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Una atmósfera desenfrenada y vulgarmente barroca:


El viento es un país que se fue, de Óscar Barrientos
Santiago, Das Kapital Ediciones, 2008.

Por Pablo Fante

En El viento es un país que se fue, Aníbal Saratoga, quien se retrata a sí mismo como un poeta con aspecto de cuervo, narra sus aventuras en un imposible Puerto Peregrino, ciudad en algún lugar al fin del mundo. En unas ciento veinte páginas, descubre el poema de la fundación mítica de Puerto Peregrino (El Azimut), conquista a una suculenta odalisca de cabaret y surca los mares junto a un pétreo Gran Formentor.

Se trata de la más reciente publicación de Óscar Barrientos: una novela de reivindicación fantástica, trazada con un “vago adornado barroco”, y que transcurre en “una atmósfera desenfrenada y vulgarmente barroca” (las citas entre comillas son de la obra). Un barroco que, más allá de su historicidad, señala una mezcla encabalgada de referencias. Es una amalgama propia de los relatos fantásticos o de cierta ciencia ficción (como Duna). También recuerda uno Le rivage des Syrtes, de Julien Gracq: universo marítimo, fantástico, romántico y sin embargo, a ratos, extemporal: lo romano en Gracq es nórdico y medieval en Barrientos.

Antes que nada, Barrientos dialoga con las narraciones de marinos que descubren el orbe surcando océanos desbocados: se trata de la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX. Es la tradición literaria que va de los relatos de viajeros hasta Coloane, pasando claro está por Melville y Conrad (ambos y muchos más mencionados hasta la saciedad, incluso adjetivados). Se trata también de la herencia cultural nórdica en general, en relación a su medioevo salvaje y un difuso panteísmo. Medioevo, pero con un decoro barroco: es romanticismo puro (oh, Byron…). Romanticismo nórdico y anglosajón con tintes (y tintos) chilenos.

Pensando en lo anglosajón (y en parte en lo oriental), una de las referencias implícitas del libro es Borges. La fundación de Puerto Peregrino corresponde a un poema épico, El Azimut. Borges aparece en el tema del poema perdido: el poema revelado, que funda una sociedad de hablantes. Barrientos, en un momento de clímax, nos ofrece incluso el diálogo entre Saratoga y el héroe de El Azimut: ambos están conscientes del fracaso de su gesta, porque su destino fue escrito en un libro y no vale la pena luchar contra él.

Ciudad mítica, Puerto Peregrino es deduciblemente chileno, pero desfasado. Un puerto imposible, cuna de la imaginación (y con ello de la ficción). Imagen de Punta Arenas transformada en un reino (Tolkien), lo que en nuestro sistema moderno de Estado-Nación es casi imposible (casi fantástico). Así mismo, el relato tiene un sabor a ebriedad de bares que resulta inevitablemente chileno.

Una ebriedad asumidamente patética, perdidamente patética. Todo esto, sin obviar una fiesta de seres deformes (p. 25), como en mitos chilotes. La ebriedad es fantástica, porque desdibuja la conciencia: nada es real cuando la borrachera nos sobrepasa. Al mismo tiempo, hay algo fanfarrón en ello, como una declaración de virilidad. Pero, en el fondo, es atrabiliario: no sé sabe por qué se está en esta tierra viviendo lo que se vive. Por esa misma razón el (anti)héroe, Saratoga, busca una explicación mítica del mundo en El Azimut (en compensación al “fracaso del arte por entregar verdades infinitas”). Habiendo encontrado esta explicación en un libro, una odalisca y la amistad (todo llega junto), descubre su edad de oro, su época de felicidad fácil (aunque no fértil). Saratoga, en el fondo, se sostiene en la imagen del poeta clochard, borracho, vagabundo, desesperanzado y sin nada que hacer, más allá de prolongar las noches en los nubarrones del alcohol. Se trata del poeta como personaje literario: maldito, patibulario, caricatura decimonónica. En cuanto poeta, al mismo tiempo, participa del entramado mítico: Saratoga es el depositario del relato fundacional recibido de la odalisca.

La mujer es un mito y, en parte, un objeto. No hay más mujeres que las de cabaret. Y entre ellas una llamada odalisca. Una odalisca que las encarna a todas y, por lo mismo, es irreal, semidiosa, adorable. Comunica con acertijos y palabras “impregnadas de presagio” (aún más que los otros personajes, más bien grandilocuentes en metáforas). La odalisca es la mujer esencialmente erótica, de geografía exuberante que, por supuesto, se exhibe en “un exiguo y acinturado vestido rojo” (Jane Fonda desborda en su traje de Barbarella). Trazo de una núbil fantasía, la seducción no es tal: un impresentable borracho (Saratoga), a pesar de un bochornoso traspié, es recibido con benevolencia por la actriz de cabaret que admira (la odalisca)…  a lo que sigue un inexplicable emparejamiento, o sólo explicable por el destino. Saratoga penetra en ella impelido por el destino, porque la odalisca es al mismo tiempo El Azimut: entrar en ella y en la creación mítica de Puerto Peregrino es un mismo gesto.

Para cerrar estas ideas, y como consecuencia de ellas, le deseamos al autor que enriquezca su obra adaptándola a la acción visual, quieta y móvil, detallada y esfumada, de las historietas. El cómic (bande dessinée, manga o como quiera llamársele) presenta la ventaja de podar palabras en pos de una estética épica eficaz, como lo vemos en Thorgal o La casta de los Metabarones. Para ello, la policromía de referencias de Barrientos es su ingrediente más apetecible.

 

 

 

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