Proyecto Patrimonio - 2006 | index | Óscar
Barrientos B. | Autores |
LA
COFRADÍA DE LA TIERRA PLANA
Óscar Barrientos Bradasic
"Trashumantes personajes
de las puertas, desgreñados y pálidos, con sus
cabellos humosos, con su enorme saco de tristezas a la espalda,
irrumpen
en la vida llenos de pesar, descoloridos y friolentos como sus sueños
echados a perder todos los días".
ROLANDO CÁRDENAS.
I
La idea de la redondez de la tierra suele ser una noción
tan repetitiva y persistente que el peso de su evidencia lentamente
comenzó a vaciarse de significado, al menos para nosotros,
los habituales del Café Caissa.
La esfera suspendida en la sinfonía planetaria, girando tras
los cuerpos luminosos carece de atractivo cuando vislumbramos el plano
de Euclides, como una enorme alfombra que se prolonga en una bóveda
tan larga como el universo mismo.
Y es un precioso hallazgo saber que los afiebrados cosmógrafos
que imaginaban la tierra como frontera de un abismo donde habitaban
los monstruos de la antigüedad coincidicen
en su imaginario con las gentes del vulgo, que caminaban por una tierra
plana tras sus empresas triviales… todo esto, antes de Ptolomeo, la
búsqueda del paraíso perdido y la vuelta experimental.
Se transita mejor por este mundo, sabiéndonos peregrinos de
una carretera inconmesurable, tras las huellas y el anagrama silencioso,
donde un paso llevará al siguiente, y ése a otro…
II
La Cofradía de la Tierra Plana era un grupo que se reunía
los jueves en el Café Caissa, uno de los viejos locales de
Puerto Peregrino. Allí se realizaban, aquel día, actividades
propias de un club de ajedrez, por ello un inmenso mural en la pared,
de bocetos algo rústicos, bosquejaba en todo su esplendor a
la musa protectora.
Se trataba de un grupo alegórico, o dicho de otra manera, una
masonería del silencio que se dedicaba a echar por la borda,
las teorías físicas más elementales y comprobar
que los poderes hegemónicos - auspiciados por mentes siniestras
- nos habían sometido a un embuste de naturaleza catastrófica.
Los integrantes de la Cofradía eran muy variados. Habían
tipos impersonales y taciturnos, pero también ancianos jubilados,
bebedores melancólicos, prostitutas retiradas, gordos tristes,
lisiados, enfermos terminales, adolescentes confundidos, actores fracasados
y una amplia fauna de seres con pocas razones para circular por un
globo demasiado redondo como para tropezar de nuevo con sus propias
y respectivas caricaturas.
Durante aquellos jueves, los integrantes de la Cofradía, explicaban
en disertaciones (que no mezquinaban el elogio) todas aquellas razones
por las cuales la tierra era plana y no redonda.
Plutarco no estaba invitado a esas reuniones, nada de vidas paralelas
ni eternos retornos. Para ellos, el mundo era más bien como
un tablero de ajedrez.
Para los cofrades, segmentos nada despreciables de la historia política
y económica de la humanidad se fundamentaban en escandalosos
sofismas. Allí escuché que el Mapamundi de Mercator
era resultado de una matemática dudosamente exacta en desmedro
del método empírico, y también oí pacientemente
las acusaciones de budo libelo desmesurado, imputadas a las
crónicas de Marco Polo.
Alguna vez vi a alguien referirse a Mallarmé como un ideólogo
de la teoría planetaria y observé atentamente, a un
profesor de aritmética enseñar una nueva lógica
parecida al azar, basada en silogismos a lo cuales se les agregaba
una cuarta sentencia a manera de moraleja poética.
Pero no sólo eso, la circularidad era el rostro visible del
absurdo triunfalismo al calor del café aldeano y la mezquindad.
Todos los miembros de la Cofradía coincidían en que
la esfera vuelve sobre sí misma, reitera sus antípodas
esperando una nueva vuelta de rueda para replantear un equívoco,
el retorno sobre los propios pasos.
La aceptación de la tierra plana significa acatar que el fracaso
es la marca de origen de la condición humana, y saber de antemano
que la noche está incorporada a nuestros días, que caminamos
por el horizonte infinito con el espíritu despejado de una
redondez befa.
La rutina de todas las sesiones era un ceremonial emparentado con
una solemnidad declamatoria. Los integrantes de la Cofradía
de la Tierra Plana cerraban las puertas del café y entonaban
una especie de salmo orgulloso de los equívocos:
"¡Hermanos de los tres puntos cardinales!
