Proyecto Patrimonio - 2007 | index | Oscar Barrientos Bradasic | Autores |
ESGRIMA
Oscar
Barrientos Bradasic
"…a lo menos entended
de una vez que Dios me atribula…ha cerrado
por todas partes la senda por la cual ando; y no hallo por dónde
salir,
pues ha cubierto de tinieblas el camino que llevo… Arruinóme
del todo,
y perezco, y como un árbol arrancado de raíz me
ha privado de toda
mi esperanza…¡Oh, quién me diera que las palabras
que voy a proferir
se conservasen escritas!... Porque yo sé que vive mi redentor,
y él, al fin,
se erguirá sobre la tierra…"
Del Libro de Job,
Cap. XIX.
Creo haber omitido - por un imperdonable descuido- un detalle importante
en torno a Puerto Peregrino. En la temporada de verano las calles
se atestan de turistas con camisas floreadas y cámaras fotográficas
al cuello. Son más de dos meses muy calurosos donde la ciudad
se ve virtualmente invadida.
Pero de cuando en vez, aparecen también personajes de viejas
novelas o seres que exhiben su inmortalidad en la atmósfera
pasiva de sus cafés.
Fue justamente en el café Princesa, local tradicional y punto
de encuentro de una amplia gama de contertulios donde me sorprendí
aquella tarde bebiendo unas cervezas con dos queridos amigos que vacacionaban
en Puerto Peregrino: Georges Méliès y Milan Kundera.
Georges Méliès se veía serio y circunspecto como
en sus mejores grabados, la expresión de sus labios finos tras
la barba de candado le otorgaban cierta fisonomía propia de
un filósofo. Por su parte, Kundera se veía suelto de
cuerpo, gigantesco y con su pelo canoso de emperador romano algo desordenado,
bebiéndose unas inmensas garzas de cerveza que más bien
parecían floreros.
Primero hablamos sobre mujeres infieles y luego, Méliès
reparó en un clarinete que yo llevaba celosamente guardado
en su estuche. Le dije que me lo había regalado un amigo que
conocí hace tiempo atrás.
-¿Qué escribe? - me preguntó Kundera cordialmente.
Me parecía una falta de respeto hablar de mis precarios relatos
delante de un cineasta tan connotado y de un escritor de esa envergadura.
Pero la cerveza pasaba por nuestras gargantas ahuyentando el soporífero
ambiente y me sentí desinhibido.
-Escribo un cuento que se llama "Esgrima"- contesté-
En homenaje a un cineasta que a usted, Méliès, le hubiese
simpatizado mucho.
- ¿Era el dueño del clarinete?- preguntó Georges.
-¿Cómo lo sabe?
-Sus cuentos son bastante esquemáticos.- acotó el francés-
Pero vamos, muestre esas hojas arrugadas que tiene ocultas bajo el
ala y arrójese a los leones.
Les dije que estaba sin terminar y que era más bien un diario
con hechos que me habían ocurrido. Sin embargo, Méliès
insistía que si alguien no le contaba una historia en los próximos
cinco minutos iba a tomar demasiada conciencia del calor y la humedad
ambiente hasta derretirse como un helado en Sudán.
Pero Kundera bromeó diciendo que no me justificase tanto, que
leyera lo que tenía, que no era un tribunal y que antes de
que acabara de leerlo probablemente estaríamos borrachos.
Extendí los papeles en la mesa y leí:
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
"El teléfono sonó con agotadora insistencia
durante por lo menos media hora. Contesté con un vago gruñido
que se podría traducir como aló.
-¿Lo desperté? - preguntó una voz gruesa.
-Sí- le respondí bostezando.
-Habla Tristán Fluvi, el cineasta.
-Pensé que había más de uno en este mundo- contesté
desganado.
-¿Está usted borracho?
- Anoche lo estaba- respondí queriendo poner fin al interrogatorio-
Son las ocho de la mañana y usted todavía no me dice
lo que quiere.
Se instauró un breve, pero rotundo silencio al otro lado de
la bocina. Cuando casi me disponía a cortar, el tipo intervino:
-Tiene razón, no hemos tenido un buen comienzo. Necesito su
colaboración ¿aún escribe cuentos?
