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CUESTIONARIO SOBRE NICANOR PARRA

Respuestas de Waldo Rojas a EDEL CASTILLO.

 


—¿Cómo y cuándo conoció a Nicanor Parra?

- Mi conocimiento de Nicanor Parra se produjo, si se quiere, por etapas. O mejor, para decirlo en jerga teatral, a través de una sucesión de actos y escenas. Durante mis años de secundaria en el Instituto Nacional, más precisamente en la Academia de Letras del colegio, circulaban el nombre de Nicanor Parra, entre otros poetas mayores del momento. Son los últimos años del decenio de los 50. Algunos de mis condiscípulos —pienso en Santiago del Campo— le conocían personalmente. Yo me había limitado a la lectura de sus libros en la biblioteca. Es el primer acto.

El segundo acto se sitúa en el Instituto Pedagógico, hacia 1963, en donde yo había comenzado una segunda tanda de estudios, tras abandonar los de Arquitectura. Parra era profesor y solía circular entre los jardines del plantel, siempre rodeado de algunos, o más bien, algunas alumnas. No habíamos sido presentados, ni recuerdo haberme acercado a él en aquellas ocasiones. Recuerdo, eso sí, haber asistido a una lectura suya en el teatro del mismo Pedagógico. Y es probable que a una que otra en lugares públicos, por ejemplo, durante la Feria de Artes plásticas del Parque forestal.

El tercer acto tiene lugar hacia 1965. Paralelamente a mis estudios en el Pedagógico, yo había comenzado a trabajar en el Boletín de la Universidad de Chile, junto a Enrique Bello, su director, y a Jorge Teillier, ambos buenos amigos de Parra. Entre esas escenas hay una que ocurre hacia mediodía en uno de los patios de la Casa Central de la Universidad de Chile. Voy acompañando a Enrique Bello, quien se dirige al encuentro de Nicanor junto a un grupo de otras personas; como él daba por hecho que yo conocía personalmente a Nicanor, no hace las presentaciones del caso, pero el poeta y yo nos saludamos con sólo las palabras de rigor acompañadas de un primer y breve apretón de manos. Otra escena: caminando con Enrique Lihn por la Alameda nos cruzamos con Nicanor en la esquina de Arturo Prat, a la salida de la Librería Universitaria. Parra nos invita a una cerveza en el Café Indianápolis y Lihn, con cierta ceremonia a su manera, me presenta como “joven poeta”. Para mi sorpresa Nicanor replica que ya hemos sido presentados. Pero la verdadera ocasión de conocimiento fue en su casa en La Reina, hacia 1966, junto con una “delegación” del grupo Trilce, invitados todos a un largo almuerzo, preparado por Violeta. Finalmente, una escena ocurrida hacia julio del mismo año en las tablas del Teatro Antonio Varas, cuando Neruda me invitara a participar en un recital en homenaje a los 30 años de la muerte de García Lorca, con Nicanor y Teillier —que no apareció a la cita—, además de Roberto Parada y Héctor Duvauchelle entre otros actores. Terminado el acto, partimos en nutrida comitiva encabezada por Neruda a cenar en el restaurante Germania. A la hora de pagar la elevadísima cuenta, Nicanor, en buen matemático, fue encargado de dividir su importe, e insistió —¡para mi alivio!— en pagar la cuota mía y de mi esposa (“los poetas jóvenes son mis invitados…”). Desde entonces data lo que me atrevo a considerar una antigua amistad.

