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Elementos de la poesía lárica en la obra de Nelson Navarro Cendoya

Por Mauricio González Díaz



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Desde la primera obra de Nelson Navarro Manojos chilotes —desde ahora Mch— apreciamos características propias de la poesía lárica. Aquí el paisaje se integra en el mundo poético, el hablante describe su entorno y los personajes que son parte del paisaje. El concepto de poesía lárico que advertimos en Mch se caracteriza por la mitificación del espacio aldeano y el hablante es un habitante de ese territorio que expresa, describe y cuenta. En palabras de Jorge Teillier (1999) “los poetas (de los lares) ya no se sitúan como centro del universo con el yo desorbitado y romántico al estilo de Huidobro (…), sino que son observadores, cronistas, transeúntes, simples hermanos de los seres y las cosas” (Teillier J., 24)[1]. De esta forma, el territorio es un elemento constituyente en el hablante lírico, la naturaleza se imbrica como un componente axiológico en la subjetividad. En Mch es evidente la visión de la ciudad como una amenaza al orden de este mundo aldeano; por ello, “el poeta, entonces, como el artesano, deberá conservar las cosas reales, en vías de extinción, frente a esta invasión de las irreales que nos son impuestas en serie” (p. 26).

Los lugares y habitantes que se mencionan en Mch dan cuenta de un territorio  de sujetos que interactúan directamente con la naturaleza: el botero, lanchero, leñador; son seres que forman parte de una comunidad en la que los sujetos se reconocen. En este sentido el poeta se plantea como un conservador de un mundo amenazado; es decir, el tiempo de la aldea y de la comunidad se ve en peligro por este inminente tiempo de “otro mundo” que se impone e instala en las arterias de la aldea. Evidentemente la modernidad y globalización se perciben como fenómenos que generan el desarraigo, frente a lo cual, la poesía lárica opone resistencia. Ahora, la resistencia es una forma de resguardar a través de la memoria aquellos nutrientes que le otorgan identidad a los sujetos que habitan un espacio y simultáneamente, una identidad al espacio; entonces hay un simetría entre los habitantes y su entorno que emergen desde un subjetividad que elabora su discurso poético como una experiencia vital. Se accede al mundo desde un reconocimiento al otro, aquí el yo no habla de anónimos o describe paisajes desprovistos de emotividad; por el contrario, los dota de una humanidad que se ve en peligro por este otro tiempo —el de la modernidad—, que en cierta forma es visto como deshumanizante.

De esta manera, podemos decir que Mch es una obra que configura la sensibilidad que luego se proyectará en las demás obras de Nelson Navarro. Por eso asociamos esta obra con la poesía lárica, pues la subjetividad creadora de mundos representativos de una realidad, opera como un testigo de su tiempo. La poesía registra una manera de habitar mediante un lenguaje “transparente” y sencillo; como dice el mismo Teillier (1999), la poesía se concibe como creadora del mito “de un espacio y tiempo que trascienden lo cotidiano, utilizando lo cotidiano” (p. 64)[2].

En la obra de Nelson Navarro en un primer momento el hablante lírico canta a la aldea desde la aldea; no obstante desde su segunda obra Aguas, piedra y expiaciones (desde ahora Ape), comienza a configurarse un hablante que habla desde la ciudad, persistiendo el sentimiento de rechazo al tiempo de la globalización, y luego a la instalación productiva de la salmonicultura en Los Peces que vienen (desde ahora Lpv), por ejemplo; fenómenos que constituyen distintas caras de la misma moneda. En consideración de esto último, se percibe en la poesía de Navarro Cendoya un elemento que se manifiesta en la poesía lárica, nos referimos a una conciencia preocupada por las condiciones de la naturaleza. En otras palabras, como dice Nial Binns (2001) en La poesía de Jorge Teillier: La tragedia de los lares, la poesía lárica también es una poesía consciente de su entorno natural, el que progresivamente va siendo devastado. De esta forma, esta poesía dice Binns

vuelca la mirada hacia provincias relativamente libres de la ‘contaminación’ moderna significa una apuesta por una poesía propiamente nacional o ‘local’ de rasgos algo conservadores, pero también, quizá, conservacionistas (…).

Ecocríticos como John Elder (…), defienden el ‘proceso de localización’ (1996: 36) como algo básico tanto a nivel literario como a nivel económico. Elder se apoya en las ideas del poeta norteamericano Gary Snyder sobre la analogía entre los procesos cíclicos de la ecología –el nuevo crecimiento que surge de la descomposición- y los procesos culturales de un lugar o una ‘bio-re-gión’. Poetas, para Snyder, son como setas u hongos, capaces de ‘digerir el detritus de los símbolos’ de su comunidad y luego de reprocesar o recomponerlos (30). Por eso, los poetas tienen que reconocer que son parte de una comunidad y de una tradición local, los últimos integrantes en un largo e ininterrumpido proceso de descomposición y recomposición (…). Para conseguir una forma de vida sostenible, el ser humano tiene que volver a acoplarse a los ciclos y ritmos naturales de su entorno; quizá, desde una perspectiva ecológica, la poesía también tendrá que asumir ese respecto por las tradiciones locales y convertirse —en palabras de Elder— en ‘una manifestación del paisaje y del clima, de la misma manera que la flora y la fauna lo son del ecosistema’ (39). En este sentido, al querer arraigarse en las tradiciones culturales de la provincia chilena, la poesía lárica –tan pendiente, se diría, del pasado- también es una poesía ecológica, abierta al presente y a los inciertos caminos del futuro (p. 30)


