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Reseña de Yeguas del Kilimanjaro de Rolando Martínez
La Liga Ediciones (2015)/ Libros del Pez Espiral (2018). Poesía, 96 págs.
Por Nicolás Meneses
Publicado en https://jampster.cl/2018/07/04
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En el pequeño videoclub Kilimanjaro (que puede estar ubicado en cualquier parte del Chile de comienzos de los 80’s y 90’s), la curiosa e inquieta pubertad de un hablante corretea entre los pasillos. El encuentro con la desconocida sección XXX aviva un fuego interior, probablemente ya sentido muchas veces. De ese afortunado encuentro, Rolando Martínez erige un panteón de musas de la llamada Golden age, y en el que -además- se da el tiempo de retratar las carreras, fulgores y el trágico devenir común de estas primeras estrellas de la industria del porno.
Ya lo decía Maquieira en La Tirana: los chilenos somos cartuchos, malos para la cama. Una sociedad pacata de precaria educación sexual, donde cualquier alusión al encuentro íntimo es sancionado o tomado para la risa. Entre las prácticas autodidactas de la juventud, el tráfico de películas porno y conversaciones sobre encuentros con el sexo opuesto se tornan fundamentales para la primera formación juvenil: ante el silencio de los adultos, los cuentos de los amigos; ante el velo de la escuela, la vitrina descarada que es ahora internet y que acelera el destape. Pero en esos años, incluso a inicios de los 2000, la única manera de acceder a ese contenido eran los VHS, las revistas y alguno que otro canal del cable (un lujo para la época, por lo demás).
Y de eso se trata Yeguas del Kilimanjaro: dieciocho estrellas porno incluidas en un pequeño paseo de la fama, un poema para cada una de ellas: Ginger Lynn, Nina Hartley, Kay Parker, Tori Welles, Marilyn Chambersson sólo algunos nombres. Cada una impacta como un meteorito en este hablante que no puede más que alabar, casi anonadado, el revuelo lujurioso que provocan en él:
“Nada es nuevo/ en el arte/ del descenso:// las cosas preciosas/ siempre buscan un lugar// donde posar sus alas:// la nieve/ las hojas/ el frío// (los senos blancos/ —y enormes—/ de Christy Canyon).”
El encuentro de la imagen, de la representación de la actriz porno capaz de dramatizar el sexo, es valorada en ese simulacro de placer casi mecánico, pero novedoso para un hablante cuyas primeras referencias del sexo opuesto nacen de esas películas. Pero no es solamente la expresividad gestual o voluptuosidad de la mujer lo que interesa, si no las transfiguraciones que se gestan en la piel llena de sudor perfilando una imagen llena de sugerencias. Cito del poema Kascha Papillon:
“Pero tan pronto detallo el sudor en tu espalda/ descubro los negros relámpagos de un tigre/ como zarpas, como escamas de peces koi/ que nadan bajo la negrura de una noche lenta/ en la podrida atmósfera de un film”.
Las evocaciones y excitaciones púberes y sus metáforas dan paso al “tras bambalinas”, la historia detrás de las primeras actrices, los relatos de escape, anonimato, desaparición, incluso hitos del porno como la grabación de las primeras escenas de “sexo interracial”.
El libro es elocuente al respecto e integra una galería de los desafortunados decesos de gran parte de las mujeres que debutaron en una industria cruel, implacable, sin compasión alguna. Los poemas dan cuenta de eso, adquiriendo cierto tono elegíaco y nostálgico. Leemos del A una actriz anónima:
“después de aquellos cinco o seis minutos/ donde observo dibujarse el fin del mundo/ pregunto qué fue de su visaje/ dónde busco ahora sus gemidos.// Acaso hay una pista en su abdomen/ y sus pecas/ o es que de esos años/ en que su lenguaje fue la sed/ solo mi mirada sobrevive:// un guerrero terco y compungido/ ad portas de un absurdo anonimato.”
La imagen de la luz, lo incandescente, lo que persiste se repite en la mayoría de los poemas. Las actrices porno como la emisión parpadeante de estrellas muertas de las que sólo nos llegan leves fogonazos.
Yeguas del Kilimanjaro es un libro homenaje y lamento para aquellas actrices que pese a todo se tomaron su trabajo en serio y sin quererlo educaron a toda una generación en el destape, la lujuria, el sexo sin culpa y el placer desprejuiciado. Eso y la calidad del diseño que reproduce una cinta de VHS que incluye hasta una funda justifican plenamente la reedición del primer libro de Rolando Martínez.