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Artesanía del retorno, Cuchipuy de Pablo Ruz Donoso.
Por Nicolás Meneses
Publicado
http://www.lacallepassy061.cl/ 24 de enero de 2017
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"Cuchipuy": palabra quechua que significa devolver a una persona a su lugar de procedencia. Este es el nombre del debut del sanvicentano Pablo Ruz Donoso, el estandarte de una porfiada consigna que se propone medir y reflexionar la distancia de quien deja su pueblo por la ciudad, pero que vuelve reiteradamente.
El libro se divide en cuatro partes, a saber, cuatro compartimientos que proponen cuatro maneras de mirar el retorno. Así en la primera, Taguatagua, el hablante acusa un leve desconcierto y la inquietud dificultosa de catalogar el paisaje de su etapa de formación:
Si preguntan
No sé si llamarla ciudad o pueblo.
Solo sé llegar donde todo está igual que antes (14).
Llegar a encontrarse con esos pequeños espacios sagrados, indemnes al paso del tiempo y reconocibles a leguas de distancia, lo poco que se mantienen en pie después del asalto de los nuevos comercios y la nueva arquitectura de la mal llamada reconstrucción:
La constructora a cargo llenó el espacio con una gran estructura
de hormigón armado y ventanas asimétricas.
Así olvidé el estuco de una muralla antigua
una grieta resquebrajándose en la insistencia de la helada
la fragilidad del adobe tras la cáscara (18).
Bien se podría obviar la separación en capítulos-paraderos y seguir de largo. Mirar desde la ventana del bus el nombre de estas cuatro partes como señales en la carretera: Taguatagua, Sanvicentanos, Las Palabras, Soy de Acá. Hay intercesión en estos poemas, el orden puede ser aleatorio, y la provincia que miramos desde el transporte se abriría de igual manera para casi todos: el azote de la agroindustria, el saqueo de los arqueólogos europeos, el adobe diezmado por los sismos, la venta de artesanía, alfarería, el crujir de las maravillas en los asientos de los turistas. El hablante se ubica en un espacio intermedio entre el afuerino y el hijo criado allí. Por eso es que se hace tan importante escuchar a los demás, darle la voz a los pocos sanvicentanos que van quedando, para que acusen la violencia del régimen de trabajo en los packings, la de los maridos borrachos, la falta de oportunidades, un lugar insufrible para los más jóvenes:
En este pueblo yo no viviría.
Rancheras a todo chancho en las mañanas
las calles sin gente en la noche.
No, yo aquí no viviría.
Pero si te puedo decir que acá
tengo cosas importantes (58).
Notas geográficas de 1897, ofertas de empleo por temporada, informes de semillas transgénicas, afiches manuscritos de bingos solidarios, arriendos de piezas, leyendas de la zona. La recolección y diversidad de documentos varios permiten acceder al detalle del funcionamiento de este pueblo, su consignación material, sus formas de comunicación que parecen añejas y que sin embargo son más efectivas que el afiche en Photoshop o una plataforma web de empleo. Al mismo tiempo, estas huellas permiten rehacer un rito bautismal del hogar que se recupera, junto al recuerdo pasado que pugna con el presente en constante cambio:
Recorrer Pumaiten, La Laguna y Tagua Tagua
era necesario para que, más grande, pudiera preguntarles
¿se acuerdan cuando este camino era de tierra?
y ellos darme la venia para decir como los viejos
Antes, todo esto era campo (99).
Cuchipuy replantea la idea del retorno a la provincia desde una mirada crítica, que escarba en el relato y la historia de su pueblo, con los sufridos costos de la modernización. Se destaca el equilibrio entre la visualidad y la reflexión, el recuerdo como mecanismo a revisar y revisitar para acusar lo que falta y celebrar lo que queda, resiste. Cuchipuy es el terminal de provincia donde empieza y termina todo viaje, siempre distinto:
Dónde están todos ellos
en la reescritura de otro pueblo
o la satisfacción de preguntar por un río ignorado
y escuchar el asentir de quien lo conoce (78).