—¿Qué importancia acuerda usted a la obra de Nicanor Parra para los jóvenes poetas de la llamada Generación del Sesenta?
- Si algo singulariza a la “Generación del Sesenta” (pongamos comillas a esta fórmula a la que yo mismo opté por sustituir a su hora la de “promoción emergente”), es su actitud intelectual ante nuestra tradición poética. Un comportamiento de apertura, conocimiento reflexivo y puesta en valor de sus integrantes y obras; conducta colectiva privada de exclusivos y abanderamientos, y que —más cerca del logos que del pathos—, privilegió la diversidad de referencias y de acercamientos estéticos, en este sentido. Dicho de otro modo: un sistema amplio y pacífico, si se quiere, de afinidades electivas. Nicanor Parra fue sin duda una de éstas, y en tanto que tal mereció —y merece aún— de nuestra parte una atención especial. Lo que no impide que otras figuras y otras obras compartieran similar interés y análogos arrimos. Pienso particularmente en Gonzalo Rojas, Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Eduardo Anguita, y aún otros entre los entonces en vida. Sin dejar de lado, entre estos mismos hitos vivientes, la relectura de obras mayores como la Residencia en la tierra, de Neruda. O bien aquellas reconsideraciones lectoras de Huidobro y Gabriela Mistral. Y ni qué decir de los poetas más próximos en edad como Enrique Lihn, Jorge Teillier, Armando Uribe Arce, David Rosenmann Taub, Alberto Rubio, Efraín Barquero… Es en ese panorama complejo, para reducirlo sólo al intramuros chileno, que hay que inscribir la importancia (para emplear el vocablo que usted emplea) de Parra.

Sin embargo el aporte muy real del “anti-poeta”, visto en la perspectiva de hoy día, suele ser mal comprendido; sobre todo cuando se lo extrae quirúrgicamente del proceso cultural general de puesta en cuestión de lo que podríamos llamar la lengua dominante en poesía. Parra conquistó un nuevo espacio para una lengua y lo hizo suyo, poniendo al desnudo la sobrecarga frenética de oropeles, ampulosidades, grandilocuencias, sensiblerías y otras facundias románticas de una cierta tradición. Para emplear su propia fórmula, bajó del Olimpo a los poetas y buscó conciliar con ellos al hombre corriente. Usó en eso el instrumento de una calculada sobriedad verbal, armado de juegos paródicos, de humor impenitente e ironía. Todo ello bajo una impronta estrechamente personal e inimitable. Pero sobre todo, hizo entrar el lenguaje poético en una dinámica inquieta, de vertiginosas transformaciones sucesivas, en una suerte de fuga hacia adelante inexorable. Eso, por una parte. Por otra, abrió ampliamente las compuertas del acopio de giros, tonos, ritos y códigos de los usos (y abusos) de un habla que es en verdad un simulacro hábilmente construido de la lógica y modos del “habla cotidiana”; o bien, como se ha dicho, un calco intencionado del estilo de la “cursilería pueblerina” en función antitética con expresiones cultas o líricas.

Se puede decir que Parra marcó con un sello inconfundible un territorio de recursos formales y de sentido, que para nosotros (empleo el plural con las reservas del caso…) fue revelador y hasta atractivo; tal vez demasiado, y por lo mismo intimidante. Su modo de estar presente en nuestro trabajo en construcción consistió en muchos casos, por el hecho mismo de ser inimitable, en hacernos rehuir esos cantos de sirena antipoéticos. Lo que no quita que por el lado de la depuración de los rasgos formales tales como la concisión y la intensidad expresivas, Parra nos haya proporcionado y puesto en circulación un paradigma más próximo que otros poetas. Como usted puede comprobar —otros lo han hecho ya—, si hubo en la poesía de nuestra generación un cierto diálogo interior con tal o cual aspecto de la obra de Parra, como por lo demás lo hay con otros poetas mayores, no hubo la dependencia ancilar propia de un seguidor prosélito. Salvo excepción, tal vez, y todavía producida en los márgenes del grupo.

Por otro lado, había para nuestra prudente reticencia una razón más de fondo: el hablante o voz protagónica de la escritura de Parra, para decirlo gruesamente, se encarna en un personaje animado de una visión del mundo cuyo horizonte ético presentaba cierto descalce con el nuestro. La visión de éste resultaba a todas luces seductora, como lo es siempre para un joven el talante irreverente e inconformista, pero hay además en el fondo de conciencia de dicho personaje una cuota de cinismo poco o nada optimista, un resabio de solipsismo e impiedad cívica, un desencanto del sentimiento y gelidez de la emoción, para no decir nada de su mal contenida misoginia. En fin, rasgos que, desde el exterior, son admirables en el tratamiento de su obra, pero resultan arduos de conjugar en bloque con la trama íntima de nuestra, por entonces, visión de humanidad y rebeldía ética, en poesía o en otros campos. Nada, en todo caso, que en el plano de las relaciones humanas nos impidiera apreciar la personalidad del poeta, un hombre de ingenio afable, trato llano, simpatía y cordialidad espontáneas.

