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Si ellos vieran: la insistencia de la imagen, la resistencia ocular”.
Nicolás Poblete. Si ellos vieran. Santiago: Furtiva, 2016.

Por Alejandra Wolff
Universidad Católica de Chile
CATEDRAL TOMADA: Revista de crítica literaria latinoamericana / Journal of Latin American Literary Criticism
Vol 4, Nº 6 (2016)

 

 


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Después de leer la novela Si ellos vieran me he preguntado cómo es que la escritura de Nicolás Poblete muestra aquello que se evita decir por su pornográfica violencia.

Me pregunto también hasta dónde este texto no es sino, para mí, que provengo del mundo de las imágenes, un tratado sobre la persistencia del ojo y del pulso indicial de la historia tanto como del relato de la memoria.

La novela de Nicolás Poblete no solo trata de una historia oscura, de fantasmas, terrores y pesadillas, sino de la pulsión escópica que alimenta todo secreto, la fantasía de figurar la cara del horror y reparar la discontinuidad de nuestros recuerdos. Esta novela es para mí, una puesta en escena y en texto de lo que vino a instalar la fotografía primero y el cine posteriormente, mostrando lo que hasta ese entonces le competía a la tradición pictórica. Esta doble “aparición”, para hablar en términos fantasmagóricos, como el mismo texto lo reclama y lo dibuja con imágenes en los blanco y negro de lo ausente, se hace presente no solo en las prácticas de los protagonistas (uno es fotógrafo, la otra cineasta) de una historia cruenta de abandono y muerte, sino en las reflexiones continuas que hacen en torno al archivo fotográfico y a su actual pertinencia en la construcción de la “memoria oficial”, aunque suene un contrasentido al tratarse de la Historia con mayúscula, de Chile.

Si ellos vieran es una cámara oscura, una sala de revelado que fija los encuadres de una memoria que, tal como lo señala la cita de Dubois, está hecha de encuadres y cada uno de ellos apela a las retóricas tecnológicas de la cámara.

El tejido de esta trama enlaza fotografía y memoria, documento y testimonio. Así mientras presenta una reflexión en torno a la memoria traumática de Chile, las continuas referencias a la práctica fotográfica se cruzan con las imágenes construidas por el texto, un texto convertido en “toma”.

La mirilla de Poblete expone todos o casi todos los giros del lente; desde aproximaciones obscenas a encuadres abiertos, desde el detalle en alta definición, hasta el impreciso foco borroso y confuso de los sueños y los recuerdos. Esta es una novela que encarna con las retóricas del texto, las tecnologías de la mirada.

Como tratado fotográfico y como albúm, la trama de esta historia de orfandades se registra mostrando la violencia de un pasado que insiste en reconstruirse aun cuando los baches del archivo se reparen con recuerdos inventados. Porque la memoria es frágil y para dar sentido adosa prótesis a su cuerpo fragmentado.

Es la muerte lo que rodea a la imagen y a este relato, la ausencia lo que fija el punctum fotográfico, el inconsciente de su figuración, aquello que nos perturba una vez sacada la foto, al descubrir lo visto sin ser mirado, lo traumático oculto en el olvido: “Todo lo que tengo son estas fotos. […] para que no desparezcan […] para plasmar una memoria en peligro de evaporarse” (129), señala uno de los personajes protagónicos.

Fotografiar a un moribundo es simple: registrar a la persona ya muerta es otra cosa. ¿Entre esas esferas? El obturador ha de ser preciso, el índice ha de accionarse cuando el aire emita una leve calidez, en el momento leve en que la yema del dedo sienta que el temblor ha pasado, palpe una mínima certeza, en un inicio vaga y luego innegable, como una aguja entando en la piel. Sí se puede, pero rara vez. Como el rayo verde es. El rayo que separa y diferencia al moribundo del muerto. (196)

Victoria pensaba cómo sería capturar lo más efímero […] El sueño de la inmortalidad. (194)

Me atrevo a señalar entonces, que esta novela, así como otros relatos de Nicolás, giran en torno a los mecanismos subjetivos de la reconstrucción y es la cualidad indicial tomada en préstamo de la lógica fotográfica, la que permite componer y figurar la prosa del olvido: “Los recuerdos de su madre eran vagos, borrosos. Un lente que gira y gira, pero que no consigue enfocar su objetivo […]” ( 93).

