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BREVE RECADO PARA LOS AMIGOS QUE SE ENCUENTRAN LEJOS

Oscar Barrientos Bradasic

Estimados y remotos amigos:

Como estaba previsto en este programa, yo debía estar presente en Santiago para presentar a Santiago Llach y José Molina. Prometo publicar las presentaciones en un plazo próximo y pido mis excusas.

He leído con interés los poemas de José Molina y quisiera escribir de ello ya apartado de las urgencias del momento. En todo caso, el dialecto de extramuros, el neologismo y la traducción penetran en sus navegaciones literarias, horadando los límites del lenguaje y por cierto logrando una poesía original, es decir con origen. Un choque de copas por Juno deserta+rápeme. A su vez, Santiago Llach,me ha tocado hondo en los momentos que  vive mi entorno con sus piqueteros kichenristas y ese gran teatro de sombras y contrastes que es el peronismo, a veces incomprendido por los chilenos, pero que rescatan en su estructura la gran caja de resonancia de las voces de la calle y la avanzada social. Todo con lucidez e ironía.

Pido perdón por lo parco y paso a contar los motivos de mi ausencia. No ha sido  un acto de descortesía, ni menos un soslayo.

El aeropuerto de Punta Arenas y sus muelles, todas las vías de acceso a la confusa geografía magallánica han sido bloqueadas en enérgica protesta al alza del gas, en respuesta sostenida a un gobierno mentiroso y arrogante que ha arrojado la importancia de las regiones a los baúles del desprecio y la desesperanza. Un gobierno de empresarios que ignoran la palabra misericordia y que desean ultimar el proceso de privatización iniciado desde lo turbulentos ochenta hasta nuestros días, esclavizándonos con tarjetas de crédito y colocando semáforos en los colegios para construir consumidores, en lugar de alumnos. Todo esto amparados en la siniestra constitución del ochenta, la novela de terror más cotidiana en nuestras vidas.

Magallanes, esa zona que aparece en el mapa nacional luego que la gran espada de piedra se hunde en el mar dejando sólo islas y emergiendo en el extremo sur, fue definida por Gabriela Mistral como el “trópico frío”, la zona de fiordos que alimentara los relatos de Pancho Coloane y los versos de Rolando Cárdenas. Vivir en Magallanes, aislado del resto de Chile y conviviendo con la incesante furia de los elementos es un acto épico que nos enorgullece. Uno de los gritos de protesta más particulares es “Morir luchando, de frío ni cagando”.

Vivir en Magallanes es un acto de soberanía diario, pocos habitantes de nuestra confusa biografía conviven con la furia de los elementos como los magallánicos. Invitamos a los especulares y teóricos a soportar un invierno en nuestra región, asistiendo a sus trabajos con las inclemencias climáticas, a experimentar lo que significa construir la patria desde el sitio más austral, donde se juntan los dos océanos más grandes del mundo y donde culminan las Américas.

Magallanes – como espacio geográfico- completa la idea de país que necesitamos para asumirnos como una comunidad heterogénea, multicultural y plural.

El recargo de las cuentas de gas natural ha subido a un bochornoso veinte por ciento, imposible de solventar incluso para una familia de clase media considerando que tal medida logra que todo suba: el precio de la comida, los insumos, los consumos, los colegios, la locomoción, etc. Ni pensar en el invierno que se viene para los sectores más desprotegidos. Subvencionar el problema le cuesta al Estado chileno alrededor de quince millones dólares, cifra irrisoria si se compara- por ejemplo- con el Transantiago que cuesta 800 millones de dólares y aún así es un sistema excluyente y torpe para la vida de los santiaguinos.

El gas que consume en la zona central es importado en buques gaseros desde Trinidad y Tobago o Malasia. Aquí lo tenemos en nuestra propia tierra. En iguales condiciones geopolíticas la Patagonia Argentina paga cifras irrisorias por estos servicios.

Un sociólogo de apellido Villegas ironizó que los magallánicos queríamos que nos subvencionaran los chalecos. Sería bueno que le subvencionáramos a este creativo intelectual de las cámaras de Chilevisión, un pasaje a Magallanes para que pase el invierno aquí. Esa es la diferencia entre un empleado y un bufón de la corte.

Pero esta lucha no es una pelea de gallos. Es la punta de lanza del gobierno indolente de Sebastián Piñera. A fines de los ochenta el llamado Puntarenazo insultó desde la catedral en pleno desfile al tirano Pinochet iniciando un paso importantísimo para la oposición de la época, ya que dio cuenta de la vulnerabilidad de la dictadura. No conocíamos desde aquel tiempo, un movimiento ciudadano tan pujante y decidido, y colocamos sobre el tapete el nuevo piquete de avanzada: la lucha por el fortalecimiento de las identidades regionales en un marco nacional amplio y comprensivo.

En esta ciudad que fuera colonia penal en los tiempos de Cambiazo, hoy llueve torrencialmente y hay barricadas en el centro y la periferia que arden incansablemente, traduciendo el metal de resistencia que alimenta nuestro sentir insurgente. Las banderas negras flamean en todos los hogares enlutando los sentidos del viento. Ya hay dos mujeres muertas arrolladas confusamente por un vehículo y una niña en estado grave. El ministro Hinzpeter ha amenazado con efectivos para reprimir las legítimas manifestaciones de descontento ciudadano que rugen por todos los extremos de la región magallánica y las suponemos pisando nuestras calles, perpetrando el mandato patronal de quienes juegan en la bolsa de valores hasta nuestra seguridad social.

Nuestras demandas son tan genuinas como la de los hermanos mapuches o rapa nui o de cualquiera de los castigados por el neoliberalismo en el territorio nacional. Todos, desde nuestras respectivas singularidades, conformamos algo bello y terrible, que clama por una pluralidad. Nuestro derecho a la diferencia lo fundamos en que los países no son construcciones monolítica sino una comunidad heterogénea, multicultural y plural.

Piñera está jugando con el país, administrándolo como una más de sus empresas. A todos los magallánicos, los que estamos aquí y los que están fuera, a todos los chilenos que puedan oìrnos, es el momento de hacernos cargo de nuestro destino, de enfrentar los designios arbitrarios de quienes nos tutelan como seres infantiles y precarios, de reconocernos en el espejo de nuestras verdades más rotundas, de pedir lo que nos pertenece a todos por derecho. De ese diálogo, surgirá el fermento del país que soñamos.


 

 

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