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Yeny Díaz Wentén:
"La poesía entra para ligar en mi canto el ser indígena y ser chilena"
Por Nicolás Meneses
Publicado en http://www.loqueleimos.com/ 24 de Julio de 2019
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Yeny Díaz Wentén es poeta y profesora de Educación Básica. El año pasado viajó a Santiago a presentar en FILSA su último libro editado por Garceta Ediciones, La hija de la lavandera, libro que aborda entre cantos y versos el amorío entre una lavandera y un burgués, al igual que la pintura de Rugendas El huaso y la lavandera. Antes publicó Animitas (Gramaje Ediciones, 2016) y Exhumaciones (Camino del Ciego, 2010), libros emotivos e intensos, donde las voces de muertos y vivos conviven como en una ceremonia de encuentro de mundos. Ha sido antologada en variadas compilaciones de poesía, en las que destaca la Antología poética de mujeres mapuche (XX -XXI) de la editorial LOM y Lof Sitiado; también participó en varios ciclos de lectura en Chile y en el extranjero.
—¿Cuál es la rutina laboral de Yeny Díaz Wentén? ¿Qué peso tiene en ella la escritura?
—Mi rutina laboral consiste en hacer clases a niñas de educación básica (4º a 8º básico) y mi trabajo tiene una particularidad: no todos los días son iguales. Una mañana puede ser muy planificada, pero ocurre algo; ahí la creatividad, la empatía y el amor son fundamentales tanto profesional y escrituralmente. Realizar clases para mí es educarse en las emociones, no es impartir la asignatura de Lengua y Literatura. Hay una conexión poderosa con un ser que tiene vivencias y una existencia dentro de la clase. Me conmueve, me hace sentir la belleza la vida.
—¿Cuáles son tus otros intereses aparte de la literatura y la educación?
—En este momento estoy tratando de escribir un texto narrativo, para una antología sobre violencia de género. Sé que este interés está dentro de la literatura, pero significa un desafío para mí, es necesario que cuajen el tema y el rema, que lleguen a una conversación equilibrada, llamativa e interesante. Es difícil, porque tengo unos arranques poéticos que podrían perder al lector dentro del texto.
Tengo un interés fuera de la literatura que toma gran parte de mi vida y es la crianza de mi hija. Es importante porque creo que el cuidar de otro es maravilloso, complejo y me ha servido para desarrollarme como individuo: ver florecer la vida con toda su animalidad.
—Exhumaciones (2010) está dividido en tres apartados, con uno que se expande a otro libro que publicas años después. En entrevistas cuentas que uno de los motivos principales del libro es el caso de tu abuelo, Manuel Wentén Valenzuela, cuyo asesinato en dictadura nunca fue esclarecido y su cuerpo fue exhumado con el fin de buscar justicia. Pensando en Animitas y Exhumaciones ¿de qué manera le hace justicia la poesía a los asesinados como tu abuelo o Matías Catrileo?
—La escritura les hace justicia cuando el poema se transforma en su voz. Esa voz escapa del anonimato en este querido Chile y vuelve a conversar con nosotros. Cuando nos cuentan que no deseaban irse, querían vivir con vehemencia, con vitalidad, por lo que el texto no solo les da voz, sino que también les otorga nuevamente un cuerpo, ese que alguna vez estuvo por esta tierra y compartió con las personas que amamos. El poema dice “Sigo aquí, acabaron conmigo, pero sigo más presente que nunca”.
—En Animitas (2016) uno puede adentrarse en una galería de personajes anónimos, la mayoría muertos trágicamente, no obstante, aparecen las figuras de Violeta Parra y Víctor Jara. ¿Por qué pasar de la muerte anónima a las voces de estas figuras fundamentales de la cultura chilena?
—Estos personajes son famosos, sin embargo, murieron horriblemente, al igual que todos los otros seres. La muerte no respeta condición o situación, pero sí considero que estas dos personas merecen ser reconocidos con una animita porque se comprueba el poder y el conocimiento popular. Murieron, pero quedaron en el colectivo, como las ermitas. No importa quién esté en esa pequeña casita, siempre te detendrás a acompañarla y a conversar con ella. Todas estas animitas reales o inventadas por mí serán más recordadas que aquellos que quedaron en el cementerio.
—Yeny Díaz Wentén se define como una champurria, que refiere a la idea de lo mezclado, lo mestizo. Asimismo, tus libros tienen una diversidad de registros que llama la atención: pasas de lo narrativo al canto, de la crónica a la llaneza conversacional de un muerto o el reclamo de Dios o el Diablo. ¿Es posible decir que lo champurria también influye en tu interés por estos registros? ¿Lo champurria también es una forma de habitar la escritura?
