Ruido blanco es la ópera prima de Cristian Foerster Montecino (1988), un poemario publicado por Editorial Cuneta hace más de dos años. Pistas o entradas para este libro son tanto la portada como el título, ambos conjugados en un trabajo delicado de autor-diseñador muy característico de esta editorial. En ella vemos imágenes incoloras, grises, difuminadas, rasgándose y que son parchadas unas con otras, cuya base cordillerana preanuncia la fragilidad del paisaje, la memoria, el lenguaje y la infancia.
Christian Anwandter en la contraportada acusa un retraimiento radical del hablante. Si corroboramos su lectura diríamos que el primer capítulo, «cámara matriz», es significativo pues señala el eje por donde se mueve esta voz: un espacio compactado, subjetivo en todo su espesor, donde los estímulos del mundo externo son intermitentes, borrosos, escurridizos. Incluso el lenguaje, tras bambalinas, se clausura a sí mismo: “la gramática agujero de la escena/ precipita la transmisión/ de sentido contra/ los primeros pasos” (pág. 12). De ahí en más se entra a un estado parpadeante de la experiencia cotidiana, interferido por la colisión constante de todo tipo que recuerdos.
El libro no solo se propone la tarea de entonar lo fragmentario de la memoria, la falsa linealidad de los hechos, el grado cero en que se sitúan los acontecimientos: recrea el ritmo y tono de la incapacidad de enunciar la experiencia a cabalidad, a la manera de un altavoz que habla desde las zonas emotivas más reprimidas de este hablante, que violentan desde la distancia más incierta: “remembranzas espías de futuro/ rompen el cristal la piel/ monstruosamente quietas/ en la respiración/ de este lado/ del marco” (pág. 18). Poco a poco se intenta dar cuenta cómo el circuito del recuerdo está lleno de pequeños forados, hoyos en una muralla imposibles de tapiar.
La saturación es parte de esta voz que encalla en la memoria. La fuga y tráfico de materiales sensibles de voz que deviene “acuarela de mí mismo” se percibe claramente en la mayoría de los poemas, sobre todo en los textos en cursiva: “los televisores se encienden automáticos/ anhelantes vemos el oráculo del tiempo/ virus instauran una guerra por las calles/ la guerra es un estado nervioso/ soles diminutos persisten en el mapa del tiempo” (pág. 36). La presencia del televisor y el asomo de los juegos de video ingresan al vórtice donde el hablante es interferido, en que ningún hecho parece tener un núcleo, sino que su naturaleza se conforma por la digresión obligada de la modernidad tecnológica y el fugaz discurrir de la ciudad.
Cristian Foerster logra en su primer libro una reflexión densa y acabada de lo quebradizo y complejo que resulta volver a los recuerdos: en su lenguaje que entrama ruido, sintaxis, ritmo, pausas y grandes lagos de interferencia o silencio. Consigue un registro señero de cuando el caos de la mente prefigura un orden, solo aparente en palabras. Ruido blanco nos recuerda, como un destello, el remolino en que estamos inmersos nosotros, juntos con nuestra memoria y sus sentidos.
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Encontrarse entre tanta bulla: "Ruido blanco" de Cristian Foerster.
Editorial Cuneta. 2013. Poesía. 56 págs.
Por Nicolás Meneses.
Publicado en http://www.colera.cl/