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Alejandro Zambra | Autores |


La poesía en Punta Arenas

Por Alejandro Zambra

Los escritores magallánicos no quieren huir de ese paisaje inescrutable que es el viento, la historia y el mar.

Quería ir al cementerio de Punta Arenas y recordar el poema que Enrique Lihn escribió después de recorrer, con la tranquila ansiedad del turista, ese territorio cargado de signos desconcertantes. El poema habla de "una paz que lucha por trizarse" y esa es la impresión que queda después de mirar los cipreses ("la doble fila de obsequiosos cipreses", dice Lihn), los inspirados mausoleos, las lápidas en lengua extranjera, las flores milagrosamente frescas. Miro hacia el mar mientras el poeta Galo Ghigliotto juega con unos bloques de hielo y nuestro guía, el narrador Óscar Barrientos, aprovecha de visitar la tumba de su abuelo.

De un modo u otro todos los escritores magallánicos hablan sobre su región. El viento es un país que se fue, la novela que Barrientos acaba de publicar en Ediciones Das Kapital, está ambientada, como casi toda la obra narrativa del autor, en Puerto Peregrino, pero ese lugar ficticio suena verosímil en este pedazo de mundo que parece bautizado por novelistas obsesivos y melancólicos. Me gustan mucho los libros de Barrientos, pero ahora que conozco Punta Arenas me gustan más, porque empiezo a entender que su literatura es menos libresca de lo que creía. Lo que sucede en Puerto Peregrino podría suceder en Punta Arenas, y no me animo a descartar los episodios sobrenaturales.

¿Cómo huir del viento, de la historia, del mito, del mar? Los escritores magallánicos no quieren huir de ese paisaje inescrutable; Barrientos recurre a la literatura fantástica no para fugarse sino para quedarse, para entender una realidad que no cabe en las postales. Intento comentárselo, pero Barrientos es muy famoso en la ciudad y mientras caminamos saluda a un promedio de 0,9 personas por minuto. Luego intenta convencerme de que desayunemos lo que todo el mundo desayuna en Punta Arenas: cinco choripanes y un vaso de leche con plátano. Me niego radicalmente y él se hace el ofendido.

Enfilamos, por la noche, a una lectura en la Junta de Vecinos Pablo Neruda que, por ironías de la vida, queda en la calle Pablo de Rokha. Desde hace tiempo el Consejo de la Cultura realiza un taller con la gente del lugar y nuestra lectura es lo de menos: lo importante es el diálogo al final con esos hombres y mujeres que escriben para conocerse, para aprender a vivir tras la muerte de una madre o de un hijo.

Pienso que la vanidad que abunda en los encuentros literarios debería dar paso, de vez en cuando, a estos momentos imprevistos y auténticos. Lo hablamos con el poeta Christian Formoso, que ha ido con su hijo Dante a escuchar la lectura. El año pasado Formoso publicó El cementerio más hermoso de Chile, un largo poema que indaga en ese lugar común de la zona, pues los puntarenenses se sienten orgullosos de su cementerio, del mismo modo que Chile celebra la supuesta belleza de la bandera o del himno nacional. Es un libro bello y terrible, que por momentos recuerda a Neruda, a de Rokha, a Zurita, al Spoon River de Edgar Lee Masters, a Los naufragios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. 

Pero Formoso, en realidad, no se parece a nadie: el poeta busca en la memoria regional, junta y pega las voces de una comunidad quebrada por los discursos oficiales. El resultado es un libro inagotable.

De vuelta en Santiago, pienso en el valor de permanecer en la ciudad propia y buscarle un lugar en el mundo. Pienso en esa paz que decía Lihn, esa paz que lucha por trizarse. Y así, de a poco, empieza la crónica.

 

 

 

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