Nicolás Poblete es de temer. El escritor chileno ha sabido construir un corpus narrativo donde expone sin clemencia temas contingentes como la discriminación sexual, la locura y el aislamiento en una sociedad que ha perdido la fe en su humanidad. Autor prolífico (ya lleva siete títulos a su haber), ha sabido conjugar su talento escritural con los saberes propios de su profesión (periodista) y de su doctorado en Literatura.
En Poblete siempre hay investigación. Como en «En la Isla», su más reciente entrega, una nouvelle bilingüe, con traducción al inglés a cargo de la estadounidense Claire Hirsch y del propio escritor. La edición corrió por cuenta de Ceibo e incluye en la portada una imagen digital de Voluspa Jarpa inspirada en la obra.
«En la Isla», como señala su autor al final del libro, incorpora algunas descripciones del lugar así como del personaje Juana Chacón inspiradas en «Gente en la isla», de Rubén Azócar,(pdf) que data de 1938 y que Pablo Neruda consideraba una de las mayores novelas en su género que se hayan escrito en Chile.
Juana Chacón tiene 82 años y padece un serio trastorno mental. Vive en una isla sobre un lago dentro de otra isla, Chilóe. Su casa está en medio de un bosque, del mismo que llegó un día su marido a maltraer, sin que sus hijas supieran jamás si en esa ocasión su madre lo había envenenado o lo estaba salvando con sus hierbas. Bosque mágico, lleno de luces y sombras, escenario de la sabiduría huilliche y de los peligros del progreso que, junto a los extranjeros, ha traído una serie de especies foráneas, a la que le dan caza sin criterio durante todo el año. Más que comunicar, la civilización impuesta a la fuerza, encarcela y sofoca, transformándose en una trampa que margina aún más a los ya aislados habitantes de esta peculiar isla.
Juana Chacón se ha encorvado tanto que casi está a la altura de los animales, con los que comparte la confinación en un espacio que los llevará indefectiblemente a la muerte. Algo que intuye Rocío, la hija mayor de Juana, una abogada que llega a visitar a su madre y a echarle una mano a Silvia, su hermana, condenada a vivir entre cuatro paredes al pendiente de los exabruptos de su progenitora.
Rocío está casada y vive en el continente. Eso la exime, a su entender, del cuidado de su madre que, cada vez más loca, ya no sólo no la reconoce, sino que además la trata de “india teñida”. Sin embargo, su hija hace oídos sordos, porque su estancia en ese infierno, lleno de olores y estructuras que se vienen abajo, durará un par de días.
Aquí Poblete pone en escena ese juego perverso de disculpas y culpabilidad que se produce en la familia moderna, cuando el integrante más veterano del clan deja de ser autovalente. Rocío quiere ayudar a su hermana, siente pena por ella, pero su extranjería la obliga a establecer los límites de su buena disposición: “Silvia capta en el tono y en la mirada (de Rocío) un aspecto de preocupación rígida, ejecutiva, que da a entender que su oferta es impersonal y momentánea y que, como una persona decente, está obligada a hacer lo correcto, pero que más allá de ese acto digno y gratuito, no puede haber ningún lazo, ninguna trascendencia”.
Rocío ve en las incapacidades de su madre (su sordera, su pérdida de la memoria) así como en su “espeluznante joroba” un pasado que ha perdido sus contornos para volverse monstruoso y enajenado. Sólo en momentos de fraternal encuentro, como cuando Silvia la invita a sentarse en su cama —sin hacer y con un insoportable hedor—, la hermana mayor se distiende y logra superar el asco, para dar paso a gratos pasajes de su historia familiar.
Lo que dura poco, porque la madre demanda atención constantemente, ya sea a través de sus sonidos de espanto o de sus escapadas al bosque. Silvia se toma las cosas con calma, acostumbrada a una locura heredada que ya se instaló en su vida. Rocío, en cambio, quiere cambiar las cosas y llevarse a su madre y a su hermana a vivir al continente. Una propuesta que no llega más allá del anhelo porque, en rigor, ni su familia quiere irse ni ella, hacerse cargo de su madre.
Poblete exhibe la debacle del tiempo, de la colonización y del turismo sin cota. En permanente amenaza, las protagonistas sortean los rigores de la tierra y del destino, aferrándose a una identidad que hace mucho dejó de ser considerada. “El piso adopta de pronto para Rocío la materialidad de una isla pequeña, susceptible de ser inundada. Isla pequeña sobre un lago; casa pequeña sobre la Isla”.
Una obra conmovedora en su honestidad. Por momentos brutal, con un discurso ecológico sin edulcorantes y portadora de esa ironía tan propia del autor, que tanto rescata los orígenes como sentencia su implacable olvido.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com LA ISLA DE NICOLÁS POBLETE
«En la isla», Ceibo Ediciones, 2013, 141 páginas
Por Carolina Andonie Dracos
Publicado en LA PANERA, N°39, junio 2013