- Hace tiempo que no escribo uno- le dije- ¿Puede saber de
qué se trata?
-Prefiero hacerlo personalmente- insistió el hombre- Le invito
a almorzar en "El perro de circo" a la una. Sirven un estofado
delicioso. ¿Conoce el lugar?
-¿Bromea? La última vez que estuve ahí, salí
por la ventana tras encontrarme con el amable puño de un matón
que me confundió con un compañero de curso que en la
infancia lo molestaba por sus dientes de conejo. No guardo recuerdos
muy gratos de "El perro de circo".
-Es verdad- respondió como disculpándose - La clientela
puede ser un tanto inquieta. Pero pensaba invitarle un whisky envejecido
de doce años.
- ¿Dijo a la una?
- Sí, ahí nos vemos.
Colgué el teléfono y mientras me duchaba traté
de buscar en algún recóndito archivo de mi memoria,
el confuso nombre de Tristán Fluvi, sin conseguir hallar nada
que me remitiese a él. Quedando veinte minutos para la cita,
me puse el terno azul que siempre uso en los funerales y encaminé
mis pasos hasta "El perro de circo".
Entré al lugar sin vacilación. Se trata de esos viejos
billares que a mediodía son restaurant y luego de la media
noche, barsucho. Son iguales en todas las ciudades del globo, un salón
de juego espacioso donde anónimos parroquianos hacen sonar
las bolas de marfil con una mezcla de silencio y apatía, siempre
con una atmósfera explosiva. Da la sensación de que
basta tan sólo un chispazo para iniciar la revuelta.
Se puso de pie para extenderme la mano un caballero de sus respetables
sesenta años. Sus ojos eran afiebrados y su barba desgreñada.
Usaba un antiguo abrigo con esa tela amarillenta que llaman pelo de
camello y tenía en la mesa el estuche de un clarinete. La ligera
curvatura de su espalda y la tonsura amenazante le otorgaban cierto
aire monacal.
-Soy Tristán Fluvi, póngase cómodo.
Ordenamos el menú y durante un breve rato hablamos de temas
sin importancia. Daba la impresión que Fluvi trataba de dilatar
las motivaciones reales de este encuentro lo más posible. Cuando
los vasos de whisky reposaron en los extremos de la mesa, entró
de lleno en materia:
-Debo disculparme por mi irregular aparición, no es frecuente
en mi persona. Tengo un problema que sólo usted puede resolver.
Tendrá sus honorarios por ello.
Mientras saboreaba el delicioso whisky no pude ocultar una expresión
de risa ante una retórica tan imperativa. Pero el tal Fluvi
ya me había obligado a salir de la cama, consiguiendo llevarme
hasta el restaurant..
-Imagino que debo parecerle un desquiciado, mi estimado cuentista,
y no descarto del todo que el agotador paso de los años haya
alterado mi sentido del juicio. Pero vamos a lo nuestro. Si usted
revisa las enciclopedias e historias del arte, se enterará
que fui el fundador de la industria cinematográfica en este
lugar…claro, en aquel tiempo el asunto era más precario. Comencé
aportando música inédita con mi clarinete en la época
del cine mudo, hasta que pude dirigir mis propias películas
y montar mi estudio, el más grande y prolífico que alguna
vez conoció Puerto Peregrino.
Se detuvo un instante y se zampó al seco el vaso de whisky
incluido los hielos que masticó con golosa fruición.
-Todo iba bien, el apogeo mi situación económica, las
luces que proyectaba el celuloide, mi transición al cine sonoro,
que me hizo guardar en su estuche, el querido clarinete con el cual
me gané me gané los garbanzos musicando las tiras del
pasado, hasta que apareció un tímido muchacho de ojos
negros y abrigo rojo como la cresta de un gallo. Se presentó
en mi estudio con el nombre de Temístocles Soler. ¿Ha
escuchado hablar de él?
