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Los cantos de la sirena
La destrucción del mundo interior. Juan Santander Leal. Ediciones Overol, 2015. Poesía, 82 páginas.
Por Nicolás Meneses
Publicado en http://www.colera.cl/
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La destrucción del mundo interior es un libro compilatorio en que Ediciones Overol reúne los títulos Allí estás (2009), Cuarzo (2012) y Agujas (2015) de Juan Santander Leal para ser leídos en un solo corpus. Primero, saludar este importante gesto de reedición de un autor joven publicado en editoriales de bajo tiraje, poco catálogo y circulación. Y segundo, el acierto que resulta proponer el libro como una muestra del desarrollo y afianzamiento de una escritura que privilegia el mirarse pero hacia afuera, como un vaciamiento de una subjetividad en constante cambio.
La destrucción del mundo interior nos sube al movimiento telúrico de un bolso de recuerdos, muchos de ellos difíciles de omitir o archivar: es, como sugiere el título, un mundo, aunque líquido, que bulle y busca su punto álgido solo para recobrar estabilidad. Nos enfrentamos a un estado acuoso, en que no es arbitrario homologar los sentimientos en juego con la temperatura del agua que fluye “tibia o menos que eso” (pág. 20), pensando sobre todo en la distancia que toma el hablante de los hechos y los rasgos románticos que adquiere esta evocación constante a la mujer. La temperatura vendría a ratificar una pasión en ascuas, donde una mujer que tiene mucho de mito griego se escurre, no sin antes tentar al hablante con su reencuentro: “Las tentaciones que hacen verte sola/ la ventana ataja un poco de calor/ quince días en silencio y las novelas/ te dicen el paisaje que debes apreciar” (pág. 21).
El libro por momentos sucede como un relato hecho de recuerdos de una mujer. Pero estos rebotan directamente en el hablante, quien combina ambas partes para nombrar el paisaje interior. Este forcejeo empuja a abandonar los pequeños rituales y a utilizarlos casi como ofrenda para desprenderse de ella: “Dejo las caminatas, /los gritos que caen/al suelo como escudos. /Dejo las mandarinas secas, /las viviendas enrejadas /y la flora que los circunda”. (pág. 52). En este plano, la destrucción se muestra como un ciclo compartido con la mujer en que el hablante se desprende para saltar a los rincones urbanos de su vida y seguir su recorrido, donde “Los niños apuestan en la calle/ los profesores conversan/ con los quejidos de las micros. / Las antenas desorientan a las abejas.” (pág. 58). Y en ese amasijo de escenas simultáneas, se van replegando los restos de una cotidianidad y de un sujeto disperso en la nostalgia de la amada.
Las imágenes en el libro muestran distintas etapas: una aparente despersonalización en la parte de Cuarzo y la vuelta con más fuerza a la amada en el último apartado. No obstante, durante todo el libro lo visual no deja de gozar de una luz diáfana, otra característica del estado cristalino que nos permite enfocar con claridad escenas como esta: “La espuma lava los nervios de tus piernas. / Granos de arena al final de las mejillas. / El curso del agua cuando cae por tu espalda.” (pág. 36). Y es esta imagen la que persiste, la que retina todo el instante en una voz que a pesar de tener lo oídos tapados al canto balsámico de una sirena, no puede apartarse del todo de ese mundo lleno de intimidad, costumbres y obsesiones.
El libro fluctúa “Como un lamento de quien no puede detener su metamorfosis” (pág. 62). Se puede leer con cierta cronología, aunque también pueda pensarse en un proceso cíclico, casi de maduración y regresión o viceversa. La relación casi fantasmagórica que se esboza a lo largo de todo el libro se asienta en un horizonte, nunca se va del todo. En la obra de Santander Leal se observa una trayectoria amorosa de un hablante pero con una distancia precisa, cimentada sobre todo en su manejo de la imagen. Estas se despliegan con tal nitidez que evitan cualquier cursilería. Y eso, para un mundo lleno de canciones de amor horribles, es muy destacable.