Por tanto, la poesía lárica, a su vez también constituye una crítica a los efectos contaminantes de la modernización, tanto a nivel cultural como medioambiental. Contaminantes en el sentido de que generan pérdida de identidad, pérdida de un equilibrio en el ecosistema y pérdida de un sentido comunitario de la existencia. En la obra Lpv, notamos cómo la industria salmonera que se instala en la ciudad de Puerto Montt, opera como una maquinaria que explota los recursos naturales y daña de manera brutal el ecosistema; de ahí, la poesía funciona como un discurso de denuncia, pero también como una posibilidad de imaginar una ciudad más habitable, por eso al final de esa obra se reiteran los versos que apelan al poeta “Por lo pasos de cebras / volveremos al sur…” (pp. 61-62), y luego los repite. Imaginar una ciudad más habitable significa reconocer las características del entorno y los seres que lo habitan, destacar los rasgos específicos que constituyen el territorio y dotarlos de un sentido particular, resistirse a la homogeneización y poseer un sentido de pertenencia con el territorio, que  a la vez, es constitutivo del ser que lo habita.

Entonces, por una parte, son indudables los rasgos de la poesía lárica que encontramos en la obra de Nelson Navarro. Apreciamos el hablante como un observador, la aldea como un espacio mítico, la memoria como reactivadora de los sentidos, el tiempo como el gran enemigo y la conciencia ecológica como una forma de resistencia a la devastación de la naturaleza, generada por la sociedad neoliberal que subyace en el mundo poético que se cuida y protege. Sin embargo, por otra parte, creemos necesario precisar el significado de poesía lárica, pues si bien en un inicio el territorio se ve amenazado por la modernidad, hoy, la modernidad es un elemento constitutivo de este territorio. Concretamente, en Ape ya notamos elementos propios de la globalización como el computador que forma parte de la cotidianidad, o en los Lpv el uso de anglicismos[3] que dan cuenta de la mixtura cultural, propia de la modernidad. Posteriormente, en la obra Donde habitamos las palabras (Dhp), el hablante lírico menciona una serie de autores universales como Kavafis, Rilke, García Márquez, Saramago, Huidobro, entre otros; lo que en cierta medida manifiesta una conciencia global de este hablante lírico, que habla situado desde el sur.

En esta casa del sur
hay un ojo de buey por donde respiramos
los nacimientos y las agonías
de nuestros huesos,
en ella vivimos y navegamos nosotros
los peregrinos del agua (Dhp, p.143).

Además, los mass-media son elementos que forman parte del mundo que habita este hablante: el televisor, internet, las noticias; junto con ello cajeros automáticos, buses, etc. constituyen fenómenos que también dan cuenta de la interrelación que se produce entre la naturaleza y la virtualidad, lo que a su vez se constituyen en elementos inherentes de esta territorialidad.


En el televisor hay tambores
que anuncian un desfile de belleza
será que me estoy negando con la luz
del año
y sólo tú eres mi farolera
pero no temas que estando contigo
y con tu pelo amarrado en cruz
se iluminará la pieza
y los brujos creerán que es de día (Pabla viene del mar, p.141).

De esta forma la poesía lárica es una matriz de estilo y sensibilidad que no se ajusta en toda su medida a la poesía de Nelson Navarro, pues aquella desde sus comienzos, busca ser “un acto de resistencia contra la irrupción y contaminación alienante de los artefactos y las secuelas de la modernidad” (Binns, 2001, p. 61). No obstante, como ya advertimos estos fenómenos de la modernidad “no constituyen una intervención profunda en el imaginario de las comunidades periféricas (provincias del sur) (…), puesto que estas continúan enfrentando los eventos de la vida real de acuerdo a los parámetros de la tradición local” (Riedemann C., 2017, 135)[4]. Por lo tanto, siguiendo a Riedemann en su texto, diremos que “los poetas de la suralidad actual aceptan y aun valoran las realidades de la modernidad y observan sus espacios, el campo y la ciudad, como un territorio lingüístico unificado, donde opera el proceso transitivo del cambio social y cultural” (p.137).

En suma, reconocemos rasgos evidentes de la poesía lárica en la obra de Nelson Navarro, pero creemos que esta concepción se puede atribuir de manera parcial a su obra, o en su matriz fundacional sobre todo, pues tampoco creemos que la concepción lárica reclame su continuidad; aunque en cierto aspecto, es una plataforma estética mediante la cual, distintas propuestas estéticas de la poesía de Sur de Chile dotan de contenido sus obras. Dicho en otros términos, esta concepción de la poesía atraviesa —como un río— el territorio en sus distintas localidades, con mayor o menor densidad en uno y otros, pero es indefectible su presencia en el imaginario poético de muchos(as) escritores(as) que habitan este territorio.

 

 

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Notas

[1] El texto original “Los poetas de los lares. Nueva visión de la realidad en la poesía chilena” fue publicado en Boletín de la Universidad de Chile, Stgo., N° 56, mayo de 1965.

[2] El texto original “Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética” fue publicado en Trilce, Valdivia, N° 14, 1969-1969, pp. 13-17. Tambien publicado en Aisthesis, Stgo.. N° 5, 1970, pp. 279-284; en Antología de la poesía chilena contemporánea, Alfonso Calderón (comp.), Universitaria, 1971, pp. 351-359, y en Muertes y maravillas, Universitaria, 1971, pp. 10-19.

[3] En el poema “Escuchanos bien pirata Ñancupel” (p.p. 33-34) usa la expresión ¿OK? como un símbolo de la influencia lingüística que se prolonga en lo cultural.

[4] Texto titulado “Crítica del concepto de poesía lárica” que fue leído en el “Congreso sur austral de escritores” realizado en Puerto Montt el año 2016. Luego se publicó en el texto Volvamos al mar, por ediciones Kultún el año 2017.

 


 

 



 

 

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