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«Dame pan y llámame perro», de Nicolás Poblete
Editorial Cuarto Propio, 2020, 230 páginas

Por Darwin Caris
Publicado en El Desconcierto, 5 de julio de 2020


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Tomando como referencia un hecho policial, la muerte de dos mujeres (madre e hija) masacradas por una jauría de perros en la localidad de Peñaflor, la entrega del autor Nicolás Poblete se inscribe en un registro donde la violencia se respira en cada página, dando cuenta de la latencia del discurso de la calle que denigra, golpea y discrimina.


La nueva producción de Nicolás Poblete (Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores), publicada por Cuarto Propio este 2020, sitúa el hecho policial de la muerte de dos mujeres devoradas por perros en la base para una ficción donde, pese a las potentes imágenes narradas, el autor prefiere distanciarse y colocar a sus personajes como articuladores de una serie de testimonios que van entrelazándose para “armar” una historia de despojos y violencia. El ejercicio potencia las voces de quienes mantuvieron contacto con Clara, la joven universitaria protagonista que, en preparación de su entrada para estudiar medicina veterinaria, recorre el metro de Santiago recaudando fondos para la fundación de rescate animal en la que presta un voluntariado. Ella y su madre, una mujer arisca, atea y de comportamientos impredecibles, son las figuras del relato especular: una reflejada en la otra, voces que se disocian, enfrentan y vuelven a congraciarse en una dialéctica de género y familiaridad.

La escenificación de los recorridos que trabaja Poblete para con Clara sitúan a la joven en el metro de Santiago, punto focal para lo soterrado de las miradas discriminadoras y también la desplazan a la localidad de Peñaflor. De esta forma, se va armando la arquitectura de una frontera que desenmascara las dos capas de la novela: la materialidad dada por lo “físico” y la discursiva entregada por los testimonios y el discurso de la calle. Esta novela de meandros “físicos” funciona como el engranaje para una lectura de microcélula, especie de zoom in que entra en las dinámicas corporales del entramado entre violencia, sangre y matanza.

La forma animal como metáfora de violencia y de ritmo acelerado en la ficción posiciona al perro como materialización de la vida miserable y el contexto precario donde es posible de la violencia, como elección política para la narración desde el discurso de las animalidades corporales. “Qué amargos jugos gástricos se licuaron en mi estómago, producto de aquel revoltijo, casi asco… Dentro de mi cuerpo los fluidos me preparaban para saborear otra carne, lo supe después. El hedor de un cerdo. Los ojos perrunos (…)”. La animalización de la conducta de Clara va sellando sus destinos y se comienza a completar el horizonte de expectativas del lector al verla actuar desde su lugar de enunciación como animalista/rescatista: “Escuché, perpleja, su explicación; atenta, como un perro que genera su propio radar, y que imagina. Permanecí así y los minutos corrieron, marcados por el sube y baja tan preciso de esa aguja”.

Esta animalidad, recurso literario utilizado constantemente en la literatura latinoamericana y chilena (recordemos la novela monumental Patas de Perro de Carlos Droguett), remite a que “(…) la animalidad debe ser leída en términos de una construcción estética y literaria. La animalidad posee en sí misma un valor ficcional cuyo primer ejercicio de entendimiento es una lectura a través de las formas animales en textos e imágenes” (Ficciones de la animalidad en América Latina: las formas animales en la literatura y en las artes visuales, Eduardo Jorge de Oliveira, 2019).


Voces vecinas

La capa discursiva de Dame pan y llámame perro, configurada por el discurso de la calle es la enunciación de la violencia sistémica que sobrepasa la potencia de las imágenes de sangre que se configuran como característica serial de la estética de la novela. Aquí, el “se dice de”, “me dijeron” rearticulan la ponencia de superioridad de unos sobre otros, volviendo terrenal y concreta la violencia del lenguaje. La competencia y el abuso urbano es Clara en sus murmuraciones: “El perro más débil de la jauría. Los ojos caninos detectan en un tris el defecto en una pierna, en un oído incluso. En la mandíbula. Y no dudan en aproximarse, tanteando la posible ventaja… Cualquier debilidad vale si el objetivo es demostrar que puedes someter a otro”.

Los relatos comunitarios, despectivos, excluyentes, denostando el no apego a la norma inscrita de esa comunidad pueblerina de las afueras de Santiago teatraliza un gran coro de voces del rechazo. “Unas dos, tres veces, la vi aquí mismo, en Malloco, a la cabra. Yo sé que la muerte que tuvo no se la merece nadie, pero tampoco me vengan a decir que no sabía en lo que se estaba metiendo. A Malloco llegó a puro huevear, si quiere que le sea honesto; andaba con esa cosa de los perros, recolectando plata y haciendo propaganda con eso (…) Mire, esa gente de ciudad que se vienen acá y creen que pueden llegar y usar todo, como Pedro por su casa. Yo, le digo altiro, estoy en contra de todas esas cosas; toda la plata que gastan en estupideces. Ya es el colmo que tengamos que andar costeando rescates de perros y eso”. 

Dame pan y llámame perro es la instalación de una voz autoral que verbaliza y hace evidente las idiosincrasias, quizás arcaicas, tal vez contaminadas por el desprecio, pero que se mantienen vigentes en toda comunidad, acrecentadas por el miedo al otro y su lenguaje. Y ahí, precisamente, germina la violencia de la que se hace cargo Nicolás Poblete.



 

 

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«Dame pan y llámame perro», de Nicolás Poblete
Editorial Cuarto Propio, 2020, 230 páginas
Por Darwin Caris
Publicado en El Desconcierto, 5 de julio de 2020