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Horror
sobrenatural en Magallanes
Desde
que Carolina Yankovic escribió "Tras los muros", los cielos australes
se han tornado más
crepusculares y la ciudad parece habitada por sombras
que respiran en la penumbra
Por
Oscar Barrientos Bradasic*
Punta Arenas
"La emoción más antigua y más intensa es el miedo"
plantea H. P. Lovecraft en su ensayo "El horror sobrenatural en el arte y
la literatura".
Creo que algo de esa premisa convoca a quienes trazan
en sus personajes y atmósferas algo que la tradición se ha empeñado
en llamar relato gótico. ¿Pero qué es realmente lo gótico?
La palabra parece no tener una etimología del todo clara, pero su sola
mención nos remite a gárgolas de piedra custodiando con celo las
catedrales de Europa o a siniestras abadías abandonadas. Puede que en la
actualidad recuerde a jóvenes vestidos con ropa de cuero negro.
Lo
que recuerda no es necesariamente lo que es. Se trata más bien de un estilo
de literatura popular surgido en la Inglaterra de finales del siglo XVIII como
expresión estética y reacción ante la hegemonía filosófica
de la Ilustración, empeñada en obtener, por medio del conocimiento,
la perfección de las virtudes. Por ello, los pensadores ilustrados se esmeraron
en suprimir las supersticiones y temores por considerarlos productos de un clero
obsecuente con los intereses de los poderosos.
Los escritores han sentido
históricamente la necesidad de alegorizar sus angustias con personajes
de ultratumba, con seres que sobrepasan los límites de la realidad. Hablamos
de un tipo de relato, que en el parecer de Todorov tiene vínculos muy férreos
con el género fantástico, constituyéndose quizás en
el negativo de éste. Sobre todo en la tradición de la novela británica,
"Los misterios de Udolfo", de Ann Radcliffe, donde encontramos heroínas
como Emily Saint- Ubert que huían de las fuerzas del mal en castillos embrujados.
Todo ese mundo algo folletinesco que Jane Austen parodia de manera ejemplar en
la abadía de Northanger.
Pero cuidado, quizás no se trata
sólo de una visión esencialista de un género; también
hablamos de procedimientos, de rasgos. Y las imágenes desfilan por la mente
como un viejo álbum de fotos que la memoria enhebra en un teatro de sombras:
Mary Shelley fabulando el "Prometeo moderno", una invernal noche de
Ginebra; Oliverio Twist durmiendo aterrado entre los ataúdes; el sabueso
del infierno mordiendo el cuello del anciano Baskerville; los páramos tenebrosos
que recorre Heathcliff en "Cumbres borrascosas"; las siniestra mansión
rodeada de sombras del señor Rochester en "Jane Eyre".
En
la tradición norteamericana, Poe es un aire por donde respira todo narrador
que se precie de tal. Y quizás algunos ejemplos en Hispanoamérica
como Quiroga. En este, nuestro país de desastres, la narrativa sigue aún
muy filiada al realismo, pero hay casos, como un cuento de fantasmas marinos escrito
por Coloane; "El hombre de la rosa",de Manuel Rojas; la novela "Donde
acecha la serpiente", de Hugo Correa; La historia personal del miedo, de
Tomás Harris; y "Los divertimentos transilvánicos", de
Cristián Vila Riquelme.
Y luego es el
turno de los vampiros. Curiosamente Voltaire se preguntaba qué extraña
fascinación movía al hombre desde la Edad Media a indagar en torno
a estos seres tan románticos como abyectos. Pensamos en Polidori, en Bram
Stocker y su extraña relectura del empalador Vlad. También en los
múltiples usos y abusos de la industria cinematográfica, desde el
Nosferatu de Murnau y Bella Lugossi, hasta los seres concebidos por Ann Rice y
el vampiro protagonizado por David Bowie. Toda esta imaginería de monarcas
probablemente hemofílicos, cuyos imperios se construyeron sobre la barbarie
y la perversidad.
DEPOSITARIA
DE UNA TRADICION
Creo que Carolina Yankovic
es depositaria y heredera en alguna medida de esta tradición. Hace ya tiempo
que tenemos noticias de su trabajo silencioso pero sólido, de un quehacer
oficioso y de esta primera novela titulada "Tras los muros" que edita
la Universidad de Magallanes.
Desde que Carolina Yankovic escribió
esta novela, los cielos de Magallanes se han tornado más crepusculares
y la ciudad parece habitada por sombras que respiran en la penumbra. Nos ha entregado
"el horror sobrenatural" como piedra angular de sus ficciones y por
cierto, su literatura construye un pasado diferente al de la vieja opereta. La
sangre también cimentó los majestuosos monumentos.
