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ROLANDO CÁRDENAS: UN POEMA CON AROMA DE CÁNTARO.
Buscándole la quinta lectura a un poeta lárico.
Por Oscar Barrientos Bradasic
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Los encuentros literarios que tienen por finalidad homenajear a un poeta desaparecido poseen una particularidad o más bien un fin en sí mismos: Se articulan sobre una figura injustamente olvidada, cuya efigie parece ir creciendo en el tiempo y, a medida que pasan los años, aportando nuevos elementos de discusión.
Hablar de Rolando Cárdenas significa no sólo referirse al más importante de los poetas magallánicos sino también a una de las experiencias más rotundas de la poesía chilena contemporánea. Hago míos estos juicios porque se trata de un poeta que se nos aparece -a la manera del fantasma que recorre los castillos de Europa- por los barrios magallánicos y a veces resulta una urgencia desvestir ciertas líneas mentirosas que guarda un discurso muy académico, el que suele pronunciarse en élites culturales y universidades. A Rolando Cárdenas es para evocarlo en el Sargento Aldea al calor de una copa de vino. De hecho, Marino Muñoz Lagos lo recuerda con esa efigie "acodado en su mesón, Rolando Cárdenas miraba a través de la niebla del humo de los cigarrillos, ese sur lejano que le llamaba con sus ventiscas y sus escarchas transparentes".
Cada vez que puedo he compartido impresiones sobre su poesía con compañeros generacionales que también escriben en el invierno de la provincia. Hoy, con la ocasión de este encuentro, asistimos a un ejercicio similar de alimentar estos queridos fantasmas con nuestra palabra, que es también nuestra propia sangre.
Tanto él como Martín Cerda fuera víctimas de un país que muchas veces ha hipotecado el sueño de sus escritores, a cánticos de alabanza neoliberal.
Esto puede resultar paradójico en un escenario nacional algo triunfalista, debido a que una parte importante y significativa de la producción literaria se ha insertado de una manera positiva en los cuadros de poder. Eso recuerda lo que decían los líricos latinos en oposición a los grandes cantos épicos: "Dadme la lira Homero pero sin sus cuerdas manchadas de sangre".
Más que una lectura abiertamente interpretativa leo su poesía como recreando un empresa totalizante, es decir, al leer sus poemas no sólo abordando la expresión lírica propiamente tal sino también los significados que esta ha ido acumulando a través del tiempo. Leer a Cárdenas como un lárico poseería, desde esta óptica, algunas precisiones ya que observaríamos al autor con todas las claves intertextuales que esto implica, Esenin, Rilke, incluso- como alguna vez sugirió el profesor Iván Carrasco- a un autor como Bradbury que recuerda la infancia perdida desde una base instalada en Marte.
Menciono este aspecto porque desde el punto de vista crítico, la lectura lárica de la poesía de Cárdenas ha tenido, efectivamente, una tendencia dominante.
Tal vez, menos desarrollado por el discurso crítico ha sido observar esta obra literaria como un negativo de la realidad, un reverso del discurso histórico y quizás su lado más humano. Bachelard reformula en ese sentido los principios de la fenomenología clásica, cree que el acto de lectura obliga a un regreso sistemático sobre nosotros mismos, un diálogo entre la conciencia propia y la conciencia de quien escribe para enlazar los rasgos de ese proceso con una posible cadena de verdades.
Pero sobre todo, observaré el texto literario como un discurso utópico, en la medida de que es imaginario y obliga al lector a pensar la realidad desde sitios diferentes a los que vive, a imaginar mundos distintos. Mi acercamiento a la poesía de Cárdenas es, como se verá, ideológico, entendiendo esto como la estructura en gran parte oculta que subyace en todo discurso, especialmente en el lírico donde la concentración semántica es manifiesta.
Cito aquella opinión de Rolando Cárdenas a principios de los años setenta: "Si el poeta tiene una posición claramente revolucionaria debe ser consecuente con ella y poner todas sus posibilidades al servicio de ese proceso. Cualquier otra actitud- aunque sea el silencio- sería mostrar ceguera frente a los procesos progresistas que hoy por hoy están conmoviendo a la humanidad, uno de los cuales protagoniza nuestro país".