Le respondí que sí, que todos en los periódicos
de la ciudad hablan de ese caballero como el mayor director y productor
de la ciudad. Poseedor de un verdadero imperio económico, construyó
un gigante de piedra en lo alto de la montaña que se aprecia
desde la bahía, desde cuyo dedo apuntando el mar proyectaría
en los próximos días una vieja producción llamada
"Esgrima". Toda la ciudad podría verla en un gran
telón instalado en el muro del Museo de Bellas Artes.
Vi que Tristán Fluvi se entristeció notoriamente al
constatar que tenía referencias de Temístocles Soler
pero ninguna de él.
-Fue mi asistente de cámara en la primera realización
con banda sonora que se filmó en Puerto Peregrino: "Esgrima".
Era un delirio esperpéntico que, sin embargo, ocultaba una
secreta belleza. En él, dos espadachines se disputaban el honor
en un duelo a lo largo de una cornisa ¿Me entiende?
-La verdad es que sigo entendiendo poco, pero siga continúe-
le dije- El whisky está bueno.
Sonrió con aprobación y pidió al cantinero dos
dobles.
-Aquella maldita noche, luego de afinar los detalles de la post-producción,
nos quedamos con Temístocles sentados en el parque bebiendo
una botella de vino. Le dije que era como un hijo para mí (en
realidad lo sentía) y le ofrecí que se asociara conmigo
en la productora. Aceptó encantado. Como iba yo a saber que
esa misma madrugada entraría oculto cual ladrón para
robar "Esgrima" y patentarla a su nombre.
El relato de Fluvi se quebró así también como
su voz.
-¿ Qué quiere que le diga, cuentista? Luego de eso,
fracaso, tristeza, todo lo irremediable. Desde la última butaca
del cine tuve que asistir al avant premier de "Esgrima",
escuché las ovaciones y distinguí en la multitud a Temístocles,
alzando sus brazos triunfante. Después de ello, seguí
durante años sus triunfos, su ego monumental y ese coloso de
piedra que erigió en una montaña para exhibir mi película.
Mi único amigo fue el instrumento que volvió a darme
el pan cuando recibía algunas monedas en las plazas o en los
bares.
Fluvi acarició el estuche de su instrumento como si fuese una
mascota sobreviviente de una época de gloria.
-Agradezco esta ocasión de almorzar con usted y sus recuerdos
- le dije interrumpiendo su melancolía- pero aún no
entiendo en qué puedo ayudarle.
-Usted debe escribir la verdadera historia de "Esgrima"-
contestó con la mirada fija.
-¿Cómo así? ¿Escribir un cuento?.
- Un cuento, una novela, un reportaje, da igual. Ya conseguí
un editor. Le contaré todos los detalles de ese gran telón
inflado de hipocresía que es Temístocles Soler. Tengo
pruebas para incriminarlo por robo intelectual. ¿Qué
dice?
Traté de ordenar toda esa confusa y arrebatada madeja de acontecimientos
y por cierto, la insólita solicitud de ser su biógrafo.
Creo que me sentía algo contrariado.
-Creo que debo revocar su oferta- respondí- Mis cuentos están
habitados por seres ficticios, no para revelar verdades de ningún
estilo.
Fluvi mostró un gesto de desagrado y decepción.
-Vamos, no sea majadero- dijo- Usted, mejor que yo, sabe que en esta
ciudad las nociones de realidad y ficción cambian como el clima.
Además le pagaré con algo que tiene un valor incalculable:
Mi clarinete.
El héroe de esta historia alzaba orgulloso el estuche de su
instrumento. Al parecer, fue el último argumento y el hecho
de que pidiera otra botella de whisky, lo que terminó por convencerme.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
-Su historia me apena un poco- dijo Méliès y sonó
sincero- Imagino que Fluvi agotaba los últimos cartuchos, luego
de una vida anónima, oscura, sin reconocimiento. Sé
lo que es eso, usted bien sabe que fui estafado por Edison y terminé
vendiendo en el mercado de las pulgas de París, algunos trozos
de mi película… ¿Así que aceptó la propuesta
de Fluvi?
