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Nicolas Vidal, autor de "Los fantasmas de la revolución":
"A Jaime Guzmán le encantaba el concepto de una democracia tutelada"


Por Mario Rodríguez Órdenes
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ublicado en Diario Talca, 6 de marzo 2022


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Basada en una profunda investigación sobre las figuras de Ricardo Palma Salamanca y Jaime Guzmán Errázuriz, Nicolás Vidal publica "Los fantasmas de la revolución" (Editorial Sudamericana, 2022), una novela sobre el complejo Chile reciente, que se resiste a quedar en el pasado.


Nicolás, Ricardo Palma y Jaime Guzmán, ¿son personajes del pasado de la sociedad chilena?
—Son personajes que siguen muy presentes en nuestra sociedad, aunque de manera distinta. Jaime Guzmán murió hace ya treinta años, pero lo que estamos discutiendo ahora en la Convención Constitucional está directamente relacionado con su legado. Guzmán fue pieza fundamental en la redacción de la Constitución del 80, y también fue el autor intelectual de la forma en que se dio la transición después de la dictadura. Entonces, diría que recién ahora estamos tratando de que Guzmán pase a ser un personaje del pasado de nuestra sociedad, pero es un proceso que todavía está en curso, del que seguimos hablando todos los días cuando vemos los avances de La nueva Constitución.

¿Y el caso de Ricardo Palma Salamanca?
—El caso de Palma Salamanca es muy distinto, evidentemente. Pero su nombre sigue provocando reacciones furibundas en muchos chilenos, para unos como un terrorista sanguinario, y para otros como alguien que tomó la justicia por sus propias manos. Y hace poco, cuando reapareció después de veinte años prófugo, volvió a transformarse, por unos meses, en un personaje central de la política chilena. Cuando Francia le dio asilo político, algo inimaginable para quienes analizábamos la situación desde Chile, se produjo un verdadero terremoto político, porque lo que estaba detrás de eso era un fuerte cuestionamiento a la transición chilena, poniendo en duda el carácter democrático de los primeros gobiernos de la Concertación por la enorme presencia e influencia del pinochetismo en ese tiempo. Entonces, si bien los hechos relevantes de uno y otro tuvieron lugar hace mucho tiempo, han sido muy trascendentes en los sucesos políticos de los últimos años.

Existe peligro en la sociedad chilena que los problemas políticos sean resueltos a través de la violencia?
—Es un peligro que siempre ha existido. Tenemos múltiples experiencias históricas en Chile que lo demuestran. Por eso es muy importante que como sociedad seamos capaces de entregar soluciones políticas que permitan evitar que estos problemas sean resueltos a través de la violencia. Esa es la relevancia del acuerdo del 15 de noviembre del 2019, porque le permitió dar un curso institucional a una crisis enorme.


Las razones de Francia

Ricardo Palma Salamanca (Santiago, 1969) conocido con las "chapas" de El Negro o Rafael, fue un miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Fue condenado como autor material del asesinato del senador Jaime Guzmán, por homicidio, secuestro y otros delitos diversos. Estuvo prófugo entre el 30 de diciembre de 1996, fecha en que protagonizó una espectacular fuga en helicóptero desde la cárcel de alta seguridad de Santiago, y el 16 de febrero del año 2018, cuando fue detenido en Francia, país que finalmente le otorgó asilo.

Nicolás Vidal del Valle (Santiago, 1979) es abogado de la Universidad de Chile y master en creación literaria de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. En 2015 obtuvo el Premio Revista de Libros de El Mercurio por la crónica "El efímero vuelo de aviación", que forma parte de "Cambio de juego".

¿Qué circunstancias permiten que Ricardo sea el autor del crimen del senador Guzmán?
—Esto se da en el marco de una decisión del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (Autónomo) a fines de la dictadura, cuando comienzan con una política llamada 'No a la impunidad', que consistía, básicamente, en atentar contra quienes consideraban responsables de las violaciones a los derechos humanos, previendo que en la transición los tribunales de justicia no harían su trabajo con ellos. Entonces, en ese contexto, Ricardo forma una dupla de verdugos junto a Raúl Escobar Poblete (Emilio). Ellos ya habían participado en el ajusticiamiento del coronel Luis Fontaine, responsable del caso degollados, además de otros operativos. Es por esa experiencia que los habrían designado para llevar a cabo lo de Guzmán.