Es decir nos encontramos ante el ejercicio retórico de establecer puentes entre la poesía de Cárdenas y la restitución de la memoria. Demás está decir que una crítica progresista de la literatura no observa un texto a la luz de un proyecto histórico preconcebido y proyectado arbitrariamente en el poema sino que "tales cuestiones constituyen la esencia de la historia y que, en la medida en que la literatura es un fenómeno histórico, encierran también la esencia de la literatura"
El poema que abordaré del amplio espectro que trae consigo la obra de Rolando Cárdenas pertenece al primer libro Tránsito Breve y se titula Recuerdo póstumo de mi madre.
El hecho de analizar desde el discurso crítico una elegía, tiene rasgos de metatextualidad, porque quien incursione en las marcas del texto, inevitablemente también genera una nueva elegía. Es una práctica textual que repiensa las relaciones de logicidad de otros discursos, a los cuales se puede acceder por la vía de razonamientos deductivos e inductivos. Como plantea Gastón Bachelard, la poesía conlleva la visión de un cierto pensamiento mágico en relación con la realidad, ya que presenta nuevas maneras de nombrar el mundo, novedosas formas de ver o real, de explicar lo irreal.
El imaginario de la maternidad como un espacio donde conviven las tentativas del hombre bajo la protección de su propio ser, es un tópico que tiene alguna continuidad en la literatura chilena, pienso en algunos poemas de Winett de Rokha, en La mamadre de Pablo Neruda o simplemente en La canción que te debo de Patricio Manns. Casi retazos de una virtual antología.
El hablante del poema en cuestión recuerda la infancia concebida como pequeños fragmentos de un pasado que se pierde en evocaciones nebulosas como el mismo dirá "aun sucias por la tierra de juegos infantiles". La madre que emigró desde el remoto archipiélago de Chiloé involucra todo un sistema simbólico de remembranzas.
Jorge Teillier señalaba alguna vez que el mundo mental y evocativo de Rolando Cárdenas era una suerte de "Magallanes metafísico".
La evoco en un trompo que no giraba.
En los barcos, las casas, las primeras palomas
que me enseñaba a hacer mis cuadernos,
inclinada a diario ante el estupor y los sollozos
como la ciencia más perfecta.
En la madre está consignado un retorno al origen. El trompo que no giraba, con esa especial percepción de los detalles que inevitablemente tiene en su grupa la infancia. Pero la madre no sólo será, en esta lectura, el recuerdo de la experiencia íntima sino también la expresión de un cuerpo colectivo, más bien de un sentir diversificado.
"Era dueña del alba y de la noche alzándose.
Desde el rocío, su canto quedaba encerrado
entre las paredes de esa casa
que todavía alza su estructura entre el viento y la nieve.
Sus pasos revivían las cosas en las habitaciones
como el acontecer más simple,
realzados en el alegre tintinear de las vasijas.
Y la infancia, guiada sabiamente por su mano,
tenía entonces un agridulce sabor de manzana madura.
Se iba una primavera, luego, otras primaveras,
y siempre una misma dulzura imperturbable
agobiaban sus ojos como una fina niebla".
No obstante esta idea de rememorar una "otredad" tiene acaso implicancias más rotundas. La escritura de una época donde las palabras fueron más felices, y el canto quedaba encerrado entre las paredes de la casa, a la manera del discurso de la Edad Dorada de Don Quijote donde no existían las palabras tuyo y mío y bastaba estirar la mano para extraer el fruto del árbol. Acaso un pasado desprovisto de los temperamentos del miedo, sublimado por transparentes puentes que conducen el hombre hacia la belleza, acaso sin malquerencia, quizás sin propiedad.
El hablante de Recuerdo póstumo a mi madre también alegoriza en el espacio maternal, los rasgos de la historia, destacada en aquella imagen donde observa a la madre como un ser por cuya "frente vagaban los crepúsculos,/ y en su sonrisa leve/ la quieta transparencia de la espiga".
Esta interpretación también tiene límites. Es la remembranza de un tiempo elegíaco, la construcción de un mundo que se origina en la infancia y que nutre el proceso de lectura como una realidad psicológica capaz de unir las sensaciones más primeras con el yo propiamente tal. Por ello, el acto de lectura es una conjunción entre el yo y el no -yo.
Una presencia materna cuya imagen irrumpía en los secretos laberintos de las primeras visiones, donde el ser histórico se iba a construyendo desde la percepción de un pan generoso.
"Desde ese día, de pronto verdadero,
su presencia invariable vigilaba mi pan
y el pan de mis hermanos más pequeños.
