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        Iris Murdoch a los 100
        
          Por Nicolás Poblete Pardo 
          UPublicado en La Panera. N° 109. Octubre de 2019
            
            
            
        
          
            
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Iris Murdoch (1919-1999) es una de las grandes. Sus novelas tienen una particular marca: son ambiciosas, complejas, pero a la  vez, de grata lectura, “entretenidas”. Iris es capaz de arrojar conceptos de alto vuelo intelectual, pero al leer nunca parece que nos esté  dictando cátedra o enseñando oblicuamente a aprehender ciertos preceptos o tendencias filosóficas. De hecho, ella misma repudiaba el catálogo de “novela filosófica” cuando intentaban categorizar sus obras.  En cambio, lo que vemos son personajes de los que uno se enamora,  incluso cuando representan emociones conflictivas, como la envidia o  los celos; o cuando actúan de manera perversa, encarnando la noción  de pecado. «El mar, el mar», su novela más conocida, ganadora del  Booker en 1978, es un ejemplo. Su protagonista, Charles Arrowby, un  actor y director de teatro que decide alejarse de las tablas para jubilarse  en un pueblo de la costa y escribir sus memorias, está lejos de ser un  héroe moral: al contrario, su descripción nos revela su faceta mezquina, sus manipulaciones para con sus amantes; su indiferencia para con  el dolor que causa en los otros.
        
        Iris: un homenaje
         A pesar de que la productiva vida profesional de Iris la transformó  en una voz de gran poderío e influencia en generaciones de escritores, la  imagen de sus últimos días y de su enfermedad ha permeado su figura  y su recuerdo. Sin duda, este perfil se potenció gracias al excelente filme  «Iris» (2001), del híper-literario director inglés Richard Eyre, un delicado trabajo con descollantes actuaciones de Kate Winslet, Judi Dench  y Jim Broadbent (quien recibió un Oscar por su rol como el marido de  Iris). El filme se basa en «Elegía para Iris», una de las varias memorias  que John Bayley escribió sobre Murdoch, como su devota pareja durante casi toda su vida y, especialmente, como su cuidador en su progresivo  deterioro producto del Alzheimer.  
        En sus libros-homenaje, John Bayley revela su profundo amor  por la escritora que ha empezado a perder la memoria. Son escritos  dolorosos, a la vez que tiernos, y tocan la fibra más humana posible.  «Iris y los amigos» comienza así: “Apenas puedo creer que todo ha  terminado”. Bayley documenta la progresiva partida de Iris, rememorando momentos de su carrera como escritora y sujeto social (tenía  muchísimos amigos), y acercándonos a la realidad más cotidiana, en  su rol de cuidador: “Mi diario dice que Iris y yo aún estábamos juntos,  luchando juntos, en esa manera peculiar que ocurre entre un paciente  con Alzheimer y su cuidador, menos de tres semanas atrás”, rememora  Bayley en esa publicación de 1999. 
        
            Su legado: un camino espiritual  
        Con su primera novela, Iris se posicionó rápida y sólidamente  como una voz cantante. En «Bajo la red», recibida con gran elogio  por la crítica, Iris rendía homenaje a autores como Samuel Beckett o  Jean-Paul Sartre, con una atmósfera de Existencialismo, movimiento  que analizaría críticamente en sus escritos filosóficos. Ya con su opera  prima Iris exhibió su talento y su seducción por el lenguaje y sus alcances. De hecho, la red bajo la cual estaríamos operando, como seres  con limitaciones, sería precisamente la red del lenguaje. Estamos bajo  una red, pero disponemos de las palabras para concebir o vislumbrar  la realidad, aunque sea de manera limitada. Esa es la premisa que comanda su narración inaugural.  
        En «El mar, el mar», su más famoso trabajo, tenemos a otro personaje: James, el primo del protagonista, posiblemente un espía y posiblemente gay. Es en él donde Iris centra su preocupación espiritual.  James “es un alma perdida, un ser extremadamente místico; en él vemos evidentemente una faceta budista, interesado en la tradición de la  magia. Nadie entiende a James, y quizá es porque él vive en un mundo  demoníaco; es una figura demónica”, explica Iris en una entrevista.  “Él tiene la espiritualidad de alguien que puede hacer el bien, pero  también puede hacer daño”. Y, ampliando sus reflexiones espirituales,  comenta: “Esa es una de las paradojas de la religión, que es, en parte,  mágica, pero en un sentido, la magia es el gran enemigo de la religión”.  
        En esta novela, Iris consigue una aleación única, tanto por su  profundidad filosófica, como por su notorio interés en el Budismo,  un camino espiritual que marcó su vida. Aunque todas sus novelas  están traspasadas por una mirada que conduce a los rincones más profundos de nuestro ser como sujeto espiritual, Iris prefería separar su  labor de novelista de la de filósofa. Además de su ficción, Iris desarrolló su pensamiento en volúmenes dedicados a la reflexión filosófica  («La soberanía del bien», «La salvación por las palabras»). Y también  su dedicación y amplitud de criterio la llevó a sostener una serie de  conversaciones con Krishnamurti, una faceta fascinante que nos habla  del alcance de la inteligencia y genuino interés por otros saberes que  caracterizó el trabajo de Iris. 
        
