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Jaramagos, de Nadia Prado
Lom Ediciones. Santiago, 2016, 76 páginas

Por Mariana Zegers Izquierdo
Publicado en CARCAJ, 10 de abril 2017



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Los Jaramagos son hierbas silvestres de flores amarillas reunidas en espigas que crecen en territorios desolados, generalmente entre los escombros o en los bordes de las lápidas de nuestros muertos.

Dicen que para encontrar territorios baldíos, no labrados y llenos de escombros, hay buscar aquellos lugares en que desde lejos se divise el amarillo de las flores de los Jaramagos.

El Jaramago crece en lugares marcados por el pasado. Del mismo modo, este libro de poesía hace transitar a su lector por una remembranza que oscila entre un tiempo pasado y un tiempo presente, a la manera en que se mecen las hojas; con una cadencia cambiante que nos invita a detenernos en una frase, en una imagen, con la calma de una hoja que mece lánguidamente el viento. La brisa que es “algo que mueve el vacío”. A la vez, nos invita a leer los versos como surcando UN fluido, que es el libro en su totalidad. Una vertiente de aguas permanentes, con pozones que ralentizan su curso.

La palabra se desplaza entre territorios abandonados, agrestes y, al mismo tiempo, cultivables. En una atmósfera íntima, el poema se pregunta por el recuerdo. El epígrafe de Gabriela Mistral inaugura la lectura desde este lugar: “Quemé toda mi memoria/como hogar menesteroso”. Quemar la memoria, como “sostener una aldea cuyo nombre no recuerdo

En este curso de las aguas, el lenguaje corporal se mezcla con el de las plantas: “esta voz (…) se queda aquí/ como esas plantas entre los escombros”. El lector habita el lenguaje de la naturaleza: “el agua no logra acabar con las montañas/ es la grieta quien pretende acabar con el agua”. Lenguaje corporal de la intimidad ligada a la escritura: “los ojos huyen en la palabra”,

El poema se pregunta por el tiempo, por la muerte, por la misma escritura: “las palabras de nuestras palabras reniegan de nosotros”. El tiempo pasado que se recuerda alberga lo imposible: “no se puede volver sobre el sendero”, “cuando intento volver el tiempo se ha ido”.

En esa intimidad del libro, hallamos el gesto QUE PERSISTE a la madre ausente “un haiku es un poema pequeño le digo a mi madre/ y leo para ella”. Los Jaramagos crecen en las lápidas de nuestros muertos.

En Jaramagos, de Nadia Prado, las palabras se desplazan, rasgan el soporte, representación interior del sonido, “no se puede rasgar el pensamiento sin rasgar el sonido”. Se dibuja el vacío, un espacio entre las palabras, “latitud entre las palabras”. Un lenguaje que, misterioso, se desliza.


 

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Jaramagos, de Nadia Prado.
Lom Ediciones. Santiago, 2016, 76 páginas.
Por Mariana Zegers Izquierdo.
Publicado en CARCAJ, 10 de abril 2017