—En 1954 aparece “Poemas y Antipoemas” y para muchos se transforma en la piedra angular de la poesía chilena. ¿Lo cree usted también así? ¿Recuerda qué provocó ese libro entre los jóvenes de la época?
- Si por “piedra angular” quiere usted decir que el conjunto de la poesía chilena se habría reestructurado y recompuesto en torno a ese libro a partir de aquella fecha, la expresión me parece excesiva y no ajustada a los hechos. Por el contrario, es cierto que a partir de “Poemas y Antipoemas” se produce una lenta polarización de los lenguajes poéticos chilenos.

El testimonio de la crítica más atenta de aquellos años muestra que el camino a la celebridad de Parra fue más bien de lento trámite en su primer trayecto, con una súbita aceleración a partir justamente del decenio de los años sesenta. Se puede hablar a ese respecto de un efecto catalizador de los nuevos lenguajes poéticos que comienzan a ponerse en marcha. El “corte epistemológico” de los Antipoemas fue comprendido como tal, en su novedad y significaciones, gracias justamente al trabajo de interpretación crítica debida en parte a algunos poetas de la llamada Generación del 50. Es en cierto modo la mediación de estos últimos que condujo a los jóvenes del 60 a situar en su debido sitio la obra hasta entonces publicada de Nicanor Parra, en el marco de lo que ya venía siendo el espíritu “culturalista” de esta nueva generación. Es lo que he tratado de mostrar en mi respuesta anterior.

Lo que ha sido menos señalado es el hecho palmario de la influencia, en la instancia de recepción de su obra, operada por las transformaciones del contexto político chileno, la instauración de un nuevo clima ideológico favorable, en los términos de la democratización institucional del país o del designio colectivo en ese mismo sentido. La cronología de la publicación de sus libros, a partir justamente de 1954, y hasta su Obra gruesa, en 1969, fecha de la atribución del Premio Nacional de Literatura, y Artefactos, en 1972, es claramente elocuente en su ritmo y orientaciones. Una cierta lectura popular de su obra, centrada en el trasfondo impugnador del orden establecido, fue sin duda potenciada por la atmósfera contestataria del 68, y con o sin razón hizo de Parra la figura emblemática de aquel espíritu en Chile. No hay que desdeñar tampoco el hecho de que por su propio dinamismo la poesía de Parra va transformándose, si no en sus fundamentos más definitorios, por lo menos en su tratamiento externo, en sus orientaciones críticas, en su diálogo con la contingencia, y es claro que su “geometría variable” lo es en función de su recepción social.

—¿Cree que Parra significó para algunos poetas chilenos quedar relegados y convertirse en su sombra?
- Usted me concederá que sin más referencias concretas esta pregunta es un tanto nebulosa, por decir lo menos. Si bien es probable que unas cuantas tentativas “parrianas” se hayan frustrado a poco de puestas en marcha, lo es menos que la “sombra” de Parra tenga que ver en el asunto. Por mucho esfuerzo que haga, yo no encuentro en mi memoria un solo poeta de consideración que sea propiamente un émulo de Parra de cabeza a rabo, y que fuese por la vida trotando a su siga y hundiéndose por ello en el anonimato… (Nótese de paso que tampoco lo hay realmente respecto de ninguno de nuestros grandes poetas). En las proximidades de Parra, pero de ninguna manera como ilustración del tema de su pregunta, se puede citar a un poeta discreto en su singularidad y de méritos innegables, como es Sergio Hernández, nacido en Chillán en 1931, quien tal vez no tendría mayor empacho en reconocerse en cierta vertiente parriana originaria, pero también en algunos ecos de Juan Ramón Jiménez, sólo que en ningún caso sería digno de su talento suponerlo “relegado” a una dependencia penumbrosa del antipoeta.

