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“El discurso del hablante lírico” de Alonso Fernández: La alegre miseria
Por Nicolás Meneses
Publicado en http://www.eldesconcierto.cl/ 5 de Julio de 2018
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A primera vista, el discurso del hablante lírico (Anagénesis, 2018) parece un mapamundi literario, las coordenadas de una voz abarcadora, troglodita, que pretende abarcar una tradición poética aspirando a cantar los temas más cototos. Un libro armado en dos capítulos, que incita desde el primer poema a no tomarse en serio los límites entre literatura y realidad, dejando abierto el tránsito: “yo el hablante alonso fernández / que he nacido sin nombre como todos / los hombres y mujeres de este mundo / bautizáronme con el distinto seudónimo / que no correspondo”.
La modernidad, la muerte, la vida como ilusión, la naturaleza, son solo algunos de los tópicos abordados. Temas clásicos de la poesía, de la literatura, que se van catastrando en imágenes genéricas, con cierto toque de reciclaje. Un ciclo circular de temas que no se agotan, nunca se agotarán, porque como dice Jorge Luis Borges: “todo se repite en el mismo desorden”. Aquella operación que podríamos pensar de reinicio, recuento recopilatorio, da lugar a una cosmogonía poética donde cada texto traza un carácter del mundo contemporáneo. En términos simples, es como si perdiéramos la actualidad como marco de referencia y al mismo tiempo la recuperáramos bajo la visión crítica, el malestar y el desarraigo propios de este hablante, como se ve en el poema “opiniones de un gracioso”: “solo queda al parecer velar por el pan y la leche / o arañarse los ojos y la espalda antes de dormir / o sino darse muerte en las estrechas alamedas / frente a los niños y los púberes / con sus mamás de fin de semana / tapándoles los delicados ojos / darse muerte acompañado / de cien justos suicidas / hasta suicidarse todos / y que los gobernantes ya no tengan a nadie a quien gobernar / ni nadie que les ponga la comida al fuego o les lustre los ropajes”.
El libro en su totalidad se presenta como invitación constante a desalojar el mundo, a anular el contrato de ciudadano y a atrincherarse en el discurso del hablante lírico, ese canto otrora ritual, público y de peso en la polis, elevando la voz para intentar ser escuchado, atendido, no como mero show bufonesco o televisivo, sino como asunto del que hay que dar cuenta.
Ese gesto me parece potentísimo: ante la posibilidad de resetear el mundo y encerrarse en la utopía, el hablante elige mirar de frente la alegre miseria, el sinsentido de una urbe atestada de ruido y contaminada de usura. Explicarle al padre que la vida es un poco de esclavitud y libertad al mismo tiempo, a la madre que la separación es inevitable, a la hermana que en algún momento la fiesta se terminará, que habrá que desandar los pasos, aunque sea borrachos, ojalá borrachos y cantando, sin prisa, porque “nosotros también / depositamos la cama en nuestros cuerpos / y dentrificamos la noche en nuestras bocas”. Poemas como pequeños homenajes a la familia, donde encontramos pozas que devuelven las miradas y cárceles llenas de antorchas de fuego que los presos dejan caer de las torres como feroces luciérnagas de libertad.
Creo que el discurso del hablante lírico es un libro hecho para desembocar en los últimos tres poemas, como una cascada que tiene que recorrer una larga extensión de cauces para encontrar su desembocadura. Y la desembocadura es ese fin, un leve momento de gracia: el flujo de agua cayendo desde las alturas para aterrizar en un nuevo cauce, esta vez más grande, más vasto, más elemental. En “manifiesto”, por ejemplo, encontramos una clave del libro y del autor mismo: “y otras veces uno quiere ser un poeta político / un poeta pablo / ya sea uno de mar o uno de campo / o un poeta lihn que domine la matemática del verso / que conozca los libros de la vida y de la muerte / que sostenga en sus manos a la literatura como un trabajo / y no como una forma de registrar los sentimientos”.
Asumir la literatura como un trabajo e inyectarle esa vitalidad a la escritura. Escapar de los clichés escolares según los cuales el poema es expresión de amor y sentimientos. Leyendo este libro entendemos que la literatura es más que una apuesta, es una forma de habitar el mundo, reivindicando el sentido de la experiencia, ya sea política, familiar, íntima, social. Un viaje: “caminante no hay camino / se hace camino al andar / pero nunca al hogar”. Y es ese el riesgo que asume Alonso Fernández: fusionarse con el hablante que es uno mismo, tenderse la mano en el páramo, mientras “camino caminas / por las calles sin tiempo de una ciudad vacía y en penumbra / solo o contigo / pues ya no hay distinción no puede haberla”, porque, aunque la vida no es un libro, sí podemos leernos en ella.