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Encontrar la botella del náufrago
Vida de un vendedor de fotocopiadoras de Gonzalo Santelices
Por Nicolás Meneses
Publicado en The Clinic, 12 de Diciembre de 2018
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Un poeta que Gonzalo Millán pedía con insistencia repatriar a Chile, su tocayo, Gonzalo Santelices fue un autor que a pesar de contar con una basta cantidad de premios en España -en el prólogo lo llaman algo así como el Sensini de la poesía en alusión al cuento de Bolaño-, solo tuvo circulación en la península. Lecturas Ediciones trae de vuelta a Chile uno de sus últimos libros, Vida de un vendedor de fotocopiadoras, título que para el prologuista Niall Binns es la suma de todas las virtudes de su poesía.
Con un prólogo detallado y documentado sobre los vaivenes de la vida y obra del poeta radicado en España, un epígrafe de Rilke y tres capítulos de poemas, Vida de un vendedor de fotocopiadoras es un libro que tiene al trabajo no literario como tema de escritura, el ganarse la vida con algo que no sea la literatura. La promesa de estabilidad de un oficio rentable, que levante el amor propio y que mantenga a flote la economía doméstica: “Dignifíquese, hágase vendedor./ Progresará su autoestima./ El cielo bajará a sus días./ La vida pretérita será un mal susto.” Un hablante que ya no puede darse el lujo de seguir apostando, que carga a cuestas una familia que pronto crecerá, pero que al mismo tiempo no puede desligarse de la escritura, intentando, en ese foso que es trabajo asalariado con horario con exigencias de venta, “conjurar las riquezas de la vida” al decir de Rilke.
Y eso nos demuestra Santelices en sus poemas con tintes laborales, sacarle el jugo a esa cotidianidad pesada y monótona que se sucede en el trabajo puerta a puerta, leemos de la página 43: “En el exterior la vida,/ los buenos días perdidos,/ los lestrigones que no cejan/ de llamarnos,/ el verano y sus moscas/ que se dan tormento/ contra las ventanas.”. La sensación de no estar viviendo, de canjear el tiempo para sobrevivir es tan intensa que el hablante llega a desdoblarse, como si estuviera mirando a su doppelgänger frente a una vitrina, leemos un par de páginas más adelante: “Mi vida viene a veces de visita,/ pasa sin presentarse,/ se instala frente a mí,/ habla,/ se levanta, va a ver a mi hijo”. El hablante de Santelices reciente un presente que lo expulsa violentamente y lo retrotrae a la nostalgia, los recuerdos de su infancia como mirados desde un retrovisor, pues como dice Lihn en el mentado «Monólogo al padre con su hijo de meses», se da cuenta que “Todo lo que vivimos lo vivimos a los diez años más intensamente”, leemos del poema de la página 47: “Antes sucedían tantas cosas,/ y a tantos sitios entrábamos,/ que de puntillas/ -para no despertar a nuestros padres-/ nos acercábamos a la casa/ con todo el sol a nuestras espaldas”.
En los siguientes dos capítulos la sensación de querer escapar al pasado y la literatura se amplían, reaparece el puerto del naufragio, pequeños tablones de un exilio que no deja de mirarse y pensarse a pesar de los años. Son poemas que se complementan de forma intensa con el prólogo de Niall Binns y la reconstrucción autobiográfica de un Santelices que siempre está mirando hacia otro lugar, leemos del breve poema de la página 60: “Y lo mejor está en otra parte,/ y una vez alcanzada la otra parte,/ ya no está ahí.”, poema que nos sirve para pensar la condición doble de exiliado de una tierra y de un trabajo que prometían un futuro mejor. Sin embargo, la sensación de que se ha escogido otra tierra es de una resignación altiva, de una nostalgia negada: “Cuida el paso del tiempo,/ mientras educado e inútil/ haces del horizonte tu casa.”. En “Íconos” el horizonte se perfila como un país concreto (Chile) que solo le comunica, en ese regreso y diálogo imaginario con la abuela, la inminencia de la muerte. Este capítulo se llena de evocaciones, lugares y personajes de una galería que van poblando esta vida de vendedor en ese gesto porfiado de escribir.
Santelices demuestra que a pesar de la distancia y el largo aislamiento al que estuvo sometido y en el que publicó sus libros, sus inquietudes mantienen plena conexión con lo que estaba pasando y pasa en la poesía chilena; dialoga con fuerza y autoridad en una ínsula que ha sufrido mucho el aislamiento; quizás confirma eso de que la patria de un escritor es su lengua y que no existen las fronteras en la escritura y que si uno escribe con autenticidad sus versos van a perdurar. Vida de un vendedor de fotocopiadoras es un gran rescate para la poesía chilena.