperio bizantino. Aún sigue ahí. La Kaaba que adentro contiene la piedra negra, el lugar más importante del Islam. ¿Cuándo vamos a cesar en buscar el origen? La piedra nos recuerda que somos humanos. Me recuerdo de una novela interesante de Mircea Eliade, titulada “Tiempo para un centenario”, donde el protagonista, un profesor de avanzada edad, estudioso de la historia de los idiomas e interesado en llegar a ese punto cero del lenguaje, recibe un rayo y consigue vigor para continuar su investigación. La piedra es un origen posible.
—Escombrario es un mapa de la fragmentación; allí acuden las bellas contradicciones. Tú escribes: “Este siglo, cada día, depara miedo y esperanza”. ¿Qué papel jugaría la poesía en este nuevo siglo?
—Voltear los mitos. Procurar otros relatos posibles. Para decir la vida, ensayarla, ya que en la realidad no se puede ensayar. Hacer una historia y una historia nacional, continental. Dejar que el lenguaje sea la ruina más grande que este idioma tenga. De ahí que el lenguaje se empodere en la literatura, en la visión de mundo que puede salir de las articulaciones y posibilidades que uno ofrece para hacer un camino, un sendero por el que las palabras fluyen hasta decirnos algo de nosotros mismos. En este siglo nos vamos a dar cuenta que la poesía tiene una obsolescencia programada sin la vida misma. Que la poesía tiene anestesia contra la era de las paradojas, la que vivimos. Y que somos afortunados de tener un lenguaje que nos permite decir dónde nos duele, dónde somos felices. A nuestra manera.
—¿Qué es para ti el azar?
—El azar es quizás un llamado. Un misterio al cual es imposible resistirse. No se sabe cuándo llega, a qué hora pasa, cómo pega, sino simplemente ocurre. Te ocurre a ti y te cambia te lugar para transformar la energía que llevas. El azar es quizás una fuerza creadora. El azar es un camaleón que desaparece cuando toma una forma. El azar puede estar cerca del amor. O puede estar cerca del sufrimiento. Una máquina que revuelve los ingredientes y cocina lo que te pone en pausa y en movimiento a la vez.
—André Breton señalaba que la belleza será convulsiva o no será. Quiero también invocar la frase de Pablo Fernández sobre tu obra: “Recurre a la palabra para construir imágenes nítidas y borrosas que forman secuencias narrativas de una belleza que inquieta”. ¿Qué es para ti hoy la belleza en poesía, en el arte?
—Qué gran referencia, Aldo. Así es como Breton termina su preciosa “Nadja”, un libro que va desarmando el género literario novela, lo va de-generando, desplazándolo de la escritura a la lectura, poniendo un estilo libre por el cual puede fluir la belleza o lo que pueda parecer inquietante a la glándula pituitaria. Pablo en su presentación me describió como a un “fotógrafo del lenguaje”, si mal no recuerdo. Algunas preguntas. ¿Cuándo la fotografía es un borrador y cuándo no? ¿Se llega a un punto en que algo se parece a otra cosa y en realidad, no se parece a eso en absoluto? ¿Se llega a ser una polaroid de pensamientos y emociones? ¿Se llega a un punto en que ya dijimos todo nuevo del alrededor del cuadro que es la foto? Fotógrafo del lenguaje posible. Son posibilidades cognoscitivas. El lenguaje que articulo y ensamblo con sentido y dirección. A algún lugar. A ningún lugar. Una flecha que se dispara al vacío. La siguiente escena a describir es que la flecha da en un objeto y se detiene. Se clava. Un texto como movimiento, como archivo, como una cámara lenta de lo posible aquí y ahora. La escritura se lleva un presente. Un fragmento y en un fragmento queda. La belleza es lo que creemos o lo que por historia de la literatura decimos nos fascina. La belleza es un shot de reacciones químicas de afuera, que se incrustan en la mente. Y desde ahí, la belleza se puede devolver o no, como algo que se dice, se hace o se sueña. La belleza es convulsiva, le afirmaría a Breton, después de una taquicardia, de una arritmia, que nos da ganas de volver a recorrer y visitar. Cuando está en la poesía, en el arte y en cualquier otra forma de promover puentes entre mente y cuerpo, inaugura otras formas propias de percibir el mundo. Decir que es convulsiva es abrir la experiencia, la interacción. Democratizarla.