¿Es efectivo que en principio se resistió a la orden de atentar contra Guzmán?
—Todo indica que si, que no le encontraba mucho sentido a esa orden. Consideraba que, estando en democracia, asesinar a un tipo como Guzmán -un civil, no un militar- era algo muy distinto a lo que había hecho con Fontaine. En un principio habría manifestado su opinión, pero desde arriba insistieron en la orden. Recordemos que el Frente tenía una estructura de tipo militar donde Ricardo era el último eslabón, entonces, cuando le reiteran la orden, se limita a cumplirla. No es todo, porque en un principio la planificación habría consistido en que Emilio dispararía y él se limitaría a cubrirle las espaldas, pero en el mismo momento cambiaron el lugar del atentado -desde las escaleras, dentro del Campus Oriente, a la calle, disparando contra su auto- y eso habría implicado que su participación también cambiara.

¿Por qué fue tan importante Jaime Guzmán para el entramado institucional que sustentó la dictadura?
—La participación de Guzmán fue esencial. Era un tipo brillante, muy bien preparado, que supo influir poderosamente en las decisiones más importantes de la dictadura. La declaración de principios de la Junta Militar, apenas seis meses después del golpe, que marcó la hoja de ruta del régimen, fue redactada por él. También hizo los discursos más relevantes de la primera etapa de la dictadura, incluyendo el de Chacarillas. Todo esto sin contar lo más importante: su rol protagónico en la redacción de la Constitución del 80, donde se estructuraron las bases de esa institucionalidad. Le encantaba el concepto de una "democracia tutelada" que no en otra cosa que una democracia con una importante influencia militar y conservadora, y que se reflejó sobre todo en los primeros años de la transición, con una serie de instituciones destinadas a prolongar la influencia de la dictadura. Uno podría decir que el diseño del sistema político en el que hemos vivido los últimos cuarenta años comenzó en la cabeza de Guzmán.

¿Qué permitió que Francia le concediera asilo político a Ricardo?
—Francia tiene una trayectoria de asilo político bien particular. Históricamente se ha caracterizado por no entregar fácilmente a quienes han cometido crímenes con cierto contenido político. Pero la razón esencial por la que se le dio este asilo y por la que la Corte de Apelaciones de Paris rechazó la extradición a Chile es porque llegaron a la conclusión de que Palma Salamanca no tuvo un juicio justo en Chile. Analizaron tanto el juicio mismo como el contexto político que había en Chile a principio de los noventa: un país donde Pinochet seguía siendo comandante en jefe del Ejército, donde había un porcentaje altísimo de senadores designados por la dictadura, donde los jueces seguían siendo los mismos que habían denegado justicia en cientos de ocasiones a las víctimas de violaciones a los derechos humanos. Entonces, llegaron a una conclusión demoledora: lo que había en Chile se parecía poco a una democracia. A esto se le sumó un hecho muy relevante. Palma Salamanca fue sometido a apremios por la Policía de Investigaciones mientras estuvo detenido.

¿Qué sabe de su vida actual?
—Sé que vive en París, donde están sus hijos. Hace poco publicó un libro con sus fotografías y algunos textos con su experiencia en México y Francia. Desde hace un par de años está retomando su vida como persona libre, después de pasar más de veinte años prófugo, viviendo bajo una identidad falsa en México. Pasó de ser el hombre más buscado de Chile a poder caminar libremente por las calles de la capital de Francia, entonces imagino que este tiempo ha sido de retornar un poco la vida cotidiana sin pensar que en cualquier momento volverá a la cárcel.

¿Puede ingresar a Chile?
—No, el asilo que le dieron sólo rige para Francia. Es decir, no puede salir de ahí. Ni siquiera puede viajar a otros países de Europa.

 

 

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(Extracto)


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Hace tres días robaron el taxi Opala en el paradero 7 de Vicuña Mackenna. Para camuflarlo, le pintaron el techo, las ruedas y el parachoques. De color negro. El que lo maneja ahora, por avenida Macul hacia el norte, es Emilio. A su lado, en el asiento del copiloto, está Ricardo Palma Salamanca: usa unos anteojos sin aumento y se mira al espejo para terminar de acomodarse un bigotito negro. Emilio no pudo ponerse el suyo porque estaba sin pegamento. El Negro suspira, baja el vidrio y enciende un cigarro. El otoño se cuela por la ventana. Son las cinco de la tarde. Ricardo se baja en avenida Presidente José Batlle y Ordoñez —la que, en poco más de un mes, pasará a llamarse Jaime Guzmán Errázuriz—, justo al frente del Campus Oriente de la Universidad Católica. Son sus barrios, las mismas calles por donde andaba en bicicleta sin manos o levantando la rueda delantera; la casa donde creció, en el pasaje de Hernán Cortés, está a solo siete cuadras. El Negro es el primero en bajarse porque tiene que hacer un trámite. A eso de las cinco y cuarto se dirige a una shopería ubicada al frente de la universidad: ahí es donde se encuentra con Agdalín Valenzuela, quien le entrega la pistola Browning 9 mm con su cargador lleno, a cambio de su viejo revólver. Emilio, mientras tanto, se demora unos minutos en encontrar un estacionamiento en Regina Pacis. Dejar el taxi en esa calle es esencial para la huida porque desemboca justo en la entrada del Campus Oriente.

