Con Allende en Guadalajara
Por Óscar Barrientos
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Le manifesté al escritor Marcelo Mellado que hiciéramos un alto en el recorrido diario por los stands de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y que visitáramos el aula donde Salvador Allende planteara ese magistral discurso a los estudiantes, en medio de la profunda crisis chilena y definiendo el yunque de la intervención norteamericana en Chile como una suerte de Vietnam silencioso.
Luego de un viaje en taxi algo más que alambicado y un recorrido bastante laberíntico por ese sector de la ciudad, ingresamos en los patios de la Universidad de Guadalajara. Caminando algo confundidos por los pasillos del enorme recinto dimos con el célebre auditorio y nos sorprendió la imponente estatua y la inscripción de recio metal que señala que el Presidente Allende se dirigió a los estudiantes en 1972.
Grande fue nuestro asombro cuando escuchamos la voz del Chicho exclamando esa máxima: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica” Efectivamente cuando ingresamos al auditorio estaban proyectando el discurso de Guadalajara completo frente a un público atento que homenajeaba su paso por esta Casa de Estudios.
Muchas veces había leído tan importante y lúcido discurso, pero jamás lo había escuchado tan cercanamente con la oratoria encendida que lo caracterizaba. Era como si el fantasma de Allende nos hablara desde el pasado para traducirnos los intrincados recovecos del actual movimiento estudiantil, una especie de conciencia proyectiva que por una suerte de epifanía nos tocaba escuchar.
Uno de los aspectos que Allende plantea en esa ocasión es la necesidad de que la izquierda tengo altos niveles de organización y que los jóvenes profesionales adquieran conciencia que las universidades la financian los trabajadores. De esta manera, plantea que los profesionales jóvenes debieran estar comprometidos con la transformación social y hace una importante mención a que éstos deben ir a las provincias donde las necesidades son mayores y contribuir a la creación de un país más justo. De igual manera, critica los voluntarismos revolucionarios, la mirada infantil de quienes exigen cambios revolucionarios sin analizar las posibilidades cabales y objetivas. Al respecto de ello cita su experiencia en el grupo Avance:
“Un ejemplo personal: yo era un orador universitario de un grupo que se llama Avance; era el grupo más vigoroso de la izquierda. Un día se propuso que se firmara, por el grupo Avance un manifiesto -estoy hablando del año 1931- para crear en Chile los soviets de obreros, campesinos, soldados y estudiantes. Yo dije que era una locura, que no había ninguna posibilidad, que era una torpeza infinita y que no quería, como estudiante, firmar algo que mañana, como un profesional, no iba a aceptar.
Éramos 400 los muchachos de la universidad que estábamos en el grupo Avance, 395 votaron mi expulsión; de los 400 que éramos, sólo dos quedamos en la lucha social. Los demás tienen depósitos bancarios, algunos en el extranjero; tuvieron latifundios -se los expropiamos-; tenían acciones en los bancos -también se los nacionalizamos-, y a los de los monopolios les pasó lo mismo. Pero en el hecho, dos hemos quedado; y a mí me echaron por reaccionario; pero los trabajadores de mi patria me llaman el compañero presidente.”
Salvador Allende Gossens, este porteño de tomo lomo, durante más de tres décadas ocupó todos los espacios posibles de la política chilena: ministro de Salud durante el Frente Popular, parlamentario, Presidente del Senado, cuatro veces candidato a la Primera Magistratura y finalmente Presidente de Chile. Un personaje absolutamente gravitante en la historia de nuestro país. Controvertido y corajudo, fue el más tenaz opositor a la Ley Maldita que proscribía al Partido Comunista, pero si uno analiza sus opiniones en algún momento también criticó a la Unión Soviética por perseguir a la masonería, dado su condición irreductible de masón. Se propuso construir un experimento político sui generis, alcanzar el socialismo dentro de la institucionalidad democrática.
Las transformaciones del gobierno de Allende son difícilmente superables, ya sea en salud, educación y cultura, amén de la nacionalización del cobre “el sueldo de Chile” y la ansiada reforma agraria. Enrique Lihn dice que la Unidad Popular fue como una fiesta de la Primavera.
La historia de su caída tiene causas que no es el momento analizar y creo no ser tampoco el más especializado en el tema. No obstante, sabemos que no sólo los sectores reaccionarios del país contribuyeron a boicotear deslealmente el gobierno popular, sino también se abre una página ya reconocida por la Casa Blanca ligada a la artera intervención norteamericana liderada por Nixon y Kissinger, que se propusieron ahogar la economía chilena. Se cuenta que cuando el Presidente Allende estuvo en los Estados Unidos, Nixon se negó a recibirlo y envió en su reemplazo a un funcionario menor llamado George Busch.
