LA TORMENTA QUE NUNCA TERMINA
Tormenta en Alta Mar de Marcelo Mayorga. (Ediciones Mocha Dick, Valparaíso, 2010)
Óscar Barrientos Bradasic
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Marcelo Mayorga ha escrito un manojo de relatos conmovedores y de bella factura. Cuentos que leídos desde la fragmentariedad de las impresiones, arrojan el aliento salado de los mares del sur y sus olas que revientan contra la costa dentada. Marcelo- casi como un personaje de Knut Hamsun- ha desempeñado diversos oficios que va desde consultor
en marketing y comunicación estratégica hasta marino de naves especiales. Solíamos ver su nombre en el ya un tanto legendario Periódico Nordeste. Yo lo conocí personalmente una calurosa tarde puertovarina en casa del poeta Clemente Riedemann, mientras las cervezas Kunstmann hacían lo suyo.
Yo tenía la sensación que Marcelo dudaba de su oficio escritural, pero la publicación de este libro debiera despejar sus dudas con un machete Tramontina.
La metáfora del Chile geográfico y oceánico, el vendaval furioso que se lo lleva todo y que amenaza con hacer de las mareas el verdadero sepulcro de los hombres, parece habitar este libro titulado Tormenta en Alta Mar (Ediciones Mocha Dick, Valparaíso). También el hombre que se embarca a vivir los rigores del mar violento, que es también la marejada negra de la codicia humana y la moneda de cambio de las trasnacionales, la explotación, el desarraigo, la sensación de ultraje. La espuma de la páginas en palabras de Boris Vian.
Hay algo conradiano en su empresa, pero cierta tristeza metafísica o el juicio ideológico lo matiza con un halo melancólico. Quizás la tradición de los imaginistas – náuticos y exploradores de recovecos- cede ante cierto pulso carveriano, tímido y tembloroso, porque el barroco del paisaje catastrófico termina engulléndose todo. El narrador de Mayorga es reflexivo y por algunos instantes, de una lucidez hermosa.
De ahí, la reconciliación con el lector que de pronto omite la afluencia del monólogo torrencial.
Luego su prosa tiende al minimalismo, pero nunca renuncia al viaje como una camioneta Chevrolet V8 Celeste que atraviesa las carreteras del sur o los camarones que engloban la nostalgia de un país que ya no existe ni en las postales. Por momentos, el impulso del amor tiende a la configuración del poema, que se aparece furtivo, casi oculto entre los matorrales. De esta manera, la navaja de mango naracado se hunde inexorablemente en los corales y arrecifes de la memoria.
Pienso ahora en un Chile literario, desde la lectura de estos trabajos, de escritores que persisten en el ejercicio de la escritura en nuestras regiones castigadas por apocalípticos e integrados.
“Tormenta en alta mar” nos entrega una navegación, donde los mapas pierden las coordenadas originales y la brújula ha optado por el extravío. La cuerda tensa del olvido nos recuerda que vivimos en una época parida por la fuerza militar y su herencia neoliberal, las AFP y el Opus Dei (las siglas de nuestra enorme tristeza), una felicidad de fantasía que no da cuenta de estos desgarros. Siempre será difícil sostener con palabras la incertidumbre del tiempo que nos toca vivir, porque “no todos los días un corazón es seccionado en steaks exportables”