Pichanga en la isla
"La iluminada circunferencia" (2006). Poesía de Jorge Velásquez.
Gobierno Regional de los Lagos, Osorno.
Por Oscar Barrientos Bradasic
La poesía en Chiloé continúa creciendo como ese caldo lechoso que emana de los roqueríos, recordándonos que el mar está vivo. Desde la tradición de Aumen al cuidado laborioso de Carlos Alberto Trujillo y Renato Cárdenas, nace un espacio vital hasta los memoriales días de hoy: Rosabetty Muñoz, Sergio Mansilla, Mario Contreras, Mario García, Mariela Silva, entre muchos otros.
Chiloé como territorio diferenciado en la tradición cultural establece una relación siempre conflictiva con la chilenidad, una mixtura de lo español y lo indígena, en medio de una polifonía atronadora. Lo genuinamente mestizo configura un terreno de ricas contradicciones, ese curanto del cual nos alimentamos cuando enfermamos del alma. La mayoría de los poetas chilotes no susurran el canto, no le temen a la rapsodia ancestral. Algo muy lejano a lo que nos acostumbró muchas veces el centro (nuestra Roma rasca de la torre Entel), a imaginarse un Chiloé creado por el etnocentrismo cuico, con souvenirs de palafitos, gorritos de lana, puentes y mochileros estresados de Santiago buscando la Ciudad de los Césares.
Creo que La iluminada circunferencia del poeta chilote Jorge Velásquez ingresa en un espacio tan particular como deliberante en el marco de un diálogo entre la aldea y el influjo aplastante de la globalidad. Las islas resisten, se sostienen sobre pilares que descienden hasta las profundidades del océano.
De pronto el balón de fútbol rebota en la cancha de tierra y se convierte también en esa isla, en ese ojo que va de patada en patada observando el acontecer de la isla, aquella historia que no aparecerá en anales o enciclopedias, sino en la mirada del testigo, en canchas rurales, en torneos que sólo recuerdan sempiternos parroquianos de bar. Algún fachito opus dei dirá por ahí que el fútbol constata que el pueblo tiene la cabeza en los pies. Pero estos poemas recorren otros caminos polvorientos “Mi padre inflaba la pelota venida de Comodoro Rivadavia/ ‘Huracán’ indicaba el casco que arrancó de ese estadio/ con el viento/ Elio recortaba botas de goma/ para pegarlas en cuadritos como chuteadores/ Una garrafa costaba el penalero del otro equipo/ y una cerca para sus sembrados”
Este libro de Jorge Velásquez apuesta porque la poesía también debe oler a sudor, a barrio, a la gran noche descompuesta de nuestras historias sociales. “El único partido que se pierde/ son hojas amarillas cayendo al paraíso/ abandonadas en el último minuto”
Sin darnos cuenta, el poema viaja de isla en isla y capea los humores del temporal porque el torneo se suspendió o porque la metáfora es también la fotografía sepia y desteñida de un equipo de fútbol que ya no existe o que existe para los que pueden verlo: La galucha pobre y siempre fundacional.
Una poesía que nace de la oralidad pero también desde la ausencia como en el poema Torneo 73:
Tadeo Velásquez, central del Tricolor
y Amado Millán Manquilepi, del San Luis de Lin lin
jugaron su propio partido en Achao
Los cruzaron en la cancha más oscura y sin faroles
Podían intuirse hasta los descuentos
Habían metido un gol, dicen afuera del partido
Aunque nunca en su bendita inocencia gritaron por la UP
No ganaron la Libertadores ese año
y Teniente rastrillo
precisamente no era uno de sus hinchas
Estuvieron me cuentan, frente a un arco vacío
esperando
una o dos Tarjetas
Más rojas que el horizonte.
Estos poemas albergan también un sentido algo narrativo, cada poema desarrolla una historia, hilvana a su vez relatos que navegan entre las voces de la isla, partidos que el habitante jugó con el desasiego. Quizás porque los grandes temas se vinculan a seres anónimos y señeros como los que describe Velàsquez en sus versos.
La iluminada circunferencia me parece, en buenas cuentas, un libro entrañable que se propone atajar los goles de la amnesia impuesta por el libre mercado.