            Traspasando barreras
         Jiddu Krishnamurti (1895-1986) nació en el sur de India  y es considerado uno de los grandes pensadores y profesores de  todos los tiempos. Él no representaba a ninguna religión o filosofía, y en sus charlas y conferencias hablaba de las cosas que  nos conciernen a nivel doméstico, en el día a día: los problemas  de vivir en una sociedad moderna, traspasada por la violencia  y la corrupción; la búsqueda del individuo por obtener seguridad y felicidad, y, principalmente, la necesidad de liberarnos de  nuestras cargas internas: el miedo, la rabia, el dolor y la pena.  Krishnamurti exploró, in extenso y con gran precisión, los sutiles  mecanismos con los que opera la mente humana, y enfatizó la  importancia de una profunda cualidad meditativa y espiritual  para nuestro diario vivir.  
        Lo que hace del encuentro entre Iris y Krishnamurti (en la  década de los 80) un referente importante, es su vigencia. Décadas atrás, Krishnamurti advirtió sobre la delicada situación de  nuestro entorno, y pidió a la humanidad que tuviera cuidado con  la destrucción del medio ambiente. 
        Su postura situaba a la Naturaleza como un ser al que se le debe el mayor respeto.  Ésta y otras ideas son analizadas en sus diálogos, sólo dos años antes de la muerte del  filósofo. A través de ellos podemos ver la sincronía entre ambos pensadores.  
        Iris dice: “Espero que gradualmente podamos mejorar este mundo y retirar el conflicto, tanto en su sentido superficial como profundo”. A esto, Krishnamurti responde:  “Hemos vivido en esta tierra, según los científicos, una evolución de, por lo menos, dos  o tres millones de años. Todavía estamos en eso”. Y frente a las preguntas por el futuro,  el pensador agrega: “El futuro es lo que somos ahora. Si no hacemos algo ahora, seremos  exactamente lo mismo mañana”.  
        
            Nuestra tarea  
        Repasar este iluminador intercambio (ya sea en su versión filmada o en su formato de  transcripción) es un verdadero regalo. Ambos pensadores, a pesar de sus diversos bagajes,  estaban palpando algo, una sincronía que iba mucho más allá de sus procedencias y disciplinas. Más allá de la erudición que acompaña la conversación, lo más destacable, lo más  profundo es asible para cualquier persona, incluso sin una preparación académica, pues lo que finalmente se necesita  integrar es el aprendizaje más necesario;  ese que tiene que ver con la vida en su  acepción más mundana, y con el consecuente sentido de responsabilidad. 
        Frente a la frustración que puede producir el estado del mundo y la impotencia  que se deriva de lo difícil que es hacer algo  para contribuir, Iris dice que podemos realizar algo con nosotros mismos y que esto  puede impactar a otras personas, aunque  sea a unas pocas. Krishnamurti nos recuerda: “Nosotros somos el mundo”. Y: “Si  yo cambio, afecto al resto”. Esto, debido a  que, en un sentido muy profundo, dice, “Yo soy la humanidad… Soy la humanidad porque  todos sufrimos, todos pasamos por momentos terribles. Por lo tanto, yo soy el resto de la  humanidad, por lo tanto, soy la humanidad. Ese es el verdadero amor”.
        La generosa conversación entre estos seres contiene un mensaje que todos podemos  recoger y con el cual todos nos podemos identificar, pues está ocurriendo cada día de nuestra existencia. Se trata de unir fuerzas, de plegarse a un camino espiritual. “Deja partir a  esos pequeños nacionalismos y todo el resto, y únete; seamos libres y veamos el mundo con  otros ojos, y dejemos los conflictos con los otros”. 
         
