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Se juega o se juega:
El partido de los valientes, de Axel
Pickett Lazo.
Cinco Ases, Crónica, 2015 (segunda edición)
Por Nicolás Meneses
Publicado en https://revistatatami.blogspot.com/ 31 de Enero de 2019
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Son las clasificatorias al mundial de Alemania 74’ y la selección chilena de fútbol pelea por un cupo. El sistema clasificatorio es totalmente distinto al actual y después de pasar el cuadrangular sudamericano ganando a los peruanos en un tercer duelo definitorio en campo neutral, el rival último es nada más y nada menos que la URSS, así, con esas siglas. El partido se programa para la última semana de septiembre de 1973 y allí comienza la leyenda.
En El partido de los valientes el periodista Axel Pickett intenta rearmar un duelo que está entre los míticos del fútbol nacional, del cuál no existe ningún registro y sus versiones son tan dispares como asistentes tuvo aquel encuentro.
En el prólogo a la segunda edición, Cristian Arcos afirma que el libro de Pickett es y no es una crónica deportiva. La califica más bien como una crónica de época: incluso, lo describe como uno de los mejores libros que se han escrito sobre fútbol en Chile. Por otra parte, Nibaldo Mosciatti aplaude que se trate de un libro que silencia al autor y deja hablar a los protagonistas y las circunstancias, en contra de la moda del periodista protagónico quien se exhibe como el que nos guiará a comprender las circunstancias a través de su experiencia y brillantes observaciones.
Para quienes no hayan conocido el antiguo sistema de clasificación a los mundiales, para quienes no tengan idea de las abismales diferencias mediáticas y económicas que separan al fútbol de aquellos años con el actual, el libro es una valiosa y atractiva excursión, un reportaje a fondo de las condiciones en que se jugaba antes, con nombres de futbolistas todavía vigentes y reconocibles como Elías Figueroa, Carlos Caszely, Francisco Valdés y Leonardo Véliz. Una selección armada en base al Colo-Colo finalista de la Libertadores 1973, el DT Luis Álamos y unos pocos jugadores que militaban en el extranjero, a quienes había que convencer (casi rogando) junto con el presidente del club en el que jugaban para poder convocarlos, como el caso de Elías Figueroa.
El libro se arma a partir de observaciones puntuales de Pickett, los testimonios de los dirigentes y jugadores de la selección que disputaron esas clasificatorias, más algunos futbolistas rusos. En él nos enteramos de las mil piruetas que debían hacer los dirigentes para financiar los premios de la selección, las giras eternas, las pésimas condiciones de viaje, las maratónicas jornadas en el aeropuerto, la desinformación y la negligencia en el trato a los jugadores que militaban en el extranjero (como el caso de Elías que tuvo que improvisar para poder ubicar a la selección nacional en Europa). Todo eso contrastado con el contexto político chileno, de donde los jugadores salieron a duras penas, algunos pidiendo como requisito salvaguardar a su familia de las detenciones que la dictadura comenzó a realizar a diestra y siniestra, por casi cualquier motivo; esto sumado al uso político y mediático que se le quiso dar al seleccionado y ese encuentro (jugar como síntoma de normalidad en el país, ganarle al comunismo, demostrar el apoyo de La Junta a la selección chilena). Todo hasta llegar a Moscú y enfrentarse a un país hermético, controlador y hostil con el seleccionado, disputar un encuentro que terminó en empate a cero y que, por las condiciones en que se jugó, se vivió como una victoria y el regreso al país sumido en la larga noche de la dictadura.
La URSS se negó a viajar a disputar el partido de vuelta en Chile aduciendo las condiciones políticas del país. Chile logró convencer a la FIFA de la normalidad en Santiago, pese al estadio de sitio, encerrando en los camarines a los presos políticos (pocas semanas después desalojarían el Estadio Nacional y volvería a utilizarse para la fecha clasificatoria), convenciendo a la institucionalidad del fútbol de llevar a cabo el encuentro. El enredo que se armó fue tanto, que a última hora avisaron a los seleccionados de la decisión de sus rivales, y para compensar la ausencia del equipo ruso, llevaron a Santos de Brasil a jugar un amistoso con la selección. Luego viene el episodio más bizarro, absurdo y jocoso que tenga el deporte nacional: los dirigentes, a pesar de la automática victoria 2-0 por abandono que se le concedía, exigió a los jugadores alinearse como en un partido normal, hacer correr el balón y anotar en el arco contrario vacío, el llamado “Gol de Honor” como lo bautizó El Mercurio en la época “Es el gol más estúpido que he visto en mi vida, la tontera más grande”, critico Carlos Caszely, mientras que Francisco Fluxá, uno de los dirigentes responsables, refuerza esa visión “Hicimos una estupidez, hasta ahora me avergüenzo eso de haber hecho el gol de partida”.
El libro ratifica lo postulado por los prologuistas y queda como un material valioso no solo de la memoria del fútbol chileno, si no como registro de la herida nacional.