Por otra parte, no faltan, naturalmente, algunas experiencias juveniles más o menos numerosas surgidas al calor del período de mayor auge popular de Parra (Enrique Lihn habría hablado de “hervidero de guaripoetas”…), y que, engañados por la aparente facilidad de la escritura parriana, creyeron encontrar en su modelo una licencia para el chacoteo en verso.

—En 1974 Ud. se vio forzado de partir a Francia ¿Recuerda qué opinión se tenía sobre Parra durante la dictadura militar? ¿Era considerado por algunos exiliados un colaborador del régimen? ¿Qué opinión tenía Ud. al respecto?
- No está nunca de más iluminar los ángulos muertos en la biografía de alguien. El asunto este es de suyo delicado, en la medida en que concierne no sólo a la imagen de un poeta sino a la respetabilidad de un hombre, y debe ser abordado con prudencia y serenidad. La imagen de un Nicanor Parra “colaborador del régimen” militar, resulta a primera vista antinómica, y tiene de qué dejar pasmado. Que yo recuerde esa reacción de embarazo y desconcierto fue la de muchos amigos o lectores suyos en el primer tiempo, inmersos como nos hallábamos en un contexto represivo y de falta de información fehaciente, debiendo contar con dificultades imaginables para verificar ese u otros hechos de opinión.

Circularon, en efecto, algunos testimonios de comentarios privados o de supuestas declaraciones públicas de Parra favorables al golpe militar, que datarían de las primeras horas o días del trágico evento. Y luego hubo la amplificación deformante del rumor. A muchos constaba que Nicanor Parra había tenido razones personales suficientes para dirigir serios reproches y abrigar resentimientos de peso contra la Unidad Popular en su conjunto, y en particular contra sus sectores de extrema izquierda. Por lo demás, el poeta nunca hizo de aquello un secreto. Para quienes la vivimos, aquella época agitada fue un tiempo de severas incertidumbres, que se desarrolló en medio de una atmósfera de convulsiones profundas, de confusión y de tensiones de todo orden. No me parece descartable entonces que se haya pensado que en un primer momento, bajo el hábito de su personaje antipoético, un tanto nihilista y algo atrabiliario, Nicanor Parra haya manifestado algún chispazo de satisfacción revanchera y poco misericordiosa por la caída del gobierno popular. Y que algún periodista oportuno le haya arrancado, y luego maquillado a su aire, abusiva además de impunemente, algunas palabras en ese sentido. Eso no me parece del todo imposible. (“Es propio de los grandes trastornos políticos de enceguecernos y hacernos perder nuestros puntos de referencia”, acotaría el juez Juan Guzmán Tapia, hombre de cultura, bien pensante, e hijo de un poeta, quien brindó con champaña ese mismo día…, según cuenta en sus memorias, y ¡siguió haciéndolo a lo largo de quince años, antes de pegarse la palmada!). Durante esos días de mentira oficial y de terror policial, ¿habría sido posible a Parra o a cualquiera otra persona hacer publicar en un diario o en otro medio un candoroso desmentido? De ahí a pensar que en adelante el poeta haya guardado una actitud complaciente con la naturaleza criminal del régimen de Pinochet, y fuera insensible a los padecimientos de sus víctimas, es algo francamente inverosímil. Entiendo que Parra mismo ha puesto en cierto modo las cosas en su lugar en un breve poema (que no tengo a mano en este momento). Pero no se me escapa que la sociedad suele acordar más gustosamente a los poetas el derecho a pataleo que aquel a meter la pata…

Por mi parte, prefiero dar crédito a un testimonio por encima de toda sospecha como es el de Virginia Vidal, quien reconoció a Parra entre la multitud de concurrentes a ese acto de coraje público que fuera el funeral de su amigo Neruda. “En esos días —escribe la periodista— ha salido en un diario mercurial un gran elogio a este poeta, mostrándolo como incomprendido o víctima de la Unidad Popular. Nicanor Parra me dice: «Pretenden convertirme en el poeta oficial del régimen. No lo conseguirán». Esta frase mesurada suena como juramento ante los despojos de Neruda. (No pasaría demasiado tiempo hasta que su obra teatral Hojas de Parra, cuyo protagonista sería un poeta, provocara las iras de los fascistas y harían incendiar la carpa del circo en que se había puesto en escena.).”