Blandid vuestros cetros señoriales,
anuncien al mundo el nuevo mensaje
la mentira se funde en el dibujo de la luna.
Marchad por la tierra plana tras la noche,
el hechicero y el artista encontrarán la paz,
el alfil y el peón en diagonal caída,
la eternidad es un cangrejo de cristal.
¡Hermanos de los tres puntos cardinales!
Blandid vuestras espadas medievales,
tras la tierra plana y prometida,
tras el sol oculto en las estrellas"
Luego de este himno ceremonial, se daba tribuna a uno
de los expositores y terminada la conferencia se entregaban a los
arbitrios del ajedrez.
Yo frecuenté el Café Caissa con insistencia y llegué
a ser un miembro pasivo en la Cofradía de la Tierra Plana.
Jugué ajedrez en sus mesas y si bien, todavía no me
convenzo de que la tierra es plana, hoy tengo la certeza de que tampoco
es redonda.
El fundador de esta sociedad de pensadores que llegó a ostentar
un número nada despreciable de socios, se llamaba Eugenio Martel.
III
No puedo decir que fui amigo de Eugenio Martel, por lo tanto no
argumentaré que me duele recordarlo. Su difuso legado, eso
sí, adquiere un inusitado calibre para mí en una época
vacua y cargada de gravedad, y a medida que el tiempo transcurre,
va aportando nuevos elementos de comprensión de la realidad.
Haber compartido algunas palabras con él, fue como conocer
un río torrentoso y desaforado, totalmente fuera de su cauce.
De su vida privada no sé casi nada, de sus ideas sobre la realidad,
perfectamente podría escribirse un tratado, especialmente por
su gigantesca capacidad de coleccionar teorías epistemológicas
para demostrar que la tierra era plana. Nada inusual en alguien que
creía en el engaño de los sentidos y que el único
mundo existente era el de los sueños y las teorías.
Martel era un tipo pálido, de mirada triste y mentón
cuadrado. Erguido como una regla me recordaba un galgo, aunque su
eterno vestón beige con su corbata roma y el barnizado bastón
de málaca, le daban un aire de galán del cine mexicano
de los años cuarenta. Pero ante todo era un nihilista romántico
con toda la elocuencia de un centauro herido por la saeta de inquisidores
de ceño altivo.
Había en sus gestos algún ademán de estadista,
un aire de dirigente sindical que arenga a los ejércitos de
naipes en el país de las maravillas. Eran proclamas enérgicas,
palabras intensas que se esfumaban con la puesta del sol, ya que Martel
rendía un verdadero culto al espejismo.
Y era curioso, que siendo un hombre de tierra, en su mirada se dibujaban
las rutas perdidas del mar, llevándose a la rastra aquellos
sueños incumplidos hacia un océano salado e insondable,
casi glorioso.
-En nombre de la Tierra Plana y los tres puntos cardinales se abre
la sesión- decía al inicio de la tertulia.
Su pensamiento lo conocí más bien por sus conferencias
en el café Caissa y a través de diversas acotaciones
a las ponencias leídas por los integrantes de la Cofradía.
Según Martel acariciaba hace muchos años la idea de
la tierra plana, pero se convenció cuando vio desde un balcón,
junto a unos amigos, una plataforma que se insinuaba en el mar como
un espejismo que aparecía y desaparecía mientras en
el horizonte se insinuaban unas leves manchas blancas.
Sus amigos argumentaron que el fondo del horizonte era un barco de
gran velamen, que dada la redondez de la tierra perdía sus
anchas velas y la plataforma el reflejo del casco metálico,
apoyado por el intenso sol de la tarde. Eso explicaba el misterio.
-Es más hermoso creer que un submarino oriundo de las profundidades
marinas sigiloso nos observa- decía enfático- y es desolador
saber que el barco dará vueltas por un mundo para mostrarnos
de nuevo su velamen. El mundo que nos importa está en la cabeza,
no en el engaño de los sentidos.
Para Martel, desvaído pensador y jefe de tribu que admiraba
lo mismo a Anaxágoras que a Nietzsche, a Platón que
Cornelius Agripa, su pensamiento era una puñalada al afán
racionalista y una forma de definir el fracaso como un imperio de
la casualidad. Por ello, definía despectivamente al método
científico como "el devarío laborioso",
el componente principal de los venenos de Bizancio.
