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Puerto Peregrino, sitio de leyenda.
“Quimera de nariz larga”, novela de Oscar Barrientos Bradasic. Piedra de Sol Ediciones, Santiago, 2011.

Por Marino Muñoz Lagos

 


 

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El poeta sureño Clemente Riedemann es amigo y colega del escritor magallánico Oscar Barrientos Bradasic, autor de esta nueva novela “Quimera de nariz larga” que cumple ya una novedosa colección de libros solamente atados a la quebrada geografía meridional que tiene como espacio base a un Puerto peregrino que es hito y fundador de estos alrededores. Para sus fieles y disciplinados lectores formamos un glorioso compadrazgo con sus letras náuticas, compromiso de honor con los puntos más sobresalientes de las primigenias navegaciones que rompieron estos horizontes de las distancias azules y las lentas soledades.

Puerto Peregrino luego de ser por tiempos insondables refugio de navegantes, vagabundos, astrónomos, numismáticos, o borrachines, se da a los paseos por sus innumerables escenarios navieros, suele invitar a los forasteros que confeccionan las listas de su tranquila travesura turística, sus calles que viene desde la luna y los cielos, las esquinas cotizadas por los bares cosmopolitas, la lluvia que se confunde con las múltiples copas que se beben junto al punto alcohólico del prestigioso aedo Aníbal Saratoga, que es la marca de una cajetilla de cigarrillos de fragancias exóticas y de humos siderales que se combinan con el itinerario de las nubes que viajan al sur. Los bares de Aníbal Saratoga guardan en sus rincones cervezas rubias y vinos temblorosos.

Ramón Díaz Eterovic (Punta Arenas, 1956) es el autor de la saga policial del detective Heredia y paisano patagónico de Oscar Barrientos Bradasic, admiradores ambos de las leyendas marítimas de Puerto Peregrino, especie de estación penúltima de las libaciones alcohólicas de los escritores simpatizantes el mítico poeta Aníbal Saratoga, quien es como un vigilante de estos litorales azotados por los vientos antárticos y esos licores de hondos oleajes que se despiden del fin del mundo con su carga de tripulantes trasnochados y tristes. Uno de los atractivos que nos propone la novela de Barrientos Bradasic es la posibilidad de conocer un espacio de leyenda que por momentos parece elaborado a partir de las anécdotas y personalidades de cientos de aventureros que han  poblado la Región de Magallanes dese tiempos inmemorables.

Los últimos días del mes de abril, las lluvias por fin cedieron para ser reemplazadas por fuertes vientos, ráfagas arremolinadas que parecían enormes serpientes reptando a gran velocidad. Los árboles estaban ya curvos y el mar excesivamente picado, hasta el punto, hasta el momento en que suspendieron por unos días todo el tráfico aéreo y marítimo entre Bielovia y Puerto Peregrino. Eso  atrasaba en algún punto el lanzamiento.

No obstante, el emplazamiento de la gran plataforma adquiría forma con gran rapidez. La caleta de pescadores fue desalojada para instalar una monumental estructura metálica donde afanosos soldadores emplearon altísimos andamios. Desde la playa se observaba una minuciosa e intimidante catedral de fierro, creciendo en medio de un sonido de metales y martillos entrechocándose ruidosamente, un ritmo marcial y persistente. De Caleta el Adiós solo quedó un pequeño cementerio que bordea el cerro y unas cuantas casa de pescadores. También respetaron el Mercado de mariscos donde en otros tiempos se podía saborear una suculenta paila marina con alguna botella de respetable vino blanco, contemplando sus improvisados restaurantes que ofrecían en sus granes pizarras, reponedores guisos y caldillos.

Ahora se observaba un invierno pesado y oscuro. La lluvia helada y el viento en todas direcciones eran latigazos de furia que me llevaron como un paria por calles de Puerto Peregrino. La avenida Palomares semejaba un río torrentoso que arrastraba envases plásticos y ramas de árbol por su inmenso cauce hasta perderse irremediablemente en las cuentas. A lo lejos, el mar reverberaba como si estuviese hirviendo.




 

 

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Puerto Peregrino, sitio de leyenda.
“Quimera de nariz larga”, novela de Oscar Barrientos Bradasic. Piedra de Sol Ediciones, Santiago, 2011.
Por Marino Muñoz Lagos