Algunos creen que el imperio norteamericano le temía más a Allende que al propio Fidel Castro. Sabían que si el modelo chileno se replicaba se tornaría una máquina imparable y algo de aquello me parece que ocurre hoy con los países del ALBA. Todos coincidimos que también el gobierno popular tenía al interior de su bloque ciertas contradicciones internas, fronteras partidarias que también fueron determinantes en el desgaste.
La idea del suicidio siempre abre polémicas en la imagen de Allende. Nunca olvidaré una entrevista que le hicieran a Miguel Serrano como ex diplomático, acerca del encarcelamiento de Pinochet en Londres. Le aconsejó al sitiado general que se suicidara, agregando después que lo ve improbable, ya que Pinochet- a diferencia de Allende- no tiene la dignidad de un soldado. Hizo mención a los generales tanto rusos como alemanes durante la Segunda Guerra Mundial que defendieron sus tropas y luego se suicidaron. No sólo me asombró que Serrano reconociera a un enemigo ideológico sino que por un instante, pensé que era digno de un cuento de Borges aquella inversión, el civil estaba destinado a ser un héroe y el militar destinado a ser un cobarde. Pinochet nunca dio cuenta de sus crímenes y robos y argumentó desde diabetes hasta demencia para salir libre de polvo y paja, tampoco tuvo la dignidad elemental de un soldado de respetar la verticalidad del mando-piedra angular de la ética militar- sino que le endosó a sus subalternos las responsabilidades, es más, dijo frente a Manuel Contreras un aforismo digno de un Descartes retorcido: "No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto, y si fuera cierto, no me acuerdo."
En lo personal me siento allendista. Una figura como el Che Guevara no puede producirme otro sentimiento que admiración, pero siempre he asociado la figura del valeroso guerrillero argentino a un diseño muy espartano y por momentos monacal. Dentro de la chismografía tan chilensis, siempre se le juzga a Allende su buen vestir, su amor por los placeres de la vida y el mar, sus vínculos con mujeres hermosas. Nunca he entendido bien porqué todas esas cosas se contradicen con ser revolucionario. La izquierda nunca debiera ser enemiga de lo placentero, nunca debiera evadir la belleza. Todos podemos disfrutar la vida y también tratar de transformarla.
Desde ese punto de vista, me parece un tipo admirable hasta para sus detractores.
Debo decir que hasta hoy siento que Allende resulta una figura incómoda para tirios y troyanos. La derecha inculta y recalcitrante lo demoniza como el motor del caos y el artífice que planeaba una dictadura comunista, además de atribuirle en sordina una traición de clase. He escuchado más de un anarquista argumentar que se trataba de un pije que jamás entendió las luchas obreras, porque se alejó de la autodefensa revolucionaria. Mucha gente de su propio partido sazona –y a la vez blanquea- ideológicamente su imagen dibujándolo como un socialdemócrata que se adelantó a sociedades europeas y organizan amables conciertos donde llega hasta Miguel Bosé. En otras palabras se apropian de la épica del personaje, pero cuando gobiernan convierten el país en un mall, a nombre de cierto realismo político más que dudoso y de una moralina similar a la retórica de un monaguillo.
El hecho es que fue una figura prometeica, como Prometeo, no siendo un deidad se propuso robarle el fuego a los dioses y dársela a los hombres. Como todo ser humano cometió errores. Sin embargo creo que en nuestro país hay quienes extrañamos ese arrojo y aquel espíritu romántico y siempre republicano. No me imagino a Allende militarizando la Araucanía o recibiendo una condecoración de Rockefeller (como sí lo hizo Michelle Bachelet), ni inaugurando jumbos o viajando a Venezuela para apoyar a Henrique Capriles Radonski, el candidato de la oligarquía venezolana (como sí lo hizo Ricardo Lagos).
Salimos algo cabizbajos cuando terminó la proyección del discurso y la realidad se alzaba ante nosotros con su seguro derrotero.
-Es un Chile que perdimos- me dice Mellado.
Sin duda. El hecho es que al Compañero Presidente lo he visto un par de veces en los rostros de los estudiantes chilenos, en algunas movilizaciones, en ciertos porfiados militantes del otoño, como el sueño de igualdad y honestidad que nos merecemos como patria.