La pregunta de Georges Méliès fue demasiado frontal
y yo traté de ensayar una respuesta que diese real cuenta de
lo que efectivamente ocurrió:
-No sé muy bien qué me hizo aceptar una empresa tan
inusual y accidentada. Durante tres semanas trabajé entrevistándolo,
tomando notas de sus amarillentos recortes de diario, reseñando
críticas de la época y los afiches de la película.
También consumíamos whisky con mucho entusiasmo en "El
perro de circo". Creo que para alguien como Fluvi, mi presencia
terminó convirtiéndose en amistad.
-Eso me interesa, eso me interesa- interrumpió Kundera con
su rasposo acento gutural de eslavo sonriente- ¿Llegó
a trabar amistad con Fluvi?
-Si es que amistad significa ser uno mismo en las penurias del otro,
sí- comenté enfático.
Mi último alcance gravitó en el ambiente como ese polvillo
espeso que reviste a los escombros inmediatamente después del
cataclismo.
-Debo decirle que Fluvi me simpatiza y también su historia-
repuso Milan Kundera- Concuerdo con Georges en su carácter
epigonal, en lo de los "ultimos cartuchos", pero sinceramente
no sé para dónde diablos va con su relato.
-Creo que Milan tiene razón- apuntó Méliès
mientras encendía su pipa.
-Escribí la biografía de Fluvi y luego se editó
aquí, en Puerto Peregrino- concluí resignado- Fluvi
rejuveneció varios años cuando no pocos lectores se
enteraron de que era el padre del cine en esta isla y que Soler era
un charlatán que había plagiado "Esgrima".
Les diré como sigue esta historia.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Eran cerca de las once de la mañana y yo hojeaba distraídamente
un álbum de fotos. Los golpes en la puerta me sacaron de la
modorra que ya a esas alturas se apoderaba de mí.
Cuando abrí, me encontré a boca de jarro con Temístocles
Soler. Se trataba de un sujeto de corta estatura, regordete, con unos
bigotes rojizos rigurosamente cortados más arriba del borde
del labio. Sus ojos eran almendrados e insolentes y calzaba un terno
a rayas que le concedía ese halo de elegante vulgaridad que
ostentan los hampones.
Lo invité a sentarse. Se acomodó en el arrellanado sillón
de lectura, observándome con un silencioso desprecio.
-Creo que no nos han presentado- le dije sabiendo perfectamente a
quien tenía delante de mío.
-Un arlequín ebrio bailando en la punta de la lengua de una
vaca- contestó pronunciando cada uno de los vocablos.
-¿Cómo dijo?- pregunté intrigado.
Prendió un cigarrillo mentolado y extrajo de su vestón
el pequeño libelo con la vida y obra de Tristán Fluvi
que yo había escrito. Luego, lo arrojó sobre mi mesa
como si le quemara los dedos.
-Es usted un tipo vulgar, sin clase, sin educación, sin amigos-
continuó- Se la pasa en los bares compartiendo con ebrios o
en las plazas arrojando migas a las palomas. Su vida es gris. Nadie
le llevará flores a su sepultura, nadie lo extrañará
cuando muera.
- Puede que me extrañen los borrachos o quizás... las
palomas- le respondí distraídamente.
Soler miró el departamento con una mezcla de asco e irrisión.
-Usted nunca tendrá distinción. Cualquier pelafustán
lo invita a comer, a bajarse unas copas, le canta el disco que se
aprendió luego de su estadía en este mundo y le declara
su amistad. Usted no vale nada, se vende por unos billetes devaluados,
es patético. Un arlequín ebrio bailando en la punta
de la lengua de una vaca.
Soler su puso de pie y observó el mar durante unos minutos.
Después siguió:
-La vista es lo mejor que tiene este lugar. El decorado es horrendo,
parece el cuartucho de un refugiado de guerra. Le compro este departamento
¿qué más puede costar?
-No está en venta- le dije mientras me acercaba al tocador-
¿Quiere un café?
-Dos cucharadas de café, nada de azúcar y tres gotas
de leche descremada.
-Sólo tengo café y azúcar.
-Lo imaginé- comentó mientras apagaba el cigarrillo
en el cenicero dejando una atmósfera de menta y nicotina a
la vez.
