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Poesía, barrio y educación: entrevista a Angélica Panes

Por Nicolás Meneses
Publicado en
http://razacomica.cl/ 14 de mayo de 2017

 


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Angélica Panes es profesora de lengua y literatura. Desde hace dos años viene organizando “Leer da sueños”, un encuentro entre estudiantes, poetas y narradores en torno a la lectura y la escritura. Autora de los libros Barro (Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2014) y Este pasar de cosas (Edicola Ediciones, 2015) y de las plaquettes Barro (H)otel (Cuadernos de Poesía Biblioteca de Santiago, 2012) y Lud mía, en coautoría con Alexander Correa, hoy reparte su tiempo de trabajo entre la escritura, la enseñanza y la construcción de herramientas de lectura para niños y jóvenes no videntes.

¿Cuál es tu rutina laboral y qué peso tiene en ella la escritura?
— Soy profesora. Soy profesora de colegio y en general mi rutina laboral ha oscilado desde tener muchas horas repartidas en dos colegios, muy distintos y con labores también muy distintas, a optar por tener pocas horas (por lo tanto pocos días de trabajo) con el fin de focalizar la pega. Como profesora eso es difícil, ya que siempre en los colegios se espera que tomes muchas horas de clases y jefaturas, haciendo difícil desarrollar otras propuestas pedagógicas. Ser profesora es una labor que te involucra, inevitablemente, con los estudiantes, con sus realidades, con sus problemáticas. Es un trabajo que te vincula emocionalmente con un otro aunque uno no lo quiera. Es una labor exigente y de mucha responsabilidad. Pero también es una ventana que permite vislumbrar un montón de cosas, realidades estremecedoras que muchas veces se cuelan en las reflexiones diarias, en las escrituras.

¿Cómo llegaste a escribir poesía?
— Desde siempre me gustó leer mucho, desde chica. Los libros me acompañaron, los poquitos libros que había en casa, y que releía una y otra vez, quizás despertaron el anhelo de escribir. Luego vino el periodo en que no sabía qué forma adoptar, si narrativa o lírica. Hasta que me di cuenta que por asuntos de capacidad, de personalidad quizá, la poesía era y es el registro que más me acomoda. Eso ocurrió entre los 17 y 19 años. Luego de eso, insistí, busqué, escribí y borroneé hasta encontrar un estilo que se acomodara a lo que quería expresar.

¿Qué piensas de los talleres literarios?
— Creo que son buenas instancias para socializar aquello que uno escribe. En un primer momento, exponer aquello que vienes escribiendo desde chico, sin mostrarlo a nadie, es un ejercicio sumamente importante porque te vuelves receptivo, atento. Se aprende desde la colectividad autodidacta que suelen ser los grupos de taller, gente que viene de distintas partes, que se encuentra porque hay algo en común y que está dispuesta a leerte, a comentarte, a escuchar y ser escuchada. Pienso que pueden ser buenas instancias de aprendizaje (lees cosas que apenas sabías que existían, te vuelves crítico, etc.), buenas instancias para agenciarse un método de trabajo. Además de darte cuenta que hay otras y otros en la misma. Te haces de conocidos, de amigos que después se vuelven tus compañeros de ruta.

LIBROS

¿Cómo fue escribir a dos manos un proyecto como Lud mía? ¿Qué piensas de la noción individualista del escritor?
Lud mía es un poco el resultado de esas camaraderías de taller, de los primeros talleres cuando uno quiere escribir y que lo lean, y juega un poco con las plataformas que te permiten expresar públicamente lo que escribes. Junto a Alexander Correa iniciamos esa especie de mensajería, de ficción cuyas voces se enredaban. Si bien lo considero un trabajo inicial, hay en ella una proto–escritura, atisbos de imágenes, de estilo.

La memoria de infancia tiene un lugar central en Barro, ¿cuál es para ti la importancia de ella en el Chile post dictadura?
— En Barro confluyen varias cosas, la vida en las poblaciones, la pobreza, las pequeñas satisfacciones y, como señalas, la infancia. Creo que se destaca este aspecto en algunas lecturas del libro, porque toca una fibra sensible: la de los niños y niñas que viven en estos entornos y que se enfrentan a situaciones duras las más de las veces. Creo que desde siempre la infancia es un tema no resuelto. Pienso en mi infancia, quizá similar a muchas infancias del Chile de principio de los 90’s, criados por abuelas, hacinados, con padres ausentes (por trabajo o porque querían vivir su segunda juventud luego de la encerrona dictatorial), con calle, harta calle y televisión. Pero creo que ahora (y esto lo pienso a partir de mi trabajo como profe) se ha acentuado esa soledad de los niños y un peligroso tránsito por una especie de descampado donde la hipersexualización, la banalización, la violencia y abuso son lo que ven y viven diariamente. Pienso que a este Chile post dictatorial le acomoda el resultado de esa infancia, le acomoda que se transformen prontamente en adultos–jóvenes permanentes.