Creo que
Carolina Yankovic es capaz de amalgamar ese tipo de relato muy del siglo XIX con
la frescura de una prosa contemporánea, a la altura de las circunstancias.
En gran medida, su función es alegorizar y ha escogido como leitmotiv:
el vampirismo.
No teme a sostener que una de las motivaciones fueron los
juegos de rol. A veces la buena literatura se empapa de las manifestaciones más
diversas, se esconde en los retretes, aflora en las periferias discursivas, se
dibuja en las murallas de las ciudades, se oculta en las anónimas tertulias
del amanecer para reaparecer en las páginas como el efrit luego de frotar
la lámpara arábiga.
Su novela "Tras los muros" hace
afirmación la interrogante del ya conocido libro de Rolando Cárdenas
y es esa capacidad de unir tradiciones por medio de una fusión original
la que llama profundamente la atención y conquista la mirada del lector.
"Quienes los moradores, allá de sus visillos prolongando sueños
con silencio de abeja escanciando en un gran rito rojo."
Y
es que la novela de Carolina Yankovic tiene originalidad, es decir origen. Estos
seres que se alimentan de la sangre y la vida de sus semejantes también
habitan las inconmensurables estepas de la Patagonia, recorren sus ciudades, muestran
su profunda humanidad albergada en su condición sobrenatural. Clara, la
protagonista es un personaje que se decanta con aparente facilidad y que luego
exhibe conflictos interiores, el sentimiento de culpa que supera a la sed de sangre.
No
es raro que la estructura de su novela sea muy dialógica y que en ella
convivan muchas voces. Ejemplos importantes de este género fueron diseñados
de manera epistolar, no olvidemos las cartas de Jonathan Harker, siendo huésped
del sórdido conde transilvano.
Literatura gótica y relato
conmovedor de los imperios de la perversidad. Crónica de los espectros
que va hilvanando la memoria, necesidad de desgarrar el holograma de una narrativa
magallánica excesivamente realista. (El realismo puede terminar siendo
una negación de la literatura). Es una novela para lectores atentos y cómplices,
devotos al sentimiento más primigenio del ser humano: el miedo.
Reconocemos
en su prosa nuestras calles, el mundo que nos rodea, los rincones de la austral
Punta Arenas. Pero también reconocemos nuestra historia porque todo relato
capaz de fracturar nuestra noción de realidad termina constituyéndose
en una alegoría. El pasado de las familias poderosas también fue
edificado en base al exterminio y la barbarie y aquí esa idea se insinúa
de una manera muy sugerente. Esos seres buscan consolidar su proyecto histórico
y político y por ello, el exterminio de las etnias australes y la influencia
de las misiones salesianas serán tópicos importantes. Creo que un
narrativa magallánica quizás demasiado paisajista y tan obstinada
en la recuperación se ha terminado olvidando de este tipo de experiencias
escriturales que ensanchan las dimensiones de nuestra capacidad especulativa.
Después
de haber leído y escuchado a José Miguel Varas leer el relato Pikinini
donde los selknam sobrevivientes del exterminio desfilan ante los estancieros
de la ciudad, hombres, mujeres y niños vejados en público en plan
plaza Muñoz Gamero, allá por 1895 y luego la imagen de los mercenarios
de Mauricio Braun arrancando los hijos a sus madres, creo que la realidad es también
algo increíble y por cierto, gótica.
Sabemos que Carolina
Yankovic ha iniciado un camino que se augura importante, el de una literatura
que se hace cargo de su época, y que irrumpe en la consabida cantinela
de la vieja opereta Los vampiros llevan en pesadas valijas, tierra de sus lugares
de origen. No me extrañaría que este libro corra una suerte similar:
viaje de mano en mano por el imaginario de sus lectores.
* Oscar Barrientos Bradasic (1974). Estudió literatura en la Universidad
Austral de Valdivia. Realizó estudios de post-grado en Chile y en España.
Es autor de "La Ira y la Abundancia" (poemas), "El Diccionario
de las Veletas y otros relatos portuarios" (relatos), "Égloga
de los Cántaros Sucios" (poemas) y"Cuentos para Murciélagos
Tristes" (relatos). Ha obtenido diversos reconocimientos, como el Premio
María Cristina Ursic de poesía (1988), la beca de Creación
Literaria del Fondo del Libro y la lectura (2002), el Premio Municipal de Valdivia
"Fernando Santivan" (1998). Antologado en Chile y en el extranjero,
ha sido también traducido a otros idiomas.