De nuevo no sentamos con una taza de café humeante en cada
extremo. Parecíamos dos seres salidos de una comedia de equivocaciones,
sin el menor asomo de congeniar en nada.
-Puedo contratar a un escritor de verdad- rompió el silencio-
¿Cuánto le pagó Fluvi por ese panfleto para adolescentes?
-Su clarinete- le contesté.
Estalló en una carcajada muy sobreactuada que parecía
no terminar.
-Esto es lo último- dijo entre risas- Cuánta razón
tenía yo, usted es un don nadie.
-¿Por qué no se va de mi casa? - le pregunté
haciendo un ademán de despido- ¿Qué quiere?
-Sólo quería conocerlo y no me equivoqué en mis
proyecciones- dijo poniéndose de pie en dirección a
la salida- Lo veré en el reestreno de "Esgrima".
Abrió la puerta de calle, mirándome largamente con un
rictus de profundo desdén.
-Ah, y demuela ese ridículo gigante en la montaña, afea
la ciudad, es una mierda posmodernista o como se llame- le repliqué
ya hastiado.
- Adiós, escritorzuelo decadente, arlequín ebrio bai...
- ¿Por qué siempre dice lo mismo?
- No sé- dijo observando el cielo raso como buscando una respuesta-
Me gusta como suena.
Salió tras dar un portazo, dejando en el ambiente un vago sinsabor.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
A esas alturas mi cerveza estaba algo tibia y el relato fue interrumpido
por la torpe entrada de unos turistas que se fotografiaban con los
camareros como si estos fueran peculiares especies de zoológico.
-Bueno, bueno- repuso Méliès- ¿El relato termina
aquí? ¿Quién se cree? ¿Scherezada?
Noté que Kundera esbozaba una pequeña sonrisa ante el
comentario del cineasta francés.
-Vamos por parte- dijo Kundera- Y sabemos que Tristán Fluvi
está perdido en su propio ocaso y que Temístocles (vaya
nombre) es un arribista de tiempo completo. Una lógica muy
maniquea para un cuento. El conflicto en torno a la autoría
me intriga. Cuando era profesor de cine en Brno, conocí a varios
aspirantes a cineastas que hablaban sobre la posteridad, un tema luminoso
que se vuelve ridículo cuando caemos en la evidencia que nunca
la disfrutaremos.
Georges Méliès se tornó grave, como si estuviese
ligeramente ofuscado porque yo no terminé el relato.
-Veo, mi querido Kundera, que usted habla como los personajes de sus
libros- planteó- Está bien, hablemos de cine. Después
de todo hice Le voyage dans la Lune y alguna posteridad puedo
albergar para referirme a este asunto.
-¿Qué quiere decir?- pregunté.
-El cine son imágenes proyectadas en una pantalla, es un lenguaje
que en su soporte se ordena sobre el tópico de la posteridad-
dijo Méliès acomodándose la corbata- Por lo tanto
Fluvi y Temístocles son dos rostros de un mismo argumento.
Los cuentos, como ambos bien sabrán, sólo se proponen
la idea narrar una historia, y su cuento es más bien una retahíla
de diálogos.
-Sí, es un cuento algo incompleto- respondí algo melancólico-
No es de extrañar, todo lo que se habla en Puerto Peregrino
bien podría considerarse un cuento sin terminar.
-Debe haberte dado cierto pudor recibir el clarinete como pago por
tus servicios escriturales- reparó Méliès preocupado
de mantener viva su pipa- Después de todo, era todo lo que
tenía.
- ¿Por qué titulaste ese relato como "Esgrima"
y no, por ejemplo, "La Trascendencia"?- interrogó
Kundera con cierta sorna.
-Parece más bien el título de una de sus novelas. "La
inmortalidad", "La insoportable levedad del ser" "La
lentitud". Lo de Fluvi no da para tanto, ni siquiera es un cuento
terminado- le dije.
-Insisto ¿por qué el cuento se titula igual que la película?-
planteó Kundera.
- Ah, es por el final, ahí les va.