Elaboró mapas con entusiasmo de geógrafo avezado para
explicar cómo la tierra es un plano que navega en el espacio.
No era un plano perfecto sino más bien un trozo de espejo que
se abría espacio en medio de los planetas, un cristal refractario
caído de lejanos soles incandescentes. De esta manera, Martel
se definía como un geómetra y un soñador de quimeras
dispuestas al juicio de una verdad asimétrica y descompuesta.
Su erudición era un manantial desbordante, tanto como sus múltiples
soluciones en el ajedrez, espacio alegórico donde buscaba las
jugadas más hermosas y no las más efectivas. De hecho
a menudo recordaba la célebre cita de Alekhine: "Sólo
es valiosa aquella memoria que sepa olvidar y sea capaz de no recordar
aquello que duele".
Creo que Martel hizo de la metáfora una suerte de hermeneútica,
un mecanismo legítimo para acceder a los indicios que otorga
la realidad. En su planteamiento todo era un tablero de ajedrez, donde
cualquier estrategia cobraba sentido y se activaban los espíritus
de una confrontación sincera, como los duelos caballerescos.
Eugenio Martel se sentía un derrotado experto y un adicto al
vicio luminoso de la paradoja.
De repente me asombraba que un espíritu tan ingenioso no prestase
servicios a la verdad histórica. Eso era absurdo en él,
que veía los átomos y moléculas como fábulas
elaboradas por los siniestros espíritus de todas las burocracias
de un globo que en realidad era un plano. Una vez le pregunté,
no sin cierta cautela, cómo, con su imaginación y dinamismo,
no pertenecía al mundo del éxito.
-Qué relevancia tiene que nos definan como un conjunto de células,
que vivamos en un planeta redondo y que la vida sea una rueda. Eso
no resuelve la angustia de vivir- contestó sorbiendo su café
cortado - El hombre desciende de un viejo fracaso. Triunfa cuando
lo reconoce y camina junto a él, como un espectro amigo.
Su respuesta no pudo ser más curiosa, muy a propósito
de las páginas que se han colmado con episodios históricos
en torno a la victoria y tan pocos sobre la derrota, la esencia del
peregrinar humano por el mundo, ya que sólo desde el fracaso
se puede escribir la historia de la lucidez.
Yo concurrí a las sesiones de la Cofradía de la Tierra
Plana, al principio por un interés morboso, aunque con el paso
del tiempo entre enroques y gambitos una parte de mí comenzó
a cerciorarse de nuevos indicios para comprender la realidad: Es más
hermosa la tierra como un navío que como un bólido,
es más bella la derrota como amante en lugar de rival.
En una oportunidad jugué ajedrez con Eugenio Martel, una simultánea
donde me derrotó con precisión y espíritu crítico.
Esa fue la única vez que intercambiamos palabras largamente
sobre una idea, que con el tiempo, sería significativa para
el Café Caissa.
Ahí me dijo que él se sentía una reencarnación
de Savielly Grieg Tartakower, el célebre ajedrezista que comandó
tropas de asalto austríaco y del que se cuentan leyendas sobre
su pacto con demonios. Recordó la famosa partida entre Tartakower
y Crowley en el café du Gran Palais de París, en el
frío invierno de 1930.
A pesar del supuesto triunfo de Crowley que algunos atribuyen a una
estratagema tramposa, la maniobra de seis jugadas para rematar le
parecía la más hermosa de todos los tiempos a Martel.
-Si hubiese ganado aquella noche Tartakower, todos habrían
aceptado que vivimos en un error- planteó Martel- pero a él,
le interesaba más la leyenda que el triunfo.
De porqué este hombre, durante esos jueves de ajedrez, se preocupó
de convencernos que los verdaderos fracasados eran los economistas
de la gran banca privada, los actores de televisión y los perfectos
consumidores es un tema que nunca podré explicar con claridad,
para Martel todos ellos morirían con el asombro dibujado en
el rostro al reconocer el embuste.
El hecho es que durante mucho tiempo fue el ángel custodio
de una utopía ilusoria y solemne, y dibujó sobre ese
puñado de seres un mundo tan ancho y plano como nuestros sueños.
IV
Y puedo asegurarles que la tierra no siguió girando,
al menos durante los jueves, en las tertulias del Café Caissa.