Se puede memorizar un acontecimiento que no ha ocurrido. Toda la vida se puede recordar un evento que no ha tenido lugar, que no ha acontecido. Evocar una situación que no es más que una invención, fantasía, y creerlo. Jurarlo. No se puede culpar a alguien de mentiroso en un caso así, ¿verdad Victoria? (150)

Antes [señala uno de los protagonistas] yo confiaba más en la fotos que en las palabras; no porque las fotos no mientan, no, sino porque, una vez que salen de la sala oscura, son inmutables. Los relatos, en cambio, alteran su forma en todo momento. (194)

Volver táctil la imagen lisa del revelado impreso, perseguida por el picturalismo de principios de siglo XX, se hace evidente entre los detalles brumosos de la córnea dañada, de los ojos obstruidos que opacan el humo en el que los cuerpos de esta historia se calcinan. Violencia, terror, se esconde confusamente entre los detalles en alta definiciónde los cuerpos torturados, violados y agonizantes. Esta compilación de fragmentos a modo de fotografías dolorosas, insiste en plasmar el horror que la palabra narra como imagen: “Rita estaba totalmente deshidratada, las quemaduras de tercer grado la habían deformado. Era un bulto, los huesos de los tobillos también estaban quemados. Hasta los huesos[…]” (174).

Muchos de ustedes se preguntarán por qué hablo de fotografía en la presentación de una novela. Mi tesis es que en la narrativa de Poblete, y me refiero a éste y a otros textos como Dos cuerpos o No me ignores, el autor asume en estas descripciones de violencia una posición activa de resistencia negándose a no oír y a no ver. En este ensayo sobre la violencia, se expone el intento por mostrar lo que parece negado al lenguaje y ocupando la palabra cual lente fotográfico, el marco donde se presentan los hechos, encuadra y enfoca el tormento físico y el sufrimiento.

Dice Wolfgang Sofsky en su Tratado sobre la violencia: “El dolor no se puede comunicar ni representar, sino solo mostrar. Pero el medio de este mostrar no es el lenguaje, sino la imagen” (65). Y es en esta insistencia que la obra de Poblete opone resistencia, como imagen hablada.

Si la fotografía traduce bajo su gesto indicial, la marca, la huella de una mirada que dice haber estado allí, les propongo leer esta novela, bajo las claves de este lenguaje y así sostener cómo las retóricas contemporáneas de la escritura, hacen eco de los registros visuales mediados por la tecnología. Qué es lo que la fotografía y su marco fotográfico “le ha hecho” a nuestra manera de narrar el mundo, de concebirlo, de imaginarlo. La escritura de Poblete obliga, a mi juicio, a pensar en los textos y discursos de la imagen tanto como a dilucidar el imaginario y las representaciones de los textos. Si la fotografía no solo constituye un medio tecnológico para fijar y registrar lo que un marco definido “extrae” como porción de realidad; como categoría, lo fotográfico, figura, en imagen, un tiempo y un lugar. Ese lugar no es el objeto que fija sino el que ocupa quien realiza la toma. Planos, puntos de vista, y focos, constituyen el repertorio de un menú de posibilidades iconográficas. Reconocer sus andamiajes y su estrecha relación con las formas de violencia, es la tarea que he intentado sostener a partir de la lectura de una novela que se aventura en esa dirección.

 

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Bibliografía

- Dubois, Phillipe. El acto fotográfico y otros ensayos. Madrid: La Marca, 2008, pp. 276.
- Poblete, Nicolás. Si ellos vieran. Santiago: Furtiva, 2016.

 

 

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Nicolás Poblete, Alejandra Wolff y Alfredo Lewin durante la presentación.
Librería Que Leo, Ñuñoa, 27 de Abril de 2016




 

 

 

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