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La mar no estaba tan serena

Por Daniel Hidalgo

 

Tengo un par de amigos que provienen de Punta Arenas. Nacieron y crecieron por esos lados. Luego emigraron, estudiaron en Valparaíso o Santiago, terminaron sus carreras y siguieron viajando como ciudadanos del mundo, como un Manu Chao de verdad latinoamericano y apátrida. No es la única similitud -la de vivir en trance- entre ellos. Además son poetas, a ratos narradores. Les gusta lanzar sus propios libros en forma artesanal, como si se tratara de lindos fanzines punk. Hacen serigrafías. Forman bandas e instalan acciones de arte. Crean páginas web de contenido subversivo y, por suerte, no todos son vegetarianos. Cuando leía sus escritos me sentía extrañado, incluso confundido. Me daba cuenta, y me lo confirmaron después, que en Punta Arenas las lecturas no eran motivadas más que por la pasión y el instinto. Se formaron al margen de las recomendaciones de los suplementos de cultura y de las novedades editoriales de las librerías. Ellos formaron un canon bastante más íntimo a punta de dadaísmo, post hard core, lecturas esotéricas y anarquistas en donde Hakim Bey era su propio Borges. Así, Punta Arenas se me presentaba como un lugar anómalo y hermoso a la vez, en donde la fantasía era posible encontrarla hasta en una tokata stoner. Es por esto que una Punta Arenas como la de la novela El viento es un país que se fue -la primera publicación de Das Kapital Ediciones- del poeta y narrador magallánico Óscar Barrientos Bradasic, no me resulta inesperada.

Claro que en esta novela, la ciudad recibe otro nombre: Puerto Peregrino. Se trata de una refundación del territorio a través de una tierra fantástica que mucho le debe a la mitología medieval nórdica, pero también a remixadores de esta tradición como Tolkien. Sin embargo, ese Puerto Peregrino se me parece mucho a la idea que me había hecho de la ciudad austral, gracias a mis amigos. Una ciudad es siempre imaginación y concreto.

Entiendo que Barrientos ha venido, como Tolkien o como su par latinoamericano, García Márquez, diseñando toda una épica y un bestiario personal, a lo largo de sus libros. Los mismos personajes, el mismo Puerto Peregrino, han sido los límites en que se han desenvuelto las historias de Barrientos en gran parte de su narrativa.

Un libro en realidad es un enigma. El enigma es en realidad una tierra perdida en donde las lógicas comunes se tuercen y dejan el paso libre al mito como única razón posible. Una refundación desde un poema. Un poeta -Aníbal Saratoga- en un constante tour por los bares y desesperado por encontrar alguna aventura. Strippers que encierran toda la literatura en sus caderas. Un viaje en una goleta que es la renuncia a todo. Una región remixada y refundada desde un imaginario olvidado. Así va, grosso modo, la novela de Barrientos.

Resulta interesante la utilización de una basta tradición literaria, la de las aventuras de marineros, que en este caso no sólo deviene de Melville y Conrad, sino que tiene un diálogo directo con Coloane. A través de ellas, la literatura es vista como un gran mar al que un lector, un poeta, se entrega siempre en una odisea impredecible.

La novela se caracteriza además por su atemporalidad, una aventura que puede haber pasado en cualquier tiempo, o en un ahora eterno.

La ficción marinera tiene gran importancia en nuestra tradición literaria, y Barrientos ha sabido nutrirse de ella y producir un texto que renueva, pero al mismo tiempo homenajea. En las 120 páginas de la novela, logramos adentrarnos a la mar de un relato que nos cautiva desde sus primeras páginas y nos hace cómplices en una aventura que a la vez es el proyecto de su autor: refundar la región magallánica desde las letras.

Quiero conocer Punta Arenas.

 

 

 

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La mar no estaba tan serena.
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