De esas jornadas, sólo coloquios entre hermanos alicaídos
pero orgullosos de una travesía dramática por el paso
sin sentido de los días, lánguidas tardes de ajedrez,
entre el café cargado y la mesa coja. Quienes asistíamos
los jueves, trocamos el tedio circular por un plano de aristas originales,
transformando nuestra derrota en victoria, una moneda que circula
en pocas manos, la de una verdad elocuente y certera.
También diré que la Cofradía de la Tierra Plana
comenzó a crecer, expandiendo su fama incluso fuera de nuestras
fronteras.
No obstante, ninguna de estas divagaciones serían posibles
sin los claroscuros - a la manera del tablero - si los presagios que
llevaba el viento de las veletas no anunciaran el encuentro con la
cruz gamada.
V
Por esos días, Puerto Peregrino recibió la visita del
General Morbius, implacable gobernante de la República de Bielovia
y que gobernaba el pequeño país vecino con mano de hierro.
Eran frecuentes sus historias de monarca cruel, aparte de oprimir
a sus ciudadanos con alevosos y brutales servicios de inteligencia,
había vendido a grandes imperios económicos tres cuartas
partes del país y derribado el casco histórico de la
ciudad, para construir en su lugar verdaderas catedrales financieras,
centros de lujo y paseos peatonales donde circulaban anónimos
seres, supuestamente felices.
Célebre era su proceder tiránico en aras del progreso
como su personalidad carismática. Recorrió la ciudad
acompañado de su guardias armados y de una nutrida comitiva;
resaltaba su altura y su larga capa de terciopelo azul casi llegándole
a los tobillos.
Para muchos habitantes de Puerto Peregrino, Morbius no era más
que un tiranuelo farsante, para otros se trataba del portador de una
nueva verdad de la economía y un militar honorable.
Yo paseaba por la Puerta del Viento, aquella tarde, cuando en medio
de la plaza se dirigió a los ciudadanos de Puerto Peregrino:
Ilustres y egregios ciudadanos peregrinos:
Es para mí un alto honor visitar esta pequeña y
pintoresca ciudad, con la cual la hermana república de Bielovia
pretende estrechar los más altos lazos de fraternidad.
¿Qué puedo afirmar ante esta gloriosa audiencia?
Nuestro país ha protagonizado la cruzada heroica por alcanzar
una verdad que nos conmueve. ¿Se preguntarán a ustedes
como es que Bielovia puede jactarse hoy en día de una economía
floreciente? ¿Cuál es la clave de nuestro éxito?
Nosotros creemos firmemente que la propiedad privada es un concepto
sagrado, la expresión auténtica y el espíritu
de la verdadera libertad. Bajo esta luz tutelar, hemos agregado
a nuestro solemne escudo nacional el temple de algunas certezas
que muchos en el mundo se niegan a aceptar y que paso a contarles
en breves y elocuentes palabras.
Durante siglos se ha enfrentado al empresario con su empleado.
No existe una diferencia rotunda entre los grandes empresarios nacionales
y extranjeros en relación a la clase trabajadora, se trata
de una relación de mutua cooperación entre dos sectores
de un mismo capital. A ese viejo y anacrónico mito de explotadores
y explotados yo lo reemplazaría por una dicotomía
más feliz, se trata de empresarios y empresarios de sueldo
menor, pero que contribuyen, sin duda alguna, a la palanca del progreso
y a los destinos más altos de la patria.
Esos mismos hombres de bajo salario, pero de confianza y honradez
pueden algún día (si así lo desean) convertirse
prósperos propietarios de pequeñas empresas. Hoy por
hoy, se sabe que hijos de modestos y humildes hogares han llegado
a ser grandes de la industria, deportistas e incluso cardenales,
mejor llamados Príncipes de la Iglesia.
Otra mentira alevosa que inunda nuestra región como un cáncer
contagioso es que la privatización de las grandes empresas
del Estado es entregar la nación a piratas extranjeros. ¡Qué
mentira más barata y alevosa!
Nuestras Fuerzas Armadas han emprendido la titánica tarea
de reconstruir el país creando un individuo competitivo,
capaz de vivir en un mundo globalizado, donde la generosa mano de
los países vecinos pueda invertir, traer las grandes trasnacionales
a nuestro territorio y así, el gran empresario trabajará
con inmejorables garantías y el humilde trabajador o mejor
dicho socio menor de esta gran empresa llamada país, ejecutar
su tarea en armonía.