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        Citas:  
        “¿Alguna vez te has sentado en silencio, sin que tu atención se fije en nada en particular, sin hacer un esfuerzo por  concentrarse, con la mente muy quieta, muy silenciosa?  Entonces escuchas todo, ¿verdad? Escuchas los ruidos a lo  lejos, así como los que están cerca y aún los que están más  cerca, los sonidos inmediatos, lo cual significa realmente  que estás escuchando todo. Tu mente no está confinada en  un solo angosto canal. Si puedes escuchar de este modo,  escuchar con relajo, sin esfuerzo, advertirás que un extraordinario cambio ocurre en tu interior, un cambio que llega sin  tu voluntad, sin que lo convoques; y en ese cambio hay gran  belleza y una profundidad en la percepción”. (Krishnamurti)  
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        Con respecto a su trabajo como narradora, Iris reflexiona:  “Trato de ser realista. Creo que la gente real es mucho más  excéntrica que cualquier persona retratada en las novelas”.  Al pensar en la construcción de identidades y mitos, dice:  “Creo que la gente crea mitos sobre sí mismos y luego son  dominados por ellos. Se sienten atrapados, y eligen a otras  personas para que jueguen roles en sus vidas, para que  sean dioses o destructores, y creo que esta mitología es  usualmente muy profunda y muy influyente y secreta, y un  novelista está revelando secretos de este tipo”.  
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        “La desaparición general de la religión del fondo de la mente  humana es una de las cosas más importantes que ha ocurrido recientemente”, dijo Murdoch en una entrevista en 1977.  A esto agrega la sorpresa que le produce leer textos de la  época victoriana, donde la religión se daba por sentado: “De  algún modo, incluso cuando la gente era escéptica, había un  tipo de actitud cristiana, una moralidad, inamovible”. Es esta  actitud la que ha cambiado: “La desaparición del rezo en la  vida de la gente, la desaparición de cualquier suerte de práctica religiosa es, de cualquier manera, un fenómeno triste”.  Pero, a pesar de haber sido educada en este ambiente, Murdoch aclara rápidamente: “Yo no soy una cristiana creyente.  Creo en la religión, en un sentido no-doctrinario, en un sentido  budista. Creo que la gente pierde esta influencia estabilizadora, este hogar espiritual, este centro espiritual”. 
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        En otra entrevista, registrada en 1983, Iris declaró:  “Conectaría la libertad con el conocimiento y con la  capacidad para disciplinar la emoción y amar y vivir  de una manera más disciplinada y mejor… La libertad suele identificarse con el relajo en los lazos… Yo  creo que la libertad está más relacionada con un  auto-control, con el entendimiento justo, con la liberación de la persona de motivos irresponsables”.  
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        “Parte de una buena vida es volverse más libre a  través del auto-conocimiento y a través de la capacidad para salir de uno mismo y realmente ver las  cosas que están fuera de uno”, delibera Iris. Se trata  de un mensaje que vale la pena atender en estas  épocas de ensimismamiento narcisista.
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         En un diálogo en 1987, Iris intenta identificar la  bondad. ¿Quién es una persona buena? “La tarea  humana es la de ser altruista, desinteresado”. Habla  de la “gente invisible”, como los profesores. El rol  docente, dice Murdoch, es crucial. Recuerda a sus  profesores y su legado ético: “Algunos profesores  allí verdaderamente ejemplificaban un tipo de bondad. No estaban persiguiendo ni riqueza, ni fama, ni  poder; eran realmente gente altruista”.
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         “Lo que hay que ‘destruir’ es el egoísmo propio,  no a uno mismo. El problema es dejar de sentir  deseos egoístas. Esto es muy difícil”, afirma Iris.  Y, a continuación: “No puedes escribir una novela  sin implicar valores. No puedes escribir una novela  tradicional sin darle a tus personajes problemas  morales y juicios. Esto es lo que más cuesta hacer”.