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Construir las ruinas*:
«Escombrario» de Nicolás López-Pérez
(Contraeditorial Astronómica, Santiago, 2019)
Por Miguel A. Hernández Zambrano
Publicado en revista Lector, 10 de abril del 2020
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Pensemos en un cajón en el que por algún tiempo vamos acumulando distintos objetos: un par de bolígrafos, un pequeño cuaderno de notas, un viejo cargador de teléfono que no sabemos bien si aún sirve, boletas del súper sostenidas por un clip (tampoco sabemos muy bien para qué), las llaves, una billetera, un número de teléfono que hay que marcar algún día, pastillas, etc. ¿Cuánto podemos saber de una persona a partir de este conjunto? No mucho, quizás. De todas formas, no es para crear sentido que almacenamos cosas en la gaveta del velador.
Pensemos ahora en la construcción de unas ruinas y en la paradoja que esto entraña. Justamente esto es lo que sucede en Escombrario: nace como la construcción de unas ruinas. O escombros. Pero lo que al mismo tiempo lo aleja de otro tipo de ruinas es el gesto que construye, que no es otro que un gesto de curaduría, y como tal, uno que va en pos del sentido[1]. No es casual que el conjunto venga contenido en una caja; después de todo, a esto apunta cualquier intento de «hacer sentido», a contener las múltiples direcciones que operan en un lenguaje. Y si hay un discurso consciente de esto, es el poético, que suele andar por los bordes del sentido, como tantas veces se ha dicho ya.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando pensamos una vida en función de una biografía? Suele ocurrir que se nos impone al instante una narración, pero una que requiere un orden, una cronología y, por sobre todas las cosas, un sentido y una dirección claros. Pero muy bien sabemos que si hay algo no suele ser lineal es la vida. ¿Cómo se da cuenta entonces de una ruta caótica? Anne Carson escribió Nox, Sophie Calle trabajó en Cuídese mucho, etc. Distintas maneras de lidiar con «pedacitos de vida», como los llamó Héctor Hernández. Y ninguna de ellas es lineal, como tampoco lo es Escombrario, ensamblaje textual al que se entra y se sale por cualquier parte.
Si hablamos de «pedacitos de vida”, no podemos obviar las veces que estos escombros nos lo recuerdan a medida que avanzamos en —digamos— la lectura: «Hay fragmentos por blogger, facebook, twitter y los extintos fotolog y messenger. Hoy escribo en instagram. Ya no sé cómo agrupar los recuerdos»; los recuerdos «Son como escritura no ligada, hecha de letras aisladas incapaces de soldarse entre ellas” (en Cuaderno de Berlín), o “Puede verse como [sic] un universo se convirtió en un montón de escombros» (en Escombrario). El proyecto poético —no ya los poemas— nos enfrenta a una serie de highlights o flashes en su intento de dejar algo dicho, por eso el afán de juntar, de agrupar y, sobre todo, de contener. De alguna manera asistimos a un discurso que intenta hallarse a sí mismo.
Recordemos: estamos en presencia de escombros. Hay partes sueltas que parecen no tener una función clara, fragmentos que no terminan de decir o nombrar algo. Pero recordemos también que las ruinas dan cuenta de una pérdida, y ante esta las reacciones suelen ser contundentes: depresión, enfermedad o simplemente muchas preguntas. Y es que cuando vemos alterado el orden simbólico necesitamos restituirlo de alguna manera porque esa ausencia nos arroja directamente al absurdo: una casa, una habitación, una cama, una avenida o una canción pierde el referente que lo sustentaba y deja un vacío que demanda ser cubierto. Por eso las mentiras funcionan, porque ofrecen una lógica que organiza una determinada realidad. Sin embargo, algo sin sentido es intolerable. Así leemos en medio de los escombros: «Uno de los grandes esfuerzos de la vida cotidiana exige mantener ciertos niveles de tolerancia frente a las cosas».
El sujeto de estos textos deambula entre escombros en un intento por tolerar la pérdida de sentido de una historia, para resignificarla. Por eso construye estas ruinas: necesita acotar y poner orden en medio del caos. Una vez que logre administrar los escombros, solo entonces, será el «ministro» de su propio dolor, pues podrá decir por qué o para qué, tendrá relación con otros hechos, derivará en otros sucesos, etc. Es decir, podrá contar una historia nuevamente lineal.
El proyecto poético que nos convoca nos interpela como testigos o acompañantes en esta búsqueda que, como vemos, hace equilibrio entre el sentido y el sinsentido, entre distintos lenguajes[2] y entre diferentes formas, ya que no podría hacerse de otra manera sí, con lo que contamos, es solo con una caja de escombros.
* Construir las ruinas es una versión de un texto leído en la presentación de Escombrario, de Nicolás López-Pérez.
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Notas
[1] Que el ejercicio de curaduría no nos engañe. Por más que lo intentemos, el lenguaje tiende al desborde, de modo que cualquier acotamiento que se ejerza tendrá sus filtraciones.
[2] Incluido en texto en alfabeto braille.
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Miguel A. Hernández Zambrano (Maracaibo, 1983). Poeta venezolano. Licenciado en Letras (Zulia) y magíster en escritura creativa (Nueva York). Ha publicado la plaquette Cotidiano (2010), Un decir errado () y ¡Oh, lorem ipsum! (2013). Recibió una mención especial en el Concurso de Poesía Delia Rengifo (Caracas, 2011) y ganó el Concurso de la Casa de las Letras Andrés Bello (Caracas, 2013). Reside en Santiago de Chile.