Se dice también, que nuestras Fuerza Armadas reprimen. ¡No!,
sólo cuidan a nuestros ciudadanos de ideas insanas, que no
se aparten jamás de la senda de la virtud y la cordura.
Para ello, nuestro gabinete ha pensado en que lo principal es la
educación. No podemos dejar la educación en manos
de aventureros que prodiguen el odio de clases, sino tomar la experiencia
de otros países que han visto en la escuela y la universidad
una prolongación de emprendedor espíritu capitalista
del que ya nos hablaba Weber.
Por ello nuestro país se ha contactado con las grandes escuelas
de economía radicadas en Chicago para crear un proceso enseñanza-
aprendizaje que aliente el progreso tecnológico y la tecnificación
de la mano de obra.
Por este motivo, también prescindiremos de las principales
carreras del llamado humanismo subjetivo -eufemismo de subversión-
porque en ella hemos descubierto a seres esquivos y peligrosos,
potenciales enemigos del progreso.
Imagínense, algunos de ellos llegan a afirmar que la tierra
es plana.
(Carcajada del General, posterior y tardía carcajada del
pueblo)
¿Ese es el mundo que queremos? La palabra globalización
tiene su etimología en globo. Por ello, negar estas verdades
patentes es tan absurdo como negar la gravedad o que la tierra es
una redonda y perfecta esfera. Hasta Dios bostezaría escuchando
esas calamidades retóricas.
Les digo esto como lo que soy. No soy un político, sino un
hombre de armas que cree en un mejor porvenir para Bielovia.
Me despido con unas palabras de nuestro poeta nacional que dice
: "Oh, Bielovia hermosa y pujante, tú eres tierra
de progreso y desarrollo".
Espero, visitarlos pronto mis queridos amigos de Puerto Peregrino"
(Aplausos cerrados para el mandatario)
Mientras la ovación continuaba y unas señoras gordas
y elegantes se acercaban al General Morbius con lágrimas en
los ojos, yo me escurrí entre la multitud para concurrir al
cafe. Era jueves y ya se me hacía tarde.
Se supo que Morbius, luego de su pomposo discurso, concurrió
a saludar a algunas instituciones de beneficencia y se reunió
en el hotel principal con diversos organismos empresariales.
No obstante, manifestó a las autoridades alcaldicias y edilicias
de Puerto Peregrino, su interés por conocer el Café
Caissa y a los integrantes de la Cofradía de la Tierra Plana.
Señaló- con ligera mofa- que le parecía inquietante
una institución de ese estilo en una ciudad costera donde era
posible ver a un navío perderse en el horizonte.
Morbius además de su retórica concluyente se jactaba
de ser un fuerte ajedrecista.
Aquella tarde, el Café Caissa estaba atestado de gente. El
general ingresó con porte altivo y una expresión que
no podía disimular una mezcla de curiosidad e irrisión,
mientras Martel lo esperaba con absoluta seriedad.
Al darse la mano con incierta simpatía, el encuentro entre
el soñador delirante y el oportunista tiranuelo se restablecía
el viejo mito fundado por los filósofos, esa zona de ignota
y perturbada geografía que confunde la realidad con la ficción,
reconstruyendo el encuentro entre Tartakower y Crowley, el alpinista
soberbio y autor del Libro de la Ley.
-He querido conocer personalmente -señaló Morbius echando
una mirada al viejo café- la célebre Cofradía
de la Tierra Plana y a su venerable maestro.
Martel permaneció en silencio, pero sonrió con desgano.
-Desgraciadamente- reparó el General con una fruición
algo vulgar- gobierno un país inmerso en una tierra redonda.
Eso no invalida, por cierto, que juguemos una partida de ajedrez,
cuyas leyes no se parecen mucho a la vida, pero al menos la simulan.
Eugenio ordenó las piezas con total calma y escogió
las negras, porque- según él- es mejor que la oscuridad
sea parte de nuestro entendimiento. Morbius se quedó con las
blancas, diciendo que él defendía cosas obvias y transparentes
como ese bello color nube y con ello, denunciaba el cinismo de quien
dice mostrarlo todo.
-Éste es un buen momento para saldar una vieja deuda con los
equívocos- señaló Martel acariciando la corona
del rey- Nosotros decidiremos esta noche como en el café Du
Palais. Si usted me derrota aceptaré la redondez del planeta
como verdad primordial. Si yo lo venzo proclamará ante esta
solemne Cofradía que la tierra es plana y su ideario, un evangelio
de sofismas.