—Me ha emocionado mucho en una entrevista que te realizó Ernesto González Barnert que citaras al gran escritor checo Bohumil Hrabal (a quien habría que releerlo siempre). “Experimento con la lengua y desde la lengua”, fue tu cita. ¿Cómo describirías tu laboratorio poético, tus experimentos, hacia donde van tus coordenadas?
—Bohumil Hrabal es como un viejo chistoso. “Clases de baile para mayores” es una película. Una para cagarse de risa. Me presentaron ese libro como una gran novedad, una novela sin punto aparte. Una novela que la lees de un tirón, como sentado en un cine. El tipo te va creando imágenes, postales de su propio espacio, te pone en un videojuego y vas avanzando, un videojuego que es la vida de otro, uno de tus héroes. El tío Pepin. Hrabal comentaba sus ideas sobre la literatura con Egon Bondy, un poeta y filósofo interesante de Brno, Moravia, y en los años cincuenta bautizaron sus experimentos con la lengua checa como “realismo total”. Iban a los hospoda (los bares checos), se mandaban varios schops de cerveza (o jarras como dicen en la península) hasta que venían las revelaciones entre tanta conversación de borracho. El “realismo total” traza una frontera entre el decirse y el hacerse, donde siempre hay fiesta. Un enamorarse de la propia vida, de las miserias, de las dichas. Y al escribir, humanizar las decisiones y las formas de vivir. La lengua como un ensayo de las circunstancias donde aún hay vida. Una literatura posible, no de lo posible ni en lo posible. Una poesía viviente, como decía ese primer manifiesto de Hora Zero, movimiento de poesía peruano. Más allá del “realismo total” de Hrabal y Bondy, embellecer la literatura como te da la gana, imprimir la vida. Con ese ser-ahí, ese estar-ahí que tiene el contexto y las circunstancias de uno, algo parecido a momentos lúcidos, extraordinarios, bellísimos. La poesía es. Sucede. Será. El método, el que quieras. Un desvío, un corte, un recorte, un sample, un cambio de lugar, una forma, un ritmo, otra gestión del espíritu. Ir hacia ningún lugar. Ser un artefacto y una oruga. Las coordenadas, al cielo de mi mente.
—Te has referido al poemario como una conexión de nervios, donde existe un cruce entre la emoción y el pensamiento ante un estado de demolición constante. ¿Podrías extenderte más en esa reflexión?
—A veces puedo no estar de acuerdo con lo que digo. Y reducir al pensamiento incluso a la emoción. Cuando digo pensamiento voy más allá de ideas y conceptos. Cuando digo emoción estoy pensando en los afectos, en una forma de traer lo que no está en el mundo o bien, está fracturado. Denise Levertov habla de una ida y regreso en la composición del poema, un proceso de sentir-pensar, uno de pensar-sentir, que condiciona la marcha de las palabras hasta conectar en una cosa. Algo así como logos y affectus en una pequeña cajita. Un poema es una cajita. Mi foco no es el poema, el poemario ni el o la poeta. Es la poesía. He pensado como llevar a otras formas, otros formatos a la poesía. Porque la poesía es más que un poema o que un o una poeta. No creo en reflexiones como la de Tarkovski cuando dice que la captación emocional del mundo trasciende el pensamiento del artista, sino que el pensamiento es el que pone todo a orbitar y va inclusive más allá del más allá. El pensamiento es la galaxia de las cosas que se mueven. Las emociones pueden ser suspendidas en la palabra (al decir), en la imagen (al hacer), en el símbolo (al soñar), en la idea (al mostrar). La emoción es un contenido. El pensamiento es un continente. Permite el estado de lucidez para mover las piezas en un tablero. La emoción es algo de paso. El pensamiento puede permitir la conexión de diferentes cables emocionales para decir otra cosa, como una forma de autoconocimiento. Mario Montalbetti dice que el poema es una forma de pensamiento. Estoy de acuerdo con eso. Pero no me siento cómodo siendo un defensor del poema, de darle otro respiro, de permitirle una vida en este siglo. Tal vez los poemas ya tienen su propia obsolescencia en este tiempo. Mis fichas están en la poesía posible, en el lenguaje organizado como se nos dé la gana y con eso llegar a un estado de gracia, de reconocimiento o si se quiere, de terapia. La conexión de nervios es una consecuencia de los caminos por donde fluye la información o las palabras. El cerebro, en su mérito, -o la mente- como centro de la gestión del mundo que vamos percibiendo e internalizando, el cerebro como ese catalizador de la escritura del ser-ahí, del estar-ahí. La otra vez hablaba con una poeta sobre la conexión entre verdad y poema, creo que no me he puesto a escudriñar en ese lugar aún.