Su sueño interrumpido
nos guardaba del dulce tiempo del sol,
de abril y de sus lluvias
que retozan a bosque en las tierras del sur"
La restitución de la historia conlleva ineludiblemente el retorno a la memoria, que a veces nos aborda desde aristas engañosas. Dice el Dante que no hay tormento más grande que recordar los momentos felices desde el presente. De esta manera, Cárdenas configura un espacio histórico tensionado por las claridades del sueño.
La madre relata a sus hijos fábulas míticas donde remotos habitantes de las quimeras más insondables protagonizan una epopeya de las arcadias de ensueño. En plena coincidencia y diálogo con ese espacio lárico por el cual Teillier habría dado "todo el oro del mundo".
Hemos consignado que el texto literario es en sí, una ideología. Pero cabe especificar que se trata de un sistema de ideas con características particulares, porque toda ideología por definición promete una utopía, una configuración de las cosas inmaculada de los errores de la historia. El texto literario en ese sentido, es una ideología que documenta la utopía de la ideología y no la concreción histórica de esta.
"Los días domingo eran divididos por los cantos
de algún gallo. En las noches de invierno,
odiosamente largas, junto al fuego
que consumía las horas y la leña,
mi madre nos leía.
Yo penetraba entonces con temeroso asombro
por el ancho horizonte del país encantado,
degollando gigantes, muriéndome de estrellas y soldado".
Terry Eagleton en su libro Walter Benjamin o hacia una crítica revolucionaria señala que la historia se nos ha presentado como un sistema homogéneo, despojado de las marcas de la ruptura a la manera de una cuerda sin nudo. De ahí la necesidad de reconstruir los conflictos entre las grietas de la cuerda. Porque los estados de ruptura no supondrían la excepción sino la regla.
Se ha insistido en una lectura de esta poesía considerando la infancia como una configuración inmaculada y es más bien, la idea de Benjamin la que persiste en el poema de Cárdenas. El recuerdo de la madre es también la evocación de la historia considerando sus grietas, los abismos de una angustia existencial que trasunta al hablante atravesando las paredes de la noche y sobre todo, es una elegía de la historia sin hipotecar su carácter iluminador, incluso numinoso.
"Pero un día llegó el silencio a recuperarla
Y a llevarse su alba de sueño o esperanza.
Yo la vi esa tarde. Se fue con su tristeza
de llovizna lenta, con su sonrisa leve,
con su ternura incompleta. Yo no entendía nada.
Solamente una especie de callado asombro
ante el misterio. Todos los años
el invierno marchita las flores que la cubren"
De esta manera, la llegada del silencio en Cárdenas es también el encuentro la muerte. Los velos del olvido aparecen en el poema descubriendo que lo terrible no es la muerte de lo que amamos y que son nuestra vida entera. Lo que la muerte se lleva consigo para siempre es el recuerdo que se va trizando con los años hasta desparecer por completo, y ahí es cuando vamos muriendo nosotros, mientras observamos las flores marchitas que cubren la tumba.
El objeto de esta ponencia ha sido, en el fondo, agregar una nueva lectura a un poeta como Rolando Cárdenas y evocar sus versos seguros. Esta es una forma, como cualquier otra de rendir a los poetas que se les ha amenazado con el olvido, garantizando con ello su inmortalidad.
Vivimos una época de grandes olvidos, estudiamos una historia sin memoria. En cada escarcela encontramos a alguien con un puñal de piedra tratando de asesinar a la historia, de hacernos escribir en contra de ella, de omitir los estados de ruptura, aunque la buena poesía nos recuerda siempre que el precio de la lucidez es el desasosiego.
Rolando Cárdenas es un poeta cuya voz atraviesa los océanos desgarrados del tiempo, la poesía al servicio de la memoria o la aniquilación de los coros amnésicos de esta modernidad de utilería. Poeta de trazo firme que se ha sentado en esta oportunidad con nosotros y que ha demostrado estar más vivo que nunca, quizás más vivo que algunos cadáveres que vemos de repente escribiendo en las páginas de la república.
(Ponencia leída el año 2001 en Punta Arenas en el marco de un congreso literario en homenaje a Rolando Cárdenas organizado por la Corporación del Sur del Sur donde participaron entre otros, Jaime Bristilo, Ramón Díaz Eterovic, Jaime Quezada, Germán Carrasco, Christian Formoso,
Javier Bello, Cristián Cruz)