-Le doy mi palabra -asintió Morbius- pero jamás olvide
que soy un hombre de armas y para mí, la guerra es una trampa.
Al instante en que los jugadores iniciaron el juego sentí que
todo Puerto Peregrino se sumió en un profundo y prolongado
silencio. La partida fue realmente antológica.
Morbius jugaba con paso firme y rostro imperturbable. Su estrategia
era más ofensiva, casi desde las primeras jugadas se esmeró
con efectividad en atacar la corona contraria. Sobradas razones tenía
el general para jactarse de ser un jugador prodigioso.
Por su parte, Martel no evadió sus jugadas habituales, enroques
y maniobras defensivas que traslucían más su idea romántica
del ajedrez que su capacidad de derrotar al rival. Esto, durante las
dos horas que duró el encuentro, daba la impresión que
Morbius iba a arrebatar la dama en cualquier momento y a iniciar unas
serie de asaltos conducentes al triunfo.
Pero el semblante paciente de Martel se recuperó y el cuadro
cambiaría con los signos de una tempestad repentina. En pocos
minutos se daba el remate Tartakower- Winter con las seis jugadas
finales.
El rostro de Morbius se descompuso cuando sólo faltaba el paso
final para acabar el juego. Durante ese segundo interminable todo
el mundo aceptó que la tierra era plana, ya que Martel vencía.
-Lo siento General- dijo alzando la pieza- Donde dice obviedad debe
decir engaño.
Morbius respondió con voz baja y delicada, sin alterar el sinsabor
de su semblante:
-Le dije que no olvidara que la guerra es una trampa.
El disparo pasó silbando el café. Al principio todo
el mundo se miraba sin comprender.
De pronto, vimos el pecho de Martel ensangrentado y su cara de asombro,
como si no entendiese que lo habían matado. Se desplomó
sobre el tablero y una histeria recorrió el lugar.
El General lamentó la muerte trágica de Martel y le
hizo un homenaje de un cinismo arrollador, ya que según él,
debieron ser sus enemigos quienes intentaron matarlo, errando la bala.
-Hubiese querido conocerlo más profundamente.
Pero todos los que vimos la partida sabemos que Morbius mentía.
Regresó al día siguiente a Bielovia donde siguió
gobernando como un anciano deplorable, declarando años después
que, a veces, debió exterminar obligadamente a los que no entendían
las certezas incuestionables que cimentaban su obra.
VI
Hay que tener los pies en la tierra y el alma desmembrada en lentas
vértebras sucias para vivir en un mundo tan redondo.
En la realidad no hay circulo ni plano perfecto, esa idea sólo
habita en las mentes. Como la misma victoria o derrota, esa que incorporamos
a nuestro peregrinar cuando escuchamos con insistencia viejas canciones
que recuerdan amores frustrados, como escarbando en lo que pudo ser,
como navegando en remotas historias, llevando la melancolía
en el viejo equipaje.
O quizás, lo obvio puede ser atroz y lo ilusorio, mágico,
no lo sé.
A veces paso por el café Caissa, hoy convertido en la sección
abarrotes del supermercado más populoso de Puerto Peregrino.
Nada en el lugar recuerda los episodios de aquel tiempo, sólo
un tremolar de coros amnésicos, un manto de olvido, nada que
recuerde que la tierra dejó de girar segundos antes del jaque
mate.
Me pregunto que estará pensando Morbius en la soledad de su
mansión, si reflexionará sobre el progreso o está
considerando como habría sido el mundo nuevo si Martel hubiese
rematado la jugada.
Plana la ruta de los baguales, plano el tañir de la campana,
plana la mesa del carpintero, planos los personajes de una novela
de aventuras, plano al cuerpo de la amante que espera, plana la espesura
del bosque de Pan, plana la sílaba de luz, plano y eterno el
camino que lleva a las quimeras.
Redondos los ojos que miran la noche, redonda la dicha del gandul,
redondo el engranaje que tritura a los derrotados, redonda la moneda
del sepulturero, redondo el escudo de un general, redondo Dios cuando
bosteza, redonda la privatización del país de nunca
jamás, redonda la sinopsis del dólar, redondo el grito
de un siervo herido.
En lo que a mí respecta, continué de sueño en
sueño, de bar en bar, de cuento en cuento, caminando como un
rey sin corona por una carretera que se pierde hasta trizar los dedos
del océano, un plano ajedrezado donde un paso lleva al siguiente,
y ése a otro…