—Desde los escombros, ¿qué nuevos mitos vislumbras en la humanidad? ¿Qué se avecina? ¿Cómo lo ves con tu espíritu de poeta?
—Los escombros serás. Los escombros somos. Los escombros fuimos, Aldo. La crisis no es casual, pero tampoco es real. La crisis es un modo de gobierno. De hecho, el neoliberalismo desata la crisis para generar herramientas y discursos pasados como verdad para controlarla. La crisis es de la gestión del presente, la gestión de una epidemia llamada ansiedad. Me imagino unas cosas espantosas cuando el gobierno de Chile eleva campañas de ahorro energético. Traspasa el costo y las responsabilidades a la gente, soslayando a la industria. O cuando habla de guerra interna o de retornar a la paz. No quiero llegar ahí, sino a esbozar que no se trata de una crisis, sino un colapso. Un colapso es distinto a una crisis. Un colapso viene cuando ya no es posible seguir con lo que ha colapsado. En la crisis, cada día es continuar. El colapso es semiótico. Es de significantes y significados. Siento que varios de los mitos que tenemos en el inconsciente colectivo ya no nos van a servir en adelante y que la gente tendrá que fraguar sus propios mitos. Ahí viene la literatura como un pulmón verde para seguir imaginando, amando y encontrando a las vidas posibles, a las constelaciones entre nosotros, acortando los océanos que se producen en esta era de las paradojas. Tengo fe en la literatura. Los mitos que vamos a ir desechando serán los que reproducen estructuras colapsadas. Tengo fe en el amor como una forma de restaurar los vínculos entre las personas. Creo en esta idea que te decía, lo de que vivimos en una era de las paradojas digitales. Nunca antes tan terrible. Nunca antes tan hermoso. Las contradicciones conviven en una misma ciudad, en un mismo libro, en una misma gran red social. El amor y el odio en una misma persona. El odio quita libertad. Y la libertad y la esclavitud en un mismo lugar. Los opuestos se siguen combatiendo. Hasta que haya otro big bang, hasta que la convivencia sea posible. Pienso en ese libro de Félix Guattari “Las tres ecologías” y en algunos trabajos de Jorge Riechmann sobre transformaciones culturales y pensamiento ecológico. La idea es que el mundo en el que vamos a seguir sea sustentable y posible.
