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La poesía como resistencia
Historias del reino vigilado. Naín Nómez. Lom, Santiago 2018. 146 págs.
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 14 de Octubre de 2018
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La poesía de Naín Nómez debe ponerse, de entrada, en el contexto de su vasta y reconocida labor académica como docente y ensayista, precisamente, en el ámbito de la poesía, sobre todo, de la poesía chilena. Este libro de poemas -una reedición que cubre el período que va desde 1964 a 1980- es, pues, la creación poética de quien se ha dedicado sistemática e institucionalmente al estudio del poetizar mismo. Este rasgo biográfico ejerce, sin duda, un influjo potente sobre su aproximación a la poesía, alejándolo de modo ineluctable de la ingenuidad, dotándolo de una conciencia intensa de su oficio y de la tradición en que este se inserta, la cual se traslada a los textos poéticos recogidos en esta antología.
La cuidadosa división de los poemas en tres períodos -1964 a 1967, 1968 a 1973 y 1973 a 1980-, los epígrafes y, sobre todo, esas notas explicativas que preceden a cada período, señalan una impronta de ese oficio paralelo a la creación poética, un oficio en alguna medida perturbador, porque es distinto a aquella, pero, a la vez, demasiado vecino. Nómez es lúcido respecto de esta vecindad perturbadora y le dedica el estupendo poema "Especialistas en literatura y balística", en el cual, con una fuerza creciente en el decir, traspone la violencia social y política -que es el contexto histórico exterior a los versos- al ámbito de la palabra y el lenguaje, los cuales aparecen como víctimas de una tortura y desmembramiento que puede ser leído hoy como una crítica al quehacer teórico e institucional que escruta "científicamente" la literatura. Las notas explicativas a cada sección de la antología -una suerte de breves prólogos- son también indicadores importantes no solo porque establecen indudablemente un marco de interpretación para la lectura de los poemas, sino porque en sí mismas constituyen textos de un lenguaje curioso que mezcla, con irónica levedad, elocuciones líricas y referencias metapoéticas.
Con todo, la poesía de Naín Nómez, a contrapelo de lo que podría esperarse por su formación académica, está muy lejos de ser una poesía "culterana", cargada de referencias eruditas, de citas y guiños. Sus lecturas corren profundas, abren su versificar a múltiples resonancias, por cierto, pero la superficie de su poetizar fluye límpida, trabajada desde su propia interioridad y experiencia, limada de ornamentos explícitos que la dispersen hacia otros textos.
Nómez construye un poetizar complejo, denso de significados, cuyo lenguaje se desvía poderosamente del habla en su tráfico instrumental, preocupándose de mostrar en sus elocuciones la simultaneidad y el mutuo entrelazarse de las distintas formas del ser y el acaecer, de lo fantaseado y lo real, de lo íntimo y lo histórico, de lo real y lo imaginario, de la vigilia y el sueño, de lo cotidiano y lo maravilloso, de lo oscuro y lo claro, de lo amado y lo detestado, de la vida y la muerte. No es una poesía basada en la contraposición de esas dicotomías, sino en un intento -no logrado, porque no puede serlo- incesantemente reintentado de superación, como si en el terreno del lenguaje poético -a diferencia del tráfico cotidiano del mismo- aquellas concurrieran sin chocar, intrincándose, deslizándose unas en otras, convergiendo y alejándose, sin separar sus caminos, sin apartar las hebras de cada cual.
El poetizar de Nómez echa raíces, sin duda, en sus experiencias y circunstancias íntimas y sociales, pero, con todo, del conjunto de operaciones que llevan a cabo sobre ellas, resultan transfiguradas en un discurso en que, si bien aquellas permanecen latentes, se abre a un espacio universal en que lo poetizado es la condición humana en general, cruzado por categorías míticas y religiosas.
En este discurso concurren, con una estructura circular, en un retorno temporal de lo mismo bajo distintas variantes, la conciencia de un naufragio, la pérdida de un orden, la fragmentación de la unidad, la fatalidad de una derrota. Pero, dentro de esa estructura irrompible, que en un ritmo de crecimiento y decrecimiento, combina la oscuridad y la luz, la opacidad y el sentido, el dolor y la alegría, el poeta ejerce la resistencia frente a la tentación de la desesperación y la indiferencia, porque "detrás de todo engranaje hay un ser humano gritando y aullando/ hasta enronquecer para que ninguna rueda le pase por encima antes de tiempo". El poeta lúcido ("ahora solo ahora/ entiendes/ que uno nunca comienza ni termina nada/ que uno está siempre dentro de una historia que ya empezó y que seguirá/ después/ y con la cual no puede hacer nada excepto participar y sobrevivir"), sin suprimir la incertidumbre aguda -como subraya el hermoso poema final- a través del poetizar resiste, mientras dura el largo viaje, frente al acoso perenne de la aniquilación "para seguir tirando amando corriendo tiritando/ hasta que los goznes internos giren para dejar entrar lo que retorna/ Y empezar a sonreír".
Foto superior: Felipe González