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
El día del estreno del film, se agolparon multitudes en
los alrededores de la bahía. Era una noche cálida. Luego
de un agobiante día de sol.
El gigantesco telón instalado en la plaza tenía soportes
propios de un teatro de la ópera, con pisos alveolados, panoplias
y tapicerías francesas del siglo XIII. Daba La impresión
de conjugar el arabesco y la chabacanería en una simbiosis
difícil de asimilar. Un mobiliario de utilería que tomaba
oscilantes y distorsionadas formas bajo el cortinaje de terciopelo,
iluminado por antorchas, a la manera de un baptisterio egipcio.
Un gran gigante de piedra presidía con su dedo apuntando la
gran página en blanco del celuloide.
Ahí note que la excentricidad de Temístocles Soler no
tenía fronteras. Apareció caminando desde el brazo del
gigante anunciando a la muchedumbre el reestreno de "Esgrima"
como si fuese el dictador de un remoto país arábigo.
El dedo del coloso se encendió desde lo alto de la montaña
y comenzaron a aparecer las imágenes.
Debo decir que la belleza de la película radicada en su serenidad
y ritmo. Una historia donde aparecían gatos persas, atlantes,
pianos de cola, columnas dóricas sosteniendo un teatro de sombras,
estatuas de un museo de cera que se derretían en medio de una
playa, hasta que aparecían los dos espadachines tratando de
resolver con sus floretes este pacto firmado con la belleza.
No podría ser otro que Fluvi el creador de esa ópera
al non sense y así lo confirmaba la cadenciosa música
del clarinete que sonaba como fondo.
De pronto los espectadores se concentraron en dos hombres que vociferaban
desde el brazo del gigante. Sus voces eran incomprensibles y se perdían
en los ecos de esa especie de caverna que eran los muslos de la estatua
Una figura torpe y jadeante se arrastró por la lustrada manga
de piedra. Soler retrocedía ante Fluvi que lo apuntaba con
un sable, mientras en la gran pantalla los dos rivales proseguían
su duelo ágil y acrobático.
A manera de un mosquetero de Dumas, Tristán entregó
a su contendor otra espada y se inició otro duelo, el verdadero.
En ese momento nadie sabía si los espadachines del telón
eran los mismos y en alguna medida recreaban sus propias leyendas,
con esas estocadas que se perdían en la penumbra.
Avanzaron por el extenso brazo del gigante hasta llegar a su dedo.
Temístocles apenas conteniendo su barriga trastabilló
en el borde del índice de piedra y miró al vacío
con verdadero asombro.
Ahora se sentía un equilibrista mareado, un rey burgués,
un arlequín ebrio bailando en la punta de la lengua de una
vaca.
Temístocles se aferró al dedo de piedra unos instantes
y cayó sobre lo ancho de la planicie como un bulto de correos.
En cambio, Fluvi apuñaló al aire con unas estocadas
de soldado borracho, se fue introduciendo en la abertura del dedo
proyector. La película se interrumpió y un destello
brilló en el índice del coloso, mientras caía
su cuerpo incandescente como una gota de luz en medio de la noche.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Acaricié el estuche del instrumento y les dije a mis contertulios:
-Y he aquí el clarinete de Fluvi.
Méliès me miró renovadamente ofuscado.
-No me convenció ese final- dijo.
-A mí tampoco- respondí luego de beber al seco lo que
quedaba de cerveza.
-Al menos sabemos que toda utopía por definición engaña-
sentenció Kundera.
- Eso lo dice usted, Milan- replicó Méliès- Mis
sueños fueron llevados a la pantalla con una dosis de ilusionismo
que sólo la felonía pudo eclipsar.
-También los de Fluvi, y los de Temístocles- respondió
Kundera palmeando la espalda a Georges- ya sea la página en
blanco o el telón donde se proyecta la película, no
hay peor tortura que añorar en la desgracia los tiempos felices.
Y es bueno que así sea.
Méliès movió la cabeza levemente contrariado.
Pero yo le encontré la razón a Milan Kundera.
Desde la vitrina del café nos dimos cuenta que había
oscurecido.