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Nicolás Poblete Pardo:
"Estamos lejos de ostentar una identidad independiente de nuestros conquistadores"
Por Mario Rodríguez Órdenes
Publicado en diario Talca, 21 de marzo de 2021
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En un hecho horripilante, ocurrido el 2008, madre e hija fueron devoradas por una jauría de perros en la comuna de Peñaflor. La crónica policial señaló: "Los perros las atacaron principalmente en sus rostros y cuello". Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) en Dame pan y llámame perro (Editorial Cuarto Propio, 2020), una inquietante novela, alude a estos hechos que conmovieron al país.
—Nicolás, ¿qué lo impacta de ese hecho y cómo fue el proceso de llevarlo a ficción?
—Ese hecho, que ocurrió hace más de diez años, me impactó mucho. Se adhirió a mi psiquis durante largo tiempo y, así, comenzó a transformarse en un canal en busca de conducción. Lo que ocurrió ahí fue fatal, porque ambas mujeres murieron, pero en mi novela la madre no es víctima del ataque, solo la hija, lo cual constituye una paradoja, porque se supone que la madre es la más frágil. La noticia fue la chispa para desarrollar mi novela, pero al final, esta ficción y la noticia misma tienen poco que ver.
—Parece que basta hurgar en la epidermis de la sociedad y encontramos una violencia latente. ¿Es la que viven los personajes de "Dame pan y llámame perro"?
—Exactamente. La ficción es una manera de hablar de la violencia depositada en personajes concretos. Como se trata de una novela collage, cada voz va denunciando la violencia desde su particular lugar. Me dejé llevar por la creación de personajes que aparecen de manen muy fugaz pero muy elocuentemente. Fue un trabajo de ventriloquía.
La identidad chilena
Nicolás Poblete Pardo es periodista. profesor y doctor en literatura hispanoamericana por la Universidad de Washington. Entre sus obras destacamos: Dos cuerpos (2002), Replicas (2004), Concepciones (2017) y Sinestesia (2017).
—Los hechos ocurren cuando el país se apronta a celebrar el Bicentenario de la República. ¿Es una muestra que la sociedad chilena es violenta y está entrampada en profundas contradicciones?
—Es irónico porque no hay tal Independencia. De hecho, el personaje más tóxico, Ignacio, quien representa la violación y final matanza, es español. Aunque no tiene credenciales, ni título de profesor, solo por el hecho de tener pasaporte extranjero, puede enseñar en un colegio. Clara se encuentra 'enamorada': vale decir, desprovista de objetividad. Su encandilamiento también lo podemos extrapolar a nuestro provinciano país, siempre enamorado de costumbres europeas o gringas.
Asimismo, madre e hija adoptan el estigma de las brujas, un tipo de discriminación que es importada de Europa. Estamos lejos de ostentar una identidad independiente de nuestros conquistadores.
—En un momento, Clara, la protagonista teme perder a su mamá y también su cuerpo. ¿Esa experiencia la lleva a vivir en una permanente fragilidad?
—En esa escena que mencionas, vemos a Clara cuando es más chica y su mamá la ha llevado a una feria de entretenciones, donde ella experimenta, quizá por primera vez, la 'desfamiliarización'. Clara confunde a su madre con otra mujer, la sigue hacia el disco rotador y sufre un pequeño accidente, lo que la perturba. Para calmarla, su madre la acerca a los espejos distorsionadores; Clara ve su cuerpo deformado frente a ella. Esta experiencia es importante, porque la hace comprender que todos perderemos en algún momento a nuestra madre y, también, nuestro propio cuerpo.
—¿Le parece que esa fragilidad es la que ahora vivimos los chilenos?
—No me atrevo a evaluar a un grupo tan diverso y conflictivo de manera decisiva. La identidad chilena es muy compleja, por nuestra historia como colonia y nuestra relación con los pueblos originarios. Eso es lo que intenté retratar con el colapso que vive la madre (que es profesora de Historia) en el Museo Precolombino. Ella se desmaya, en realidad sufre un brote psicótico, frente a las momias chinchorro. Ahí la madre recibe la carga histórica, muy brutal, de la momia. Aunque las momias están confinadas a una vitrina de vidrio, igualmente le traspasan un saber milenario, con su sola presencia arcaica.
—¿Qué podemos esperar para no caer en el vacío?
