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ÍCARO SE QUEDA EN MAGALLANES

Por Oscar Barrientos Bradasic

 

 

 

 

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Podría comenzar esto hablando de Icaro. Debería recurrir a ese verdadero oráculo conocido como Wikipedia:

En la mitología griegaÍcaro (en griego antiguo Iκαρος Ikaros) es hijo del arquitecto Dédalo, constructor del laberinto de Creta, y de una esclava. Fue encarcelado junto a él en una torre de Creta por el rey de la isla, Minos.

Dédalo consiguió escapar de su prisión, pero no podía abandonar la isla por mar, ya que el rey mantenía una estrecha vigilancia sobre todos los veleros, y no permitía que ninguno navegase sin ser cuidadosamente registrado. Dado que Minos, el rey, controlaba la tierra y el mar, Dédalo se puso a trabajar para fabricar alas para él y su joven hijo Ícaro. Enlazó plumas entre sí empezando por las más pequeñas y añadiendo otras cada vez más largas, para formar así una superficie mayor. Aseguró las más grandes con hilo y las más pequeñas con cera, y le dio al conjunto la suave curvatura de las alas de un pájaro. Ícaro, su hijo, observaba a su padre y a veces corría a recoger del suelo las plumas que el viento se había llevado, y tomando cera la trabajaba con sus dedos, entorpeciendo con sus juegos la labor de su padre. Cuando al fin terminó el trabajo, Dédalo batió sus alas y se halló subiendo y suspendido en el aire. Equipó entonces a su hijo de la misma manera, y le enseñó cómo volar. Cuando ambos estuvieron preparados para volar, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase demasiado alto porque el calor del sol derretiría la cera, ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría las alas y no podría volar. Entonces padre e hijo echaron a volar.

Pasaron las islas de SamaosDelos y Lebintos, y entonces el muchacho comenzó a ascender como si quisiese llegar al paraíso. El ardiente sol ablandó la cera que mantenía unidas las plumas y éstas se despegaron. Ícaro agitó sus brazos, pero no quedaban suficientes plumas para sostenerlo en el aire y cayó al mar. Su padre lloró y lamentando amargamente sus artes, llamó a la tierra cercana al lugar del mar en el que Ícaro había caído Icaria en su memoria. Dédalo llegó sano y salvo a Sicilia bajo el cuidado del reyCócalo, donde construyó un templo a Apolo en el que colgó sus alas como ofrenda al dios.

Pero sin olvidarme del desdichado Icaro, comenzaré esta historia de otra forma:

Un hombre recoge sus escasas mudanzas y se acerca a grandes zancadas a un puerto húmedo y nostálgico que, sin necesariamente pretenderlo, anuncia lo definitivo, el paso de una vida a otra, un umbral desde el que ya nunca más se volverá. Las interminables horas de navegación, el vaivén de las olas y el rugir del viento, sólo contribuirán a analizar las motivaciones de la travesía, ya que el recuerdo del lugar de origen comienza a diluirse como una bocanada de humo tragada por una ráfaga de aire.

Desde ese hombre posado en la baranda de aquel navío han transcurrido generaciones y generaciones de inmigrantes. Hombres y mujeres que llevaban en sus ojos el fulgor de lo fundacional y que construyeron ciudades, pero ante todo crearon familias. Es ya un lugar común decir que Magallanes es “tierra de pioneros” y de eso se han escrito verdaderas operetas que pintan habitualmente la colonización como un proceso sin quiebres, muertes, ni dolor,  imagen que cristaliza este viaje donde la adversidad jugaba un rol demasiado relevante.

En nuestra tierra,  suizos, italianos, franceses, rusos, holandeses, alemanes han dejado su impronta y de ahí que el casco histórico de Punta Arenas puede compararse al de cualquier ciudad europea.

Sin embargo, las dos oleadas inmigratorias más significativas fueran las originarias de la isla grande de Chiloé y los dálmatas que venían principalmente de Brac. Es extraordinariamente común esa mixtura al punto que les llaman, no sé si despectivamente  o no, yugolotes. Yo mismo  soy representante de aquello y por cierto, me llena de orgullo. Me imagino casi de golpe una cocina literaria donde podrían estar tanto Coloane como Ivo Andric y una muestra gastronómica del todo pantagruélica donde no faltaría el pelinkovac y el licor de oro, la persurata y el milcao, el curanto y el pershut. Repartiría mi espíritu en esa polifónica sinfonía de vocablos y sabores.

Pero las alegorías, al igual que las auroras, esconden significados singulares en sus recónditos bolsillos.  Es curioso que ambos flujos migratorios provinieran de islas. Magallanes, conceptualmente, es una isla rodeada de tierra. El aislamiento y las distancias nos convierten en habitantes de un lugar remoto y cargado de fundaciones, las gaviotas que revolotean el estrecho desciende de los mismos pájaros que vieron a nuestros antepasados entrar al puerto, con el alma impregnadas tanto de desamparo como de pujanza.  Quizás eso genera cierta sensación icárica que marca a los magallánicos. Enfundarse las alas y emprender el vuelo hacia las comarcas del ensueño.

Primero estuvo el fundador. Luego sus hijos quieren ser Icaro.

Pero la isla sigue intacta.

Recorrer, por ejemplo, las calles de la población 18 de septiembre implica visitar un pedazo de Chiloé, con su gigantesca mitología y su religiosidad popular, siempre dispuestos a fundar iglesias y clubes sociales en el confín más apartado del globo, ahí donde se abandonaron las esperanzas. Es más, siempre he creído que esta población debiese ser una comuna, pero esa tarea se la dejo a los políticos.

Hace algunos años atrás, con una mochila en la espalda y varios años menos que documentar, viajé desde Split a la isla de Brac. Observaba las palmeras y las hermosas construcciones del palacio Diocleciano en la popa del ferry, mientras el sol quemaba con fuerza la costanera, besando la costa verdosa. La isla de poderosa piedra me aguardaba como embalsamada en el tiempo. En aquellos pueblos pude ver el rostro de mi abuelo en cada aldea de esa geografía agreste y simbólica.

El tema de las inmigraciones adquieren nuevas historias bajo el signo de diferentes formatos. De cierto tiempo a esta parte, hemos visto en nuestras calles gente de Colombia, Cuba, Venezuela, República Dominicana. Algunos creen que hay mucho de comercio sexual en aquello, y es probable que no se equivoquen del todo. No obstante, ya vemos que se instalan en nuestra ciudad, que se casan con magallánicos, que forjan familias. Esos niños son una suerte de caribeño- magallánicos. Sean pues bienvenidos a la república de los vientos, donde el diablo perdió el poncho o más bien donde Icaro extravió sus alas, a la mesa generosa y el pan que se comparte. Estoy seguro que nos traen belleza y fraternidad, que enriquecerán de nuevos colores los crepúsculos incendiados de Magallanes.

Icaro ya no quiere huir de su isla. Se ha dado cuenta que él mismo es una isla, construido por otras islas, islas que viajaron en barcos cargados de sueños. El sol no vendrá a quemar la cera de su hechura y debemos pensar en otro viaje: El del origen.
           



 

 

 

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