Hay ciertos puntos comunes desde Barro (H)otel a Este pasar de cosas, ¿sientes que hay continuidad temática y formal en tu obra?
— Aun cuando no puedo decir que esos tres libros fueron escritos de una vez, sí puedo afirmar que forman parte de un proceso, de un tiempo, donde las temáticas que en ellos se presentan me rondaban fuertemente, majaderamente. Desde Barro a Este pasar de cosas pienso que se configura un recorrido, desde el exterior que es el barrio, desde esa voz impersonal, hacia un interior convulso, revuelto, exigente en sus deberes. Por eso también surge un yo que ya no se escabulle, y siente el peso de las rutinas, del paso del tiempo, de las responsabilidades. Ahora creo que la unidad es ese movimiento, que se acerca y aleja en las formas, que siempre se acomoda más a las estampas, a las imágenes como un fetiche.

Este pasar de cosas explora la experiencia del trabajo y las mudanzas, la inestabilidad de una hablante multiplicada en sus obligaciones, ¿cómo fuiste perfilando este proyecto hasta convertirlo en libro, qué peso en él tiene lo autobiográfico?
— Si bien puede existir algún sustrato autobiográfico en Este pasar, lo que realmente quería fijar era la experiencia (que puedo tener yo u otras personas, y que no tiene que ver mucho con la edad) en relación al fin de ciertas etapas, que parecieran venir acompañadas de mudanzas, muertes, inestabilidades, desacomodo de las rutinas, hastío y desilusión. A veces siento que este libro es un poco pesaroso, un poco duro en su escepticismo. A veces creo que deja entrar algunos rayitos de luz, proyecciones simultáneas de experiencias que abordan los finales, los cierres, las despedidas.


PEDAGOGÍA Y MEDIACIÓN DE LECTURA

En el colegio en el que trabajas hace un par de años empezaste con el proyecto “Leer da Sueños”, ¿cuál ha sido la respuesta de los estudiantes?
— Ser profesora o profesor y estar metida en la literatura, del modo que sea, creo que otorga algún plus. En mi caso, es el de querer vincular la escuela con expresiones culturales como la producción literaria, la difusión, la conversación con los autores de los libros. El proyecto “Leer da sueños” surge como un encuentro literario escolar donde se intenta hacer convivir a estudiantes, profesores y, en el mejor de los casos, apoderados, directivos y paradocentes conla producción literaria. En general, los alumnos reciben bastante bien estos tipos de actividades que vienen a airear las clases (aun cuando el impulso por asistir a las lecturas y conversaciones sea para capear clase, luego se interesan y participan con entusiasmo) y a entregar una experiencia importante, porque comparten, movilizan conocimiento, inquietudes, ganas de conocer, de conversar.

¿Qué tan importante para la formación de los estudiantes es acortar la distancia entre literatura y educación?
— Desde siempre he pensado que la experiencia literaria es un proceso de aprendizaje en sí mismo profundamente beneficioso para las personas y que debe ser fomentando desde la primera infancia y estar presente durante todo el proceso de formación de los niños. En el fondo, creo que se pueden “formar” lectores de literatura y que la educación sería mucho más significativa si se tomara el fomento lector como una educación estético–poética (poética en el sentido de su complejidad y características, que una vez manejada puede abrir nuestra percepción de la realidad y proporcionar tablas de salvación, casi), dejando de lado la instrumentalización que se hace de él en pos de pruebas estandarizadas.

Este año ganaste dos fondos del libro para trabajar traspasando poemas de Gabriela Mistral y Vicente Huidobro a braille, ¿puedes contarnos un poco de eso?
— Más que un traspaso de poemas a braille, el proyecto busca proveer una herramienta que no existe mucho en el circuito de la educación para niños y niñas no videntes, que es el libro braille (no el libro audio),el libro en sí, que ellos puedan leer efectivamente con sus manitos. Ahora, vinculamos ese ejercicio con el acercamiento de la obra poética de Mistral (parte de Ternura), lo que está pensando para niños de segundo ciclo escolar. Y, ciertamente, leer a Mistral a la edad que sea proporciona y permite una experiencia amplia en sus posibilidades (en este caso, por ejemplo, la selección responde a la idea de generar una ruta que permita trabajar una educación más emocional). El otro libro es una selección de poemas de Huidobro, pensado para niños desde sexto en adelante, que podría generar el puente desde la identificación con el proceso de cambio, de paso de niño a adolescente, hacia el aspecto poético.

¿Tienes algún otro proyecto en carpeta (de escritura, educación, lectura, etc.)?
— Sí, varios proyectos. Seguir con los encuentros literarios en las escuelas es un bonito proyecto, un bonito sueño, el de meter en los colegios estas instancias, tornarlo itinerante o interescolar es un desafío que espero cumplir. También continuar con el trabajo de los libros braille, agrandar la colección, que se mueva y tenga presencia dentro del ámbito literario y pedagógico como un ejercicio de integración real. Finalmente, ambos proyectos buscan en sus líneas generales afianzar un trabajo de fomento de la experiencia literaria en el ámbito escolar. Y claro, sigo escribiendo.

 


Foto de Sonia Regina Bischain


 

 

 

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