—A veces, solo cayendo al vacío podemos ver con más claridad. Es triste, pero suele ocurrir que solo experimentando algo tan extremo, podemos proyectar una salida. El caso de la catástrofe de Peñaflor es ejemplar, por que eso 'permitió' movilizar la ley de tenencia responsable, que se encontraba estancada en el Congreso.
El oficio
—Nicolás, ¿qué influencias han sido decisivas en sus años de formación?
—Muchas. Provengo de una familia pequeño-burguesa en la que se valora mucho la música, el teatro, la literatura, la pedagogía, el arte en general. Así, mi infancia transcurrió en ese ambiente y, luego, seguí caminos denominadores: estudié periodismo, trabajé en una librería, participé en el
taller literario de Diamela Eltit, y luego hice un doctorado en literatura en los Estados Unidos. Pero más allá de estos transcursos concretos, las influencias son múltiples, a veces muy íntimas; lecturas que te marcan, estéticas que te atraen más que otras. etc.
—¿Fue un buen lector?
—Leo todo el tiempo, desde hace décadas. No dejo de sorprenderme de la diversidad que existe en la literatura: infinitas estrategias, tonos, estados de ánimo, propuestas, miradas, poéticas. Es una fuente inagotable y una reveladora forma de conocer a otros, de aproximarnos a ese insondable 'otro'.
—Ha señalado que admira a las hermanas Brontë y que su escritora favorita es Anita Brookner. ¿Qué ha encontrado en ellas?
—¡Cómo no admirar a las hermanas Brontë! Ellas escribieron de modo privado, muy lejos de la obscenidad mediática que tenemos hoy en día y que hace tambalear la premisa de Roland Barthes que afirma que el autor está muerto. Es sorprendente que, en el pequeño pueblo de Haworth, donde vivieron ellas, hayan desarrollado sus proyectos literarios de modo tan potente. Novelas como Cumbres borrascosas o Jane Eyre fundan escuelas y proyectos que han marcado estéticas, desde las artes visuales, hasta las teleseries actuales. El caso de Anita Brookner es también fascinante, porque ella comienza su carrera relativamente tarde, pero desarrolla su trabajo narrativo desde ahí, con un ojo que registra el comportamiento humano con alucinante nitidez.
—Seguramente la experiencia del doctorado en la Universidad de Washington, en St. Louis, ha sido relevante en su vida. ¿Cómo surge?
—Esa oportunidad surgió en un momento clave y fue un lujo. Obtuve una beca para estudiar allí y así fue. Hacía clases de lengua y literatura, a la vez que cursaba mi propia carrera. Yo no había hecho clases antes, pero rápidamente me adapté a este trabajo que es muy especial, muy fino, y muy exigente. Desde entonces no he dejado de hacer clases. En ese sentido, es terrible ver la realidad de los profesores hoy, relegados a un reducto de servicio que raya en el servilismo. La pandemia ha resaltado el maltrato que existe hacia los profesores; la poca valoración de su trabajo, que es trascendental.
—¿Cómo fue su vida literaria en la Universidad de Washington y qué influencias y encuentros encontró?
—Fue muy estimulante, porque pude ver otras formas de operar, leer otros autores, sumergirme en otro idioma. Haber estado allí me permitió ir a un sinnúmero de charlas, coloquios y conferencias con autores tan notables
como Ricardo Piglia, Homi Bhabha, Joyce Carol Oates, William Gass, Louise Glück, bell hooks. También fue revelador salir de la endogamia literaria chilena y observar otras tendencias, así como prejuicios y estereotipos de lo que se considera latino, por ejemplo.
—¿Qué prepara ahora?
—Ahora estoy revisando un libro de poemas en inglés. Es un proyecto excéntrico, porque el inglés no es mi lengua materna, entonces es algo audaz. Estos poemas están en el espectro estético de Dame pan y llámame perro, específicamente las secciones más líricas, a cargo de Clara. En los poemas profundizo en la relación entre Clara y su madre, dos brujas que nos revelan sus rituales. Debo agradecer a editorial Cuarto Propio que, nuevamente, apuesta por una creación mía, en especial una tan extravagante como esta. Y también a la poeta norteamericana Mary Crow, quien leyó con mucho entusiasmo el volumen y escribió un blurb para la contraportada. Estoy muy inspirado con este proyecto que aún no se publica, pero que ya ha gozado de estimulantes lecturas y feed-back. Paola Ehrmantraut, directora del departamento de estudios de género en St. Thomas University, Minneapolis, también leyó el libro y escribió una introducción para esta colección., que se llama Swimming the witch.