—Cuando he leído Escombrario he pensado en otras tradiciones poéticas anteriores y que tu obra es la nueva savia de esa experimentación, ese arrojo, esa avanzada, citemos a Maquieira, Parra, Elvira Hernández, Carmen Berenguer, Juan Luis Martínez, Cecilia Vicuña, Gonzalo Muñoz, Dámaso Ogaz, Héctor Hernández Montecinos, Yanko González... Me gustaría que me contaras sobre quiénes son tus faros en la poesía chilena. Los que yo he citado es una percepción personal. Posiblemente son otros los nombres que te han impactado para continuar esta tarea de escribir y ser parte de ese gran Poema de los márgenes. Como Lautréamont: “La poesía debe ser hecha por todos”
—No hablaría de un deber poético. Entiendo la arenga del nacido en Montevideo, nuestro conde transplatino, pero confío en que el contexto es el contenido. Los Chants de Maldoror fueron publicados en 1874. En ese entonces, poesía para transformar al mundo. Un poco volver a esa idea de la obsolescencia programada de la literatura. Hay cosas que van transformando a cada uno. Hay palabras que van haciendo estragos o cosas en uno mismo. De ahí, fomentar la lectura creativa antes que la escritura creativa. Siento que hay muchas voces que quieren salir y percibo una falta de rigor en el trabajo. Pienso a veces en pequeñas señales de tránsito en el acto creador. La documentación, el rigor y la imaginación. En adelante, rodar el lápiz o fluir con un teclado dejando ver la melodía de la mente. No pretendo el fascismo de imponer una u otra cosa. Un punto de vista, simplemente. La poesía es la guía telefónica de los que no tienen domicilio, de los nómades a cielo abierto, de las mentes que van imprimiendo su propio contenido y pegándolo en el mundo real. Creo que las nuevas escrituras son el crisol de varias cabezas, con otro contexto, con otras posibilidades. Así como Borges comentaba que el libro es una extensión de la memoria de la imaginación, una poética es una extensión de la imaginación de la memoria propia. De las cosas que queremos ir registrando, de nuestros pensamientos, de nuestras inquietudes, preguntas, emociones o incluso, solo terminaciones nerviosas y químicas. Tengo interés en las reescrituras y en las mediaciones de lectura. Ahora bien, me parece que a lo largo de esta conversación hemos hablado de muchos nombres. Acá vienen algunos más, solo algunos. Me preguntas por faros en la poesía chilena. Hay faros, claro. Las obras. Creo que podemos coincidir en los ya clásicos. Huidobro, de Rokha, Neruda, Mistral. Rosamel del Valle, Humberto Díaz-Casanueva, Nicanor Parra, Raúl Zurita, Juan Luis Martínez, Gonzalo Muñoz, Roberto Bolaño, Héctor Hernández Montecinos, su obra generó y sigue generando nuevos espacios para escribir, para leer, para trabajar la lengua que llevamos por defecto en la boca. Hay otros trabajos relevantes que también son una luz entre las ruinas de esta vox chilensis, por ejemplo “Las visitas de la Reina de Saba” (1960) de Miguel Serrano, “Naciste pintada” (1999) de Carmen Berenguer, “Dame tu sucio amor” (1994) de Malú Urriola, “Aguas servidas” (1981) de Carlos Cociña, “Canciones oficiales” (2009) de José Ángel Cuevas, “Variaciones ornamentales” (1979) de Ronald Kay, “El baile de los niños” (2005) de Diego Ramírez Gajardo, “Futurologías” (1980) de José Miguel Ibáñez Langlois, “Veneno de escorpión azul” (2007) de Gonzalo Millán, “Derechos de autor” (1981) de Enrique Lihn, “Sabor a mí” (1973) de Cecilia Vicuña, el “Annapurna” (2012) de Diego Maquieira, “El imperio de los sentimientos” (2015) de Antonio Silva, “Louis XIV” (1983) de Paulo de Jolly. Hay más. Me interesa referirme también a la embarcación que llevo para navegar por los siete mares, por los siete cielos. Siento agrado con la sonoridad de los poemas de David Rosenmann-Taub; me dislocan las escrituras potentes de Fernanda Martínez Varela, Natalia Figueroa y Florencia Smiths; me voy de viaje a mochilear con el pulso de Juan Carreño, me voy a otras resurrecciones y vuelvo con el cementerio de Christian Formoso, me voy a experimentar con el color de mis ojos en las letras de Morales Monterríos y Pedro Montealegre, me voy torturado en ese pequeño teatro de la crueldad entre la herida y su chorreo, montado por Bruno Vidal con tanta astucia y locura. No me deja indiferente la pluma del recientemente fallecido colega Armando Uribe.
—En EL ESPEJO ESTÁ VACÍO hay un diálogo con Allen Ginsberg si no me equivoco y ecos de “Aullido”: “Por ahí paseo y he visto a algunos de mis amigos arder como si no les quedara más vida”. Hay desgarro y el cauce escritural nos conduce a lo casi monstruoso: “Me veo en un espejo que me deforma”. ¿Cómo enfrentarse a esas deformidades impuestas por la realidad actual? Al igual que Ginsberg, veo en tu obra el testimonio de una época presente con rostro de futuro, sin olvidar la memoria y los restos, el pasado, los escombros que quedan. ¿No nos salvamos de los escombros?
