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«Dame pan y llámame perro», de Nicolás Poblete.
Cuarto Propio, Santiago, 2020, 227 páginas.
Por Beatriz García-Huidobro
Publicado en revista Mensaje, 31 de mayo de 2020
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El inicio de esta novela, esa primera página que describe la escena de la muchacha pidiendo por los animales, nos sitúa de inmediato en el metro, en un claro espacio urbano santiaguino, en ese no lugar, como podría decir Augé, ese que se repite sin variaciones ni emociones, en tiempos actuales pero imprecisos en su 
indefinible igualdad cotidiana. Es una entrada precisa que deja una estructura, un pedestal sobre el cual situarnos y empezar desde allí a mirar hacia todos los ángulos a los que nos conducirán las siguientes voces.
Esencialmente, es la reconstrucción de la vida y muerte de Clara, la misma que habla en el metro pidiendo por su fundación de ayuda a las mascotas. Son ella, su madre, su infancia, su novio. Y la gente y sus perros, la gente y su crueldad, la gente y su compasión, la gente con sus claridades y oscuridades, con sus miradas sesgadas y sus juicios y prejuicios.
Un cauce común en esta novela, con todos sus personajes, sus tiempos y sus perspectivas, es la tristeza profunda. Hay una falta de alegría en todos sus momentos, resignación a las historias personales, desesperanza del futuro, ausencia de vitalidad, decepción del género humano. Incluso cuando Clara rememora su enamoramiento, más tristes aún resultan sus ilusiones que, ya sabemos, quedarán en nada. Y también existe la insinuante ceguera del amor, esa incapacidad de leer al otro y ver los matices de aquello que solo estamos viendo en una dimensión.
La novela se arma con distintas voces que dan cuenta de los episodios e impresiones relacionados con la muerte de la joven, una suerte de técnica Rashomon, pero en un registro diferente. Si en la versión clásica derivada de la famosa película de 1950 cada protagonista o testigo posee un punto de vista de los hechos y, de este modo, unos y otros se van contradiciendo y complementando para dar cuenta de lo compleja que es la realidad «objetiva», en este caso nadie parece diferir del otro en cuanto a la historia de Clara; lo coral no se levanta para encontrar oposiciones sino reforzar la versión que conocemos. Entonces el recurso se reinterpreta para la recreación de lugares y personas, para que el entorno se arme, desarme y rearme con cada uno de los testimonios. Y es que quizás el objetivo fuese que no hay nada que explique ni menos que justifique las muertes prematuras: hay descripciones, cadenas de hechos, cada uno inocente en sí mismo, pero que unido a los otros acaba detonando en una tragedia inesperada.