—Ser champurria es la joya de mi mestizaje, para mí ha sido caminar entre lo que representa ser mapuche e ir descubriéndolo, y ser chilena en un país que no le agrada reconocer las diferentes etnias que viven y sobreviven en él. Este es un país donde la mayoría quisiera tener sangre extranjera porque se ha ido comprando con diferentes discursos que lo extranjero es sinónimo de “civilización”. Prefiero ser llamada champurria porque pertenece a mi cultura, más que mestiza, que es un término del imperio.
Ser champurria desde la escritura me ha permitido ver a Dios y al Diablo como dos amigos que les gusta jugar con nosotros. También mezclar lo narrativo para no abandonar la oralidad mapuche-pehuenche, eso de contar una historia a la orilla del fogón junto a la familia comiendo pancito con ceniza y viendo la cara morena con grandes dientes blancos de mi tío José Wentén. ¿Dónde entra la poesía? La poesía entra para ligar en mi canto el ser indígena y ser chilena, le da equilibrio, se transformó en una manera de comunicar lo que hay dentro de mi cabeza y corazón.
La palabra champurria en mi ciudad es utilizada peyorativamente por algunos, simboliza que no eres chilena, que eres “india”, y ser india es ser feo, borracho y ladrón. Así crecimos algunos champurrias en ciudades como Los Ángeles.
—La hija de la lavandera (2018) es tu tercer libro. Lo has catalogado como un libro que tiene un conflicto de clase entre la lavandera y el señorito, similar a la pintura de El huaso y la lavandera de Rugendas. ¿Cuál era tu intención al mostrar este contraste de clase, campo/ciudad, mujer/hombre, ternura/violencia?
—El cuadro El huaso y la lavandera fue creado en 1835. Es una obra físicamente pequeña, pero que guarda una asimetría feroz entre la ubicación del hombre sobre la imagen femenina que se encuentra cerca del agua y bajo la mirada de este. En la obra se aprecia un hombre mirando con las manos cruzadas a una mujer que pareciera disfrutar de descoyuntarse los dedos lavando. Mi libro presenta a una personaje que es una lavandera que se enamora de un burgués, pero todo va tomando un matiz de desgracia a medida que viven juntos porque ella va reconociendo lentamente que su oficio la hace ser una mujer independiente y con un interior lleno de sabiduría a pesar de la desgracia amorosa del matrimonio.
Lo otro que debo mencionar es que la asimetría presente en la pintura es aún un reflejo de lo que sucede en nuestras relaciones amorosas y de las que muchas de nosotras estamos cansadas, y esto ha llevado a que muchas desaparezcamos o seamos violentadas por el machismo. La intención finalmente es que estamos en el siglo XXI y me inspiré en una obra de hace 100 años atrás aproximadamente, y aun esa asimetría nos sigue matando, disfrazando la belleza de amar con la posesión de un objeto, de ser sirvientas que lo hacen todo, y que si no lo haces te mueres.
—La hablante del libro se aferra al canto para entonar sus alegrías y pesares, lo melódico tiene un espacio importante, nuclear en este libro; al igual que las lavanderas, aparece para espantar la fatiga, las penas, los males, los wecufes. Tú has dicho que el canto salva la distancia del idioma en algunos contextos. ¿Puedes hablarnos un poco de cómo lo trabajaste en La hija de la lavandera? ¿Lo pensaste para cantarlo o te salió así?
—El canto que aparece en esta obra se lo he dedicado a mi hija Elita, que me hizo comprender que lo más valioso que resultó de los dos personajes del libro fue ella. Es un canto de amor y de protección, y ha salido de mi más profunda entrega a mi salvadora de lo bello.
—La hija de la lavandera se puede leer como una crítica feroz a la explotación laboral del siglo pasado a las obreras de la ropa, además de un repaso al machismo y la violencia de la chacra, donde las inquilinas eran casi parte de la propiedad del patrón, a pesar de que acá hay un idilio de parte de la lavandera. ¿La lavandera es, contrario a la poesía bucólica, alguien que cree a ciegas en el amor y se desengaña para después maldecir?
—Más que una crítica a la explotación laboral, es una muestra del manejo que tenemos como sociedad con respecto a la mujer que tiene como presión social el ser mujer, el ser madre amorosa, dedicada para que exista un matrimonio o una familia donde esta debe cumplir obligaciones para que los demás sean felices, a costa de sus necesidades. La lavandera se da cuenta de esto y decide no continuar, porque es violento, y maldice porque sufre distintas vejaciones y no se da cuenta hasta que arriesga su vida.
—El oficio determina la forma de ver y relacionarse con el mundo de la lavandera, ¿la escritura determina la forma de ver el mundo de la poeta?
—Sí, porque es la única herramienta para poder conectar o comunicar mi mundo con la realidad. Esta ha permitido que pueda dejar en evidencia el legado de mi familia, las injusticias de la pobreza, dolor y la vida. A través de la escritura puedo construir mis mundos y puedo relacionarme con estos. Sé que escribir lírica es complejo, pero la poesía es inherente al ser humano, con o sin formación académica es una pulsión como la música o la pintura. La escritura es el gran tatuaje del mundo.