—Me temo que no, Aldo. Evadir los escombros provisoriamente, es una posibilidad. La sabiduría puede venir de los escombros. A veces la imagen de los escombros permite una reconstrucción. “El espejo está vacío” es una especie de carta imaginaria a Allen Ginsberg, contándole un poco de lo desechable que se puede ser en la paz y la guerra del amor y la comprensión. Dudando, afirmando, temblando por cada paso que uno da. Cada día nos vamos encontrando con escombros, sobre todo en ciudades como Santiago que crecen y crecen. Los escombros son importantes también. A veces se ha hecho caso omiso en la historia de los escombros, a su concatenar. Por ejemplo, ¿qué se aprendió de Auschwitz? ¿Qué se aprendió de la pena que recibieron algunos colaboradores del régimen de Hitler? Luego de eso tuvimos varias guerras, varios discursos fascistas pululando. En Chile hubo una dictadura militar de diecisiete años. España tuvo cuatro décadas de franquismo, ¿qué aprendimos? ¿Aprendimos a tener temor reverencial? ¿Aprendimos a que la obediencia resguarda el orden? Las atrocidades siguen. Ahora el Estado está legitimado por su propia ley para ejercer la violencia. La debilidad de la tesis de Thomas Hobbes hoy es su fortaleza. A veces se ha hecho caso a los escombros. Se aprende de la ruina, se toman providencias y se adquieren lecciones del derrumbe. Una casa derruida es también una casa umbría, donde pasa la sombra y no nos salvamos del escombro mental. Esas meras expectativas que nos piden tratamiento y realidad. Me recuerdo de un día que salí por un café a una pastelería francesa en mi barrio. Pasé por un lugar donde días antes hubo una casa gigante. Pertenecía a un colectivo de teatro. Hacían talleres y funciones. Ese día que me percaté, era un montón de escombros, piedrecillas, derrumbe. Se podía ver el supermercado del otro lado. Solo dejaron en pie la fachada de reja. Y pensaba ¿qué pasaría si esta fuese mi casa natal o donde crecí? Me preguntaba por el dibujo que tendría alguna construcción presente en forma de escombros. Imaginé monumentos como Petra, la Cúpula de la Roca en Jerusalén, la catedral de San Basilio en Moscú, en el suelo. Cuando la catedral de Notre-Dame se quemó, el mundo se estremeció, las redes sociales comenzaron a mostrar fotos turísticas de personas que habían estado ahí (como si fuera el motivo luctuoso de una persona), nunca imaginándose que sucedería. El escombro como una experiencia mental, imaginar una ruina, desvelar un pensamiento e inventar una emoción, toda vez que profetizar una pérdida genera una reacción inmediata. No nos salvemos de los escombros. Dejemos que ocurran. No nos convirtamos en ellos. Estamos a tiempo, aunque como advertía Pasolini en su última entrevista, siamo tutti in pericolo (todos estamos en peligro).
***
________________________________________
Aldo Alcota (Santiago de Chile, 1976). Poeta y artista visual. Es parte del consejo de redacción de
Canibaal. En Chile ha participado en la creación y edición de la revista surrealista Derrame (1996-2012). En Valencia ha animado la aventura poética del Simultaneísmo. Algunos lugares donde ha expuesto sus pinturas y dibujos son la Fundación Granell (Santiago de Compostela); Perve Galería (Lisboa); el Espacio Valverde (Madrid); el Pratt Institute de Brooklyn (Nueva York); la Galería Imprevisual (Valencia); La Nau (Valencia). Ha colaborado con el movimiento Phases del teórico y poeta francés Édouard Jaguer. Ha compartido espacio con grandes figuras del Surrealismo y del arte como Ody Saban, Jean Benoît, Jean-Jacques Lebel y Jorge Camacho. Ha publicado el libro de poesía
Guayacán / Virgen Bacon (Valencia: Ediciones Contrabando, 2013). Ha sido incluido en la antología poética
Por donde pasa la poesía (Baile del Sol Ediciones, 2011), que contiene a 70 autores europeos y latinoame