Los dos se vuelven a juntar en la puerta de la universidad. Caminan aparentando tranquilidad, con la experiencia de otras misiones ejecutadas. El lugar está lleno de gente, algunos ya se van a sus casas mientras otros se apuran para alcanzar las últimas clases de la tarde. No muchos se fijan en ese moreno de bigotes, vestido con chaqueta gris, camisa clara, jeans y zapatos, ni en su acompañante, mucho más bajo que él. Porque Emilio, pese a ser el jefe de Ricardo, tiene que mirarlo hacia arriba.

Las hojas están amarillas en el centro, pero desde los bordes avanza una sequedad café que de a poco les va quitando la vida. Muchas han caído al suelo y reclaman cuando son pisadas por los estudiantes que caminan con la modorra típica de un lunes por la tarde. Ya en el segundo piso, Emilio se adelanta hasta el pasillo de las salas con puertas naranjas y se detiene unos segundos en la N-11, asegurándose de que Jaime Guzmán esté dando su clase de Derecho Constitucional. Ricardo, mientras tanto, observa el patio interior desde la ventana. Tal vez aprovecha esos segundos de soledad para darle una vuelta a lo que va a hacer, para recordar su negativa sin convicción e imaginar las repercusiones de su obediencia ciega, o visualizar el momento en que le disparará de frente a un hombre desarmado. Pero ya vuelve Emilio y se acaba el tiempo de reflexionar. Todavía quedan unos minutos para las seis de la tarde, hora en que termina la clase. Aprovechan de ir al baño. El Negro entra en un cubículo y cierra la puerta con pestillo. Necesita privacidad, no para aliviar su estómago apretado, sino para revisar su pistola y asegurarse de que hay una bala en la recámara.

Suena el timbre, agudo, penetrante, quizás demasiado fuerte para sus sentidos hipersensibilizados. Pero no hay tiempo para distraerse porque la clase termina y ven pasar al senador Jaime Guzmán caminando hacia la Secretaría de Estudios. Ahí deja el libro de asistencia y recibe el cheque con sus honorarios. Después se detiene unos instantes en la sala de profesores. Ha llegado el momento: escuchan su voz despidiéndose de las secretarias. Para Emilio, las escaleras son el lugar ideal. Ahí lo esperan, fingiendo hablar sobre la última clase o la prueba del miércoles. Bajan lentamente unos peldaños, como si tuvieran todo el tiempo del mundo, aguardando a que aparezca a sus espaldas. Justo antes de llegar al descanso, como no escucha los pasos de su víctima avanzando por la escalera, el Negro da vuelta la cabeza y sus ojos se encuentran con los del senador, que se ha detenido en el segundo peldaño. Los marcos gruesos, casi exagerados, de los lentes de Guzmán le dan a sus ojos un poder disuasivo fuera de lo normal. Nunca los baja, no está acostumbrado a hacerlo: los apunta directo a las pupilas de Ricardo. No sé muy bien qué habrá visto el senador en su mirada, quizás el nervio, la ansiedad, la duda, o pudo haber sido su forma de vestir, pero hay algo que lo preocupa, un presentimiento que le indica que estos tipos no son los estudiantes que pretenden ser; al fin y al cabo tiene que cuidarse, consciente de que puede ser un blanco. Ese intercambio ocular dura un instante brevísimo porque Guzmán enseguida se arrepiente, da media vuelta y vuelve a la sala de profesores. Ahí, sospechando que algo no anda bien, manda a llamar a Luis Fuentes, su chofer, para que lo acompañe en su camino al auto.

Ante el imprevisto, se ponen de acuerdo rápidamente. Lo harán como mejor saben, como lo hicieron con el coronel Fontaine: en la calle. También existe una posibilidad de que Guzmán no aparezca, que salga por otro lado o que prefiera quedarse un par de horas en la universidad. Dejan que sea el destino el que decida. Bajan las escaleras y optan por aguardar en el paradero de micros que está junto a la puerta principal del campus Oriente. Ahí observan a Marcela Mardones (Ximena), la pareja de Emilio, estudiante de Pedagogía. Pero lo importante no es ella sino su delantal: significa que el taxi todavía está estacionado, listo para la huida.





 



 

 

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"A Jaime Guzmán le encantaba el concepto de una democracia tutelada"
Por Mario Rodríguez Órdenes
Publicado en Diario Talca, 6 de marzo 2022