Aquellos rumores que afectaban la actitud de Nicanor Parra frente a la dictadura, no llegaron a suscitar, que yo recuerde, una atención especial en Francia. En cambio, sí recuerdo que en 1976, durante el Festival de Poetry International, en la ciudad holandesa de Rotterdam, al que yo fuera el único invitado chileno, fui objeto de verdadero asedio al respecto, en especial de parte unos poetas californianos, inquietos hasta la congoja ante esos rumores. Mi respuesta fue más o menos la de estas líneas.

La conclusión general es que no se saca nada con expulsar el pasado por la puerta, pues un día u otro volverá a la carga por la ventana… Incluso injustamente y en detrimento de la reputación de más de alguien. Es lo que nuestro país, que no se repone del todo de su ‘mnemofobia’, esa verdadera patología social de la memoria, se niega a aceptar y prefiere el remedio estupefaciente del silencio.

Muy otro es el caso del poeta surrealista Braulio Arenas, aspirante efectivo al título de bardo oficial del régimen, quien publicó a página entera en la prensa mayor del golpismo un poema en celebración del putsch y gloria de sus actores, destinado a ser el himno oficial de la Junta. Mérito que al parecer le fue insuficiente para obtener en lo inmediato el Premio Nacional de Literatura, por el que debió todavía esperar ¡once años! De esa y otras páginas poco gloriosas de nuestra historia literaria ya no se habla en Chile.

—En Francia ¿se conoce la obra de Nicanor Parra? ¿Qué opinión se tiene de ella?
- Hay que reconocer que la obra de Parra es poco o nada conocida en Francia. Es algo que no llego a comprender. De hecho, no existen libros suyos en traducción francesa. Lo que no deja de ser sorprendente, pues el nombre de “los Parra”, Violeta, Isabel y Angel, por ejemplo, han tenido y aún tienen un sitio en el interés de los franceses que se saben algo de Chile. Si en la hipótesis extrema de que su poesía careciera de méritos para Francia —lo que por cierto está lejos de ser el caso— habría por lo menos esa plataforma familiar para promoverla en este país. A título personal, sin embargo, conozco a unos cuantos admiradores franceses suyos, que se afanan en traducir sus poemas o en darlos a conocer en círculos restringidos. Creo saber que la reciente antología bilingüe de la poesía chilena publicada por las ediciones Simón Patiño, reserva a Parra el debido espacio. Yo mismo he tenido oportunidad de traducir algunos poemas suyos para ciertas actividades públicas, como por ejemplo durante un célebre homenaje de que los poetas y artistas chilenos avecindados en París rendimos a la poesía chilena, desde Ercilla a Jorge Teillier, en un vasto salón del edificio de la UNESCO, en 1983. Fue aquella una lectura antológica con grande asistencia y contento de público. Dicho en su descargo, también es cierto que el panorama general de la poesía chilena en Francia no es mejor conocido, si no es en la dispersión de algunos muy pocos nombres entre los más celebres.

—¿Se encontró alguna vez con él en el extranjero? ¿En qué lugares y para qué?
- La respuesta es no. Y no por voluntad propia sino por circunstancias diversas ajenas a la misma, que me alejaron de París cuando la reunión de Belles Étrangères, en 1992, y en otra ocasión me impidieron viajar a Inglaterra, como era mi deseo, cuando el poeta recibió las insignias de Honorary Fellow, del College Saint Catherine, Universidad de Oxford, el año 2000.

Paris, Otoño de 2006.

* * *

(Entrevista propuesta por Paz Arrese y Edel Castillo en el marco de una presentación de tesis de Licenciatura, Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2006).


 




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